CAPITULO 30

El primer día de primavera, cuando Olivia bajó por la escalera para desayunar, Charles la contempló sonriente. Estaba adorable, pero enorme. Ambos esperaban con ilusión el nacimiento de su hijo, pero su aspecto en las últimas semanas era de lo más cómico, y la futura madre había dejado de salir a la calle. Lo más lejos que se aventuraba era ir al jardín. No cabía duda de que sería un niño grande. Charles estaba preocupado, pero no quería asustar a su mujer, sobre todo si se tenía en cuenta el historial de su madre.

– Sois unos maleducados -dijo Olivia con una sonrisa a Charles y Geoff, que se reían de ella.

Según sus cálculos, saldría de cuentas en una semana, pero el médico ya le había advertido de que era difícil establecer la fecha exacta. En cualquier caso, sabría cuándo había llegado la hora. Había decidido tenerlo en casa, pues consideraba que el hospital era para los enfermos.

– ¿ Qué vas a hacer hoy? -le preguntó Charles mientras Olivia le servía una taza de café.

Bertie había llegado esa semana se Croton para echar una mano y dormía en la habitación de invitados, pero Olivia había insistido en preparar el desayuno de su marido; era la única cosa que todavía podía hacer sin la ayuda de nadie. Incluso necesitaba a Charles para entrar en la bañera y, para salir, casi hacía falta una grúa. Bertie había acudido para atenderla cuando tuviera el niño, porque desde el fallecimiento de Henderson apenas tenía nada que hacer en Croton, y se quedaría toda la primavera con la familia Dawson.

– Había pensado salir al jardín y después sentarme en el sillón.

Prefería no tumbarse porque, si lo hacía, necesitaba que alguien la ayudara a incorporarse.

– ¿ Quieres que te traiga un libro? -preguntó Charles.

– Me encantaría. Acaban de publicar el nuevo libro de poesía de H. D., Seagarden. También podrías traerme unos rábanos en vinagre, si los encuentras.

– Los buscaré. -Le dio un beso de despedida y le acarició el vientre-. No dejes que nazca mientras estoy fuera.

Charles tenía mucho que hacer ese día y quería llegar a casa temprano. Le gustaba pasar todo el tiempo que podía con su esposa, sobre todo ahora que estaba a punto de dar a luz. Sospechaba que estaba más nerviosa de lo que quería admitir, pero se equivocaba. Olivia incluso se sorprendía de lo tranquila que estaba. Tenía el presentimiento de que el parto sería muy fácil.

Tan pronto como Charles y Geoffrey se hubieron marchado, Bertie se dedicó a lavar los platos mientras Olivia subía a la habitación en que dormiría el recién nacido para limpiarla. A primera hora de la tarde salió al jardín y, al entrar de nuevo en la casa, se fijó en lo sucias que estaban las ventanas del salón, de modo que comenzó a limpiarlas a pesar de las protestas de Bertie. Cuando Charles regresó del trabajo, la encontró arreglando la cocina.

– No sé qué le pasa -comentó Bertie-. No ha parado de limpiar en todo el día.

– Se está preparando -afirmó la cocinera.

Olivia se rió de sus palabras y fue en busca del costurero para zurcir unos calcetines. Nunca se había sentido mejor, hacía semanas que no tenía tanta energía. A Charles le alegraba verla tan en forma.

Después de cenar, cuando Geoffrey se fue a la cama, Charles y Olivia jugaron a las cartas y él ganó.

– Has hecho trampas -le acusó ella en broma.

A continuación se dirigió a la cocina para tomar un buen vaso de leche y de pronto notó un charco a sus pies. Pensó que quizá había derramado un poco de leche sin darse cuenta, pero al mirar el suelo observó que era agua y se apresuró a coger unos trapos. Charles entró minutos después y la sorprendió limpiando el suelo.

– ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces, Victoria? Deja que te ayude. -Mientras recogía el agua, Olivia no dejaba de reír. No sabía qué le hacía tanta gracia. De repente su esposa se dobló de dolor y le cogió el brazo-. ¿ Qué te ocurre?

– Acabo de romper aguas… -Olivia ya no sonreía-. Creo que voy a dar a luz.

– ¿Ahora?

– Quizá no ahora mismo, pero pronto.

Acto seguido notó una segunda contracción, esta vez más fuerte. Nadie le había dicho que sería tan doloroso. Se preguntó si habría algún problema, pues no tenía ninguna experiencia en partos ni una madre que le diera consejos. No obstante el médico había afirmado que no surgiría ninguna complicación.

– Vamos arriba -dijo Charles mientras la ayudaba a incorporarse.

Necesitaron diez minutos para subir por la escalera hasta el dormitorio.

La acompañó al cuarto de baño y la ayudó a desvestirse porque le costaba moverse. Charles salió un momento para pedir a Bertie que llamara al médico, y cuando regresó Olivia estaba muy asustada y respiraba con dificultad. Las contracciones eran cada vez más dolorosas.

– No me dejes sola -suplicó mientras le apretaba la mano.

Bertie, que apareció en ese instante, la ayudó a tenderse en la cama y a continuación preparó toallas y sábanas viejas. El ama de llaves tenía experiencia en esas lides, pero Charles no, porque cuando Susan dio a luz la dejó al cuidado de los miembros femeninos de la familia mientras él salía a emborracharse con su cuñado; cuando regresó, ya era padre. Olivia no pensaba permitir que se marchara y, cuando llegó el médico, agarraba el brazo de su marido con fuerza cada vez que tenía una contracción.

– Esto es horroroso -exclamó Olivia.

Bertie y el doctor intercambiaron una sonrisa, pero Charles estaba muy preocupado.

– ¿Cuánto durará esto?

– Probablemente toda la noche -respondió el médico con tranquilidad.

Olivia rompió a llorar al oír sus palabras.

– No lo aguantaré. Quiero ir a Croton -balbuceó entre sollozos.

De pronto se acordó de su hermana. Era como si estuviera con ella, compartiendo su dolor. Bertie se llevó a Charles de la habitación, y Olivia suplicó que volviera, pero el ama de llaves se negó a obedecerla.

– Sólo conseguirás preocuparle más. No querrás que te vea así…

– Sí quiero. Dile que venga ahora…

Bertie hizo caso omiso de sus palabras. Las contracciones eran cada vez más fuertes, y tanto el médico como Bertie la instaban a empujar con fuerza, pero no podía.

– Quiero que venga Victoria -farfulló. El ama de llaves la miró a los ojos-. Victoria…-murmuró.

– Ten cuidado con lo que dices -le susurró Bertie al oído-. Ten cuidado.

Sin embargo la joven estaba medio inconsciente y no acertó a entender sus palabras. Pasó toda la noche presa de intensas contracciones pero, cuando despuntó el alba, todavía no había dado a luz. También Bertie empezaba aacusar el cansancio. Charles, que había preparado café para ella y el médico, llamó con suavidad a la puerta y entró en la habitación para interesarse por el estado de su mujer.

– Esto es terrible -exclamó Olivia al verlo.

Se preguntaba si, después de todo, sus antiguos temores no habían sido fundados. Quizá padecía una malforma- ción congénita, como su madre, que acabaría con ella antes de que diera a luz.

– Cariño mío-susurró Charles.

El médico le indicó que aguardara en el salón. Comenzaba a inquietarse por su paciente, aunque no compartió su preocupación con nadie. Cuando Charles se disponía a marcharse, su esposa le llamó a voz en grito, de modo que se acercó a élla.

– Le agradecería que nos dejara solos -insistió el médico.

– No pienso irme. Es mi mujer y me quedaré a su lado -replicó ante la sorpresa de todos.

Las palabras de Charles animaron a Olivia, que empezó a empujar con renovada energía. Él le cogió la mano y la instó a pujar con fuerza, pero la criatura no salía. Al final el médico introdujo la mano en su interior y anunció que el niño se encontraba en mala posición.

– Tendré que darle la vuelta.

Charles estuvo a punto de llorar al oír los gritos de Olivia, pero poco a poco el niño comenzó a moverse. Tal como temía era demasiado grande, y se preguntó por qué el médico no la había obligado a ingresar en el hospital o al menos la había advertido de las dificultades del parto.

– No puedo más -se lamentó Olivia.

Charles deseaba tomarla en sus brazos y huir de allí, pero de pronto el rostro de Olivia se retorció de dolor y oyeron llorar al bebé. Era una hermosa niña.

– Bueno, no ha sido tan terrible después de todo -dijo el médico.

Olivia hizo una nueva mueca de dolor, y Charles la contempló asustado.

– ¿ Qué sucede? -preguntó.

– Pasa algunas veces, es la placenta -explicó el doctor.-Expulsarla puede resultar incluso más doloroso que parto.

Olivia seguía gritando.

– Otra vez no… por favor…

– No creo que sea eso…-observó Bertie.

– Ahora expulsará la placenta -afirmó el médico.

Olivia empezaba a sangrar y empujar de nuevo.

– ¿Es esto normal? -preguntó Charles, que en ese instante vio asomar una minúscula cabeza-. Empuja, Victoria, empuja, vamos a tener otro.

– ¿Qué dices? Dios mío…

Olivia pujó con más fuerza y salió otra niña, seguida y una sola placenta. Eran gemelas idénticas, como ella y Victoria. La madre las contempló con incredulidad y comenzó a reír.

– No me lo puedo creer.

Eran poco después de las diez de la mañana. La hemorragia casi se había detenido, y Olivia sostenía una niña en cada brazo.

– Te quiero mucho -le susurró Charles. Le dio un beso y luego tomó a las criaturas en brazos para enseñárselas Geoff.

Mientras tanto, el médico aplicó unos puntos a Olivia y Bertie le lavó el cuerpo y la cara con agua perfumada.

Cuando el doctor se hubo marchado, Bertie miró a joven y sonrió.

– ¿Qué has hecho, chiquilla?

Olivia sabía muy bien a qué se refería, y le sorprendía que no la hubieran descubierto antes.

– Me obligó.

Bertie asintió y se rió.

– ¿También te obligó a hacer esto?

– La verdad es que no -respondió Olivia feliz.

– ¿Dónde está?

– En Europa.

Antes de que pudiera dar más detalles, Charles entró con Geoff.

– Son una preciosidad, tía…-Enseguida se corrigió-. Victoria.

Olivia le dio un beso.

– Dice tu padre que son iguales que tú cuando eras pequeño.

Geoff se marchó para comunicar la noticia a los vecinos, y Bertie se llevó a las niñas para bañarlas, de modo que Charles se quedó a solas con su esposa.

– Lamento haberte hecho pasar por este calvario. -Se sentía orgulloso y culpable a la vez.

– No me importaría repetir la experiencia. No ha sido tan terrible.

Charles la miró asombrado.

– ¿Cómo puedes decir eso?

– Ha valido la pena.

– Dudo de que sobreviva a sus trucos y artimañas. Tu padre decía que jamás consiguió distinguiros.

– Yo te enseñaré -aseguró Olivia.

Unos minutos más tarde Bertie entró con las niñas y las acomodó en los brazos de su madre. No podía evitar preguntarse qué haría Olivia cuando Victoria regresara de Europa.


– Esa noche, en Chalons-sur-Marne, Victoria dormía plácidamente cuando de pronto se sintió como si la atravesaran con un cuchillo candente. Profirió un grito y se incorporó al instante. Entonces comprendió que era Olivia a la que estaban apuñalando. Su hermana no dejaba de chillar, y se tapó los oídos con las manos. Minutos después le acometió un fuerte dolor y notó que estaba empapada. Édouard despertó e intentó tranquilizarla.

– Eh… petite… arréte… es una pesadilla… ce n'est qu'un cauchemar, ma chérie.

– No sé qué me pasa… -susurró en la oscuridad.

Édouard encendió la luz y observó que Victoria yacía en medio de un charco de agua y sangre y se apretaba el vientre.

– Ça vient maintenant? ¿ Ya viene? -A menudo le hablaba en francés cuando estaba medio dormido. Victoria asintió con expresión asustada-. Iré a buscar al médico.

– No… No me dejes -suplicó.

A diferencia de su hermana, Victoria tenía mucho miedo al parto. Sólo deseaba que Édouard estuviera a su lado.

– He de avisarle… No tengo ni idea de cómo traer un niño al mundo.

– No te vayas, por favor -rogó Victoria mientras se retorcía de dolor por una nueva contracción-. Ya viene…lo sé…Édouard, no te vayas.

– Por favor, cariño, necesitas ayuda. Traeré una enfermera y a Chouinard. -Era el mejor cirujano del hospital.

– No les quiero a ellos -exclamó ella aferrándose a su muñeca-, sino a ti…-A continuación balbuceó-: Estaba soñando que Olivia tenía un niño.

– Eso es algo que ella no puede hacer por ti, y yo tampoco -repuso Édouard con dulzura-. Ojalá pudiera absorber yo tu dolor.

Él sabía que podía seguir así durante horas y estaba decidido a buscar ayuda, de modo que se levantó para ponerse la camisa.

– Ya viene, Édouard… Lo noto… ya viene.

Él se asustó al ver cómo sangraba. Comenzó a gritar, pero esa noche estaban solos en la casa, pues los demás se hallaban de servicio.

– Volveré pronto -repitió.

Sin embargo Victoria no le permitió marchar. Tenía miedo de quedarse sola. Édouard se sentó a su lado y le cogió la mano. En ese mismo instante, en Nueva York Olivia sintió una nueva contracción. Charles dijo en broma que esperaba que no fueran trillizos, y Bertie repuso que en ocasiones se tenían contracciones después del parto. Olivia apoyó la cabeza sobre la almohada y comenzó a soñar con su hermana.

– Édouard, por favor… -exclamó Victoria de nuevo mientras se acercaba al borde de la cama. Él no entendía qué pretendía hacer-. Tengo que empujar…

– Agárrate a mí -indicó Édouard.

Sentada, Victoria empujó con fuerza y después se desplomó sobre el lecho. No sabía qué hacer para expulsarlo. Édouard la instó a empujar tumbada. Victoria obedeció y se sintió mejor. Lo intentó de nuevo y de pronto asomó una cabecita.

– Dios mío… -exclamó Édouard-. Ya viene. Sigue empujando.

Le sujetó las piernas mientras ella pujaba. La criatura salió por fin y comenzó a llorar. Édouard la cogió en brazos con cuidado para enseñársela a la madre.

– Mira.,. -Las lágrimas rodaban por el rostro de Victoria, que no acababa de creer lo que había sucedido en cuestión de minutos. Era igual que Édouard-. Es tan guapo…

Era una bendición que en un lugar cercado por la pena y la muerte les visitara un ángel.

– Es lo más hermoso que he visto en mi vida -afirmó Édouard-, con excepción de su madre.Je t'aime, Victoria, más de lo que puedas imaginar.

Depositó al niño junto a ella y fue a buscar toallas. Era lo más extraordinario que había visto nunca. Victoria había dado a luz en menos de una hora.

– Lo has hecho muy bien. -Victoria sonrió

– Lamento haberme asustado tanto… me sorprende que haya ido tan rápido. -El parto había sido más fácil de lo que pensaba-. Gracias a Dios que no hemos tenido gemelos.

– Creo que me habría gustado -dijo Édouard. Encendió un cigarrillo y le ofreció otro a Victoria, que esta vez no lo aceptó porque todavía se sentía débil. El niño ya estaba mamando. Édouard los contempló y pensó que Victoria debía regresar a casa, ése no era lugar para criar a un bebé. Retiró un mechón de su cara mientras yacía en la cama desnuda con su hijo, cubierta tan sólo por una manta del ejército.

– ¿Qué nombre le pondremos al futuro barón? -preguntó Édouard.

– ¿Qué te parece Olivier Édouard? Olivier por mi hermana, y Édouard por ti y mi padre.

– ¿ Comunicarás la noticia a tu marido?

Habían decidido que debían informar a Charles, pues de lo contrario ignoraría la verdad durante años y Olivia permanecería atrapada para siempre en el papel de su hermana. Victoria tenía previsto escribir a Olivia. Estaba segura de que sería un alivio para ella, aunque Charles se pondría furioso. Detestaba dejar que se enfrentara sola a la situación, pero no deseaba regresar a Estados Unidos. A pesar de todo, pensaba en ella con frecuencia y deseaba poder mostrarle a su hijo. Hubiera dado cualquier cosa por poder abrazarla.

Pese a la alegría que le produjo el nacimiento de su hijo, pasó dos días en la cama llorando. Por primera vez en diez meses, añoraba su hogar.

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