El estado de matrimonio es una peligrosa enfermedad;
mucho mejor comenzar a beber, en mi opinión.
~Madame de Sevigne
Alexandra Sherbrooke gritó a su esposo aun mientras él entraba por la puerta principal:
– ¡A veces yo misma quiero dispararte, Douglas! ¿Has perdido el buen juicio? Mírate, caminando por la calle, balanceando tu bastón, sí, te vi por la ventana, apostaría que incluso silbando, y ni un solo amigo a tu lado. ¡Yo misma te dispararé!
Y corrió por el vestíbulo y se arrojó en sus brazos, que se abrieron justo a tiempo. Él la apretó, le besó la coronilla y dijo en voz muy baja:
– Supongo que no fue muy prudente de mi parte, corazón, pero estoy cansado de las sombras, las amenazas y las preocupaciones de que alguien pudiera saltarme encima.
Ella lo miró, abrazándolo aun más fuerte.
– ¿Quieres que el asesino venga a buscarte?
– Sí, supongo que así es. -Él buscó en su bolsillo y extrajo una pequeña derringer de plata. -Realiza dos disparos. Mi bastón también es una espada. Estaba preparado, Alex. -Volvió a abrazarla y luego la apartó. Le pasó suavemente un dedo por las cejas. Ella cerró los ojos y se acercó más. Era un hábito de hacía mucho tiempo. -Maldición, quiero que esto termine.
– Quiero a tus amigos a tu alrededor, ¿me oyes, Douglas?
– ¿Qué? ¿Estamos todos casi listos para entrar temblando en la vejez y todavía los quieres a mi alrededor?
– No me importa si están babeando, su presencia te protegerá.
Entraron en la biblioteca y Douglas cerró la puerta con calma.
– Me temo que Willicombe vendrá corriendo en cualquier minuto, y quiero algo de paz.
– Se está tomando tu seguridad con más seriedad que tú, Douglas. ¿Sabías que me preguntó si podía contratar a su sobrino? Dice que puede martillar un clavo con el puño desnudo. Claro que dije que sí. Ahora tenemos otro lacayo y guardia. Este Remie hará vigilia entre la medianoche y las tres de la mañana, luego Robert hasta las seis.
Douglas buscó una botella de brandy y sirvió una copa para cada uno.
– He pensado una y otra vez en esto. Te lo juro, Alex, no puedo pensar en nadie que me odie lo suficiente para tomarse todas estas molestias… es todo tan dramático, esta confabulación de venganza, si es que todo esto se trata de venganza. Georges Cadoudal… Desde luego, lo vi varias veces a través de los años una vez que lo dejamos en Etaples en 1803. Como parecía no poder asesinar a Napoleón, puso la mira en varios de los generales superiores y funcionarios de Napoleón. Mató al menos a seis de ellos durante los últimos años previos a Waterloo. Pero eso fue más de quince años atrás, Alex. Quince años. Murió justo después de Waterloo, en algún momento a comienzos de 1816.
– ¿Cuándo nos enteraremos si tuvo hijos?
– Pronto, espero.
– He estado pensando, Douglas. ¿Recuerdas esa misión especial a la que fuiste a comienzos de 1814? Lo único que me dijiste fue que no era peligrosa, que traías a alguien a la seguridad de Inglaterra.
De pronto él pareció mucho más joven y muy satisfecho consigo mismo.
– Sí, logré ocultarte eso, ¿verdad?
– ¿Quién era, Douglas?
– Un caballero que tenía dinero suficiente y que ofreció bastante información al Ministerio de Guerra como para ganarse un lugar seguro en Inglaterra. Juré nunca divulgar su nombre.
– Entonces él no tendría razones para odiarte. Lo salvaste.
– Así es.
– ¿Georges tuvo algo que ver con este hombre que trajiste de Francia?
– Milord, Remie está ahora en guardia.
Douglas casi dejó caer su brandy. Se dio vuelta rápidamente, con la mano ya en el bolsillo de su chaqueta, preparado para sacar la derringer, sólo para encontrarse con Willicombe parado bien atento a este lado de la puerta.
– ¿Cómo diablos entraste aquí sin que te oyéramos, Willicombe? Dios Santo, hombre, podría haberte disparado.
– Tendría que oírme primero, milord, y eso, me atrevo a decir, es casi imposible porque soy casi una sombra, exactamente igual que Hollis. También me atrevo a decir que si hubiese percibido mi presencia, se hubiese sentido inundado de calidez y bienestar. Usted nunca me hubiera disparado, milord.
Alexandra sonrió.
– Tienes razón, Willicombe. Hollis no podría haberse movido más silenciosamente que tú. ¿Dónde está apostado Remie para pasar la noche?
– Él deambula, milady, deambula del ático al sótano y fuera, al establo. Merodea en las sombras por los senderos e incluso se mete en el parque. Lo ve todo, lo escucha todo. Vale cada moneda que usted le paga, milord.
– Bueno, eso es tranquilizador. Ve a acostarte, Willicombe.
– Sí, milord. ¿Ha descubierto alguna información más acerca del villano que busca acortar su vida, milord?
– No, todavía no. Ve a acostarte, Willicombe.
Cuando Willicombe salió caminando como un gato fuera de la biblioteca, cerrando suavemente las puertas detrás de sí, Douglas se volvió hacia su esposa.
– ¿Te dije que te veías bastante atractiva esta noche, salvo porque la mitad de tus senos estaban a la vista de cada lascivo pervertido en Londres?
Alexandra lo miró por debajo de las pestañas.
– Es una cosa extraordinaria tener un esposo que continúa observando con tan ferviente atención las partes personales de una.
– No es gracioso, Alexandra. Me vi obligado a marcharme a la sala de juegos, o hubiese disparado a una docena de esos crápulas.
Ella sonrió, lo abrazó, se puso en puntas de pie y le dijo contra la mejilla:
– ¿Hiciste comentarios acerca de lo encantadora que se veía Corrie esta noche? El vestido que escogiste para ella era muy sentador.
– ¿No es asombroso? Había creído que era bastante chata. Aunque temo que también había demasiado de ella a la vista. -Los labios de Douglas se tensaron. -Les dije, a ella y a Madame Jourdan… ¿podrías dejar de reírte de mí, Alex? O haré que lo lamentes.
– No tenía idea de que fuera tan bonita, Douglas. Su sonrisa hace que uno quiera devolvérsela.
– Sí, sí, ¿a quién le importa? Ahora vamos. Soy un hombre viejo y es pasada la medianoche. Me quedan muy pocos milagros.
– Oh, sí, así es -dijo su esposa mientras subía las escaleras a su lado.
A muy pocos hombres les agrada que una mujer les señale lo obvio.
~Margaret Baillie Saunders
– Estás siendo un imbécil, James Sherbrooke. Vete antes de que te golpee en la cabeza con ese atizador.
– No, no me iré. -Él la tomó del brazo antes que pudiera agarrar el atizador. Incluso la sacudió. -Me responderá ahora y con la verdad, madame. Quiero saber exactamente qué sucedió entre tú y Devlin Monroe anoche.
Ella se puso cara a cara con él, echó atrás la cabeza y dijo, con un encantador sarcasmo rodeando su voz:
– No sucedió nada que yo no quisiera.
– Bebiste demasiado de ese ponche de champagne, ¿cierto? Supe después de probarlo que una decena de muchachas perderían su virtud anoche.
– Tonterías, James. La mayoría de las jovencitas tienen cabezas mucho más duras de lo que les das crédito. Sí, bebí dos copas de ese delicioso ponche que nublaba la mente, pero Devlin fue un perfecto caballero. ¿Me oyes? Un perfecto caballero. ¿Puede un vampiro ser un caballero? No importa. Ahora, voy a cabalgar con él esta tarde en el parque, exactamente a las cinco en punto, si no llueve, aunque parecía que podría.
Él dio un paso atrás, de otro modo podría agarrarla, arrojarla sobre sus rodillas y azotarla otra vez, aunque dudaba que ella lo sintiera.
– ¿Cuántas enaguas llevas?
– ¿Qué?
– ¿Cuántas enaguas tienes bajo ese vestido?
La mente de un hombre, pensó Corrie, es una cosa asombrosa.
– Bueno, déjame ver. -Golpeteó la punta de sus dedos contra el mentón. -Están mis calzones, luego mi camisola… sabes, me llega casi a las rodillas y tiene un bonito encaje alrededor del cuello, es de muselina blanca y suave… ¿Qué es esto? ¿Tienes los ojos bizcos? Preguntaste…
– Háblame sólo de las enaguas, no del resto. Por el amor de Dios, Corrie, uno no habla de sus calzones, mucho menos sobre la suave camisola de muselina blanca, especialmente frente a un hombre.
– Muy bien, supongo que tampoco quiero saber qué llevas bajo tus pantalones. Ahora, ¿dónde estaba? Está la enagua de franela, sólo una, para mantenerme toda calentita aun cuando ya hace calor. Luego hay cuatro de algodón, y encima de todo está una enagua de lino blanco muy bonita que, si resulta que mi vestido se levanta con el viento, mostrará incluso a las damas más críticas que estoy bien vestida bajo mis ropas. En cuanto a lo que los caballeros pensarían, bueno, tendrás que darme la respuesta a eso, ¿verdad? Ahí tienes, ¿estás contento ahora? ¿Por qué diablos quieres saber sobre mis enaguas?
– Me gustabas más con pantalones. Podía ver exactamente en qué andabas.
– ¿Y qué significa eso?
– Podía ver tu trasero. Bueno, no realmente; esos condenados pantalones eran tan sueltos.
Esta era la sala de dibujo de su tía. Tío Simon estaba instalado en su estudio, a no más de seis metros. Su tía Maybella, cielos, podría estar justo al otro lado de la puerta, escuchando.
– No debes hablar de mi trasero, James. Seguramente no es lo correcto.
– No lo es. Me disculpo.
– Bueno, olvida mis pantalones también. Siempre te burlabas de ellos, en cualquier caso. ¿No te gusta mi vestido? Tu padre lo escogió. Es muy blanco, todo virginal, ¿no lo crees?
– Sigue pasando tiempo con Devlin Monroe y no tendrás un pensamiento virginal en tu cabeza. Sin mencionar el resto de ti.
– ¿Ahora estás acusándome de quitarme la ropa con un hombre al que apenas conozco? ¿De sacarme todas esas malditas enaguas?
– Te vi bebiendo ese ponche de champagne anoche. Era algo peligroso, para nada adecuado para jovencitas. Bailaste el vals con él dos veces, Corrie. No fue correcto de parte de tu tía permitírtelo.
– Ella estaba flirteando con sir Arthur. Te vi pasando un momento maravilloso con esa señorita Lorimer, quien, dice mi tía, es considerada el mejor partido en Londres por el momento, y ¿no es una pena que haya tenido que aparecer cuando yo llegué? ¿La pasaste bien con ella, James? ¿Lo hiciste?
– Juliette…
– ¿Su nombre es Juliette? ¿Como la condenada colegiala de Romeo? Eso hace que quiera… -No escupas, no en la sala de dibujo de tu tía. Los ojos de James destellaban. Ella no sabía si eran violeta o ese tono de azul que hacía que le dolieran las entrañas, pero los vio destellar. Cambió de dirección. -Ah, seguramente es encantadora, ¿verdad? Pero sabes, James, he oído que prefiere diferentes tipos de cosas, tal como Devlin Monroe, y no creo que sea acertado de tu parte pasar demasiado tiempo con ella. Podrías encontrarte sin tus pantalones y, ¿no sería eso escandaloso?
James sólo podía mirarla fijamente, con la boca abierta, su cerebro blando en la cabeza.
– ¿Qué tipo de cosas diferentes? ¿Estás diciendo que la señorita Lorimer es casquivana?
– ¿Quieres decir si pienso que es perversa? ¿Como Devlin Monroe?
– Nunca dije que fuera perverso, maldita sea.
– Bueno, en realidad tampoco estoy diciendo que la señorita Lorimer sea perversa, James. Dije que prefiere diferentes tipos de cosas y…
– ¿Qué tipo de cosas?
Esas ridículas palabras salieron bailando de su boca antes de que pudiera decirse que ella lo estaba ensartando como a un róbalo en un sedal, pescándolo lentamente, y él, como el tonto que era, estaba saltando hacia su mano. Era un idiota. Toma las riendas, toma las riendas.
– No, olvídalo, cállate.
– Pero estás interesado, ¿cierto, James? Quieres saber qué le gusta hacer a las jovencitas que se inclinan al libertinaje. Admítelo.
Era un idiota, un idiota al que ella estaba pescando sin un solo gancho en su línea.
– Muy bien, dímelo.
Ella se acercó más, peligrosamente porque él estaba perfectamente preparado para retorcerle el cuello, y susurró:
– Oí decir que a Juliette le gusta representar papeles lascivos en obras. Como la Lysistrada de Aristófanes, ya sabes, esa obra griega donde la mujer le dice al hombre que no harán…
James miraba fijamente ese rostro que conocía tan bien, que podría cerrar los ojos y hacer vagar sus dedos sobre él y saber exactamente qué estaba viendo. La parte de él que aún era el róbalo siendo pescado dijo:
– ¿Cómo sabes eso?
Corrie se inclinó aun más cerca, sin tocarlo.
– Oí por casualidad a algunas muchachas hablando sobre eso en la salita de las damas anoche. Y como estoy interesada en Devlin Monroe y los diferentes tipos de cosas que él prefiere, hablé con la señorita Lorimer y le dije que yo también podía actuar, especialmente personajes de gran flexibilidad moral. Ella dijo que también era su tipo de personaje preferido. Me dijo que la gente buena es aburrida, que apartarse un poquito del camino es emocionante. ¿Qué pasaría cuando se apartara de ese camino? -Corrie se acercó más. Él podía sentir su respiración en la mejilla. -Pensé en ensuciar el ruedo de mi vestido y, después de ese primer gran paso, bueno, entonces tal vez perderé las horquillas en mi cabello. ¿Qué piensas, James?
El sedal se cortó. James la tomó de los hombros y la sacudió. Quería azotarla, pero eso no pasaría, al menos no allí en la sala de dibujo de su tío. Quizá la próxima vez que ambos estuvieran en casa, podría llevarla de regreso a aquella roca, podría bajarle esos pantalones suyos por las caderas y…
– Escúchame, Corrie. Realmente he tenido suficiente de esto. Podrías evaluar olvidarte de Aristófanes y lo que hacían esas mujeres en su obra, lo cual, por supuesto, no puedes comenzar a entender, pese a toda tu charla sobre flexibilidad moral. También podrías evaluar olvidarte de Juliette Lorimer y sus obras. No querrías actuar en una obra así. No querrías apartarte del camino y ensuciar el ruedo de tu vestido.
– ¿Por qué no?
– No lo harás, y allí se termina el asunto. Ahora, insisto rotundamente en que olvides a Devlin Monroe. Le escribirás una nota explicándole que no volverás a verlo. ¿Me entiendes?
– Estás gritando, James. Me gusta Devlin; es heredero de un ducado. Cielos, ya es conde.
– ¡Suficiente!
– Tú sólo eres heredero de un condado. -Ella volvió a acercarse. -¿Es posible que Juliette quiera tu dinero?
Eso fue demasiado. James finalmente se libró del sedal. Rugió:
– ¡Si te veo con Devlin Monroe, te azotaré!
Ella sonrió sarcásticamente, una mueca plena, insolente y totalmente gratificante. Para enfurecerlo aun más, cruzó los brazos sobre el pecho y empezó a silbar.
James se controló. No dijo ni una palabra más. Giró sobre sus talones y casi atropelló a la tía Maybella en su camino fuera de la sala de dibujo.
– ¿James? ¿Jason?
– Soy Jason, señora, y discúlpeme pero debo partir.
– Bien, yo… adiós, querido muchacho.
Tía Maybella entró en la sala de dibujo y vio a su sobrina parada frente a las ventanas, con la frente contra el vidrio.
– ¿Qué estaba haciendo Jason aquí?