24

Al bajar del Rolls, delante del château, Sarah daba la impresión de haber visto un fantasma y, en cierto modo, así era. Habían transcurrido casi veintitrés años desde la última vez que lo viera. Veintitrés años desde que le había dado aquel beso de despedida, antes de llevarse sus tropas de regreso a Alemania. No había vuelto a saber nada de él, si había sobrevivido o muerto, pero pensaba en él con frecuencia, sobre todo cuando recordaba a Lizzie.

Bajó con parsimonia del coche y él se la quedó mirando durante largo rato, con una expresión muy intensa, pensando que había cambiado muy poco, que seguía siendo hermosa. Su aspecto era ahora mucho más digno, y el cabello sólo estaba un poco más gris. Sabía que había cumplido 50 años hacía poco, pero ahora, al mirarla, resultaba difícil creerlo.

– ¿Quién es? -preguntó Julian en un susurro.

El hombre parecía comportarse de un modo muy extraño. Era delgado, viejo y miraba fijamente a su madre.

– No te preocupes, cariño. Es un viejo amigo. Lleva a los niños adentro.

Julian tomó a Xavier en sus brazos y a Isabelle de la mano, y entraron en el château, mirando de reojo, mientras Sarah se acercaba a él.

– ¿Joachim? -musitó cuando él se le acercó también lentamente, con aquella sonrisa que ella conocía tan bien-. ¿Qué haces aquí?

Había esperado tanto tiempo para aparecer. ¿Y por qué precisamente ahora? Tenía muchas cosas que contarle, que preguntarle.

– Hola, Sarah -dijo él gentilmente, tomándola de las manos-. Ha pasado mucho tiempo…, pero tú estás muy bien.

Estaba mejor que eso, y el mirarla ahora hacía que su corazón latiera más deprisa.

– Gracias.

Sabía que él tenía más de sesenta años, pero el paso del tiempo no se había portado muy bien con él, aunque sin duda alguna se conservaba mejor que William. Seguía con vida, mientras que William había muerto.

– ¿Quieres entrar? Acabamos de llegar de Inglaterra -le explicó comportándose de pronto como la anfitriona con un invitado largamente esperado-. Hemos asistido a la boda de Phillip.

Le sonrió, y los ojos de ambos se buscaron, más allá de las palabras.

– ¿Phillip? ¿Casado?

– Ya tiene 27años -le recordó mientras él le abría la puerta y la seguía al interior.

De repente, ambos fueron dolorosamente conscientes de que en otro tiempo él había vivido allí.

– ¿Y has tenido otros hijos?

– Tres -asintió y, sonriendo, añadió-: Uno de ellos hace relativamente poco. Xavier cumplirá dos años la semana que viene.

– ¿Tienes un bebé? -preguntó, visiblemente sorprendido, echándose a reír.

– Te aseguro que a mí me sorprendió más que a ti. William se burló bastante por ello.

No quería decirle que William había muerto, al menos por ahora. Y entonces pensó que quizá Joachim ni siquiera sabía que hubiera sobrevivido. Tenía tantas cosas que contarle.

Lo invitó a sentarse en el salón principal y él contempló aquella estancia que le traía tantos recuerdos. Pero contemplarla a ella era mucho más interesante, y no podía dejar de mirarla detenidamente. Le asombró saber que si hubiera venido el día anterior, ella todavía habría estado en Inglaterra.

– ¿Qué te ha traído ahora por aquí, Joachim?

Hubiera querido decirle: «Tú», pero no lo dijo.

– Tengo un hermano en París. Vine a verle para estas Navidades. Los dos estamos solos, y me pidió que viniera. -Y luego, tras una pausa, añadió-: Hace mucho tiempo que deseaba venir a verte, Sarah.

– Nunca me has escrito -dijo ella con suavidad, pensando que tampoco ella lo había hecho.

Pero ahora, al mirar hacia atrás, no estaba segura de que hubiera querido hacerlo aunque hubiera sabido dónde encontrarlo. Quizás en otro tiempo lo habría deseado, pero eso habría sido injusto con William.

– Las cosas fueron muy difíciles después de la guerra -explicó él-. Berlín fue como una casa de locos durante mucho tiempo, y cuando estuve en condiciones de venir, me enteré por los periódicos de la notable supervivencia y recuperación del duque de Whitfield. Eso me hizo muy feliz por ti; sabía lo mucho que deseabas su regreso. Después, no me pareció apropiado escribirte, o venir a verte. A veces lo pensaba. Con el transcurso del tiempo, estuve en Francia en varias ocasiones, pero nunca me pareció correcto, así que no lo hice.

Ella se limitó a expresar su conformidad con un ligero cabeceo. En cierto modo, habría sido muy extraño volver a verle. No había forma de negar lo que habían sentido el uno por el otro durante la guerra. Afortunadamente, habían conseguido controlarlo, pero no podía fingir que esos sentimientos no habían existido.

– William murió el año pasado -le dijo con expresión apenada-. En realidad, fue este año, el 2 de enero.

Sus ojos le transmitieron lo sola que se sentía sin su marido. Y, una vez más, Joachim no pudo fingir ignorarlo. Esa era la razón por la que había decidido venir ahora. Nunca había querido interferir en la vida de Sarah con su esposo, sobre todo sabiendo lo mucho que lo amaba. Pero ahora que sabía que había muerto, tenía que venir, satisfacer el sueño de toda una vida.

– Lo sé. También lo leí en los periódicos.

Ella asintió, sin saber todavía por qué había vuelto, pero indudablemente feliz de volver a verlo.

– ¿Te volviste a casar?

– Nunca -contestó negando con un gesto de cabeza.

La imagen de Sarah le había perseguido durante más de veinte años, y nunca había encontrado a otra mujer como ella.

– Ahora tengo un negocio de joyería, ¿sabes?

La miró con una expresión divertida, al tiempo que enarcaba una ceja.

– ¿De verdad? -preguntó como si estuviera realmente sorprendido-. Eso es algo nuevo, ¿no?

– Para mí ya no lo es. Empezó todo después de la guerra.

Y le habló de la gente que les vendía sus joyas y de cómo el negocio había ido creciendo después. Le habló también de la tienda de París, que dirigía Emanuelle, y de la de Londres.

– Parece mentira. Tendré que ir a ver a Emanuelle cuando esté en París. -Pero en cuanto lo hubo dicho se lo pensó mejor. Sabía que nunca le había caído bien-. Supongo que los precios serán un poco altos para mí. Nosotros lo perdimos todo -dijo con naturalidad-. Nuestras tierras se encuentran ahora en la parte oriental.

Sintió pena por él. Había algo desesperadamente triste en aquel hombre, como si la vida le hubiera golpeado mucho y estuviera irremisiblemente solo. Le ofreció una copa de vino y luego fue a comprobar cómo estaban los niños. Isabelle y Xavier estaban cenando en la cocina, con la criada, y Julian había subido a su habitación para llamar a su amiga. Ella deseaba presentárselos a Joachim, pero antes quería hablar un rato más con él. Tenía la extraña sensación de que había venido a verla por algún motivo en concreto.

Regresó al salón y lo encontró mirando los libros. Tras un momento, se dio cuenta de que había encontrado el libro que él le había regalado veinte años antes, por Navidad.

– Todavía lo tienes -dijo, satisfecho, y ella le sonrió-. Yo aún conservo tu fotografía, en mi mesa de despacho, en Alemania.

Pero eso, a ella, también le pareció triste. Había pasado tanto tiempo. A estas alturas, debería tener la foto de otra persona sobre su mesa, y no la de Sarah..

– Yo también conservo, la tuya. La tengo guardada. -Pero aquella fotografía no tenía sitio en una vida con William, y Joachim lo sabía-. ¿A qué te dedicas ahora?

Tenía un aspecto distinguido, acomodado, aunque tampoco daba la impresión de tener mucho dinero. ;

– Soy profesor de literatura inglesa en la universidad de Heidelberg – contestó con una sonrisa, y ambos recordaron las largas conversaciones que habían mantenido sobre Keats y Shelley.

– Estoy segura de que serás muy bueno.

Se sentó con la copa de vino, y se acercó más a ella.

– Quizá sea un error haber venido, Sarah, pero he pensado mucho en ti. Parece como si sólo hubiera sido ayer cuando me marché. -Pero no había sido ayer, sino que ya había transcurrido toda una vida-. Tenía que volver a verte…, saber si tú también recuerdas, si todavía sigue significando tanto para ti como significó para los dos en aquel entonces.

Era pedir demasiado. La vida de Sarah había sido tan plena y, por lo visto, la de Joachim tan vacía.

– Ha pasado mucho tiempo desde entonces, Joachim…, pero siempre te he recordado. -Tenía que decírselo-. En aquel entonces te amé, y quizá si las cosas hubieran sido diferentes, si no hubiera estado casada con William… Pero lo estaba, y él regresó. Lo amaba mucho, y no me imagino que pueda amar a ningún otro hombre, nunca.

– ¿Ni siquiera a uno al que habías amado antes? -preguntó con la mirada llena de esperanza y de sueños perdidos.

Pero Sarah no podía ofrecerle la respuesta que deseaba oír, y sacudió la cabeza con tristeza.

– Ni siquiera a ti, Joachim. No podía entonces, y no puedo ahora. Estoy casada con William para siempre.

– Pero ahora ha muerto -dijo él con suavidad, preguntándose si no habría llegado demasiado pronto.

– No lo está en mi corazón, como tampoco lo estaba entonces. Me sentí agradecida, y lo sigo estando… No puedo comportarme de otro modo, Joachim.

– Lo siento -dijo él con el aspecto de un hombre roto.

– Yo también -dijo ella en voz baja.

En ese momento llegaron los niños. Isabelle estuvo adorable al saludarlo, mientras Xavier corría por la estancia, destruyendo todo lo que podía. Después, también bajó Julian para preguntar si podía salir con unos amigos, y Sarah se lo presentó a Joachim.

– Tienes una familia muy hermosa -dijo él una vez que se hubieron ido los niños-. El pequeño se parece un poco a Phillip. -Xavier tenía ahora la misma edad que había tenido Phillip durante la ocupación, y ella pudo observar en sus ojos el cariño que había sentido por su hijo, y por Lizzie. Sabía que también pensaba en ella, y asintió cuando él añadió-: A veces también pienso en ella. En cierto modo, fue como nuestra hija.

– Lo sé. -William también lo había pensado. En cierta ocasión le había dicho que llegó a sentir celos de Joachim porque había conocido a Elizabeth y él no-. Era una niña tan dulce. Julian es un poco como ella, y Xavier lo es de vez en cuando. Isabelle, en cambio, es muy suya.

– Eso parece -afirmó él sonriendo-. Y tú también, Sarah. Todavía te amo. Siempre te amaré. Eres exactamente tal y como yo imaginaba que serías ahora, excepto quizá más hermosa y bondadosa. Quizá desearía que no lo fueras tanto.

– Lo siento -dijo ella riendo, por toda respuesta.

– William fue un hombre muy afortunado. Espero que lo supiera.

– Creo que los dos lo sabíamos. Pero fue un tiempo que ahora me parece muy corto; sólo desearía que hubiera durado más.

– ¿Cómo estaba después de la guerra? Los periódicos dijeron que sobrevivió de milagro.

– Así fue. Resultó gravemente herido y fue torturado.

– Hicieron cosas terribles -concluyó él sin vacilar-. Por una vez, me avergoncé de decir que era alemán.

– Lo único que hiciste fue ayudar a tus hombres mientras estuviste aquí. Lo demás lo hicieron otros. No tienes nada de qué avergonzarte.

Lo había amado, y lo respetaba, a pesar de ser de bandos opuestos.

– Tendríamos que haber detenido todo aquello mucho antes. El mundo jamás nos perdonará que no lo hiciéramos, y hace bien. Los crímenes que cometieron fueron inhumanos.

No podía estar en desacuerdo con él, pero al menos ambos sabían que su conciencia estaba limpia. Era un buen hombre, y había sido un soldado honorable.

Finalmente, se levantó y volvió a contemplar la estancia por un momento, como si deseara recordar cada rincón, cada detalle después de marcharse.

– Regresaré ahora a París. Seguramente Mi hermano me estará esperando.

– Vuelve otra vez -le dijo ella acompañándole hasta la puerta.

Pero ambos sabían que ya no volvería. Caminó lentamente junto a él, acompañándole hasta el coche y al llegar, él se detuvo y se volvió a mirarla de nuevo. El hambre que había en su corazón se reflejaba en su mirada, de tanto anhelo como sentía por tocarla.

– Me alegro de haberte visto otra vez. Lo deseaba desde hacía mucho tiempo -dijo, sonriéndole, y le acarició con delicadeza la mejilla como había hecho en otra ocasión.

Entonces, ella se inclinó y lo besó suavemente en la mejilla, le acarició también el rostro y después, retrocedió un paso. Fue como retroceder un último paso desde el pasado para volver al presente.

– Cuídate mucho, Joachim…

Él vaciló un momento y a modo de conclusión hizo un gesto de conformidad. Subió al coche, le dirigió un ligero saludo y ella no vio las lágrimas en sus ojos al marcharse. Lo único que pudo ver fue el coche… y el hombre que antes había sido. Ahora sólo podía pensar en los recuerdos de William. Joachim ya había salido de su vida años antes, desapareció. Y en ella ya no había ningún lugar para él. No lo había habido desde hacía años. Y cuando ya no pudo distinguir viendo el coche, se dio media vuelta y entró en su hogar, con sus hijos.


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