CAPÍTULO 17

James tomó la mano de Corrie y la apretó mientras la atraía con fuerza a su lado.

– Estamos aquí únicamente por casualidad -dijo James hacia la oscura voz. -Simplemente estamos intentando encontrar una granja o una aldea de pescadores para pasar el resto de la noche.

– No queda mucha noche.

– No tengo reloj. No lo sé.

A James le quedaba una bala, nada más. La lluvia paró y la luna brilló más.

Un hombre salió de las sombras, con un arma en su mano y una máscara negra sobre su rostro. Estaba envuelto en un capote de muchas capas.

Esto no era bueno.

Los miró a ambos de arriba abajo, y Corrie pudo imaginar sus cejas levantándose bajo esa máscara.

– ¿Qué demonios le sucedió, querida? ¿Su apuesto galante aquí le prometió matrimonio y luego la violó?

– Oh, no -dijo Corrie. -Él nunca haría eso, me atrevo a decir que nunca ha pensado en violación. Y, ¿por qué tendría que hacerlo? Lo he conocido durante toda mi vida, casi. Lo rescaté de tres hombres muy malos que lo habían secuestrado. Estamos intentando ir a casa. No queremos hacer mal a nadie. Si usted está contrabandeando diamantes para el nuevo rey, bien, podríamos ayudarlo. No nos importa, realmente no nos importa.

– ¿Usted lo rescató?

El hombre rió, realmente se rió, lo cual significaba que seguramente no les dispararía en ese instante, ¿cierto?

Corrie asintió enérgicamente.

– Sí, señor. Salté al asiento del lacayo en la parte trasera del carruaje y luego trepé al techo de la casa, cubrí la chimenea con una manta y monté un caballo dentro de la casa, armada con una horquilla.

El hombre la miraba atentamente, y James supo sin siquiera ver su rostro que su expresión era de pura incredulidad. El hombre dijo lentamente:

– Está inventándolo. -Se enderezó. -Ya no me divierte. Ninguna dama se atrevería a hacer las cosas que usted describió. ¿Por qué están ustedes dos aquí, en este preciso lugar? ¿En medio de la noche? ¿Y con apariencia de haber estado rodando en una zanja?

– Ella le dijo la verdad. Sólo intentamos regresar a Londres -dijo James. -Nada más. Pero tiene razón, ella no es una dama… es mi hermana.

– Su hermana, ¿cierto? Esa es una mentira que nadie creería. Y como es una mentira descarada, entonces el resto también debe serlo. Vamos, ahora. Debo decidir qué hacer con ustedes.

– Valió la pena intentarlo -dijo ella contra el cuello de James mientras caminaban frente al hombre.

El camino era peligroso, empinado y sinuoso, a unos buenos diez metros de la playa. Media docena de hombres cargaba cajas de una cueva a dos grandes falúas en la orilla.

– Siéntense -dijo el hombre.

Se sentaron. El hombre silbó y un niño apareció corriendo. Le entregó el arma.

– Mantenlos vigilados, Alf, especialmente a la muchacha. -Se rió. -No creerías lo peligrosa que es.

Se alejó caminando.

– Sí soy peligrosa.

– No alarmes a Alf -dijo James.

– Oh, muy bien. Al menos podemos descansar un rato.

Corrie se recostó contra él y, para gran asombro de James, se quedó dormida.

– ¡Señor! -dijo el muchacho. -Esa chica acaba de caer, lo hizo.

– Ha tenido una noche difícil -dijo James, rodeándola con el brazo y atrayéndola más cerca.

James no se durmió. No había sabido que todavía había semejante contrabando en Gran Bretaña. ¿Por qué, por el amor de Dios? Recordó a su padre decir que el brandy francés era mucho mejor cuando era pasado a escondidas. Había algo en el peligro de eso, en el riesgo involucrado, que no era tan grande, había admitido, lo que le daba un poco de calor extra, directo a la panza.

De una cosa estaba seguro: estos sinvergüenzas no querían matar a su padre.

El hombre con voz muy suave y muy educada de pronto estaba parado junto a ellos. James se dio cuenta de que debía haber dormitado después de todo.

– ¿Estás cansado?

– La siesta ayudó -dijo James en voz baja, sin querer despertar a Corrie.

El hombre, todavía enmascarado, se agachó al lado de James.

– La muchacha… lleva un vestido de baile y tú también estás vestido con atuendo de noche. Obviamente eres un caballero y ella una dama. También es evidente que no han estado bailando toda la noche, dado donde están y su apariencia. Me siento inclinado a creer que fueron secuestrados y que tal vez ella contribuyó en el rescate. Pero aquí está el problema. Si los dejo aquí, le contarán a Bow Street, y eso no me gustaría para nada.

James dijo:

– No entiendo porqué están contrabandeando. La guerra con Francia terminó hace muchos años. Ni siquiera sabía que seguía habiendo contrabando.

El hombre se veía sorprendido. Se puso de pie rápidamente.

– Los llevaré a ambos conmigo, sin elección, así que no quiero discusiones de parte de ninguno de los dos. Los dejaré en tierra cerca de Plymouth. ¿Te gustaría que adivine sus nombres, o me dirás quién diablos son?

– Imagino que ya sabes quiénes somos, ¿verdad? No hay razón para llevarnos a Plymouth. Si fuera a Bow Street, ¿qué les diría? Ni siquiera sé dónde estamos con exactitud. Ni siquiera sé cuánto tiempo nos llevará regresar a Londres. No tengo idea de quiénes son ustedes, y no tengo idea de qué están contrabandeando.

El hombre maldijo. Golpeó su pie con botas en la arena. Miró hacia atrás, a los hombres que casi habían terminado de sacar las cajas de madera de la cueva, dirigiéndose hacia los dos botes que ya estaban cargados.

– No, no hay opción, no puedo correr el…

James pateó fuerte al hombre en el estómago, tirándolo hacia atrás. James estuvo encima suyo en un segundo, su puño estrellándose contra su mandíbula, duro, y el hombre quedó inconsciente. James tomó su arma y dio dos pasos atrás para darle la mano a Corrie, cuya boca estaba de pronto tan seca que no podría haber escupido al maldito hombre aunque hubiese hecho su mejor intento. Oyeron gritos y vieron a los hombres corriendo hacia ellos, con las armas afuera.

James exclamó:

– ¡Todos ustedes, deténganse ahí mismo o disparo a su líder!

Los hombres pararon en seco y luego comenzaron a hablar entre sí.

El hombre se movió, su brazo salió serpenteando para agarrar la mano de James, pero Corrie fue más rápida. Le pateó el brazo, cayó encima de él y le clavó la rodilla contra la garganta. Él la miró, sin decir nada porque no podía respirar y porque no sabía qué decir. Ella apartó la rodilla apenas un poquito.

– Ahora sabes lo peligrosa que soy -dijo Corrie, inclinándose hacia su rostro. -No es un villano muy competente, señor. James y yo lo superamos sin mucho esfuerzo.

James gritó:

– ¡Todos ustedes, arrojen sus armas dentro de los botes! No voy a dejarlos indefensos, pero tampoco quiero que nos disparen. -James miró a Corrie, la rodilla de ella continuaba presionada contra el cuello del hombre, él, nada tonto, recostado perfectamente quieto, y dijo: -Bien hecho, Corrie, ahora aléjate de él. Eso es todo.

Una vez que Corrie estuvo lejos, James dijo al hombre que probablemente reconocería:

– Bien, no voy a quitarte la máscara, lo que significa que si fuera a Bow Street no podría darles una descripción tuya. La verdad es que no quiero saber quiénes son o qué están contrabandeando. Quiero que te levantes y camines hacia tus hombres. Cuando llegues a ellos, quiero que los metas a todos en los botes. Ve, ahora, o tendré que dispararte y no tendrás que preocuparte por nada, nunca más.

– Ustedes dos -comentó el hombre mientras se ponía lentamente de pie, tocando con cautela la garganta que había disfrutado tan recientemente de la rodilla de Corrie. -No me había dado cuenta de lo buenos que son juntos. Es una lástima que… bueno, no importa. -Se dio vuelta y trotó por la playa hacia los botes y sus hombres. El hombre se paró en la proa, mirándolos. Ahuecó las manos alrededor de la boca y gritó: -¡Sólo les pido que se mantengan alejados de la cueva!

En pocos minutos los hombres estaban empujando los botes dentro del agua y luego saltando dentro.

El hombre levantó su mano en forma de saludo.

– Hay un barco, James, ahora puedo verlo -dijo Corrie, señalando.

– Sí -dijo él. -Me pregunto qué estaban contrabandeando.

– Quizás dejaron algo en esa cueva. Vayamos a ver.

James lo pensó mientras mantenía la mirada sobre los botes que se retiraban. El mar estaba picado, el viento creciendo.

– ¿Sabes qué? No me importa un comino qué hay en la cueva, si es que hay algo. Mejor salgamos de aquí.

Ella pareció desilusionada pero asintió, y tomándole la mano los dos caminaron de regreso por el camino a la cima del acantilado.

Mientras se detenían en el borde del precipicio, mirando hacia los dos botes, muy lejanos ahora, cerca del barco, el cielo empezó a aclarar.

– Ya casi amanece -dijo Corrie, con asombro en su voz. -Parece que hubiesen pasado tres semanas.

– Amén -dijo James. -Juraría que había algo familiar en ese hombre.

– Creo que tienes razón. Es probable que sí lo conozcamos, o al menos sepamos quién es.

– Un caballero contrabandista.

– Se movía bien. Claro que no era lo bastante bueno como para derrotarnos a ambos.

James sonrió y sacudió la cabeza.

– A esta altura no me importa quién o qué es. Te vi temblar. No vuelvas a hacerlo. No querrás enfermarte por esto, ¿verdad? Sólo sigue pensando en lo excelente que te sientes, lo cálida que estás con mi abrigo. Vamos, Corrie.

Ella se estiró un momento y volvió a temblar, un buen estremecimiento.

– En realidad, me siento excelente desde esa breve siesta. También debo decir que cuando puse mi rodilla en su garganta, recordé que eso fue lo que le hice a Willie Marker, y me hizo sentir aun mejor.

– Pobre Willie, y lo único que quería era un beso. -Ella se estremeció. -Ahora quiero que mantengas ese abrigo bien puesto. Sólo sigue pensando en lo bien que te sientes. Nada de enfermedad, Corrie. Eso es lo único que no podemos permitirnos.

El abrigo estaba mojado, pero ella lo apretó más. Era mejor que nada. Miró a James, su camisa blanca empapada, el viento atravesándola, haciendo hinchar las mangas. Comenzó a lloviznar otra vez.

No vieron una sola criatura viva hasta después de que hubiera salido el sol. Oyeron vacas mugiendo.

– Qué sorpresa, no lo creo -exclamó Corrie. -Donde hay vacas tiene que haber gente que las ordeñe.

Tomados de la mano, corrieron en dirección a los mugidos. Había una granja, su parte trasera de cara al mar, el frente rodeando un estrecho sendero, y al otro lado había una pastura bastante grande, y más allá de la pastura un bosque de olmos y arces. La casa estaba construida en piedra gris, una pesada y fea casa con un granero adjunto. En ese momento, era la estructura más gloriosa que cualquiera de los dos jamás hubiese visto.

– Oh, está saliendo humo de la chimenea. Eso significa que tiene que estar caliente allí dentro.

Corrieron hacia el frente de la casa, jadeando, y James gritó:

– ¿Hay alguien ahí? ¡Necesitamos ayuda!

Desde atrás de la puerta cerrada, una vieja voz dijo:

– No presto ayuda a nadie. Váyase.

– Por favor -dijo Corrie, -no queremos hacerle daño. Hemos estado caminando toda la noche y estamos muy mojados y fríos. ¿No nos ayudará, por favor?

– Ustede’ son tipos ricos, po’ como suenan. -La puerta se abrió apenas y un rostro muy viejo, profundamente veteado por años al sol, y ojos de un azul brillante e inteligente los miró. -¿Qué’s esto? Oh, cielos, son un extraño lío, lo son. Entren, entren ahora.

La puerta se abrió más, y James y Corrie entraron en la casa, James agachándose antes de que el dintel le arrancara la coronilla. Olía a vainillas dentro.

– Oh, qué maravilloso -dijo Corrie, aspirando ese maravilloso olor, volviéndose hacia la arrugada anciana, envuelta en un enorme delantal que la cubría casi por completo. -Qué casa encantadora tiene, madame. Muchísimas gracias por dejarnos entrar. Y está tan calentito.

– Por favor, señora -dijo James. -Hemos estado bajo la lluvia toda la noche y estoy muy preocupado por Corrie.

– Aye, puedo verlo -dijo la anciana. -Soy la señora Osbourne, mi marido está allá fuera con las vacas. Nuestra leche es la mejor del distrito. Les daré una taza de leche, toda agradable y caliente, eso los pondrá en forma otra vez. Están los dos mojados, dejen que les busque algo para ponerse.

La señora Osbourne desapareció en otra habitación y James se dio cuenta de que tras la puerta de la cocina efectivamente estaba el granero.

– Corrie, quiero que cuelgues mi abrigo sobre esa silla y que te acerques a la chimenea. Ya casi estamos en casa.

Cuando la señora Osbourne regresó luego de unos pocos minutos cargando un cubo de leche, le dijo a Corrie: -Aye, queridita, deja que te sirva un poco de leche fresca, luego te meteremos en una linda ropa seca.

Corrie bebió la leche caliente con gratitud y luego le pasó la taza a James, que la vació. Ella siguió a la señora Osbourne a un anticuado dormitorio con una encantadora cama grande y un enorme baúl en su base. La señora Osbourne dejó a Corrie allí para que se cambiara con un largo vestido sin forma de un gris indeterminado, con cuello alto y ni un solo volante o volado. Corrie pensó que era un vestido encantador. Estaba tarareando mientras se quitaba las ropas húmedas y las ponía desplegadas sobre el suelo, con cuidado de no dejar que tocaran la andrajosa alfombra azul de la señora Osbourne. Podía oír a la mujer hablando con James, pero no podía distinguir las palabras.

Se secó el cabello con una toalla y lo desenredó lo mejor que podía con sus dedos. Estaba caliente, su panza llena de la riquísima leche, y más que lista para enfrentar a más secuestradores. O contrabandistas. Qué noche asombrosa había sido. Y James tenía toda la razón. Ella se había hecho cargo.

Regresó a la sala de estar.

– Es tu turno ahora, James. -Cuando James llevó las ropas de hombre al dormitorio, Corrie dijo: -Le agradezco, señora. Lord Hammersmith fue secuestrado. Los dos escapamos y hemos estado caminando bajo la lluvia casi toda la noche.

– ¿Él es un Señoría? Bueno, supongo que debía tener un título sumado a ese hermoso rostro suyo. No creo que las ropas del señor Osbourne le queden bien, pero al menos están secas. ¿Le gustaría comprar un poco de leche?

Antes de que Corrie pudiera reír o responder, James salió de la recámara vestido con la ropa del señor Osbourne. Corrie sabía que la belleza debía estar en el ojo de un observador muy parcial. Los pantalones, viejos y holgados, le llegaban sólo a los tobillos. La camisa de algodón marrón oscuro no alcanzaba a cerrarse del todo sobre su pecho, lo cual de hecho lo hacía ver muy masculino, con el vello asomando. Corrie no creía haber visto el pecho de James desde que él tenía dieciséis años. ¿Debería decirle que se vería magnífico si se quitara esas ridículas ropas?

Probablemente sería prudente no decir eso. No quería herir los sentimientos de la señora Osbourne.

– Te ves muy acicalado, James.

– Estoy caliente y seco como tú, Corrie. Gracias, señora Osbourne y también señor Osbourne. Una vez que Corrie y yo estemos en casa nuevamente, haré que les regresen las ropas.

– Así que usted es lord Hammersmith, me dice la jovencita. Tiene la apariencia de un muchacho excelente. Creo que el señor Osbourne tenía su apariencia antes de que los años pasaran y doblaran sus rodillas, y todas esas malditas vacas lo patearan demasiadas veces en la cabeza. -La señora Osbourne le hizo una reverencia. -Los alimentaré. El señor Osbourne puede vender toda la leche esta mañana. Cielos, ya escucho los carros bajando por el camino.

Luego de las gachas, huevos y tostadas más deliciosos que Corrie y James hubiesen comido jamás en sus cortas vidas, se sentían demasiado cansados y estúpidos como para hacer más que quedarse sentados a la mesa e intentar mantenerse derechos.

– ¿Están cansados? Bueno, eso no es problema. ¿Qué tal una siestita antes de que el señor Osbourne se asegura de que lleguen al menos a Malthorpe, nuestra aldea a ocho kilómetros por el sendero?

James estaba tan agradecido que casi se cayó al levantarse de su silla. Caminó hacia la señora Osbourne, tomó su mano vetusta y le besó los nudillos.

– Estamos muy agradecidos por su bondad, señora. Si no le importa, me gustaría mucho que Corrie descansara un poco. Han sucedido tantas cosas.

– La pondré en mi propio dormitorio, milord, bien arropada.

– Gracias, señora. Tal vez yo podría ayudar al señor Osbourne con las vacas…

Estaba allí parado, las palabras apenas habían salido de su boca, sonriendo su hermosa sonrisa, cuando de pronto se le pusieron los ojos en blanco y cayó, golpeando el borde de la mesa camino al piso.

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