CAPITULO 20

Olivia estaba aturdida. Sin saber qué hacer, se paseaba por la casa pensando en su hermana. A pesar de que tenía miedo de ver a Geoffrey y Charles, tenía ganas de que volvieran porque se sentía sola y abandonada sin Victoria. Nun- ca se había acostumbrado a estar separada de ella.

Cuando Geoffrey y Charles regresaran, tendría que realizar la mejor actuación de su vida. Tenía consigo las cartas para Geoff y su padre, e incluso una para ella misma en la que explicaba por qué se había marchado a California. Se suponía que esa misma tarde había tomado el tren con destino a Chicago.

Cuando Charles llegó, se dirigió al dormitorio, donde Olivia le aguardaba, y se asustó al ver la expresión de su rostro. Adivinó de inmediato que había pasado algo malo y se acercó a ella.

– ¿Estás enferma? -preguntó al advertir que estaba muy pálida-. ¿Qué sucede?

– Es Ollie. -Charles supo que no podía tratarse de un accidente, pues de ser así su esposa estaría a su lado en el hospital. A pesar de ser tan fría con todos, adoraba a su hermana-.Se ha ido.

– ¿Ha vuelto a casa? -inquirió sorprendido-. ¿Eso es todo? -Por la expresión de la mujer a la que él consideraba su esposa se habría dicho que su hermana había muerto. Tenía que haber algo más-. ¿Habéis discutido? -Se pasaba todo el día peleándose con él, quizá también había reñido con Ollie, pero ella negó con la cabeza. Se sentía tan sola sin Victoria que le resultaba fácil fingir que estaba desconsolada-. ¿ Está tu padre enfermo? -le preguntó.

Olivia negó una vez más y le entregó la carta. En ella explicaba que, aunque le partía el corazón, necesitaba marcharse unos meses, que su vida era demasiado dura en esos momentos, echaba de menos a Victoria y se asfixiaba en la casa de Croton. Le convenía reflexionar e incluso se había planteado ingresar en un convento.

– iDios mío! ¡Es terrible! -Charles cogió su cartera y añadió-: Llevo suficiente dinero, me iré a Chicago ahora mismo y la detendré. Esto matará a tu padre.

Olivia confió en que su predicción se revelara errónea; ella también tenía miedo de que el disgusto acabara con él.

– Cuando llegues a Chicago, ya habrá tomado el tren hacia California. -No quería que Charles perdiera el tiempo buscando a su hermana por todo el país cuando estaba cómodamente instalada en un camarote-. No la encontrarás.

Él sabía que tenía razón y se sentó con expresión apesadumbrada a su lado. Le asombraba que Olivia actuara así, no era propio de ella. Si hubiera conocido a su mujer mejor de lo que la conocía, habría adivinado que tenía algo que ver en todo esto.

– ¿Sabes adónde ha ido? ¿Con quién puede estar?

A Olivia se le encogió el corazón al advertir su preocupación.

– Es muy reservada cuando quiere -respondió, y rompió a llorar. Pensaba en su hermana, a la que no vería en tres meses. No necesitaba fingir.

– Dios mío. -Charles la rodeó con el brazo-. Lo siento mucho. Quizá cambie de opinión y vuelva dentro de unos días. Es mejor que no digamos nada a tu padre de momento.

– No sabes lo tozuda que es, Charles. No es como aparenta.

– Eso parece -repuso con tono de desaprobación-. ¿Crees que tu padre ha sido muy estricto con ella desde que te marchaste? Siempre he considerado injusto que se quedara allí con él, sin amigos, vida social ni pretendientes. Nunca va a ninguna parte, pero a él no parece importarle. Sólo desea que esté a su lado y le cuide. Quizá por eso ha decidido marcharse.

– Quizá. -Olivia nunca se lo había planteado de ese modo, y hubo de reconocer que tenía razón-. En todo caso, si planea estar ausente unos meses, lo hará. Ha dejado una carta para nuestro padre. Pensaba llevársela mañana.

– ¿No crees que convendría esperar unos días?

– Le conozco muy bien. Opino que debemos informarle.

– Mañana te llevaré a Croton. ¿ No te comentó nada anoche? ¿Algo que dejara entrever sus intenciones?

– Nada -respondió Olivia.

Charles no le dijo que los suicidas solían comportarse así. Quizás era mejor que se hubiera marchado y no cometiera una locura de otra índole. Se compadecía de su mujer, la veía tan frágil y dolida que le recordó a su hermana.

La joven se sintió aún peor cuando explicaron a Geoff que Olivia se había ido y le entregaron la misiva que le había escrito.

– Se ha ido igual que mamá -dijo entre sollozos-. Nunca volverá, lo sé.

– Sí volverá. Recuerda lo que te dijo esta mañana; que pasara lo que pasara, jamás te abandonaría y siempre te querría. -Geoff no le preguntó cómo lo sabía, y Olivia se prometió tener más cuidado en el futuro-. No te mintió, Geoff; te quiere mucho, eres como un hijo para ella, como el hijo que nunca tendrá.

Esa noche Olivia subió a su dormitorio, se tumbó en la cama junto a él y le dijo que su madre también habría vuelto con él si hubiera podido.

– Mi madre podría haber vuelto si hubiera querido, pero no lo hizo -replicó furioso.

– ¿ Qué quieres decir?

Susan había muerto, no le había abandonado.

– No tenía por qué ceder su asiento, podía haber subido al bote conmigo.

– Salvó la vida de otra persona, lo que demuestra que era muy valiente.

– Todavía la echo de menos -susurró.

No era la clase de confesión que solía hacer a Victoria, pero estaba tan desconsolado por la partida de Olivia que le abrió su corazón. Ella le acarició la mano.

– Ya lo sé, y también sé que añoras a Ollie tanto como yo…Quizá podamos ser amigos.

Geoffrey la miró con expresión inquisitiva y Olivia volvió la cara al tiempo que se repetía que no debía mostrarse demasiado afectuosa. Unos minutos más tarde le dio un beso de buenas noches y se reunió con Charles. Había sido una noche muy dura, todo gracias a su hermana.

– ¿Cómo está? -preguntó él.

Le preocupaba que Geoff hubiera perdido a otra figura materna, No podía decirse que Victoria hubiera actuado como una buena madre hasta ahora, aunque esa noche le agradecía que se hubiera mostrado tan cariñosa con el niño.

– Está muy disgustado, y es lógico. No entiendo por qué Olivia ha hecho algo así.

Estaba exhausta y deseó que su hermana se mareara en el barco, se lo merecía. De pronto se dio cuenta de que todo aquello era una locura y decidió que al día siguiente se lo contaría a su padre.

– ¿ Crees que es posible que estuviera enamorada de alguien?

Olivia rió. El único hombre que la había atraído estaba casado con su hermana.

– No le interesan los hombres. Además. es muy tímida.

– No como tú, querida mía -dijo él con tono sarcástico.

– ¿ Qué insinúas?

Olivia sabía que era la clase de respuesta que hubiera dado su hermana.

– Ya sabes a qué me refiero; no puede decirse que nuestra relación rezume romanticismo.

– No sabía que esperaras eso.

– Lo que no esperaba era que nuestra relación acabara así, y supongo que tú tampoco -musitó Charles con tristeza, y se sorprendió al advertir que ella lo miraba con expresión compasiva. Decidió cambiar de tema, su esposa ya había sufrido bastante para enzarzarse ahora en una discusión. Además, no tenía sentido, su matrimonio era un fracaso-. ¿ Así pues, visitarás a tu padre mañana?

– Sí. ¿Te importaría llevarme? -Esperaba que no se negara, porque ella no sabía conducir.

– En absoluto. ¿Te molesta que nos acompañe Geoffrey?

Sabía que el niño la ponía nerviosa y ya estaba bastante disgustada por lo de su hermana.

– Claro que no -se apresuró a responder ella.

Charles había detectado cierto cambio en su mujer. Parecía que la marcha de su hermana la había enternecido, la notaba más vulnerable.

Esa noche a Olivia le costó conciliar el sueño. Llevaba el camisón de Victoria y se había alejado lo máximo posible de Charles. Era la primera vez que dormía con un hombre y, si no hubiera estado tan asustada, se habría reído, pero tenía miedo de que él descubriera que le había engañado y la echara de su casa. Sin embargo Charles la contemplaba en la oscuridad, sin atreverse a acercarse a ella. Estaba tumbada de espaldas a él, y sospechaba que lloraba. Al final posó la mano sobre su hombro y susurró:

– ¿Estás despierta? -Oliva asintió-. ¿Te encuentras bien?

– Más o menos. No dejo de pensar en mi hermana. -Era cierto, na había hecho otra cosa desde esa mañana.

– No le ocurrirá nada malo, es una persona muy responsable. Volverá cuando se sienta mejor.

– ¿ Y si le pasa algo?

– No le pasará nada -afirmó él-. Los indios de esa zona son bastante civilizados. De hecho me parece que la mayoría trabaja en circos. Además, hace nueve años que no se produce ningún terremoto en esa región. Creo que sobre- vivirá.

– ¿ Y si hay un terremoto? ¿ O un incendio? ¿ O una guerra?

– ¿En California? No lo creo posible. -La atrajo hacia sí y advirtió que, en efecto, estaba llorando. Parecía una niña pequeña-. Tranquilízate y procura dormir. Quizá tu padre contrate a un detective para que la localice y la traiga a casa.

Olivia no podía decirle que jamás la encontrarían porque se hallaba muy lejos de Califomia. En ese momento se le ocurrió que enviaría un telegrama al barco para comunicar a Victoria que había cambiado de opinión y débía volver. Se angustió al recordar los submarinos alemanes que bloqueaban la costa de Inglaterra y, una vez más, se preguntó por qué la había dejado partir. A pesar de su preocupación, se sentía confortada por la proximidad de Charles. Percibía el olor a jabón y colonia que despedía. Era evidente que se había afeitado antes de acostarse, lo que consideró un detalle muy agradable. También notaba el calor de su cuerpo y la presión de sus brazos. De repente se apartó y le miró avergonzada. Al fin y al cabo era su cuñado, no su marido.

– Lo siento.

– No pasa nada.

Charles se había sentido complacido de tenerla abrazada por unos minutos. Ella se colocó en el otro extremo de la cama y, al poco tiempo, los dos se quedaron dormidos.

A la mañana siguiente se levantaron y no volvieron a verse hasta la hora del desayuno. Geoffrey, que seguía disgustado, se negaba ir a Croton, pero no tenía otra opción, pues la cocinera y la sirvienta tenían el día libre y no podía quedarse solo en casa.

El viaje fue largo y triste. Olivia reflexionaba sobre lo que diría a su padre. Lo ensayó miles de veces, pero no estaba preparada para su expresión de dolor cuando le comunicó la noticia. Le habría causado menos daño si le hubiera disparado un tiro al corazón. Por fortuna Charles estaba a su lado y sirvió una copa de coñac a Edward, que les miró con la desesperación reflejada en sus ojos.

– ¿Creéis que se ha ido por mi culpa? El otro día le pregunté si era desdichada aquí. Sé que ésta no es vida para una chica joven, pero siempre insistía en que se sentía muy a gusto conmigo. Dejé que se quedara porque me resultaba más cómodo… la habría echado tanto de menos si me hubiera abandonado… pero ahora se ha marchado -dijo con lágrimas en los ojos. A Olivia le partía el corazón verle sufrir, y se sorprendió cuando se dirigió a Charles para añadir-: Creo que, antes de que te casaras, estaba enamorada de ti.

Olivia quedó horrorizada y se apresuró a intervenir:

– Seguro que te equivocas…Nunca me dijo nada…

– No era necesario -interrumpió Edward enjugándose las lágrimas-. Saltaba a la vista. Soy un hombre, noto esas cosas, pero en ese momento era más importante limpiar tu reputación, de modo que decidí pasar por alto sus senti- mientos.

– Dudo de que tengas razón…Me lo habría dicho. -Olivia intentó salvar su dignidad.

– ¿Acaso te dijo algo sobre esto? -exclamó. La joven meneó la cabeza con tristeza-. Entonces no pienses que lo sabes todo, Victoria Dawson.

A Olivia le horrorizaba que Charles pensara que había huido porque le amaba, tendría que convencerle de que no era así. Por fortuna él compartía su opinión.

– Creo que es imposible saber por qué lo ha hecho. La mente es un misterio, al igual que el corazón. Entre los gemelos existe un vínculo especial, están más unidos que otros seres y sienten cosas que los demás no percibimos. Quizá le resultaba demasiado duro pensar que Victoria tenía su propia vida, de modo que decidió marcharse para encontrarse a sí misma.

– ¿En un convento? -Ése no era el destino que Edward deseaba para su hija-. Aunque a ti te amenacé con encerrarte en uno -añadió dirigiéndose a Olivia-, no lo decía en serio.

– Pensaba que sí.

– Jamás lo habría hecho.

Sin embargo sí la obligó a casarse, pensó Olivia, y por eso había huido, pero no podía revelarle la verdad.

Tal como predijo Charles, Henderson decidió poner el asunto en manos de un detective. Charles se ocuparía de todo el lunes por la mañana. Olivia prometió que trataría de recordar el nombre de sus antiguas compañeras del colegio.

Cuando salieron de la biblioteca, Bertie la esperaba en la cocina con Geoffrey. Los dos lloraban. El ama de llaves había leído la carta y estaba tan desconsolada que apenas miró a la joven, que le dio un beso en la mejilla y se apresuró a salir. No quería estar demasiado cerca de Bertie por temor a que la reconociese.

Edward Henderson les invitó a pasar la noche en Croton. Charles explicó que le era imposible porque tenía un juicio al día siguiente y preguntó a su esposa si deseaba quedarse con Geoffrey. Olivia se negó con la excusa de que se deprimiría en esa casa sin su hermana. Lo cierto era que tenía miedo de que Bertie descubriera su verdadera identidad. Su padre lloró de nuevo cuando se despidieron.

Durante el trayecto en coche Charles comentó:

– Me pregunto si sospechaba que causaría semejante conmoción.

Se compadecía de Henderson, aunque se lo había tomado mejor de lo que esperaba. No aludió a las sospechas que habíá expresado Edward, pues consideraba que eran fruto de su imaginación.

– Si hubiera supuesto que nos disgustaríamos tanto, no lo habría hecho, estoy segura -repuso Olivia, que cada vez estaba más convencida de que debía enviar un telegrama a Victoria.

Eran las nueve de la noche cuando llegaron a casa y no habían cenado todavía. Olivia ordenó a Geoffrey que se pusiera el pijama y bajara a la cocina para tomar una sopa. Se ató el delantal, hurgó en la despensa y al cabo de diez minutos ya había puesto a hervir un caldo de verduras y preparado una ensalada y tostadas con mantequilla.

– ¿ Cómo lo has hecho tan rápido? -preguntó Charles asombrado.

Olivia sonrió, y se sentaron a la mesa. Geoff se animó tras comer la sopa, las tostadas y dos raciones de ensalada.

– Está todo muy bueno, Victoria -dijo con evidente sorpresa y una tímida sonrisa.

Ella guardó silencio, porque tenía miedo de mostrarse demasiado cariñosa y delatar su verdadera identidad. Se levantó para coger un plato de galletas de chocolate.

– ¿ Las has elaborado tú?

Olivia rió y negó con la cabeza.

– No, la cocinera.

– Me gustan más las de Ollie -afirmó el niño tras comer una.

Mientras Charles llevaba a Geoff a la cama, Olivia ordenó la cocina y, media hora más tarde, subió al dormitorio del niño, que ya estaba acostado. Le contempló desde el umbral de la puerta y pensó una vez más en lo afortunada que era su hermana, que sin embargo había renunciado a esa casa tan acogedora y la compañía de su marido e hijastro.

– ¿Te arropo? -preguntó.

Geoff se encogió de hombros. Todavía estaba triste, pero tenía mejor aspecto. En el coche había trazado planes para cuando Olivia regresara al final del verano; empezaba a creer que cumpliría su promesa y no les había abandona- do para siempre.

– Felices sueños -susurró la joven antes de dirigirse a su dormitorio, donde Charles la aguardaba. Había sido un día largo y tenía la espalda dolorida del viaje-. ¿Tienes un juicio mañana? -preguntó mientras se soltaba el pelo.

Charles asintió con cierta sorpresa, pues era la primera vez que se interesaba por su trabajo.

– No es muy importante -respondió, y volvió a concentrarse en sus papeles. Al cabo de unos minutos levantó la vista y agregó-: Gracias por la cena.

Olivia sonrió sin saber qué decir, para ella era muy normal ocuparse de esas tareas, pero estaba claro que Victoria no solía hacerlo.

– Creo que tu padre se lo ha tomado bastante bien -comentó él.

– Sí, yo también.

– Mañana acudiré a un despacho de detectives. Todavía me cuesta creer que Olivia se haya marchado… es tan responsable. No es propio de ella, debía de sentirse muy desdichada.

– Sí.

Era la conversación más larga que mantenía con su mujer desde hacía semanas, excepto cuando discutían.

Se cambiaron por separado, como siempre, y cada uno se tendió en un extremo de la cama, de espaldas al otro. Antes de dormirse Olivia se preguntó cómo podían vivir así; era tan triste.

Al día siguiente preparó el desayuno, aunque por lo general era la sirvienta quien se ocupaba de eso. Sabía que debía actuar como Victoria, pero no le costaba nada tener ese detalle. Charles había notado el cambio que había ex- perimentado su mujer desde la marcha de su hermana. Era como si de repente sintiera la necesidad de cuidarles, y tenía que admitir que le agradaba su nueva actitud. Geoff, por su parte, la miró extrañado, y Olivia se percató de que le observaba la mano, que por fortuna tenía cubierta por el trapo que había utilizado para no quemarse con los platos. Sabía qué buscaba, pero la marca era tan pequeña que le resultaría difícil verla.

– Que tengas un buen día -deseó al pequeño antes de que se marchara, pero no le besó.

Tampoco dijo nada especial a Charles cuando se fue a trabajar, ya que sospechaba que Victoria no debía de decir mucho; eso si les veía por la mañana.

Charles se mostró sorprendido de encontrarla en casa cuando regresó por la tarde, y Geoff se asombró todavía más al ver que estaba zurciendo en la cocina.

– ¿ Qué haces?

Olivia se sonrojó.

– Ollie me enseñó.

– Nunca te había visto coser.

– Pues si no lo hago tu padre tendrá que ir al despacho sin calcetines.

Geoff se rió y se sirvió un vaso de leche y unas galletas antes de subir a su habitación para hacer los deberes. Sólo quedaba un mes para que finalizaran las clases y estaba impaciente porque llegaran las vacaciones.

El resto de la semana transcurrió sin grandes sobresaltos. Olivia apenas hablaba y actuaba con gran cautela, pues no quería dar ningún paso en falso que la delatara. Se alegró al enterarse de que el viernes Geoff dormiría en casa de un amigo y Charles pasaría toda la tarde fuera de la ciudad con unos clientes, con los que después cenaría; como sabía que Victoria detestaba esa clase de compromisos, no la invitó. Así pues, aprovechó la circunstancia para echar un vistazo a las cosas de su hermana. Revisó sus libros, los artículos que había recortado de los periódicos, las cartas que había recibido de sus amigos de Nueva York y las invitaciones que había aceptado. Se celebraba una fiesta en Ogden MilI dentro de dos semanas, y Victoria no le había comentado nada al respecto, pero por fortuna le había informado de todo lo demás. Mientras estaba absorta en esta tarea, se sintió de pronto mareada y temió perder el equilibrio, por lo que decidió descansar, pero poco después co- menzó a dolerle la cabeza. No sabía qué le ocurría, no tenía fiebre ni frío, y esa mañana, al levantarse, se sentía bien. Cuando Charles llegó a casa, la encontró en la cama y se sorprendió al ver que estaba muy pálida.

– Quizá has comido algo que te ha sentado mal-comentó sin demasiado interés.

Había sido un día largo, pero estaba contento porque había conseguido un nuevo cliente.

– Tal vez.

– Por lo menos sabemos que no estás embarazada -afirmó él con sarcasmo.

Olivia se sentía demasiado enferma para replicar. Le costó conciliar el sueño y, cuando por fin lo consiguió, despertó con la sensación de que se ahogaba. Le resultaba difícil respirar, le faltaba aire, de modo que se levantó asustada. Charles se incorporó en la cama.

– ¿Estás bien? -preguntó adormilado, y le ofreció un vaso de agua.

Olivia tosió y él la ayudó a sentarse en la silla.

– He tenido una pesadilla horrible…

De pronto sintió pánico e intuyó que algo le había sucedido a su hermana.

Charles leyó sus pensamientos.

– Estás agotada -dijo. Una vez más le sorprendió el vínculo que unía a las dos hermanas; estar separadas les resultaba traumático-. Seguro que se encuentra bien.

Olivia le agarró por el brazo.

– Charles, sé que le ha pasado algo.

– No puedes saberlo.

Intentó llevarla a la cama, pero ella se negó.

– No puedo respirar -exclamó asustada. ¿ Y si su hermana estaba enferma? Presentía que algo iba mal y rompió a llorar.

– ¿Quieres que llame al médico, Victoria?

– No lo sé…Charles…estoy muy asustada…

Él se arrodilló a su lado y le cogió la mano. Estaba preocupado, pues nunca la había visto así. Al final la convenció de que se acostara. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, Olivia tenía la sensación de que se ahogaba.

– Lo siento… pero intuyo que le ha pasado algo horrible.

– Seguro que no -repuso Charles, que quería confortarla y se sorprendía de lo frágil que parecía en esos momentos.

Olivia no logró dormir esa noche, pero a la mañana siguiente estaba más tranquila. Yacía muy quieta en la cama, como si estuviera en trance.

– ¿Quieres una taza de té, Victoria? -preguntó Charles.

Observó que tenía mal aspecto y decidió que llamaría al médico más tarde. En los once meses que llevaban juntos nunca se había puesto enferma. Era evidente que la marcha de su hermana la había afectado mucho.

Mientras le preparaba el té, la joven apareció descalza en la cocina. Se sentía mejor cuando se sentó y desplegó el periódico, pero quedó paralizada al leer el titular de la primera página. El Lusitania había sido torpedeado a veinticinco kilómetros de la costa de Irlanda y se había hundido en menos de dieciocho minutos. Se temía que el número de víctimas fuera elevado, pero todavía no se había elaborado la lista de supervivientes.

– ¡Dios mío! ¡Charles! -exclamó.

Él logró cogerla antes de que se desvaneciera. La sirvienta entró en ese instante, y Charles le ordenó que avisara al médico. La llevó al dormitorio en brazos y la tendió en la cama. Unos minutos más tarde la joven recobró el conocimiento al percibir el olor de unas sales que Charles le había aplicado a la nariz.

– Dios mío… Charles…

El barco se había hundido, y no sabía si su hermana estaba viva. No tenía modo alguno de averiguarlo y tampoco podía explicárselo a su marido. Sólo podía llorar. Charles la contempló con preocupación.

– No hables, Victoria, cierra los ojos, tranquilízate y…

Se interrumpió al oír el sonido de pasos que se acercaban a la habitación.

– ¿Qué sucede aquí? -preguntó con tono alegre el médico al entrar.

Enseguida se percató de que la señora Dawson estaba muy enferma.

– Lo siento, doctor -balbuceó ella antes de romper a llorar de nuevo.

Charles la miraba de hito en hito, todo era muy extraño. Su mujer había cambiado desde la marcha de su hermana, por lo que pensó que quizá sufría una depresión nerviosa. Olivia intentó explicar sus síntomas al médico, aunque no necesitaba su diagnóstico; ya sabía lo que le sucedía. Empezó a encontrarse mal cuando el barco se hundió.

Charles habló con el médico en privado, le refirió lo que había hecho la hermana de su esposa, y llegaron a la conclusión de que ésta sufría una depresión nerviosa, una reacción habitual en los gemelos que eran separados. Sin embargo, le sorprendía que no hubiera ocurrido antes, durante la luna de miel. El doctor recordó que en algunos casos uno de los gemelos tendía a adoptar la identidad o personalidad del otro, lo que explicaba el reciente cambio de actitud de su mujer, que ahora se comportaba como Ollie. A continuación recomendó que la joven descansara y no tuviera ningún disgusto. Charles le narró entonces cómo había reaccionado al leer la noticia del naufragio del Lusitania.

– ¿ Es terrible, verdad? Malditos boches.

De pronto recordó que Charles había perdido a su primera esposa en el Titanic, de modo que cambió el tema. Sugirió que era mejor que Geoffrey se quedara en casa de su amigo un par de días más e inquirió si era posible que su mujer estuviera embarazada.

Charles quedó sorprendido y se preguntó si era posible.

– Hablaré con ella, podría ser.

Antes de marcharse el médico prometió que volvería el lunes y le dio un calmante para que la joven pudiera dormir. Cuando Charles se lo tendió, Olivia se negó a tomarlo.

– Estaré bien -dijo avergonzada por el revuelo que había causado. Sólo deseaba tener noticias del Lusitania. Charles se sentó a su lado con expresión afligida-. ¿Ocurre algo? -añadió al pensar que quizá sospechaba algo.

– No; espero que no. El médico me ha hecho una pregunta que no podía contestar.

– ¿De qué se trata? ¿Qué pregunta?

Olivia estaba asustada, pero intentó mantener la calma.

– Me ha preguntado si estabas embarazada.

Olivia le miró horrorizada. Su hermana le había contado que no existía contacto físico entre ellos; ¿ qué sentido tenía entonces que le preguntara si estaba encinta?

– Claro que no.

– Ya sé que no puedes estar embarazada de mí, pero tal vez has vuelto a ver a Toby. Me consta que te mandó flores, pero no sé nada más.

– ¿Cómo puedes decir algo así? -exclamó Olivia escandalizada-. ¿ Cómo te atreves a acusarme de eso? -Le asombraba que Toby hubiera tenido el valor de enviar flores a su hermana, pero esperaba que ésta no hubiera cometido la estupidez de caer de nuevo en sus garras-. No, Charles; no espero un hijo ni tengo una aventura con Toby.

Victoria estaba demasiado dolida y furiosa con los hombres para volver con su antiguo amante.

– Lamento haberte ofendido, pero ya te ocurrió una vez.

– Fui muy ingenua, pero no soy una necia.

– Espero que no -repuso Charles, que la creía y confiaba en no haberla disgustado demasiado. Luego se marchó para que descansara.

Más tarde subió a verla y la encontró llorando otra vez. Le obsesionaba el hundimiento del Lusitania. Al cabo de unos minutos salió de la habitación y la joven pidió a la sirvienta que comprara la edición de la tarde para informarse del naufragio, pero todavía no se sabía nada. Sólo se comunicaba que cientos de personas habían perecido ahogadas en las costas irlandesas y habían aparecido los primeros cuerpos. Olivia sabía que no podía hacer nada más que esperar hasta que el lunes se publicara la lista de supervivientes. Mientras tanto, debía rogar para que Charles no pensara que se había vuelto loca.

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