Cuando no tienes problemas, estás muerto.
~Zelda Werner
Douglas y los mellizos cerraron rápidamente sus bocas. Douglas dijo:
– Eh, Alex, querida mía, ¿dijiste que Hollis estaba besando a una mujer desconocida? ¿En la despensa del mayordomo?
– Sí, Douglas, y era mucho más joven que Hollis, no más de sesenta años, yo diría.
– Hollis tomándose libertades con una mujer más joven -dijo Jason, echó la cabeza atrás y se rió, luego se detuvo. -Dios mío, padre, ¿qué si ella es una aventurera, detrás de su dinero? Sé que él es adinerado. Me dijo que has estado invirtiendo su dinero por él durante años, y que ahora es casi tan rico como tú.
– Me aseguraré de que Hollis no haya sido atrapado por una abuela rapaz -dijo Douglas.
James agregó:
– ¿Estás seguro de que realmente se estaban besando, madre?
– Era un abrazo bastante apasionado, y sí, con algo de mimos y besos -dijo Alexandra. -Se los digo, casi me hizo saltar los ojos de la cabeza. -Dio un paso más cerca de su esposo y susurró: -Ambos parecían estar disfrutando del otro inmensamente.
Douglas dijo:
– Espero que esta sea la joven mujer con quien Hollis pretende casarse.
Su esposa e hijos lo miraron fijo.
– ¿Sabes acerca de esto, Douglas?
– Él habló de matrimonio varios días atrás… algo en cuanto a que una joven esposa lo haría sentir muy bien.
– Pero…
Douglas levantó la mano para interrumpirla.
– Ya veremos. Después de todo, en realidad no es asunto nuestro.
James dijo:
– Es Hollis, señor. Ha estado aquí más tiempo que tú.
– No compares viejo con muerto -le dijo Douglas. -Un hombre no está muerto en sus partes hasta que está dos metros bajo tierra. Esfuérzate por no olvidar eso.
Alexandra suspiró.
– Muy bien, suficiente de esta excitación. Ahora, Douglas, me contarás lo que te ha sucedido y me lo dirás todo. Incluirás todas las referencias a un trapo ensangrentado encontrado en el lavabo en tu recámara, y no me engatusarás con un dedo cortado.
– Le dije que lo descubriría, señor -dijo Jason.
– Madre incluso descubrió que había besado a Melissa Hamilton detrás de los establos cuando tenía trece años -dijo James. Le dio a su madre una mirada meditativa. -Nunca deduje cómo descubriste eso.
Alexandra lo miró.
– Tengo espías que me deben su lealtad. Será mejor que nunca olvides eso. Sólo porque sean hombres ahora no significa que haya puesto en jubilación a mis espías.
– Ciertamente deben ser bastante viejos -dijo Jason, y le ofreció una hermosa sonrisa.
Alexandra dijo, intentando no derretirse con esa sonrisa:
– Ahora, Douglas, habla y ve al grano.
– Muy bien, si vas a hacer un gran lío por esto.
Alexandra le sonrió.
– Me pregunto, ¿es la Novia Virgen a quien escucho aplaudiendo?
Twyley Grange, hogar de lord y lady Montague y Corrie Tybourne-Barrett
– Dios mío, ¿eres tú, Douglas?
Simon Ambrose, lord Montague, se puso rápidamente de pie, parpadeó mientras levantaba sus anteojos sobre su nariz, y casi tropezó con un diario que había caído de la mesa a su lado. Se enderezó e hizo lo mismo con su chaleco.
– Sí, Simon, y estoy aquí sin invitación. Espero que me permitas entrar.
Simon Ambrose se rió.
– Como si no fueses a ser bienvenido en mi recámara si desearas saltar a través de mi ventana. -Simon frunció el ceño. -Por supuesto, no serías tan bienvenido si te deslizaras en el dormitorio de Maybella, pero esa es una posibilidad que no es muy probable que ocurra, ¿cierto?
– No más que tú treparas por la ventana del dormitorio de Alexandra, Simon.
– Ese es un pensamiento que me cosquillea el cerebro.
– No dejes que cosquillee demasiado.
Lord Montague se rió e hizo una seña a Douglas para que se sentara.
– Es muy agradable verte. Maybella, aquí está lord Northcliffe. ¿Maybella? ¿No estás aquí? Qué extraño que no la vea, y yo que creía que estaba cerca, quizá cosiendo en esa silla junto a la ventana. -Simon suspiró y luego se animó. -Seguramente Corrie debe estar cerca. Sabes, ella es bastante capaz de entretener a los invitados en ausencia de su tía. O tal vez no. -Echó la cabeza atrás y gritó: -¡Buxted!
– Sí, milord -dijo Buxted, rondando el codo de lord Montague.
Simon saltó en el aire, tiró sus anteojos y se tambaleó hacia atrás hasta golpear una pequeña mesa de marquetería. Buxted lo agarró del brazo y lo levantó con tanta energía que Simon casi cayó de narices. Una vez que Simon estuvo derecho, Buxted le alcanzó los anteojos y enderezó la mesa. Luego comenzó a cepillar a su amo, diciendo:
– Ah, milord, qué idiota soy, sorprendiéndolo como haría con una jovencita que se levanta las faldas para cruzar un arroyo.
Simon dijo:
– Ah, sí, eso está mejor y es suficiente. ¿Qué sucede cuando sorprendes a una joven dama con su falda levantada, Buxted?
– Fue un pensamiento que no debería haber ido más allá de mis fantasías, milord. Bórrelo de su mente, señor. Largas piernas blancas, eso es lo único que puede haber al final de ese agradable pensamiento.
Douglas recordó lo que Hollis había dicho una vez acerca de Buxted: Él es bastante torpe, milord, totalmente disperso en su mente, y un hombre bastante entretenido. Él y lord Montague encajan excelentemente.
Douglas sonrió al ver a Buxted aún cepillando a Simon, incluso mientras este intentaba apartarlo de un empujón.
– Buxted -dijo Simon, palmeándole las manos, -necesito a lady Maybella. Si no puedes encontrarla, entonces trae a Corrie. Quizás ella esté ayudando en la cocina, la muchacha adora cocinar tartas de bayas, al menos así era cuando tenía doce años. Douglas, entra y siéntate.
– No sé quién está dónde, milord, nadie me dice nada de nada -dijo Buxted. -Ah, milord Northcliffe, por favor siéntese. Permítame mover los preciosos diarios de Su Señoría de esta adorable sillón con orejas de brocado. Allí, sólo quedan tres, y eso hace que la silla se vea interesante, ¿verdad?
Buxted merodeó hasta que Douglas se sentó sobre los tres diarios. Entonces salió agitado de la sala, con su calva cabeza brillosa de sudor.
Douglas sonrió a su anfitrión. Le gustaba bastante Simon Ambrose. Simon era lo suficientemente rico como para ser conocido como excéntrico, en vez de chiflado. Y era tan excéntrico hoy como lo había sido veinte años atrás, cuando, luego de que su padre hubiese pasado al más allá, Simon, ahora vizconde Montague, se había conducido a Londres, conocido y casado con Maybella Connaught, y la había traído a casa a Twyley Grange, una pulcra mansión Georgiana construida sobre los cimientos exactos del granero adjunto al monasterio St. Lucien largamente desaparecido.
Douglas sabía que las mujeres admiraban enormemente a Simon hasta que llegaban a conocerlo bien, y se daban cuenta de que su muy apuesto rostro y su dulce expresión enmascaraban una mente que generalmente estaba en otra parte. Pero cuando, en raras ocasiones, su mente se enfocaba, Douglas sabía que él era muy inteligente. Dada la distracción mental de Simon, en ocasiones se había preguntado cómo habría sido la noche de bodas, pero seguramente algo había sucedido, ya que Maybella había dado a luz a tres hijos; todos, desafortunadamente, habían muerto en la infancia. Simon tenía un hermano menor, Borty, quien era tan chiflado como él, esperando el momento oportuno. Su hermano era obsesivamente devoto a la colección de bellotas, no hojas, como Simon.
Simon dijo, con las gafas ahora firmemente sobre su nariz:
– Verdaderamente, Douglas, no olvidé que venías, ¿cierto?
– No, esta es una visita sorpresa, Simon. Estoy aquí porque temo que mi esposa pudiera venir si yo no lo hacía.
– Eso está bien, ¿verdad? Me gusta bastante Alexandra. Ella podría entrar en mi dormitorio cada vez que quisiera.
– Sí, ella es simpática, pero puedes olvidar que entre por la ventana de tu dormitorio, Simon. El punto es que mi esposa no tiene gusto en cuanto a ropas.
– Ya veo. Válgame, no tenía idea. Te aseguro, cada vez que la veo, quedo impresionado por cómo sus muy redondeados y blancos, eh, bueno, es mejor detenerme allí, ¿cierto? Diré que ella es muy adorable, y sabiamente lo dejaré en eso.
– Eso es porque yo la visto -dijo Douglas.
– Ese es un pensamiento que agita la imaginación.
– No dejes que se agite demasiado, Simon.
– Sí, puedo ver que semejante observación podría agitar las brasas de las pasiones de un hombre. Pero ella realmente es bastante adorable; bueno, quizás sea mejor que ponga un punto a ese pensamiento. Ahora, ¿hay algún problema con las ropas de Maybella, Douglas? ¿O con las mías?
Douglas se sentó hacia adelante, sujetando sus manos entre sus rodillas.
– Ningún problema. Esto se trata de Corrie. El asunto es, Simon, que Corrie es igual a mi esposa, en cuanto a que no tiene idea acerca de ropas. Cuando mi esposa me dijo que hablaría con Maybella y aconsejaría a Corrie, supe que para prevenir un completo desastre no tenía más opción que venir aquí y ocuparme de esto. Ahora, si llamas a Corrie, le diré qué es lo que debe vestir. Sabes, los colores y estilos de vestidos, y cosas así. Por supuesto, querrás que tenga su mejor apariencia en Londres.
– Bueno, naturalmente -dijo Simon, y parpadeó rápidamente. -Siempre he pensado que Corrie se vestía bastante bien, como su tía de hecho, cuando no está vistiendo sus pantalones. ¿No es extraño que todos sus vestidos sean celestes, como los de Maybella? Y sus botas… siempre están muy bien lustradas, al menos lo estaban la última vez que les preste atención por casualidad. Pero, quizás eso fue mucho tiempo atrás. Con frecuencia no noto los pies, sabes.
– No, probablemente no. Concuerdo contigo. Sus pantalones, en particular, son indudablemente de excelente estilo y corte. Pero el asunto es, Simon, Londres es un lugar totalmente diferente. Las damas jóvenes no llevan botas en Londres, ni usan pantalones elegantes. ¿Recuerdas?
Simon se recostó en su silla, cerró los ojos y suspiró profundamente.
– Aye, Douglas, recuerdo todo demasiado bien. Fue sólo diez años atrás que Maybella me arrastró a Londres, para ver el ascenso de un globo, me aseguró. Fui conmovido por su intento de complacerme, porque yo deseaba mucho ver el ascenso del globo, Douglas, y de hecho era una visión increíble, pero temo que fui engañado. Pasaron seis semanas antes de que pudiera regresar a casa. Hubo sólo un ascenso de globo más durante ese tiempo tan prolongado y tedioso. ¿Quieres decir que debo ir allí otra vez?
– Sí, debes hacerlo. Sin embargo, me temo que un ascenso de globo no sea algo seguro. El clima en otoño es impredecible y, como sabes, los globos necesitan tener buen clima y muy poco viento.
– Entonces, ¿por qué debo ir a Londres si el clima es demasiado incierto para los globos?
– Porque Corrie tiene dieciocho años, es una jovencita, y las damas deben ser presentadas. Deben asistir a los bailes, ser vistas y admiradas, y que les enseñen a bailar. James me dice que Corrie debutará en la Pequeña Temporada, Simon, una especie de temporada de práctica, para que pueda aprender cómo conducirse. Me temo, Simon, que tendrás que regresar nuevamente a Londres la próxima primavera, cuando Corrie sea oficialmente presentada.
Simon gimió y luego se animó.
– Quizás Corrie no tenga deseos de ir a Londres y ser presentada en sociedad.
– Ella debe estar en medio de las cosas para poder encontrar un esposo, Simon. Los jóvenes caballeros abundan en Londres durante la Temporada. Sólo entonces hay suficientes de ellos cerca como para darle a una muchacha una selección decente. Alexandra y yo estaremos en Londres este otoño. Podemos ayudarte. Ahora, si pudieras llamar a Corrie, puedo comenzar a aconsejarla sobre su atuendo. También, James se ha ofrecido a enseñarle a bailar el vals.
Buxted se aclaró la garganta desde el umbral.
– Ah, por favor, atiéndanme, milords. Logré tomar un poco de encantador pan de canela de la cocina, bajo las narices de la cocinera. Es el favorito de lady Maybella. Cuando descubrí que no lo consumía todo en la mesa de desayuno, me moví rápidamente. Sólo observen… quedan seis lindas rebanadas gordas. Había siete, pero debo confesar que mordisqueé una rebanada, para asegurarme de su frescura, ya saben.
– Excelente, Buxted -dijo Simon, y arrojó una cantidad de periódicos científicos de la mesa junto a su codo. -No comiste más que una, ¿cierto, Buxted?
– Sólo una, milord.
Simon nunca apartó la mirada del plato que Buxted sostenía mientras dijo:
– ¿Encontraste a Corrie?
– Sí, milord. En medio del corredor de arriba. Estaba poniéndose esos pantalones que se han vuelto demasiado cortos en los últimos meses. -Buxted se movió nervioso, miró por encima del hombro de su amo y luego tomó aire. -Le advertí que teníamos un personaje muy augusto de visita. Incluso logré de un modo muy indirecto hacerle saber que también podría querer cambiarse sus medias. Ella chilló y corrió a su dormitorio. Me atrevo a decir que el resultado de mis palabras podría ser un vestido azul pálido, igual que el de Su Señoría.
– Bien hecho, Buxted -dijo Douglas.
Buxted tomó aire y ofreció al conde una sonrisa cegadora.
– En cuanto a eso, uno nunca desearía repeler a un conde, milord.
– Naturalmente no -dijo Douglas. -Le contaré a Hollis sobre su mente astuta, Buxted.
– ¿Lo hará, milord? ¿Realmente lo hará? Oh, que Hollis sepa que quizá logré realizar algo valioso. Quizás sería mejor que no lo hiciera, milord. Deberíamos esperar y ver.
– El pan de canela, Buxted. Ahora.
Buxted reverentemente depositó el plato sobre la mesa junto a Simon, dio un melancólico vistazo final a las rebanadas colocadas con artificio, suspiró, secó el sudor de su cabeza pelada con un pañuelo y salió por la puerta.
En el instante en que Buxted se hubo marchado, Simon tomó un pedazo de pan de canela.
– Pensé que nunca se iría, Douglas. Debemos apresurarnos y comer el pan de canela antes de que Maybella baje. No hables, Douglas, sólo come, o Maybella podría aparecer y tomar las otras rebanadas. Ella tiene un poderoso sentido del olfato.
Douglas sonrió, tomó un pedazo y lo mordió. Se dio cuenta de que no era cualquier tipo de pan de canela, este era pan de canela directo del reino celestial. Estaba por tomar una segunda rebanada cuando su mano golpeó la de Simon.
– Hay un problema con esto, Douglas -dijo Simon, y sacó suavemente y con cuidado la porción debajo de la mano de Douglas.
Douglas tomó el siguiente trozo y logró dar cuenta de él antes de levantar una ceja en señal de pregunta.
Simon suspiró tan profundamente que casi se ahogó.
– El dinero.
– ¿Dinero? ¿Corrie no tiene una buena dote?
Simon parecía a punto de estallar en lágrimas. Oh, Dios, pensó Douglas, ¿qué sucedía? ¿Ninguna dote? No, seguramente eso no podía ser cierto.
– Eso sería suficientemente malo. No, Douglas, es mucho peor que eso. Es una heredera.
Douglas casi se rió en voz alta.
– Seguramente eso no es tan malo.
– Sabes lo que sucederá cuando se descubra que tiene cubetas llenas de monedas, Douglas. Será perseguida como una rata.
– No lo diría precisamente de ese modo, Simon, pero comprendo que ella será el foco de cualquier joven caballero hambriento de fortuna en Londres.
– Si los jóvenes caballeros no tienen la astucia para hacerlo, entonces sus padres tramarán y conspirarán para llevarla al altar. Sin mencionar a todos los viejos caballeros que querrían poner sus manos sobre su dinero. Conoces al tipo… mujeriegos, crápulas, apostadores que prohibirán sus pantalones y la tendrán procreando hasta que tenga treinta años y probablemente muerta por eso. No quiero que eso suceda, Douglas.
– ¿Ella realmente es una heredera o tiene, digamos, cerca de cinco mil libras?
– Ella podría dejar caer cinco mil libras en un instante y ni siquiera parpadear, Douglas.
– Ya veo. Pensaré en esto. Quizá podamos mantenerlo en silencio.
– ¡Já! Cuando el dinero está involucrado, no será un secreto por mucho tiempo.
Douglas frunció el ceño.
– Bueno, lo ha sido hasta ahora, pero tienes razón, Simon. Una vez que llegue a Londres y se sepa que está buscando un esposo, ni siquiera enterrar su dinero en el jardín de la cocina ayudará.
Douglas suspiró y tocó la punta de sus dedos.
Una encantadora y grave voz musical llegó desde el umbral.
– Buenos días, milord. Entonces, ¿es usted nuestro augusto personaje?