CAPÍTULO 09

Hombres y mujeres, mujeres y hombres. Nunca funcionará.

~Erica Jong


Soy la joya de Arabia… Soy la joya de Arabia… Era su letanía, dicha una y otra vez desde el momento en que había subido al carruaje con la tía Maybella para ir al baile Ranleagh a sólo dos calles de distancia, en la plaza Putnam, aunque no estaba totalmente segura de qué era la joya de Arabia en realidad. Había pensado que era ridículo tomar un carruaje hasta que ella descendió las escaleras del frente tambaleándose con un par de adorables zapatillas de satén blanco con tacones altos.

Sin dudas podía verse bien, pero el hecho era que si Willie Marker intentaba besarla nuevamente, no sería capaz de correr tras él y golpearlo en la cabeza. No, tropezaría sobre sus pies o caería en un desmayo porque no podría respirar.

Por otro lado, podría patearlo con un tacón mortal.

Por otro lado, Willie Marker era un idiota por el que no tenía que preocuparse aquí en Londres.

No, su única preocupación aquí era conseguir un esposo, y si eso significaba verse bien mediante una exquisita tortura, su tía estaba completamente preparada para sacar una doncella de hierro. Maybella, viéndose muy complacida, le había palmeado la mano y dicho que los asuntos de una dama no eran sencillos. ¿Y qué podía decir uno ante eso?

De cualquier modo, ¿quién quería un esposo? Preferiría tener un caniche blanco en su regazo cuando se conducía por Bond Street sonriendo gentilmente a todos los caballeros que se desvanecían ante su imagen.

Vio a una dama echar la cabeza atrás y reír de algo que un caballero decía. ¿Qué podía decir un hombre, posiblemente, para hacer reír a una mujer con semejante entusiasmo?

Corrie había estado mirando el salón de baile Ranleagh, que casi estallaba con decenas de risas, personas hermosas que tenían que estar asándose por lo cálido que estaba esa noche, pero eso no parecía inquietar a ninguno de ellos. Valseaban y reían y coqueteaban y bebían champagne mientras ella estaba parada, clavada en su sitio, tan asustada que sabía que iba a darle urticaria.

Estaba apretada entre la madre de James y su tía Maybella, y no estaban acaso pasándola excelente, hablando con otras damas que pasaban flotando sobre adorables zapatillas con tacón, algunos a más de cinco centímetros del suelo. Y todos los caballeros, canturreando sobre la adorable mano de lady Alexandra, susurrando cosas traviesas a menos de un centímetro de su adorable oreja. Oyó a su tía Maybella riendo disimuladamente.

Tanto su tía como lady Alexandra parecían tomarlo todo con calma, sin dudas, floreciendo, como si este fuera el modo en que se hacían las cosas, y evidentemente así era.

Si ella fuera sabia, observaría, escucharía e imitaría.

Corrie estaba convencida de que había sido presentada a cada dama que no estuviera en la pista de baile, y había dicho sus practicadas sutilezas a un grado tan refinado que había oído a una dama decir en voz baja a la madre de James que ella era una niña de hermoso comportamiento. ¿En oposición a qué? Había practicado frente a un espejo hasta que era fluida en cortesía. Sonreía, asentía y recitaba, intentando sonar espontánea, difícil luego de haber dicho las mismas cosas doce veces.

Para el momento en que había bailado con seis jóvenes caballeros en cuarenta y cinco minutos, Corrie no podía creer que había sido tan tonta como para estar asustada. Había sólo un Willie Marker en el montón, pero al menos estaba bien vestido y sus manos no estaban sucias.

De lo único que su tía podía hablar era sobre encontrarle un esposo apropiado y correcto, no uno que estuviera tras otras cosas aparte de una esposa, y como uno nunca sabía qué se ocultaba bajo un buen par de hombros, Corrie debía estar muy alerta. Como ella no tenía idea de qué podían ser esas otras cosas, sospechaba de cada caballero que la invitaba a bailar hasta que llegó al cuarto, Jonathan Vallante, cuyos ojos eran apenas un poquito saltones y la hicieron reír.

Observando el salón de baile, se dio cuenta de que esto era como una de las grandes ferias, excepto que no había carteristas merodeando y ninguna de estas personas tenía que contar su dinero. Vio a un hombre con los dos dientes del frente dorados. Había otra dama con tres barbillas y un hermoso collar de diamantes que se veía en peligro de ahorcarla. Corrie se dio cuenta de que si uno quitaba todas las joyas y aflojaba todas las ballenas, estas bellas personas eran muy parecidas a las que estaban en casa.

Corrie no había bailado en siete minutos, y quería bailar otra vez, había descubierto que adoraba bailar, entonces, ¿dónde estaban todos los jóvenes caballeros? Golpeó con el tacón de una zapatilla. Estaba inquieta. Sólo había atraído a seis de ellos. Seguramente había más que una miserable media docena. Quería una larga línea de caballeros, haciendo fila justo frente a ella, estirándose uno atrás del otro para poder verla mejor.

Entonces sus oídos despertaron. La duquesa de Brabante estaba diciéndole a la mamá de James:

– Allí están los gemelos, entrando al salón de baile. Ah, qué muchachos exquisitos y deliciosos, Alexandra. Lo has hecho muy bien. Qué emoción debe ser para ti ahora que están tan espléndidamente crecidos, ver a todas las jóvenes damas y sus mamás persiguiéndolos, esperando cada palabra suya. Bien, vi a una jovencita derretirse a los pies de James. Estaba esperando que él la dejara caer, pero no, James es un caballero, y antes de que el codo de ella golpeara el piso, la atrapó. Pero la hizo asustar, y yo pensé que eso fue inteligente de su parte. Tengo el mismo problema, naturalmente, con mi querido Devlin, un joven hombre tan ejemplar. Siendo heredero de un duque, no sólo un conde, naturalmente todas las mejores familias están tras él para sus hijas. ¿Y cómo está tu querida hermana, Melissande? A todos les parece tan terriblemente interesante que los gemelos sean su vivo retrato. Dime, ¿qué piensa lord Northcliffe?

Alexandra simplemente sonrió e inclinó la cabeza a un costado.

– Bueno, creo que piensa más que nada en mí, luego en los muchachos, y quizás entonces en las fincas.

La duquesa soltó un enojado suspiro, pero persistir la hubiese hecho ver como una tonta.

Bien hecho, pensó Corrie. ¿Habría esta extraña mujer llegado al fin de su muy singular monólogo?

No, no había terminado. La duquesa dijo:

– ¿Cómo los diferencias? Juro que son como dos puntadas en una funda.

– Confía en mí, Lorelei, si una tiene gemelos, puede distinguirlos fácilmente.

– Oh, mira, ya hay tres chicas parloteando alrededor de ellos. Oh, Dios, creo que esa muchacha está intentando pasar una nota a Jason. ¡Pobres muchachos! Mira allí, veo una caravana de vestidos blancos dirigiéndose hacia ellos.

¿Dónde estaban? Corrie estiró el cuello, pero incluso con sus tacones de cinco centímetros no pudo verlos, y era alta. ¿Ya estaban bailando? ¿James ya estaría bailando?

La duquesa se aclaró la garganta.

– Mi hijo estaría encantado de bailar con la adorable sobrinita de Maybella. Como Maybella está contando chismes a sir Arthur, Alexandra, te preguntaré a ti, ya que pareces ser amiga de la familia.

– Oh. ¿Dónde está Devlin? -preguntó Alexandra.

– Allí, junto a aquella enorme maceta de flores que está haciendo estornudar a todos. Me pregunto por qué Clorinda necesita polinizar su salón de baile.

¿Devlin? ¿El hijo de un duque? ¿Qué querría el hijo de un duque con ella? Era prácticamente una nadie de Twyley Grange.

La duquesa hizo un imperioso asentimiento hacia un joven hombre que sonrió y asintió, y comenzó a ir sin prisa hacia ellas, deteniéndose para conversar con todos en su camino. Le llevará una hora llegar aquí, pensó Corrie. ¿Cuánto podía un hombre realmente querer bailar con una dama si no tenía un pequeño chasquido en su paso?

Su nombre era Devlin Archibald Monroe, conde de Convers, heredero del duque de Brabante, y Corrie pensó que de hecho era muy apuesto. No era mucho mayor que James, alto, de ojos negros, y su rostro tan pálido como el retrato de un vampiro que Corrie había visto en un libro centenario prohibido, escondido en el fondo de la biblioteca de su tío. Tenía una voz oscura que envió adorables escalofríos por toda su espalda.

Él sonrió y no mostró colmillos, lo cual fue un alivio. Ella dijo su discurso ensayado, él se vio divertido, y cuando le pidió bailar el vals, ella apoyó suavemente su mano en el antebrazo ofrecido de él y se dirigieron a la pista de baile.

No muchos minutos más tarde, Alexandra oyó una querida voz y se dio vuelta, con una sonrisa en el rostro.

– Madre, te ves absolutamente encantadora esta noche. Veo que padre te ha abandonado.

– James, querido mío. Tu padre escapó de mí después de un baile para encontrarse con algunos de sus compinches en la biblioteca. Son pasadas las diez. Al fin están aquí. ¿Dónde han estado Jason y tú?

James se acercó un poquito más, ya que había gente cerca.

– Jason y yo queríamos encontrarnos con algunos hombres en los muelles. No, madre, no me regañes, no había peligro en particular. Además, Jase y yo somos muy cuidadosos ahora, así que por favor no te preocupes o ya no podré decirte lo que estamos haciendo.

Ese era un argumento poderoso, pero era difícil mantener su preocupación de madre y sus consejos guardados en la boca. Ella le tocó la mejilla.

– No te criticaré. ¿Se enteraron de algo?

– Sí y no. Uno de los hombres había venido de París. Había oído que un noble inglés iba a obtener lo que merecía, nada más que eso. Tal vez fue la misma persona que informó al Ministerio de Guerra. Pregunté si había oído acerca de algún hijo, pero no sabía. Nos dio otro nombre, el del capitán de un barco de pesca que llegará al Támesis en la semana. ¿Él sabrá más? No lo sé, pero vale la pena intentarlo. Ah, ¿dónde está Corrie?

– Está bailando con Devlin Monroe, mira allí, al otro lado de la pista de baile.

James sacudió la cabeza.

– No, no la veo. Veo a Devlin, pero no a Corrie.

Alexandra dijo:

– Ah, James, saluda a lady Montague y sir Arthur Cochrane.

Saludó a la tía de Corrie, Maybella, quien vestía su habitual azul pálido. Saludó a sir Arthur Cochrane con la deferencia que era automáticamente concedida a un caballero mayor que tenía derechos por la amistad con su padre. Personalmente, siempre había creído que sir Arthur necesitaba bañarse más seguido y usar menos pomada en lo que le quedaba de cabello.

Le dijo a Maybella:

– He estado intentando encontrar a Corrie en la pista de baile, señora.

– Tal vez puedas ubicar a Devlin. Él es tan pálido, sabes, con esas encantadoras pestañas oscuras cayendo como abanico sobre sus mejillas. Ah, el baile está terminando. Aquí vienen.

– Lo veo a él, pero no reconozco…

La mandíbula de James cayó abierta.

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