CAPÍTULO 33

– Siéntate, querida -dijo Douglas. -Tenemos cosas que hablar. -Alexandra se quedó sentada, viendo a su esposo ir y venir por todo el cenador. Douglas continuó: -Hablar contigo acerca de esto me ayude a concentrar la mente. Los dos hijos de Georges y su cuñada abandonaron París inmediatamente después de su muerte.

– Sí.

– Recibí un mensaje de que los hijos viajaron a España, pero pronto se marcharon otra vez. Todavía no sé dónde terminaron. Ni he sido capaz de descubrir en qué tipo de situación financiera estaban al momento de la muerte de su padre.

Alexandra dijo naturalmente:

– Debe ser dinero suficiente, porque el hijo tiene fondos para contratar hombres para matarte.

Él asintió.

– El hijo sigue actualmente en Londres, pero eso podría cambiar en un instante.

– Cometerá un error, Douglas, lo verás, y lo atraparemos.

– Te lo diré, Alex, pensar en ese joven escondido detrás de un árbol, simplemente esperando que yo esté al alcance de su arma, es más que mortificante. Lo quiero; lo quiero en mis propios términos.

– He empezado a preguntarme acerca de las advertencias que lord Wellington recibió. Quizás el hijo arregló para que te enteraras de que Georges Cadoudal estaba involucrado. Tal vez, cuando usó tu nombre, quería que supieras exactamente quién era él. Quiere drama, atención. Quiere que tú admires su destreza, su perseverancia.

– ¿Quería que yo supiera que vendría a matarme? Aye, ya veo. Una advertencia entonces. Esa primera vez que me disparó fue una advertencia. Quería que tuviera miedo, quería jugar conmigo antes de matarme, pero antes de matarme, quería que supiera quién es él. Desearía saber porqué está haciendo esto.

Era hora, pensó Douglas mientras caminaban de regreso a la casa solariega, hora de que él y sus hijos se ocuparan más del problema. Cuando entraron en el elegante vestíbulo de entrada, aún tomados de la mano, los tres sirvientes que los observaban jurarían que el conde y la condesa habían disfrutado de un espléndido interludio en el cenador. Douglas, dándose cuenta de eso enseguida, besó a su esposa a conciencia y luego la dejó para trabajar en el estudio. Se sentó en su escritorio diez minutos más, luego fue rápidamente a su dormitorio, donde encontró a su esposa sentada en una silla que enfrentaba las grandes ventanas, tarareando mientras remendaba una de sus camisas. Ella le sonrió, un hoyuelo apareciendo en su mejilla, y empezó a desabrochar lentamente la larga línea de botones en el frente de su vestido. Pensó que estar casado un largo tiempo no era nada malo. Los años afinaban las mentes, al menos algunas veces. Los años añadían más espacio en el corazón, tal como Hollis había dicho.

Se inclinó para besarla, sus manos ya ocupadas con las de ella en esos botones.


Exactamente a las cuatro en punto esa tarde, Hollis abrió totalmente las puertas dobles de la sala de dibujo, se quedó allí parado, alto, derecho, con el espeso cabello blanco cayendo hermosamente casi hasta sus hombros, viéndose igual a Dios. Esperó hasta tener la completa atención del conde y la condesa, y dijo majestuosamente:

– Permítanme presentarles a la señora Annabelle Trelawny, nacida en esa encantadora ciudad de Chester.

– Con una presentación tan espléndida -dijo una suave voz baja, -me temo que estarán infinitamente desilusionados.

Annabelle Trelawny se veía como un hada pequeña y regordeta, ligera de pies, absolutamente grácil. También se veía avergonzada y tan contenta al mismo tiempo que parecía lista para hacer estallar sus ballenas.

– Permíteme sentarte aquí, Annabelle -dijo Hollis, y la llevó tiernamente a la muy femenina silla frente al conde y la condesa. -¿Estás cómoda, querida?

Annabelle alisó sus faldas, sonrió a Hollis como si realmente fuera Dios, y dijo con una voz suave y bien educada:

– Oh, sí, estoy perfectamente bien, gracias, William.

¿William? Douglas suponía que sabía que el nombre de Hollis era William, pero había pasado tanto tiempo que dudaba haber podido recordarlo por sí solo. William Hollis, un buen nombre.

Annabelle Trelawny no tenía la apariencia de una abuela rapaz; tenía arrugas dulces y profundas alrededor de los ojos y la boca, de risas, pensó Alex. Y un rostro tan dulce. Su cabello era oscuro con hilos de plata, sus ojos eran de un rico marrón oscuro, ojos inteligentes que veían mucho. Su piel era suave, sin manchas. Cuando hablaba, su voz era tan bondadosa como su rostro.

– Milord, milady, es gentil de su parte invitarme a tomar el té. William, naturalmente, me ha contado tanto acerca de ustedes, y sobre sus hijos, James y Jason.

Alex estaba intentando hacer señas a Hollis para que se sentara, pero él no quiso saber nada. Permanecía de pie tras la silla de su amada, viéndose tan adusto como enamorado, una combinación poco probable, pero real.

– James no está aquí en este momento. Él y su nueva esposa están en su luna de miel. Nuestro hijo Jason llegará en breve. Está ansioso por conocerla, señora. ¿Puedo servirle una taza de té, señora Trelawny?

Annabelle sonrió con tanta dulzura que era evidente porqué había enamorado a Hollis, y asintió.

– Prefiero un poquito de leche, milady.

Fue Hollis quien entregó el té a su amada y lo posó tiernamente en sus manos blancas.

– Permíteme traer la bandeja de tortas que preparó la cocinera, Annabelle. Sé que te gustan los bizcochos de almendra.

Annabelle probó que le gustaban los bizcochos de almendra, comiendo los tres, asintiendo, sonriendo y escuchando mientras tanto, diciendo poco hasta que Jason entró en la sala de dibujo, azotado por el viento, vestido con pantalones de ante y una camisa blanca de cuello abierto, mostrando su bronceada garganta. Se detuvo abruptamente y dijo inmediatamente:

– ¿Es usted la señora Trelawny? Es un placer conocerla, señora -y fue hasta donde ella estaba sentada, le tomó la mano y la besó suavemente. -Soy Jason, señora.

Annabelle lo miró y dijo lentamente:

– Eres todo un encanto para contemplar -y le ofreció una sonrisa menos de abuela que la que había ofrecido a sus padres.

– Gracias, señora -dijo Jason, tan acostumbrado a miradas como la de ella que no lo perturbó. -Hollis nos ha dicho a mi hermano y a mí que sólo somos soportables. Es usted, señora, el encanto de Hollis.

Bien hecho, pensó Douglas, mirando a su hijo con aprobación.

Hollis se aclaró la garganta.

– Amo Jason, me temo que esta demostración de cortés afecto es un poco recargada.

– Hollis, ¿estás celoso?

Hollis frunció los labios, parecía Dios preparándose para hacer estallar las tablas de piedra. Jason, sorprendido y consternado, deseó poder regresar a los corrales.

Annabelle dijo con calma, queriendo palmear esa encantadora mano suya:

– No culpo a William por estar celoso, Jason. Eres el joven más hermoso que haya visto en toda mi vida. Válgame, no te pareces en nada a tus padres… oh, cielos, eso no era lo que debería haber dicho. Me disculpo.

Douglas dijo:

– Mis hijos se ven exactamente como su tía, algo que me fríe las entrañas cada vez que me veo forzado a aceptarlo. También fríe las entrañas de mi esposa.

Annabelle se rió de eso.

– Siempre me ha parecido increíble cómo la sangre se manifiesta en las personas, particularmente en los hijos. ¿Es verdad que tu hermano es idéntico a ti, Jason?

– Es cierto, señora. -Se volvió hacia Hollis, que seguía tan rígido como un atizador. -¿Puedo traerte una taza de té, Hollis? Sé que te gusta con un poco de limón.

Hollis cedió ante su hermoso y joven amo.

– Puede, amo Jason.

Douglas se sintió aliviado al ver a Hollis quitar el ceño. Nunca lo había visto manifestar semejante emoción, especialmente una emoción tan baja como los celos.

Alexandra dijo:

– Cuéntanos, Jason, ¿qué piensa Bad Boy de la nueva yegua que le compraste?

– Está enamorado, madre. Lo dejé deleitado, con la cabeza apoyada en la valla del corral, contemplando a su amada con los ojos inyectados de sangre, porque dudo que haya dormido mucho anoche, pensando en ella. La yegua aún no está en celo, así que sólo sacude su cola a Bad Boy. Él podría tener un poco de espera.

A Alexandra se le ocurrió que semejante conversación acerca de aparear caballos no era para nada apropiada en el salón. Sonrió a Annabelle.

– Así que es usted de Chester, señora Trelawny, tan cerca de la frontera galesa. Una hermosa ciudad y campiña, mi esposo y yo lo pasamos bien cuando visitamos la región.

Hollis dijo:

– Después de que la madre de Annabelle falleció cuando ella era pequeña, su padre la llevó a vivir a Oxford. Fue allí que conoció a la señorita Plimpton y disfrutó de un enorme número de horas en su compañía. Luego de que Annabelle se casó, se marchó de Oxford. Creo que me dijiste que tú y Bernard viajaban por todas partes.

Annabelle asintió.

– Oh, sí, mi esposo no era feliz respirando el mismo aire demasiadas semanas seguidas. Tenía que partir, y me llevaba con él.

Jason dijo:

– Hablando de viajes, madre, ¿visitaron alguna vez padre y tú The Coombes en el oeste de Irlanda? Judith viene de allí.

– No creo haber oído acerca de The Coombes -dijo Douglas.

– Escribiré a su primo, para ver si puedo hacerle una visita. Oh, padre, ¿te gustaría venir a cabalgar conmigo más tarde? Creo que el ejercicio calmaría a Bad Boy.

Alexandra dijo:

– Si realmente lo deseas, Douglas, entonces buscaré mi arma y montaré a tu lado.

Douglas palmeó la mano de su esposa y dijo a Annabelle:

– Hemos tenido algunos problemas aquí. Mi esposa está preocupada. Desea protegerme.

Hollis se aclaró la garganta.

– Le he contado a Annabelle lo que ha estado sucediendo, milord. Ella me ha aconsejado que debemos permanecer en calma, que debemos observar atentamente cada nuevo rostro que veamos, en busca de signos de maldad, porque este ataque a Su Señoría es maligno, ella cree, y el mal no puede ser ocultado si uno está alerta.

– Eh, gracias, señora Trelawny -dijo Douglas rápidamente, viendo que Jason estaba mirando a la dama con algo cercano al sobrecogimiento.

– Sí -añadió Alexandra, -estamos agradecidos por sus percepciones.

Diez minutos más tarde, Alexandra quedó a solas con Annabelle Trelawny mientras Hollis atendía un problema en las cocinas. Le dijo inmediatamente:

– No debe preocuparse de que Hollis siga destrozado por la señorita Plimpton. Hollis siempre sabe lo que siente.

– Oh, no, eso realmente no me preocupa -dijo Annabelle con calma. -Él tiene razón. Conocí a la señorita Plimpton. -Annabelle se estremeció. -Era seis años mayor que yo y creía que lo sabía todo. Era oficiosa, milady, pero claro que yo nunca diría eso a mi querido William. Nunca olvidaré una ocasión en que visitó a la señorita Plimpton. Aún no me había ido de la casa cuando la escuché decirle que su alma había sido creada exactamente del modo adecuado para ayudar a su alma a alcanzar la perfección. Le hubiese arrojado un jarrón, pero el querido William dijo algo respecto a que su alma necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener. La muerte de ella fue en realidad bastante estúpida, bastante conforme a su carácter. Estaba tan ocupada diciéndole a uno de los feligreses de su padre todos los errores en sus hábitos que no vio un escalón y cayó, se golpeó la cabeza y todo terminó.

Alexandra dijo:

– Bendito infierno… eh, perdóneme, pero qué asombroso es todo esto.

– Bueno, quizás no debería estar vertiendo todo este vinagre, pero la verdad es que, si la señorita Plimpton hubiese vivido, hubiera hecho miserable al pobre hombre.

Cuando Hollis regresó al salón unos minutos más tardes, las damas apenas intercambiaron una mirada y eso fue todo. Una conversación perfectamente agradable se dio entre los tres, sobre todo y nada. Annabelle palmeó la mano de Hollis varias veces, y era fácil hacerlo porque la mano derecha de él se encontraba muy cerca de su hombro, y dijo:

– Me he impuesto por un tiempo extremadamente prolongado a Su Señoría, William.

Hollis dio rápidamente la vuelta a la silla para ayudarla, aunque ella no necesitaba ninguna ayuda. Por cálculo visual, Alexandra pensó que era al menos quince años menor que Hollis. ¿Era William su nombre, realmente? Pero, lo extraño era que se veían muy natural parados juntos, y cuando Hollis le tomó el brazo, ella le ofreció una sonrisa tan dulce que Alexandra pensó que igualaba la suya, y la suya era indudablemente potente.

Cuando Hollis reapareció esa noche a la hora de la cena, ofreció a todos una plácida sonrisa y anunció que él y Annabelle se casarían. Pronto, agregó, ya que un hombre no podía contar con perder el tiempo por siempre y, además, un hombre quería a su esposa consigo en Navidad, cuando pusiera un presente en sus manos y se ganara su gratitud.

– ¿Qué tipo de gratitud podría mostrar la señora Trelawny a Hollis? -quiso saber Jason mientras veía a Hollis deslizarse a su modo majestuoso fuera del salón, pero lo sabía.

El pensar en Hollis y la señora Trelawny siquiera besándose, mucho menos quitándose las ropas, hizo que se le retorcieran las entrañas. Su padre, sabiendo exactamente lo que estaba pensando, le arrojó su servilleta y dijo:

– La gratitud es gratitud a cualquier edad. Nunca olvides, Jason, si un hombre tiene la voluntad y las partes, le irá muy bien hasta que esté bien enterrado.

Jason se vio en apuros para no reír a carcajadas, pero una mirada al rostro de su madre lo hizo poner serio. Se aclaró la garganta.

– Judith y lady Arbuckle finalmente han acordado venir para una visita. Creo que llegarán mañana.

– Excelente -dijo la madre de Jason. -Tengo la sensación de que tal vez deberíamos conocer un poco mejor a Judith McCrae. ¿Qué piensas tú, Jason?

– Oh, sí -dijo Jason. -Oh, sí -y salió del comedor silbando.

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