Charles Dawson y su hijo Geoffrey llegaron a Croton- on- Hudson en un soleado día de otoño de finales de noviembre. Hacía frío, las chimeneas estaban encendidas y se notaba la proximidad del invierno. La cocinera acababa de sacrificar un pavo, pues era la víspera del día de Acción de Gracias…
Edward estaba en Tarrytown, y Victoria había salido a cabalgar sola, como solía hacer últimamente. La casa parecía vacía cuando llegaron, pero Olivia les divisó desde la ventana de la cocina. Se limpió las manos en el delantal y salió corriendo para recibirles sin ponerse un abrigo. Estaba tan contenta de ver a Charles que quería abrazarle y darle un beso. Se preguntó si podría hacerlo algún día, cuando fueran como hermanos. En lugar de besarle, le estrechó la mano y le dijo cuánto se alegraba de que por fin los visitara. Después miró a Geoffrey y sintió que el corazón le daba un vuelco. Era como si ya se conocieran, como si ya hubiera formado parte de su vida alguna vez. Se incli- nó para tenderle la mano con solemnidad.
– Hola Geoffrey, soy Olivia, la hermana de Victoria. -Al mirar de reojo a Charles, comprendió que todavía no había comentado nada al chiquillo. Era evidente que primero quería hablar con Victoria y cerciorarse de que podían seguir adelante con el plan-. Victoria y yo somos gemelas -explicó, y se dio cuenta de inmediato del efecto que habían causado sus palabras al muchacho-. Somos dos gotas de agua, no podrás distinguirnos.
– Seguro que sí -afirmó el niño con una mirada pícara.
– Si nos hacemos amigos, te contaré un secreto para que puedas diferenciarnos -prometió Olivia con tono de complicidad mientras lo conducía de la mano a la cocina para que probara unas galletas recién salidas del horno.
– Me hubiera ido bien conocer ese secreto en Nueva York -intervino Charles-; ¿por qué no me lo explicaste?
– Jamás se lo hemos revelado a nadie, pero Geoffrey es especial.
Miró al chiquillo y puso una mano sobre su hombro. No sabía qué le había impulsado a hacerlo, pero se sentía muy unida a él, como si hubiera venido a ella por alguna razón, Quizá fuera su premio de consolación, el pequeño que alegraría su espíritu ahora que sabía que nunca tendría hijos. Cuando falleciera su padre, sería demasiado tarde para casarse. Sí, siempre había afirmado que se quedaría en Croton para cuidar de él, pero no eran más que palabras; ahora, en cambio, tenía la certeza de que ése era el futuro que le aguardaba.
– ¿Nadie más lo sabe? El niño estaba muy intrigado y se sentía halagado.
– Sólo lo conoce Bertie -respondió Olivia, que acto seguido le presentó al ama de llaves.
Unos minutos más tarde condujo a los recién llegados a sus habitaciones y deshizo su equipaje. Media hora después Charles y Olivia se reunieron en el salón mientras Geoffrey ayudaba a Bertie.
– Es una criatura encantadora -comentó ella con una sonrisa.
Charles la miró un instante en silencio y se dirigió a la ventana para contemplar el jardín con expresión triste. Era difícil adivinar en qué pensaba.
– Se parece mucho a su madre -afirmó Charles con voz queda mientras se volvía hacia Olivia-. ¿Cómo va todo? -preguntó con verdadero interés, lo que era todavía más doloroso para ella.
La joven deseó que los demás llegaran pronto. -Bien, hemos estado bastante ocupados.
Se abstuvo de explicar que Victoria había estado enferma y se preguntó si ya lo sabía.
– ¿Has tenido que rescatarla de prisión otra vez?
Charles y Olivía comenzaron a reír, y en ese momento Victoria entró en el salón con el traje de montar, las botas llenas de barro y el cabello alborotado.
– A mí no me parece tan gracioso -dijo.
– Ha llegado Charles -Comentó Olivia algo nerviosa, y Victoria la miró con indignación.
– Ya lo veo. Por cierto; no me hace ninguna gracia recordar lo que ocurrió después de la manifestación en Nueva York -informó. Charles y Olivia se miraron como dos niños que acabaran de recibir una reprimenda.
– Lo siento Victoria -repuso Charles con amabilidad mientras le tendía la mano-, ¿ Qué tal el paseo a caballo? -Dawson se esforzaba por congraciarse con ella, pero la joven le trató con suma frialdad. Cuando ella subió a cambiarse para la cena, dijo-: No parece muy contenta.
– Lo cierto es que lo ha pasado bastante mal desde que nos fuimos de Nueva York. -No estaba segura de cuánto sabía Charles y no quería ser ella quien se lo explicara-. Además ha estado enferma.
– Supongo que esto no es fácil para ella, yo también estoy un poco nervioso, pero creo que será bueno para Geoffrey.
– ¿De verdad lo haces por él?
En realidad quería preguntarle si ésa era la única razón, pero no se atrevía. No le conocía lo suficiente.
– No puedo criar a un niño como Dios manda sin la ayuda de una madre-respondió sin mirarla a los ojos.
– Mi padre lo hizo -aseguró Olivia, y Charles rió.
– ¿No te parece bien que me case con tu hermana?
– No he dicho eso, pero deberían existir otras razones.
– Seguro que las habrá cuando nos conozcamos mejor. Ambos asintieron y en ese momento Victoria bajó por la escalera con Geoffrey.
– Sois idénticas -exclamó el chiquillo con expresión fascinada.
– Lo sé. ¿Cómo te llamas?
– Geoffrey -respondió sin un ápice de timidez. -¿Cuántos años tienes? -inquirió Victoria.
El chiquillo presintió que en realidad no le interesaba saberlo. Era muy intuitivo y empezaba a sospechar que, a pesar del parecido físico, las gemelas eran muy diferentes.
– Nueve -contestó.
– ¿No eres demasiado bajo para tu edad?
– Qué va. Soy más alto que mis compañeros -explicó Geoffrey con paciencia.
– No sé mucho sobre niños.
– Olivia sí. Por eso me gusta.
– A mí también -repuso Victoria, que se acercó a su hermana.
El parecido entre ellas era sorprendente, como si fueran dos copias de la misma persona; el cabello, los ojos, la boca, el vestido, los zapatos, las manos, la sonrisa, todo era idéntico. Geoffrey entrecerró los párpados y las observó con detenimiento. Al cabo de unos minutos, ante la sorpresa de todos negó con la cabeza.
– Yo no creo que os parezcáis en nada -afirmó en tono serio, y todos rieron, incluido su padre.
– El lunes le llevaré al oculista -comentó.
– Es verdad, papá, míralas -insistió el chiquillo.
– Lo he hecho muchas veces y siempre quedo en ridículo cuando intento diferenciarlas. Si tú eres capaz de distinguirlas, te felicito; yo no puedo.
En realidad, a veces sí lo conseguía, pero no siempre.
Cada una le producía una sensación distinta, pero si sólo las miraba, sin pensar, sin «sentirlas», no lograba diferenciarlas. A eso se refería Geoffrey, aunque para Charles se trataba de algo visceral y sensual.
– Ésa es Olivia -dijo el muchacho señalándola sin dudar-, y ésa, Victoria.
Las gemelas cambiaron varias veces de sitio, y Geoffrey siempre acertaba. Todos le miraban sorprendidos, incluso Victoria, que no soportaba a los niños, hecho que Olivia le había recomendado no mencionar esa noche. «¿Por qué no? -había preguntado Victoria con malicia-. Quizás así no se case conmigo.» Su hermana le había recordado que, si no contraía matrimonio, su padre la encerraría en un convento, de modo que Victoria decidió seguir su consejo. Apenas abrió la boca durante toda la velada, ni siquiera cuando llegó su padre y se sentaron a cenar. Fueron Olivia y Charles quienes llevaron la mayor parte de la conversación.
– ¿Por qué no te casas tú con él? -preguntó Victoria a su hermana esa noche cuando estaban en la cama-. Es evidente que te sientes muy a gusto a su lado.
– Pero yo no tengo una reputación que salvar. Además, nuestro padre quiere que me quede aquí para que me ocupe de la casa -respondió sin rodeos. Edward había dejado muy claro qué esperaba de ellas, y que Olivia se desposara no entraba dentro de sus planes. Decidió cambiar de tema-. Geoffrey es un encanto, ¿no te parece?
– No lo sé, no me he fijado. Ya sabes que no me gustan los niños.
– Está fascinado con nosotras -observó Olivia con una sonrisa al recordar la facilidad con que el chiquillo las diferenciaba.
Tenía la impresión de que había establecido un vínculo con él, y Geoffrey parecía sentir lo mismo por ella, o quizá por las dos hermanas, pues se notaba que también le gustaba Victoria, aunque ésta no le hubiera prestado mucha atención.
Esa noche Geoffrey había cenado en el salón del desayuno con Bertie, que estaba encantada de tener un niño en casa, al igual que Edward, quien se lo llevó de paseo al día siguiente antes de comer. Olivia se unió a ellos al ver que Victoria salía al jardín con Charles. No quería interrumpirles, tenían muchas cosas de que hablar. Esperaba que su hermana no ofendiera al abogado, porque si lo hacía y él se negaba a casarse, su padre se disgustaría aún más.
– Sé que no es muy normal-comentó Charles a Victoria mientras paseaban-. Cuando tu padre me lo comentó, me pareció un disparate, pero lo cierto es que ahora me gusta la idea, tiene mucho sentido para mí, por Geoffrey.
– ¿Es ésa la única razón por la que has aceptado? -inquirió Victoria sin rodeos. No entendía que un hombre tomara una esposa que no le amaba.
– Es la razón principal. No es justo para él que yo esté solo, hasta tu hermana lo dijo un día en Nueva York, cuando apenas nos conocíamos.
Estaba muy enamorado de su madre -añadió. Era evidente que el recuerdo le resultaba doloroso-. Jamás habrá nadie como ella, nos conocíamos desde niños. Susan era muy impulsiva y fantasiosa, siempre estaba riendo, y también era muy obstinada, como tú, supongo. -Su mirada se nubló-. Fue su tozudez lo que acabó por matarla, junto con su pasión por los niños.
– Mi padre me explicó que falleció en el Titanic-comentó Victoria.
Se mostraba interesada, pero no tan compasiva como su hermana. Sin embargo, a Charles le resultaba más fácil confiarle sus sentimientos, pues Olivia era tan sensible que, cuando se sinceraba con ella, a veces se le llenaban los ojos de lágrimas.
– Sí. Iba a subir a un bote salvavidas con Geoffrey, pero cedió su puesto a un niño. Me cuesta creer que no hubiera un lugar para ella, estoy convencido de que se quedó con el propósito de ayudar a las criaturas que aún estaban en el barco. La última persona que la vio aseguró que llevaba un chiquillo en brazos… Doy gracias a Dios porque no fuera Geoffrey. -Hizo un pausa antes de añadir-: Era una mujer extraordinaria.
– Lo siento mucho -dijo Victoria con sinceridad. -Me imagino que tú hubieras hecho lo mismo -comentó Charles.
Victoria negó con la cabeza. -Tal vez Olivia, pero yo no. Soy demasiado egoísta, y no sé tratar a los niños.
– Ya aprenderás. ¿Y qué hay de ti? Tengo entendido que rompiste tu compromiso, aunque todavía no era oficial.
– Podríamos decirlo así. -Se había acostado con un hombre casado, pero era más bonito expresarlo como lo hacía Charles-. ¿Te contó eso mi padre?
– No. -No quería herir sus sentimientos. Lo cierto era que Edward se había mostrado bastante sincero con él-. Creo que el asunto fue un poco desagradable al final, pero no te preocupes, no albergo ninguna ilusión romántica sobre nuestra relación, aunque supongo que podríamos ser buenos amigos. Yo necesito una madre para Geoffrey, y tú un refugio hasta que pase la tormenta. -Había oído algunos rumores sobre ella y Toby, pero no sabía qué había sucedido exactamente. Sólo tenía constancia de que Victoria había flirteado con un hombre casado y hubo promesas que no se cumplieron, pero desconocía los detalles e ignoraba lo del aborto-. De hecho tenemos más suerte que otras personas. Como no nos hacemos ilusiones, no veremos frustrados nuestros sueños ni nos sentiremos decepcionados. En realidad lo único que espero es que seamos amigos.
No se imaginaba enamorado otra vez, ni siquiera aceptaba los sentimientos contradictorios que Victoria despertaba en él.
– ¿Por qué no contratas a un ama de llaves? -preguntó ella.
Charles rió ante la simplicidad de la propuesta. -Supongo que te extraña que desee casarme con una mujer que no me ama. Lo cierto es que no deseo enamorarme otra vez; no soportaría volver a perder a la persona a la que quiero.
– ¿ y si al final acabamos enamorándonos? -preguntó Victoria más por llevar la contraria que porque lo considerara posible.
– ¿Acaso crees que podría ocurrir? -inquirió con franqueza, consciente de la indiferencia de la muchacha hacia él-. ¿ Me encuentras irresistible? ¿Sospechas que podrías enamorarte de mí?
– La verdad es que no -respondió Victoria con una sonrisa. Charles no le resultaba atractivo, pero era agradable-. No corres ningún peligro.
– Perfecto. Si contratara a un ama de llaves, no tendrías un marido o, al menos, no sería yo, de modo que deberías buscar a otro, lo que podría resultar complicado. Esto es más sencillo, pero hay algo que quisiera dejar claro -advirtió.
– ¿ Qué? -preguntó Victoria con suspicacia.
– Me gustaría que evitaras que te arrestaran -respondió Charles con un brillo malicioso en los ojos-. Como abogado, me resultaría un tanto embarazoso.
– Lo intentaré -prometió con una leve sonrisa. Victoria se planteó cómo sería la vida en Nueva York y qué ocurriría cuando se encontrara con Toby de nuevo. En esos momentos le odiaba y hubiera deseado arrancarle los ojos o cortarle el cuello. Miró a Charles con semblante muy serio y añadió-: Sin embargo no dejaré de asistir a las conferencias del movimiento sufragista. Soy feminista y, si eso te molesta, lo lamento.
– No te preocupes. Creo que es muy interesante, y me parece lógico que defiendas tus ideas políticas.
– No sé por qué haces esto.
Charles la observó, admirado de su belleza. Sabía que era impetuosa, y una parte de él deseaba domarla. Casarse con ella representaba un reto, sobre todo porque Victoria no le quería.
– Yo tampoco lo sé -admitió-. Quizá me mueven muchas razones tontas, pero ninguna peligrosa. -Mientras se encaminaban hacia la casa, el abogado se animó a formular la última pregunta. Ninguno de los dos se mostraba entu- siasmado por el paso que iban a dar, pero les convenía seguir adelante-. ¿Cuándo quieres que se celebre la boda?
Cuanto más tarde, mejor, deseó responder Victoria, pero no lo hizo.
– Esperemos un tiempo, no hay prisa. -De ese modo nadie pensaría que se casaba porque estuviera embarazada-. ¿ Qué te parece en junio?
– Estupendo. Geoffrey ya habrá acabado el colegio y tendréis la oportunidad de conoceros mejor. ¿ Has pensado en la luna de miel? -inquirió con naturalidad, aunque era la conversación más extraña que habían mantenido jamás-. ¿Te gustaría realizar un viaje?
– Pues sí -respondió Victoria con indiferencia.
– ¿ Qué tal California?
– La verdad es que prefiero Europa.
– No quiero subir a un barco -repuso Charles. Sus razones eran obvias.
– Pues yo no quiero ir a California -replicó Victoria, que no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.
– Bien, ya hablaremos de ello más adelante.
– De acuerdo.
Charles y Victoria se miraron. No había ningún sentimiento en su relación, nada de amor por parte de ella y sólo cierto deseo por parte de él. Las razones que les llevaban a casarse eran las más extrañas que podían concebirse; él necesitaba una madre para su hijo, y ella, un marido que le ayudara a limpiar su nombre. Eso era todo cuanto podían ofrecerse el uno al otro. Caminaron hasta la casa en silencio.
El fin de semana transcurrió mejor de lo que todos esperaban, lo que no dejó de sorprender a Edward. Victoria se mostraba agradable, aunque apenas conversaba con Charles y no dirigía ni media palabra a Geoffrey. Por fortuna el niño estaba encantado con Olivia, y Charles tuvo la oportunidad de conocer mejor a su futuro suegro.
A pesar de que a Olivia le resultaba doloroso pasar tanto tiempo con el abogado, disfrutaba en compañía de Geoffrey. El sábado le prestó su caballo favorito, Sunny, y fueron a cabalgar. El domingo, mientras estaban sentados en una roca en medio del campo, le enseñó la peca que tenía en la palma de la mano derecha. Era tan minúscula que había que aguzar la vista para distinguirla. Olivia le hizo prometer con solemnidad que no se lo contaría a nadie, ni siquiera a su padre, y le explicó:
– Cuando éramos pequeñas solíamos engañar a todos haciéndonos pasar la una por la otra. Era muy divertido, y nadie se daba cuenta, excepto Bertie, claro está.
– ¿Engañaréis también a mi padre? -preguntó interesado, y Olivia se rió.
– Claro que no, sería muy cruel. Lo hacíamos cuando éramos pequeñas.
– ¿ y no lo habéis vuelto a hacer? -preguntó con gran asombro.
Era un niño muy listo para su edad y estaba encantado con su nueva tía. El día anterior le habían comunicado que su padre y Victoria iban a casarse y, aunque le sorprendió la noticia, no se mostró demasiado preocupado.
– Sólo lo hemos hecho algunas veces desde que somos mayores, por lo general con gente que no nos gusta, o cuando una tiene que hacer algo que no le apetece.
– ¿Como ir al dentista? -No, para eso no, pero sí para una cena muy aburrida a la que una ha aceptado asistir, aunque solemos ir juntas a ese tipo de actos.
– ¿ Echarás mucho de menos a Victoria cuando venga a vivir con nosotros?
– Sí -respondió con tristeza, no quería pensar en ello mucho. -Tendréis que visitarme con frecuencia, especialmente tú.
– Me encantaría -afirmó Geoffrey al tiempo que le cogía la mano. Le gustaba mucho Olivia-. No diré a nadie lo de la peca.
– Será mejor que no lo hagas -repuso Olivia. Por un momento pensó en lo bonito que sería ser su madre y concluyó que Victoria era muy afortunada.
Geoffrey y Olivia caminaron hasta la casa, y esa tarde Charles y su hijo regresaron a Nueva York, no sin antes prometer que volverían en Navidad, lo que hacía mucha ilusión a Geoffrey. Olivia aseguró que por esas fechas ce- lebrarían una fiesta, la primera después del anuncio del compromiso de Charles y Victoria, que se produciría la semana siguiente, e invitaría a todos sus amigos de Hudson.
Su padre estaba satisfecho, y Victoria, exhausta, pues había sido un fin de semana duro, pero no tan terrible como había sospechado. Esa noche se acostó temprano, y Olivia permaneció sentada junto a la chimenea, reflexio- nando. Le resultaba extraño pensar en Victoria, Charles y Geoffrey como una unidad familiar, mientras que ella se había convertido en una solterona.