Ese año, la familia volvió a reunirse para el cumpleaños de Sarah, aunque no estuvieron presentes todos. Yvonne se había marchado, claro está, y Phillip se mantuvo discretamente alejado, tras excusar su asistencia, diciendo que estaba muy ocupado en Londres. Sarah había recibido de Nigel, que seguía trabajando, el rumor de que Phillip y Cecily habían iniciado el proceso de separación, pero no le dijo nada a Julian.
Julian acudió con Max, acompañado por una enfermera, aunque él mismo se encargaba de realizar la mayor parte del trabajo de cuidarlo. Admirada, Sarah le vio cambiarle los pañales, bañarlo, alimentarlo y vestirlo. Lo único doloroso era ver cómo lo observaba Isabelle. En sus ojos aún había aquella mirada de anhelo que a Sarah le llegaba hasta el fondo del alma. Pero ahora tenían más libertad para hablar, puesto que ese verano había venido sin Lorenzo. También fue un verano especial para todos ellos, porque era el último que Xavier pasaría en casa. Empezaría a estudiar en Yale con un año de antelación, en otoño, a los diecisiete años, y Sarah se sentía muy orgullosa de él. Se licenciaría en ciencias políticas y, al mismo tiempo, se diplomaría en geología. Y ya hablaba de pasar su año de prácticas en alguna parte de África, dedicado a trabajar en un proyecto interesante.
– Te vamos a echar mucho de menos -le dijo Sarah, y todos se mostraron de acuerdo con ella.
Sarah ya había decidido que pasaría más tiempo en París y menos en el château, por lo que no estaría tan sola… A los 66 años, le gustaba afirmar que ellos ya dirigían por completo los negocios, a pesar de lo cual seguía ejerciendo un fuerte control, igual que Emanuelle, que acababa de cumplir 60, algo que a Sarah le resultaba incluso más difícil de creer que su propia edad.
Xavier estaba entusiasmado con la perspectiva de estudiar en Yale, y Sarah no podía culparle por ello. Estaría en casa por Navidades, y Julian le había prometido visitarlo cuando tuviera que ir a Nueva York por negocios. Los dos hablaban de ello, mientras Sarah e Isabelle paseaban por el jardín y charlaban un rato. Isabelle le preguntó discretamente qué ocurría con Phillip. Había oído el rumor de su separación y el verano anterior también habían llegado a ella, a través de Emanuelle, rumores sobre su relación con Yvonne.
– Es un asunto muy feo -dijo Sarah con un suspiro, todavía conmocionada por lo ocurrido.
Pero Julian parecía haber salido bastante entero de la situación, sobre todo ahora que tenía al bebé.
– No te hemos hecho la vida fácil, ¿verdad, mamá? -preguntó Isabelle apesadumbrada, ante lo que su madre sonrió.
– Tampoco habéis dejado que la vida sea fácil para vosotros -dijo haciendo reír a Isabelle.
– Hay algo que quiero decirte.
– ¿De veras? ¿Acaso Enzo está por fin de acuerdo en dejarte libre?
– No -contestó Isabelle negando con la cabeza mirando a su madre a los ojos. Sarah observó que su mirada parecía más serena de lo que había estado en mucho tiempo-. Estoy embarazada.
– ¿Que estás qué? -Esta vez, Sarah se quedó desconectada. Creía que no había la menor esperanza-. ¿De veras? -Pareció extrañarse y luego entusiasmarse. La rodeó con sus brazos-. ¡Oh, cariño, eso es maravilloso! -Luego, apartándose de ella, la miró un tanto intrigada-. Creía…, ¿qué ha dicho Lorenzo? Debe de estar fuera de sí.
Pero la perspectiva de cimentar el matrimonio no representaba una buena noticia para Sarah.
Isabelle se echó a reír de nuevo, a pesar de sí misma, ante lo absurdo de la situación.
– Mamá, no es suyo.
– Oh, querida. -Las cosas volvían a complicarse. Se sentó sobre un pequeño muro de piedra y miró a Isabelle-. ¿Qué has hecho últimamente?
– Él es un hombre maravilloso. Llevamos saliendo juntos desde hace un año. Mamá…, no puedo evitarlo. Tengo 26 años y no puedo seguir llevando esta vida vacía… Necesito a alguien a quien amar, alguien con quien hablar.
– Comprendo -dijo ella con serenidad. Y, en efecto, la comprendía. A ella misma le disgustaba saber lo sola que se encontraba Isabelle y la poca esperanza que había para ella-. Pero ¿un niño? ¿Lo sabe Enzo?
– Se lo dije. Esperaba que eso le enfurecería lo suficiente como para marcharse, pero dice que no le importa. Todo el mundo pensará que es suyo. De hecho, la semana pasada se lo dijo a unos amigos, que lo felicitaron. Está loco.
– No, loco no, sino avaricioso -dijo Sarah con naturalidad-. ¿Y el padre de la criatura? ¿Qué dice él? ¿Quién es?
– Es un alemán, de Munich. Es el director de una importante fundación y su esposa es una persona importante que no quiere divorciarse. Él tiene 36 años y tuvieron que casarse cuando él tenía diecinueve. Llevan vidas totalmente separadas, pero ella no quiere pasar por una situación embarazosa como un divorcio. Al menos por el momento.
– ¿Y qué le parece a él la embarazosa situación de tener un hijo ilegítimo? -preguntó Sarah con franqueza.
– No le hace mucha gracia, como a mí tampoco. Pero ¿qué otra cosa puedo hacer? ¿Crees acaso que Lorenzo se irá alguna vez?
– Podemos intentarlo. ¿Y qué me dices de ti? -preguntó, mirando inquisitivamente a su hija-. ¿Eres feliz? ¿Es esto lo que quieres?
– Sí, realmente lo amo. Se llama Lukas von Ausbach.
– He oído hablar de su familia, aunque eso no significa nada. ¿Crees que se casará contigo algún día?
– Si puede, sí -contestó, siendo sincera con su madre.
– ¿Y si no puede? ¿Y si su esposa no le da su libertad? ¿Qué harás entonces?
– Entonces, al menos, tendré un hijo.
Lo había deseado tanto… sobre todo después de haber visto a Julian con Max.
– Y a propósito, ¿para cuándo lo esperas?
– Para febrero. ¿Vendrás? -preguntó Isabelle con suavidad y su madre asintió.
– Desde luego. -Le conmovió que se lo pidiera. Entonces se preguntó algo, y lo expresó en voz alta-: ¿Está enterado Julian de esto? -Los dos siempre habían estado muy unidos. Era difícil creer que no lo supiera. Isabelle dijo que se lo había comunicado esa misma mañana-. ¿Yqué dice?
– Que estoy tan loca como él -contestó Isabelle sonriendo.
– Debe de ser algo genético -dijo Sarah volviendo a levantarse.
Regresaron dando un paseo por el parque del château. Desde luego, de una cosa podía estar segura: sus hijos nunca se aburrirían.
En septiembre, Xavier se marchó a Yale, tal y como estaba planeado, y Julian fue a verle a New Haven en octubre. Le iban bien las cosas, le gustaba la universidad, tenía dos compañeros de cuarto muy agradables y una novia muy atractiva. Julian los invitó a cenar y se lo pasaron bien. A Xavier le encantaba vivir en Estados Unidos, y tenía la intención de ir a California a visitar a su tía para el día de Acción de Gracias.
Cuando Julian regresó a París se enteró de que Phillip y Cecily se divorciaban, y en Navidades vio una fotografía de su hermano y de su ex esposa en el Tatler. Se la mostró a Sarah cuando ella pasó por la joyería, y ella frunció el ceño. No le agradó nada verla.
– ¿Supones que se casará con ella? -le preguntó a Emanuelle cuando hablaron más tarde del asunto.
– Es posible. -Ya no tenía en él la fe que había tenido en otros tiempos, sobre todo a la vista de lo ocurrido últimamente-. Incluso es posible que lo haga para perturbar a Julian.
Los celos que sentía por su hermano nunca disminuían; antes al contrario, habían ido en aumento con el transcurso de los años.
Xavier vino por Navidades y los días parecieron pasar volando, como siempre por esas fechas. Al marcharse para regresar a la universidad, Sarah se trasladó a Roma, para cuidar de la joyería y ayudar a Isabelle a prepararse para el parto.
Marcello todavía estaba allí, trabajando muy duro, mientras Isabelle se preparaba para irse. Tal y como había sucedido desde el principio, el negocio seguía una trayectoria floreciente. Sarah sonrió al ver a su hija, y dio instrucciones a todo el mundo, ¡en italiano! Estaba muy hermosa y más bonita de lo que la había visto en mucho tiempo, aunque absolutamente enorme. Le hizo pensar en sí misma cuando estaba embarazada de sus propios hijos, que siempre fueron muy grandes. Pero Isabelle parecía sentirse extraordinariamente feliz.
Poco después de llegar, Sarah invitó a su yerno a almorzar. Acudieron a El Toulà, y poco después del primer plato abordó el tema que le interesaba. En esta ocasión, no se mordió la lengua con Lorenzo.
– Mira, Lorenzo, tú y yo ya somos bastante maduros. -Él tenía una edad cercana a la de ella, e Isabelle se había casado nueve años antes. Parecía un alto precio a pagar por un error de juventud, y estaba ansiosa por ayudar a poner fin a la situación-. Tú e Isabelle no habéis sido felices desde hace mucho tiempo. Este hijo es…, bueno, los dos conocemos muy bien la situación. Ya va siendo hora de llamar a las cosas por su nombre, ¿no te parece?
– Mi amor por Isabelle no terminará nunca -dijo él con expresión melodramática, ante lo que Sarah tuvo que hacer un esfuerzo supremo para no perder la paciencia.
– Estoy segura de ello. Pero debe de ser bastante doloroso para los dos, y, desde luego, para ti. -Decidió cambiar de táctica y tratarlo como la parte herida-. Y ahora esta situación embarazosa para ti, con la llegada del pequeño. ¿No crees que ha llegado el momento de hacer una buena inversión y permitir que Isabelle lleve una nueva vida?
No sabía qué otra cosa podía decirle. Preguntarle «cuánto» habría sido demasiado burdo, aunque tentador. Lamentaba más que nunca que William no estuviera allí para ayudarla, pero Enzo comprendió la cuestión sin mayores dificultades.
– ¿Inversión? -preguntó, mirándola esperanzado.
– Sí, pensaba que, teniendo en cuenta tu posición, sería bueno que dispusieras de algunas acciones inglesas o italianas, si lo prefieres así.
– ¿Acciones? ¿Cuántas?
Había dejado de comer para no perderse ni una palabra de lo que ella le estaba diciendo.
– ¿En cuántas estás pensando tú?
Sin dejar de mirarla, hizo un vago gesto italiano.
– Ma… No lo sé… ¿Cinco…, diez millones de dólares?
La estaba tanteando, pero ella negó con la cabeza.
– Me temo que no. Uno o dos, quizá. Pero, desde luego, no más.
Se habían iniciado las negociaciones y a Sarah le gustaba cómo se desarrollaban las cosas. Lorenzo era caro, pero también lo bastante codicioso como para hacer lo que ella deseaba.
– ¿Y la casa en Roma?
– Eso tendré que discutirlo con Isabelle, claro está, pero estoy segura de que ella podrá encontrar otra.
– ¿Y la casa de Umbría?
Por lo visto, lo quería todo.
– Pues, no lo sé, Lorenzo. Tendremos que discutir todo eso con Isabelle.
Él asintió, sin mostrarse en desacuerdo con ella.
– Ya sabes que el negocio, quiero decir, la joyería, está funcionando muy bien aquí.
– Así es -dijo ella sin entrar en detalles.
– Me interesaría mucho convertirme en socio vuestro.
Sarah hubiera querido levantarse en ese momento y abofetearlo allí mismo, pero no lo hizo.
– Eso no será posible. Estamos hablando de una inversión en efectivo, no de formar parte de una sociedad.
– Entiendo. Tendré que pensármelo.
– Espero que lo hagas -dijo Sarah con serenidad.
Al recibir la cuenta, él no hizo ningún ademán de hacerse cargo de ella. Sarah no le comentó a Isabelle nada sobre ese almuerzo. No quería despertar falsas esperanzas por si acaso él decidía no aceptar la oferta y mantener el statu quo. Pero esperaba fervientemente que lo aceptara.
Todavía faltaba un mes para que naciera el niño, e Isabelle ya estaba ansiosa por presentarle a Lukas, que había alquilado un apartamento en Roma durante dos meses, dedicado a supervisar un proyecto allí, para poder estar con ella cuando diera a luz. Sarah no pudo por menos que mostrarse de acuerdo con ella. Esta vez había elegido bien. El único inconveniente que tenía Lukas era su esposa y su familia en Munich.
Era un hombre alto, de rasgos angulosos, con aspecto joven y el cabello negro como el de Isabelle; le encantaba vivir al aire libre, esquiar y los niños, el arte y la música, y poseía un maravilloso sentido del humor. Trató de convencer a Sarah para que abriera una tienda en Munich.
– Eso ya no depende de mí -dijo ella echándose a reír, aunque Isabelle la amonestó con un dedo levantado.
– Oh, sí, claro que depende de ti, mamá, y no finjas que no es así.
– Bueno, al menos no depende sólo de mí.
– ¿Qué te parece entonces la idea? -insistió su hija.
– Creo que todavía es demasiado pronto para tomar esa decisión. Y si vas a abrir una tienda en Munich, ¿quién dirigirá la de Roma?
– Marcello puede hacerlo con los ojos cerrados sin mi presencia. Y le cae bien a todo el mundo.
A Sarah también le gustaba aquel hombre, pero abrir otra tienda ahora era una decisión importante.
Pasaron una velada espléndida los tres juntos, y más tarde Sarah le dijo a Isabelle que le había gustado mucho Lukas. Después de eso, tuvo otro almuerzo con Lorenzo, quien, por el momento, no había tomado una decisión. Sarah le preguntó discretamente a su hija qué pensaba de las dos casas, y ésta admitió que las odiaba, y que no le importaba que Enzo se las quedara, siempre y cuando le diera la libertad que deseaba.
– ¿Por qué? -le preguntó a su madre.
Sarah se mostró evasiva. Pero en esta ocasión, durante el almuerzo, se sacó de la manga el as que tenía preparado y le recordó a Lorenzo que Isabelle tenía motivos para buscar la anulación del matrimonio en la Iglesia católica, sobre la base del fraude, alegando que él se había casado sabiendo que era estéril pero habiéndoselo ocultado a Isabelle. Al decírselo, lo observó con firmeza y casi se echó a reír, esperando ver su expresión de pánico. Él intentó negar que lo hubiera sabido, pero Sarah se mantuvo firme en su postura y no le dejó escapar. Redujo su oferta de dos a un millón de dólares, y le ofreció las dos casas. Él dijo que le haría saber su decisión, y dejó que pagara la cuenta antes de desaparecer.
Julian les llamaba todos los días para saber cómo estaba Isabelle y si ya había nacido el pequeño. A mediados de febrero, Isabelle estaba ya medio histérica. Lukas tenía que regresar a Munich en el término de dos semanas, e Isabelle no hacía sino engordar, sin que llegara el bebé. Había dejado de trabajar y no tenía nada que hacer, excepto comprar bolsos y comer helados.
– ¿Y por qué bolsos? -le preguntó su hermano, extrañado, preguntándose si no habría desarrollado un nuevo fetichismo.
– Porque es lo único que puedo llevar. Ni siquiera me vienen bien los zapatos.
Julian se echó a reír y luego se puso serio diciéndole que Yvonne le había llamado para comunicarle que se casaba con Phillip en abril.
– Eso será muy interesante en los próximos años -le dijo tristemente a su hermana-. ¿Cómo explicarle a Max que su tía es realmente su madre, y viceversa?
– No te preocupes por eso. Quizá para entonces ya le hayas encontrado una nueva madre.
– A eso me dedico -dijo tratando de no dar importancia alguna a sus palabras, aunque ambos sabían que todavía se sentía profundamente alterado por Yvonne y Phillip. Había sido un golpe terrible para él, y un bofetón horrible que había recibido de su hermano Phillip, que era realmente la verdadera razón por la que lo había hecho, junto con el hecho de que la ex esposa de Julian le había vuelto literalmente loco -. Ha tenido que odiarme siempre mucho más de lo que yo creía -le comentó apenado a su hermana.
– A quien más odia en el mundo es a sí mismo -dijo ella muy sabiamente-. No sé por qué tiene que ser así. Quizá quiso tener a mamá para sí solo durante la guerra o algo así. La verdad es que no lo sé. Pero sí puedo decirte una cosa: no es feliz. Y tampoco va a serlo con ella. La única razón por la que se casa con él es para convertirse en la duquesa de Whitfield.
– ¿Crees que es así?
Todavía no estaba seguro de saber si eso hacía que la situación le pareciera mejor o peor, pero al menos ofrecía una explicación.
– Estoy totalmente convencida -contestó Isabelle sin la menor vacilación-. En cuanto lo conoció, casi se podían oír las campanillas anunciándole que había llegado la gran ocasión de su vida.
– Bueno, de todos modos, esta vez se lleva una burra mala -dijo riendo y haciéndola reír a ella.
– Parece que empiezas a sentirte mejor.
– Espero que tú también te sientas mejor dentro de muy poco. Anda, hazme caso y saca a ese bebé de una vez -dijo bromeando.
– ¡Lo intento!
Ella hizo todo lo que pudo. Caminaba muchos kilómetros todos los días acompañada por Lukas, e iba de compras con su madre. Hacía ejercicio y nadaba en la piscina de unos amigos. El niño debía haber nacido hacía tres semanas y ella aseguraba que iba a volverse loca. Y entonces, por fin, un buen día, después de uno de aquellos interminables paseos, y un buen plato de pasta en una trattoria, empezó a notar que algo sucedía. Se encontraban en el apartamento de Lukas, donde ella se alojaba ahora. Ni siquiera había hablado con Lorenzo desde hacía dos semanas y no tenía ni la menor idea de en qué andaba metido, cosa que tampoco le importaba lo más mínimo.
Esa noche, en cuanto Isabelle le dijo algo, Lukas la obligó a levantarse y la hizo caminar por el apartamento, insistiendo en que eso aceleraría las cosas. Ella llamó a su madre al hotel y Sarah acudió en un taxi. Permanecieron sentados hasta la medianoche, bebiendo vino y hablando y para entonces Isabelle estaba como distraída. No se reía de sus bromas, ni prestaba mucha atención a lo que decían, y se irritó cuando Lukas quiso saber cómo se sentía.
– Estoy muy bien.
Pero no era ése el aspecto que ofrecía. Sarah intentaba decidir si debía quedarse o no. No quería meterse entre ellos, y justo cuando ya había decidido irse Isabelle rompió aguas y, repentinamente, los dolores aumentaron. Eso hizo pensar a Sarah en el pasado, cuando la propia Isabelle nació con tanta fuerza y rapidez, pero había sido su cuarto hijo, mientras que, en esta ocasión, para ella era el primero. No era probable que las cosas se produjeran con tanta velocidad.
Cuando llamaron al médico en la clínica Salvator Mundi, éste les dijo que acudieran en seguida, y que no esperaran más tiempo. Cuando ya se marchaban hacia la via delle Mura Gianicolensi, en el coche de Lukas, Sarah miró a su hija con excitación. Finalmente iba a tener el bebé que tanto había esperado. Sólo esperaba que algún día pudiera tener también a Lukas. Se lo merecía.
Las enfermeras del hospital fueron muy amables e instalaron a Isabelle en su habitación, que era muy moderna. Se trataba de una suite grande, de aspecto agradable, y ofrecieron café a Sarah y a Lukas mientras se ocupaban de Isabelle, que ya se sentía muy incómoda. Una hora más tarde dijo que sentía una presión terrible. Lukas le hablaba continuamente, le tenía cogidas las manos, le limpiaba la frente y los labios con paños húmedos. No la dejó a solas ni un momento, hablándole continuamente, mientras Sarah les observaba. Era precioso verlos tan cerca el uno del otro, tan enamorados, y en algún momento se acordó de ella misma con William. Lukas no era un hombre tan distinguido, ni tan atractivo o alto, pero era un buen hombre, amable e inteligente, y era obvio que amaba a su hija. A medida que se relacionaba con él, le gustaba más.
Por fin, Isabelle empezó a empujar, encogida en la cama, a ratos la sostenía Lukas, y luego ella se volvía a tumbar, mientras él le agarraba por los hombros. Lukas se mostró incansable, y Sarah inútil. Entonces, Isabelle empujó con más fuerza y toda la habitación pareció bullir de actividad y ánimos, hasta que finalmente vieron la cabeza. Sarah fue la primera en ver salir a la criatura. Se trataba de una pequeña niña que se parecía mucho a Isabelle. Sarah se echó a llorar y miró a su hija, a quien le corrían lágrimas de alegría por la cara, mientras Lukas la sostenía y ella, a su vez, sostenía a su bebé en brazos. Fue una escena muy hermosa, un momento inolvidable y al amanecer, cuando Sarah entraba en su hotel, se sintió inundada de amor y de ternura por ellos.
A la mañana siguiente, cuando llamó a Lorenzo para pedirle que viniera a verla, decidió pagarle lo que le pidiera. Pero él había comprendido su postura durante el último almuerzo. Quería las dos casas, y acordaron finalmente tres millones de dólares. Era un alto precio para desembarazarse de él, pero Sarah no dudó ni por un instante que valiera la pena.
Esa tarde, en el hospital, se lo comunicó a Isabelle, y una enorme sonrisa de alegría apareció en su rostro.
– ¿Lo dices en serio? ¿Estoy libre?
Sarah asintió y se inclinó para besarla. Isabelle dijo que era el mejor regalo que podía haberle hecho. Y Lukas le sonrió, con la niña entre sus brazos.
– Quizá quiera venir conmigo a Alemania, Su Gracia -le dijo esperanzado, y Sarah se echó a reír.
Lukas prolongó su estancia en Roma durante otras dos semanas, pero luego tuvo que volver a Alemania para atender sus asuntos. Sarah se quedó hasta que Isabelle salió del hospital y la ayudó a encontrar una nueva casa. La abuela estaba enamorada de su nieta. Sus dos últimos nietos le habían producido una gran emoción, y hablaba entusiasmada de ellos con Emanuelle. El pequeño Max era lo más lindo que hubiera visto desde que Julian empezara a corretear, y la pequeña Adrianna era una verdadera belleza de criatura.
Ese año, por el cumpleaños de Sarah, se reunió un grupo de lo más interesante. Isabelle acudió sola con su hija, y Julian con Max. Xavier estaba en África para pasar el verano, pero envió dos enormes esmeraldas para su madre, con instrucciones exactas acerca de cómo tallarlas. Formarían dos sortijas macizas y cuadradas, y creía que sería fabuloso que ella se pusiera una en cada mano. Sarah le explicó la idea a Julian mientras le mostraba las piedras, y su hijo quedó impresionado. Eran verdaderamente hermosas.
Phillip acudió con Yvonne, lo que no resultó nada fácil para Julian, pero ahora ya se habían casado. Y Sarah percibió que hubo una cierta mezquindad en su hijo mayor como para presentarse en el château con ella y mostrarla delante de Julian, pero éste manejó la situación bastante bien, como solía hacer. Era una persona tan decente que hasta le habría resultado difícil no hacerlo así. Resultó interesante observar que Yvonne no demostró el menor interés por el hijo que había dado a luz el año anterior. Ni siquiera lo miró mientras estuvo allí. Se pasó la mayor parte del tiempo dedicada a vestirse y maquillarse, a quejarse de su habitación, bien porque estuviera demasiado caliente o demasiado fría, o de la doncella que no la había ayudado. A Sarah le pareció que llevaba una cantidad exorbitante de joyas, lo que le pareció intrigante. Evidentemente, estaba haciéndole gastar a Phillip todo su dinero en ella, y obligaba a todos a llamarla Su Gracia, constantemente, lo que no dejaba de divertirles, sobre todo a Sarah, que también la llamaba así, sin que Yvonne pareciera darse cuenta de que todos se burlaban, incluido Julian.
Pero, como siempre, fue Isabelle quien la sorprendió una tarde en que ella y Sarah estaban jugando en el prado con Adrianna. La niña ya tenía seis meses y empezaba a gatear, y se hallaba muy ocupada tratando de comerse una hoja de hierba cuando Isabelle le dijo a su madre que volvía a estar embarazada, y que, esta vez, el bebé nacería en el mes de marzo.
– Supongo que Lukas es el padre, ¿verdad? -preguntó con expresión serena.
– Desde luego -asintió Isabelle riendo.
Lo adoraba y nunca había sido más feliz. Lukas se pasaba la mitad del tiempo en Roma y la otra mitad en Munich, y esa situación parecía funcionar muy bien, a pesar de que él seguía casado.
– ¿Existe alguna posibilidad de que se divorcie pronto? -inquirió su madre, pero Isabelle, sincera, negó con la cabeza.
– No lo creo. Creo que ella está dispuesta a hacer todo lo que pueda para resistirse.
– ¿No se da cuenta de que él ha formado otra familia? ¿Y que va a tener dos hijos? Eso podría inducirla a aceptar el divorcio.
– Todavía no lo sabe -dijo Isabelle-. Pero Lukas dice que se lo dirá si tiene que hacerlo.
– ¿Estás segura, Isabelle? -preguntó Sarah-. ¿Y si no la abandona nunca, y si te quedas sola para siempre con tus hijos?
– En ese caso los amaré, y seré feliz de haberlos tenido, como tú cuando tuviste a Phillip y a Elizabeth, y papá estuvo ausente durante la guerra, y ni siquiera sabías si volverías a verlo. A veces, no hay garantías -dijo sabiamente. A medida que transcurría el tiempo, se iba haciendo más madura-. Estoy dispuesta a aceptar esa posibilidad.
Sarah la respetó por ello. Desde luego, su vida no era nada convencional, pero sí honesta. Y hasta la propia sociedad romana parecía haber aceptado lo ocurrido. Ella había vuelto a trabajar a ratos en la joyería, y también en el diseño de joyas, y las cosas rodaban perfectamente bien. Todavía hablaba de inaugurar una sucursal en Munich. Quizá si se casaba con Lukas decidieran abrir una tienda allí. En esa ciudad había algunas personas muy expertas, y un excelente mercado para la joyería de lujo.
Isabelle esperaba su divorcio para finales de ese mismo año, lo que significaba que su bebé no llevaría el apellido de Enzo, que representaba otro obstáculo a superar, pero Isabelle parecía bien preparada para afrontarlo. Sarah no se sentía preocupada por ella cuando voló a Roma, llevándose a Adrianna. Una vez que se hubieron marchado, se encontró sola, pensando, como hacía con frecuencia, en las interesantes vidas que llevaban. Interesantes, sí, pero no fáciles.