Jason miró los oscuros ojos de Judith McCrae y se sintió lleno de una extraña mezcla de satisfacción y una emoción tan poderosa que se preguntó cómo un hombre podía soportarlo.
– Tus ojos son más oscuros que los míos, al menos en este momento.
– Quizás -susurró ella.
– Mi hermano acaba de casarse.
– Sí.
– Recuerdo haber levantado la mirada, ¿era en el baile Ranleagh?, y allí estabas, mirándome fijamente mientras agitabas ese abanico, y mi corazón cayó a mis zapatos.
Ella se apartó, pero sus manos todavía estaban cerradas en los brazos de él.
– ¿De veras? ¿Tu corazón sigue allí? ¿En tus zapatos?
Él le sonrió.
– Mi corazón incluso colapsa dentro de mis botas cuando las uso.
– Tengo casi veinte año. ¿Sabías eso, Jason?
– No aparentas tu edad. -Una risita escapó. -¿Eso significa que estás cercana a vestir santos nuevamente?
– Tú, tonto… bueno, nunca lo pensé de ese modo, sabes, ser inaceptable para un caballero por ya no ser tan joven como, digamos, Corrie. Nunca consideré que me movería en la sociedad de Londres. El pensar en ir a Londres con la expresa razón de encontrar un esposo, simplemente nunca se me ocurrió. Pero entonces tía Arbuckle entró en mi vida, me trajo aquí y me presentó a todos.
– ¿Por qué no asumiste que tu tía te presentaría en sociedad?
– Había peleas, supongo que podrías llamarlos así, entre todos en mi familia. Pero ya no, gracias a Dios. Te contaré algo, Jason. Estaba bastante aburrida, lo admito, hasta que te vi… sí, fue en el baile Ranleagh. No soy una heredera como Corrie.
– ¿Por qué me importaría eso?
– Bueno, eres un segundo hijo, Jason, sin importar que hayas nacido minutos después que James.
– Soy rico -dijo él abruptamente. -El legado de mi abuelo me evita penurias. Puedo mantener a una esposa. Estoy pensando en criar caballos, Judith. Es algo que se me da bien; a diferencia del manejo de la finca, que se da bastante bien a James. Cuando los dioses echaron los dados, todo pareció haberse resuelto adecuadamente.
– ¿Quieres decir que no te importa ser el segundo hijo? ¿No te importa no ser el futuro conde de Northcliffe?
– Bendito infierno, claro que no. Dijiste que nunca habías evaluado venir a Londres a buscar un esposo. Bueno, yo nunca evalué ser el conde de Northcliffe. Mi hermano será un excelente conde cuando llegue su momento. Y yo, bueno, seré yo mismo y seguro que eso no es nada malo. ¿Habías esperado algún tipo de ardiente resentimiento de mi parte?
– Quizás. Me parece que sería natural que no te guste no tener lo que él tendrá.
Él le sonrió.
– Detestaría efusivamente ocuparme de todos los problemas que mi hermano tendrá que manejar habitualmente. Tenemos algunos arrendatarios que hacen maldecir al vicario. No, soy libre para ser lo que deseo y libre para hacer lo que deseo. Soy un hombre muy afortunado. -Se quedó callado un momento, se miró las botas, quizás para ver si su corazón estaba allí, y dijo: -He estado pensando mucho en esto, y creo que me gustaría visitar Irlanda, ir a The Coombes, a ver la operación de tu primo. ¿Es un tipo acogedor, tu primo?
– Ah, estoy segura de que disfrutaría mucho de recibirte.
– Bien. Ah, también está la caballeriza Rothermere en Yorkshire. Los Hawksbury viven allí. Su hijo mayor es de mi edad. ¿Quizás te gustaría ver una caballeriza?
– Quizás -dijo ella, y sus dedos se tensaron en los brazos de Jason. -Incluso podría preferir viajar a Rothermere antes que visitar a mi primo. Rothermere es nuevo para mí, verás, y por lo tanto de mayor interés. Eres muy fuerte, Jason. He observado eso en ti.
– A mi madre le gusta contarnos a James y a mí que en el momento en que pudimos pararnos, queríamos levantar al otro. Cuando tenía tres años, logré alzar a James sobre mi cabeza por, quizás, un segundo. Mi madre, según recuerdo, aplaudió, lo cual, naturalmente, no hizo nada feliz a James. No recuerdo eso, pero mi madre dice que él arrojó un bloque de madera de juguete en mi pie por lo enojado que estaba. Tuve una infancia muy buena. ¿Y tú, Judith?
¿Hubo un destello de dolor en sus magníficos ojos? No podía estar seguro. Quería preguntárselo, pero percibía, muy profundo dentro suyo, que ella se alejaría de él si intentaba investigar. Ella era una excitante mezcla de tímida y traviesa, reticente y confiada, combinaciones que lo volvían loco aun mientras su corazón se aceleraba. Jason también se daba cuenta de que deseaba abrazarla fuerte, decirle que cuidaría de ella hasta el día en que muriera, pero no dijo nada. Todavía no estaba seguro de qué pensaba ella. No era un hombre paciente, pero sabía hasta los huesos que con ella la paciencia no era una mala virtud, era una necesidad. Lo maravillaba, pero lo aceptaba, tal como estaba preparado para aceptarla a ella, su timidez y su picardía, y cualquier otra cosa que Judith pudiera dar.
– Mi infancia fue buenísima, Jason. Hubo algunos malos momentos, por supuesto, como debe haber en la vida. La felicidad viene y luego se va, al igual que la desdicha.
Él dijo, tocándole suavemente el mentón con un dedo:
– ¿Eres feliz ahora, Judith? ¿Ahora que me has conocido?
Ella se encogió de hombros, empezó a juguetear con la corbata de él y se quedó en silencio. ¿Sentía Jason dolor ante el aparente rechazo de una muchacha? Simplemente nunca antes se había encontrado con semejantes sentimientos. ¿Podría haberse equivocado con ella? No, eso no era posible, por supuesto. Judith parecía excesivamente fascinada por su corbata. Él no dijo nada, esperó.
Finalmente, ella levantó su rostro hacia el suyo.
– ¿Si soy más feliz ahora que te he conocido? Es extraño, sabes. Cuando hay alguien que es importante, olvidas que alguna vez hubo otra vida. Vives de un estallido de felicidad al siguiente. Claro que, en medio, hay incertidumbre y pura tristeza, porque no sabes lo que el otro está pensando, sintiendo.
Jason pensó que ella había hablado elocuentemente, y tenía razón. Con ella -y admitía que era importante para él- había sentido más que su cuota de aflicción. E incertidumbre, tal incertidumbre.
– Quizás en el futuro los estallidos de felicidad superen todos los demás sentimientos. Un futuro no demasiado distante, si puede ser, ya que estoy tan cerca de expirar de ansiedad.
– Quizás. -Y Jason vio la picardía en los ojos de ella, caliente y salvaje, y deseó tenerla desnuda debajo suyo en ese mismo instante. -¿Te hago feliz, Jason?
Él no dijo absolutamente nada, le miró la boca, sus pequeñas orejas con los aros de gotas de perlas colgando. Judith le pegó en el brazo. Él se rió.
– ¿Entonces tú estás expirando de ansiedad? Me alegra que ahora veas mi punto de vista. Sí, Judith, me has hecho feliz.
– ¿Puedes decirme qué piensan tus padres de mí?
Él le importaba a Judith, no había absolutamente ninguna duda en la mente de Jason. Quería pedirle que se casara con él, en ese preciso segundo, pero algo lo hizo contener. Ella no estaba preparada para eso, lo sabía con certeza. Había sucedido demasiado rápido, estaba tambaleándose, sus entrañas retorciéndose y enredándose, entonces ¿cómo debía estar sintiéndose ella? Era joven e inocente, pese a sus casi veinte años. Como no era estúpido, Jason dijo con calma:
– Le gustas a mis padres, como a mí. ¿Puedes dudarlo?
– No he conocido a muchas personas que estarían contentas de acoger a un extraño.
– Eso es una pena. ¿Quizá te gustaría pasar más tiempo con ellos antes de continuar por este camino de más felicidad para ti?
– No lo sé -dijo Judith. -Quizá.
– Ya te conocen bastante bien, Judith. Ellos creen que eres bastante inteligente; mi padre incluso dijo que eras encantadora. Levanté una ceja ante eso, pero él dijo que sí, que era cierto. Dijo que lo habías encantado, y entonces comentó que eras tan brillante como un penique nuevo.
Jason vio claramente que a ella le gustaba cómo sonaba eso, pero que tenía que insistir y molestar, y dudar de sí misma.
– Pero no me conocen realmente, no como conocen a Corrie. Ella ya es como una hija para ellos.
– Eso es verdad, naturalmente, porque ella ha entrado y salido de Northcliffe Hall desde que tenía tres años. Ha sido una hermana para mí, año tras año. Sí espero, sin embargo, que James no piense en ella como una hermana; no puedo imaginar nada más infernal que eso. Bien, mis padres regresarán a Northcliffe Hall el viernes. Mi padre está satisfecho de que todas las investigaciones estén avanzando y ya no se lo necesita aquí. Voy a acompañarlos, naturalmente, con Remie y otros tres corredores que lord Gray recomendó para proteger a mi padre. ¿Tal vez a lady Arbuckle y a ti les gustaría venir con nosotros? ¿Para una agradable visita prolongada? ¿Crees que eso le gustaría a tu tía?
– Debo hablar con ella. -Judith lo miró a través de sus pestañas y dijo: -Pero creo que ella quiere que me case con un conde.
Jason se rió, no pudo contenerse.
– Al igual que a mi padre, también me has encantado. Eres tan traviesa como cualquier hombre podría desear, Judith. Hmm, ¿no preferiría tu tía al heredero de un duque? ¿Como Devlin Monroe, el vampiro de Corrie?
– Así que ahora soy vieja y traviesa, ambas al mismo tiempo.
– Sí, y estoy inmensamente agradecido por eso.
– Me pregunto, ¿me gustaría Devlin? Posiblemente, pero vio a Corrie y todo terminó para él.
– Hasta la mención de su nombre vuelve loco de celos a mi hermano, aunque todavía no se da cuenta de que son celos lo que está sintiendo y no pensamientos repelentes sobre unos colmillos saliendo de las encías de Devlin bajo la luz de la luna.
Jason se agachó y la besó, no pudo evitarlo. Ella era una dama, maldición, pero no quería darle un beso en la mejilla. No, quería un beso profundo, húmedo, su lengua en la boca de Judith, y eso fue lo que hizo. Ella era tímida, sus labios cerrados, y él sintió que se sacudía de sorpresa cuando su boca tocó la de ella.
¿Era el primer hombre en besarla? Evidentemente lo era. Ella no sabía qué hacer. Maldición, nada de lengua en su boca todavía. El pensamiento de que él sería el hombre en enseñarle todo lo hacía querer cantar a los querubines de yeso con hoyuelos que adornaban las esquinas del techo de la sala de dibujo Arbuckle. Cuando se obligó a dar un paso atrás, Jason dijo:
– Le escribiré a tu primo en The Coombes. Quizá le gustaría verme pronto, ya que parece que tú y yo podríamos estar acercándonos.
– Este asunto de acercarnos… Jason, soy una recién llegada en la ciudad. ¿Qué hay del conde que seguramente debe estar esperando al acecho en alguna parte, simplemente esperando a aparecer sobre mi escenario, sin dudas recitando encantadores versos a mis cejas…?
Él volvió a besarla, un ligero beso en la punta de la nariz, y la dejó, silbando. Judith se quedó allí parada, en medio de la sala de dibujo de lady Arbuckle, y escuchó las botas de él andando con sólidas zancadas por la entrada de mármol, oyó voces murmuradas, luego el abrir y cerrar de la puerta del frente. Entonces no quedó nada más que el suave silencio de comienzos de la tarde, una suave lluvia cayendo y golpeteando ligeramente contra las ventanas. ¿Siempre llovía en Inglaterra? Bueno, a decir verdad, llovía más en Irlanda.
Estaba sola. En ese momento le parecía que había estado sola la mayor parte de su vida. Se preguntaba qué sucedería. Jason casi le había pedido que se casara con él, ¿verdad? Se abrazó a sí misma. Lo sabía, lo sentía profundo en su interior y se maravilló. Él casi se lo había pedido.
Jason le pidió la dirección exacta de The Coombes esa noche, en una velada musical en la espaciosa casa de ciudad de lord Baldwinen en la plaza Berkeley. Judith se la dio y dijo, con una voz tan recatada como la de una monja:
– Estoy evaluando visitar Italia mientras estés en Irlanda con mi primo, estudiando sus métodos de cría, observando sus caballos y asistiendo a carreras.
Jason sintió un golpe de lujuria que casi lo derribó; sabía que estaba poniéndose duro, simplemente allí parado, por el amor de Dios, sólo mirándola.
Dijo con esa tranquila voz suya:
– Entiendo que Venecia es encantadora en otoño. No demasiado fría aún, los vientos todavía calmos sobre el canal. Mi hermano y yo visitamos Venecia aproximadamente tres años atrás. Y sí, una noche los dos nos emborrachamos lo suficiente como para caer dentro del canal.
– Creo que tal vez preferiría Florencia. Hay tantos artistas espléndidos trabajando allí. Ningún caballero ebrio que me moleste.
– Hay caballeros ebrios en todas partes del mundo para molestarte, no te engañes.
Ella rió, sacudiendo la cabeza.
– Cuando visites The Coombes, asistirás a carreras de hombres que seguramente intentarán desplumarte.
Jason dijo, acariciándose el mentón:
– Yo mismo podría desplumar un poco. Pero no estoy para nada seguro acerca de Florencia. Todos esos espléndidos artistas murieron siglos atrás. Desafortunadamente, temo que sus miles de pinturas, todas las Madonna y Niño, perdurarán por siempre. Nunca nos libraremos de ellas.
Ella hipaba de hacer tanto esfuerzo por no reír a carcajadas. Jason le palmeó la mejilla y la dejó, sólo diciendo sobre su hombro de ese modo brusco suyo que iba a encontrarse con unos amigos.
Ella le dijo, seria entonces:
– ¿Quieres decir que podría haber alguna información sobre tu padre?
Él simplemente se encogió de hombros y la dejó otra vez, sin darse vuelta en esa ocasión.
Judith lo observó hasta que se había marchado del inmenso salón de baile. Se volvió cuando lady Arbuckle dijo:
– No te ha pedido que te cases con él, ¿verdad?
Judith dijo lentamente:
– No, todavía no. Es muy hermoso, ¿no lo cree?
Lady Arbuckle dijo impasiblemente:
– Todos consideran que los gemelos Sherbrooke son los hombres más apuestos en Inglaterra. Probablemente lo serán más a medida que crezcan, al igual que su tía Melissande. Ella tiene al menos cuarenta y cinco años ahora, sin duda más allá de cualquier belleza, sólo que no es así. Los hombres jóvenes todavía se desvanecen cuando la cruzan en la calle o la ven al otro lado de un salón. Los gemelos no serán diferentes, porque son la imagen de ella, una cosa rara, pero así es. Sus padres nunca han estado satisfechos por ese aborto de herencia.
– Y uno de esos perfectos caballeros me propondrá matrimonio. Eso es bastante extraordinario, ¿verdad?
Lady Arbuckle iba a alejarse, se detuvo, examinó el rostro de Judith y dijo:
– He oído que el hijo más joven, el que crees que te propondrá matrimonio, no es tan constante como su hermano, lord Hammersmith. Yo misma lo he visto. Jason Sherbrooke ve a una joven dama que le agrada, como tú le has agradado, Judith, y se dedica a ella totalmente, por un rato… y luego desaparece. ¿Realmente te propondrá matrimonio? No lo sé, pero debo dudarlo. Sugiero que tengas gran cuidado, Judith. Es un joven salvaje, más honorable que la mayoría, quizás, pero me dijeron que mantiene una amante en la calle Mount.
– No sabía eso -dijo Judith lentamente. -Me pregunto qué apariencia tiene ella.
– Me atrevo a decir que no es adecuado que sepas eso. Me atrevo a decir que ni siquiera deberías admitir que sabes lo que es una amante. -Lady Arbuckle se quedó callada un momento, estudió el rostro de la joven. -Sin embargo, dudo que ella tenga tu apariencia o tu encanto.
– Espero que eso sea cierto.
– Me pregunto -dijo lady Arbuckle lentamente. -Me preguntó qué sucederá. Deseo marcharme pronto, Judith. Esa soprano de Roma me hizo doler los tímpanos. Deseo escribir a mi esposo, para saber si está bien.
– Estoy segura de que está muy bien. Estoy lista, tía. Jason dijo que iba a encontrarse con amigos. Me pregunto si en cambio irá a la calle Mount a visitar a su amante.
– Adivino que será la amante.
– ¿Cree que me deseaba tanto que tuvo que ir con ella?
Lady Arbuckle se rió.
– No creo que un hombre jamás necesite estimulación para visitar a una amante.