Sarah se encaminó otra vez hacia la ventana, para así observarlos a todos. Qué divertidos eran…, y qué diferentes, y cómo los quería. No pudo dejar de sonreír al verlos bajar de los coches. Phillip e Yvonne del Rolls, ella con un aspecto hermoso, excesivamente ataviada y muy enjoyada como siempre. A sus 35 años, iba madurando bien, y todavía parecía una jovencita de veinte, pero se tomaba muchas molestias para conseguirlo, como le ocurría en todo lo que hacía. Sólo pensaba en sí misma y en lo que deseaba, y nada más. Phillip ya había aprendido esa lección hacía mucho tiempo. Después de nueve años todavía se sentía entusiasmado con ella, pero su duquesa sólo era una bendición a medias para él. Había veces en que se preguntaba si Julian no se había sentido realmente contento por haberse librado de ella. Y pensarlo le desilusionaba.
Isabelle llegó inmediatamente después, en una absurda camioneta que habían alquilado en el aeropuerto. Ella y Lukas se dedicaron a descargar cochecitos de niño, bicicletas y cosas para bebés. Venían acompañados por sus tres hijos, y los dos del matrimonio anterior de él. Isabelle levantó la mirada hacia la ventana del primer piso, como si percibiera que Sarah estaría allí, pero no la vio. Le sonrió un momento a Lukas, que le entregó el niño y llevó sus maletas al interior del château. Sus hijos charlaban en voz alta y echaron a correr escalera arriba, preguntándose dónde estaría la abuela, cada vez más alborotados antes de encontrarla. Isabelle se detuvo un momento y le sonrió a Lukas, mientras el ruido que producían sus hijos en los salones dejaba oír sus ecos hasta donde ellos estaban. Su matrimonio con él había sido finalmente muy fructífero.
Julian llegó en el Mercedes 600 que su suegro había insistido en regalarle. Era un coche imposible, necesitado constantemente de reparaciones, pero muy hermoso, y cabían todos sus hijos. Consuelo sostuvo las manos de las dos niñas y Julian la ayudó a bajar. Las niñas lo siguieron, riendo felices, como solía hacer su padre de pequeño. Julian bromeaba con Max, que ya tenía nueve años y era muy guapo. Y, al volverse, pudo observarse el abultado vientre de Consuelo, que indicaba un embarazo ya bastante avanzado. La criatura nacería en otoño. Sería su tercer hijo en cuatro años. Habían estado muy ocupados.
Y por último llegó Xavier, con la mochila sobre el brazo, en un viejo jeep que había tomado prestado en alguna parte. Mostraba un intenso bronceado y se había convertido ya en un hombre fuerte y recio. Sarah lo miró, abrumada por los recuerdos. Si se le acercara un poco más, habría pensado que era William que acudía a su lado.
Ahora, mientras los miraba a todos, pensó en él, en la vida que compartieron, en el mundo que habían construido, los hijos a los que habían amado, y que habían salido al mundo por su propio pie, habían tropezado, y se habían vuelto a levantar por sí mismos. Todos ellos eran personas fuertes, buenas y queridas. Algunos más que otros; a unos resultaba más fácil comprenderlos, o amarlos. Pero ella los quería a todos. Y al pasar de nuevo ante la mesa donde estaban las fotografías, se detuvo para contemplarlas… William…, Joachim y Lizzie… Ellos también estaban allí, en su corazón. Siempre estarían. Luego, había una fotografía de ella, en brazos de su madre…, recién nacida… hoy hacía ya 75años.
Increíble. Resultaba extraño comprobar qué rápido pasaba todo, cómo volaba el tiempo…, con lo bueno y lo malo, lo débil y lo fuerte, las tragedias y las victorias, las pérdidas y ganancias.
Oyó una suave llamada en la puerta de la habitación. Era Max, que venía acompañado de sus dos hermanas pequeñas.
– Te estábamos buscando -dijo con excitación.
– Me alegro mucho de que hayáis venido -dijo Sarah sonriéndole.
Caminó hacia él, con aspecto orgulloso, alta y fuerte. Lo levantó en alto para darle un fuerte abrazo, y luego besó a sus dos hermanas.
– ¡Feliz cumpleaños! -gritaron al unísono.
Levantó la mirada y vio a Julian ante la puerta, y a Consuelo…, a Lukas y a Isabelle, a Phillip y a Yvonne, a Xavier… Y si cerraba los ojos, todavía podía ver a William. Aún podía sentirlo allí, con ella, como siempre había estado, a su lado, en su corazón, en cada momento de su vida.
– ¡Feliz cumpleaños! -gritaron todos al mismo tiempo.
Y ella les sonrió, incapaz de creer que aquellos 75preciosos años hubieran podido pasar tan rápidamente.