CAPITULO 29

Ese año las Navidades en Croton fueron más tranquilas de lo habitual, pero muy felices. Geoff estaba encantado con sus regalos, y Charles se había mostrado muy generoso con todos, al igual que Edward, que por desgracia no gozaba de buena salud. Tenía tos y había flirteado con una neumonía varias veces ese año. Olivia estaba preocupada al observar que había envejecido sobremanera y temía que la causa fuera la desaparición de su hermana. El médico le había advertido que su corazón estaba cada día más débil. A pesar de todo, disfrutaron de las fiestas navideñas y volvieron a Nueva York poco después de Año Nuevo.

Dos días después de su regreso Bertie llamó a Olivia para informarle de que su padre se encontraba muy mal. Había contraído un fuerte resfriado y tenía una fiebre muy alta. Llevaba toda la tarde delirando y el médico no sabía si su corazón aguantaría. El ama de llaves propuso enviar a Donovan a buscarla, pero Charles insistió en llevarla él mismo. Olivia estaba en su sexto mes de embarazo y tenía el vientre demasiado abultado, o al menos eso pensaba él, para llevar sólo a un niño. Sin embargo el médico aseguraba que no eran gemelos, pues sólo escuchaba el latido de un corazón.

Geoff faltó al colegio para acompañarles y, cuando llegaron a Croton, Olivia observó que su padre había envejecido veinte años en tres días.

– No sé qué le pasa -dijo Bertie, que se retorcía las manos con nerviosismo.

De pronto miró a Olivia con expresión de extrañeza, pero no dijo nada. Se sonó la nariz y regresó a la cocina, pues sabía que Henderson estaba en buenas manos. Ojalá Olivia estuviera allí, hubiera significado mucho para él, pero al menos tenía a su lado a una de sus hijas.

Olivia pasó toda la tarde junto a su lecho, y Charles salió a cabalgar con Geoff después de llamar a su despacho para anunciar que no regresaría en varios días. Olivia se encargaba de atender a su padre, entraba y salía de su habi- tación, preparaba caldos y té con hierbas que suponía le ayudarían a reponerse. Bertie la observaba con atención, sin dar crédito a sus ojos, pero era imposible, jamás hubieran hecho algo así, debían de ser imaginaciones suyas.

La salud de Edward Henderson empeoró en los días siguientes. Le costaba respirar, y el médico propuso trasladarle al hospital, a lo que se negó en redondo; quería morir en su hogar.

– No vas a morir, papá. Te pondrás bien en un par de días -dijo Olivia.

Edward negó con la cabeza. La fiebre aumentó, y Olivia pasó toda la noche a su lado. No dejaba que nadie más se ocupara de él, y Charles no protestó, porque aunque reprobaba su actitud, sabía que era muy obstinada.

La mañana siguiente la joven comprendió que había llegado el fin cuando su padre, que apenas podía respirar, le suplicó que trajera a su hermana.

– Victoria… di a tu hermana que suba… necesito hablar con ella -balbuceó mientras le apretaba la mano con fuerza inusitada.

Por un instante Olivia no supo qué decir, pero al final asintió. Salió de la habitación y enseguida volvió a entrar.

– Olivia, ¿eres tú? -preguntó Edward.

Las lágrimas surcaron las mejillas de Olivia, que detestaba,tener que engañar a su padre.

– Soy yo, papá…soy yo. Estoy en casa.

– ¿Dónde estabas?

– Lejos -respondió mientras se sentaba junto a él y le cogía la mano. Su padre ni siquiera se fijó en que estaba embarazada-. Necesitaba tiempo para reflexionar… por fin he vuelto y te quiero muchísimo -susurró embargada por la emoción-. Tienes que ponerte bien.

Henderson negó con la cabeza y se esforzó por mantener la consciencia.

– Me voy…ha llegado mi hora…Tu madre me espera.

– Pero te queremos aquí, con nosotros… -balbuceó Olivia entre sollozos.

A continuación, con un hilo de voz, Henderson formuló la pregunta que le había atormentado en los últimos ocho meses.

– ¿ Estabas enfadada porque obligué a tu hermana a casarse con él?

– No, claro que no, padre. Te quiero -repitió mientras le acariciaba la frente.

– Le amas, ¿verdad?

Olivia sonrió y asintió. Tal vez le tranquilizara saber la verdad.

– ¿ Me perdonarás alguna vez?

– No hay nada que perdonar. Ahora soy feliz, tengo todo lo que quiero.

Henderson leyó en sus ojos que decía la verdad, cerró los párpados y se durmió. Al cabo de unos minutos despertó y la miró sonriente.

– Me alegra que seas feliz, Olivia. Tu madre y yo también somos muy dichosos… Esta noche asistiremos a un concierto.

Su padre deliraba de nuevo. Pasó el día semiconsciente y, cuando despertaba, no sabía si estaba con Olivia o con Victoria. Al caer la noche el aspecto de la joven no era mucho mejor que el de su padre.

– No permitiré que pases ahí dentro ni una hora más, Victoria -le susurró Charles con irritación cuando la vio en el pasillo hablando con Bertie.

– Lo siento. Me necesita -repuso ella antes de entrar de nuevo en el dormitorio de su padre.

Esa noche la fiebre remitió de forma misteriosa, y Olivia tenía la certeza de que su padre estaría mejor por la mañana. Sólo se quedó dormida una vez, poco antes del amanecer. En sueños vio el rostro de Victoria, y también el de su madre. Cuando despertó, tocó la frente de su padre y advirtió que había muerto. Se había ido plácidamente para unirse con su mujer, convencido de que se había despedido de sus dos hijas.

Olivia lloraba cuando salió de la habitación, y Bertie la mantuvo largo rato abrazada. Luego se dirigió a su dormitorio, donde Charles dormía, se tendió en la cama junto a él y pensó en Victoria. Lamentaba que no estuviera allí con ellos. Al menos su padre había pensado que sí estaba. Era el único regalo que podía hacerle. Al día siguiente le escribiría para comunicarle la noticia.

– ¿Estás bien? -preguntó Charles, que acababa de despertarse y se había asustado al verla tan pálida.

– Papá se ha ido.

No le llamaba «papá» desde que era pequeña, pero ahora que había fallecido volvía a sentirse como una niña. De repente pensó que había perdido a todos, a Victoria y a su padre. Sin embargo tenía a Charles, al que tanto quería, a Geoff y al niño que pronto nacería, aunque los dos primeros pertenecían en realidad a su hermana.


Eran las dos de la madrugada cuando Victoria despertó de repente. Se sentía muy extraña y temió que se tratara de su hijo, pero se llevó la mano al vientre y notó que se movía con norrnalidad. Era otra cosa. Cerró los ojos y vio a Olivia sentada en una silla con expresión sombría. No estaba enferma, no decía nada, pero Victoria intuyó que le sucedía algo.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó Édouard. Desde que Victoria era su chófer, le preocupaba que las sacudidas del coche al conducir por senderos tan abruptos adelantaran el parto, y sólo estaba embarazada de seis meses y medio.

– No lo sé. Ha pasado algo.

– ¿Con el niño? -inquirió con preocupación.

Victoria negó con la cabeza.

– El niño está bien… No sé lo que es. -Tenía la sensación de que Olivia estaba sentada junto a ella, intentándole decir algo, pero no la oía.

– Vuélvete a dormir -dijo Édouard con un bostezo. Tenía que levantarse al cabo de dos horas para organizar unas maniobras especiales en las trincheras-. Quizá te ha sentado mal algo que has comido o tal vez era que no había comido. Últimamente escaseaban los alimentos y siempre tenían hambre. Édouard la rodeó con el brazo, pero Victoria no logró dormir de nuevo y pasó días con el extraño presentimiento de que algo había ocurrido.

La carta de Olivia no llegó hasta principios de febrero. Fue entonces cuando Victoria comprendió lo que había sentido esa noche. Su padre había muerto. Sentía mucho no haber estado con él, pero le alegraba que no le hubiera sucedido nada a su hermana.

– Qué raro -comentó Édouard cuando ella le explicó lo ocurrido. Le inspiraba un gran respeto el vínculo especial que tenían las gemelas-. Me resulta difícil concebir que pudiera estar tan unido a alguien, excepto a ti o él-añadió mientras le acariciaba el vientre.

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