El amor es una migraña universal.
~Robert Graves
James miró fijamente, sacudió la cabeza y observó a cada mujer cerca de aquella que se aproximaba, que estaba riendo, casi brincando, su paso era tan ligero, tan lleno de emoción.
No, esa no podía ser Corrie Tybourne-Barrett. No aquella criatura con cabello del color de ricas hojas otoñales, todo apilado en la cima de su cabeza, con rizos colgando frente a adorables y blancas orejitas que estaban perforadas con pequeños pendientes de diamante. Muy bien, tal vez era Corrie, pero, sus ojos estaban sobre los senos de ella; sí, había senos. ¿Cómo habría escondido tan perfectamente a esta increíble criatura? James imaginó sus pantalones cortos y el viejo sombrero y se estremeció. Le miró los pechos y volvió a estremecerse.
Ella estaba sonriendo por algo que Devlin decía. Se veía fresca e inocente, un bebé ignorante de maldad, y él supo que debía advertirle acerca de Devlin.
– Hola, James.
– Hola, Corrie. Devlin, ¿compraste el zaino castrado de Mountjoy?
– Sí, lo hice, de hecho.
– ¿Un zaino castrado? -preguntó ella. -¿Un cazador?
Él asintió.
– Sí, una excelente adición a mis establos. Le gusta perseguir zorros por la noche, ¿no es eso encantador?
– Supongo que sí -dijo Corrie. -Aunque apuesto mi dinero al zorro.
Devlin se rió.
James dio un pequeño paso adelante, apabullando a este intruso, con voz agresiva.
– Tal vez Corrie te contó que la conozco desde que tenía tres años, Devlin. Supongo que podrías decir que la conozco mejor que a los planetas. Y sin dudas conozco muy bien a los planetas. Naturalmente, siempre la he cuidado.
– Ah, pero quizá a ella le gustaría cazar conmigo alguna vez, ¿no crees?
– No, ella tiene ceguera nocturna -dijo James y miró con los ojos entrecerrados el rostro muy, muy pálido de Devlin. Luego sonrió y ofreció su brazo. -¿Te gustaría bailar, Corrie?
Corrie lo ignoró, ofreciendo una sonrisa cegadora a Devlin Monroe.
– Gracias, milord, por el adorable baile.
James vio la sonrisa de Devlin ensancharse, y quiso estrellar su puño contra su bonito rostro pálido.
– ¿Tal vez otro vals más tarde? -dijo, mirando de reojo a James.
– Oh, sí -dijo ella. -Eso me gustaría. -Cuando se volvió hacia James, él seguía frunciendo el ceño mientras miraba a Devlin desaparecer en la multitud. -¿Qué fue todo eso, James? Fuiste grosero con Devlin. Lo único que hizo fue bailar excelentemente conmigo, y entretenerme.
Cuando él simplemente siguió mirando adelante y no dijo nada, a ella se le presentó una encantadora oportunidad: era libre de mirarlo. Si ella se veía bien, entonces James se veía más que bien. Cada rasgo armonizaba con los demás, como hecho por la mano de un artista. Sus ojos se veían de un puro violeta esa noche, bajo el enjambre de velas que alumbraban desde decenas de candelabros.
– Tu corbata está torcida -le dijo, apoyando su brazo en el de él y caminando hacia la pista de baile, sin mirarlo, sino a la bandada de muchachas dirigiéndose hacia ellos.
Oh, dios, ¿la pisotearían y se lo llevarían a rastras?
Se detuvieron sólo cuando James la había conducido al centro de la pista. Él dijo:
– Te pediría que la enderezaras pero dudo que sea una habilidad que poseas.
Ella quiso gruñirle, besarlo, tal vez incluso arrojarlo al piso y morderle la oreja, y por eso tiró la corbata de aquí para allá hasta que estuvo tan recta como había estado antes de que ella la tocara.
Mientras tanto, él la observaba, con una curiosa sonrisa en su rostro.
– Tu vestido es adorable. ¿Asumo que mi padre escogió el modelo y la tela?
– Oh, sí -dijo ella, con los ojos todavía en la maldita corbata que no quería cooperar.
– ¿Asumo que mi padre también pensó que el vestido tiene un escote demasiado bajo?
– Bueno, sí rechinó los dientes un poquito, y señaló que el vestido tenía un escote tan bajo que mis rodillas casi estaban a la vista. Comenzó a levantarlo él mismo, como hace con los vestidos de tu madre, pero se detuvo rápidamente cuando Madame Jourdan le dijo que él no era mi padre, así que sus extrañas ideas de cubrir el busto no tenían sentido.
Eso era decir poco. James podía oír a su padre rugiendo.
Ella dejó caer las manos de su corbata, y le pasó suavemente la punta de los dedos por los hombros y los brazos.
– Encantadora tela, James. Casi tan adorable como la mía.
– Oh, no, seguramente no. ¿Mi corbata está perfecta ahora?
– Naturalmente.
– ¿También asumo que aprendiste a bailar el vals?
– Pero tú no estabas ahí para enseñarme, ¿verdad?
– No. Tuve que venir a Londres. Había cosas que tenía que hacer.
– ¿Como qué?
– No es asunto tuyo. -James la rodeó con el brazo, realmente le tocó la espalda, y ella casi cayó de sus zapatillas. -Presta atención, Corrie. -La música comenzó y ellos también. -Ah, conoces los pasos, eso es bueno.
Y él la hizo girar, logrando que ella casi se comiera la lengua por la emoción y el placer.
– ¡Oh, esto es maravilloso!
Ella reía y sonreía, y él continuaba haciéndola bailar por cada parte de la pista de baile, con su amplia falda haciendo frufrú alrededor de sus piernas, el encantador blanco de su atuendo como nieve contra el negro de sus pantalones. Ella jadeaba en busca de aire cuando finalmente él redujo el paso.
– James -jadeo, jadeo, jadeo, -si no fueses capaz de hacer nada más útil en tu vida, debes saber que eres excelente para el vals.
Él sonrió a ese rostro reluciente que hacía mucho había perdido su polvo de arroz. Un rostro, comprendió, que conocía tan bien como el suyo propio. A aquellos pechos, sin embargo, no los conocía para nada. Una gruesa trenza se veía en peligro de desenrollarse. James no lo pensó, simplemente dijo:
– Sigue moviéndote, lentamente.
Y levantó ambas manos y metió habilidosamente las horquillas de madera en la trenza, sujetándola. Luego deslizó en medio una de la media docena de rosas blancas firmemente.
– Listo, ahora está bien.
Ella lo miraba extrañada.
– ¿Cómo sabes cómo arreglar el cabello de una dama?
– No soy un idiota -dijo él, y nada más.
– Bueno, yo tampoco soy una idiota, pero no sabría hacerlo tan bien como tú.
– Por el amor de Dios, Corrie, he tenido algo de práctica.
– ¿Con quién? Yo nunca te pedido que trenzaras mi cabello ni nada parecido.
James respiró hondo. Esto era algo que con lo que nunca se había topado en su vida masculina adulta. Aquí había una niña a la que había conocido siempre, y sin embargo ahora ella era una joven dama, y seguramente debería tratarla diferente. Le dijo:
– No, siempre has metido tu trenza bajo tu sombrero, o la has dejado agitarse contra tu espalda. ¿Qué podía hacerse?
– ¿Podría preguntar con quién has practicado?
– No es que sea asunto tuyo, pero he conocido a varias mujeres, y todas ellas tienen cabello que ocasionalmente necesita ser arreglado. -Ella lo miraba con el ceño fruncido, sin comprender aún. James dijo, mirándole los pechos y preparado para tragarse la lengua: -Veo que te des-aplastaste.
Ella arqueó la espalda un poquito, para que sus senos se presionaran contra el pecho de él.
– Te dije que tenía un busto.
– Bueno, sí, posiblemente. Supongo.
– ¿Qué quieres decir con “supongo”? Mi busto es bastante agradable, eso dijo madame Jourdan cuando tu padre me llevó a su tienda.
Como no sabía qué decir a eso, James tomó velocidad y la hizo bailar por el perímetro de la pista de baile, riendo y jadeando al mismo tiempo, mientras otras parejas se alejaban bailando rápidamente de su camino.
Entonces la música terminó.
Él la miró y vio su sonrisa convertirse en aflicción. Se veía lista para estallar en lágrimas.
– ¿Cuál es el problema?
Ella tragó saliva.
– Eso fue encantador. Me gustaría hacerlo nuevamente. Ahora.
– Muy bien -dijo él, y pensó que seguramente dos bailes no significarían nada para nadie, por el amor de Dios, ya que eran casi parientes.
James vio a cuatro jóvenes damas echándose encima de ellos, y tomó rápidamente el brazo de Corrie y la condujo hacia la docena o más de parejas que continuaba en la pista de baile.
Ella dijo:
– Juro que cada vestido en esta increíble habitación es blanco como el mío, o rosado, azul o púrpura.
– Lila, no púrpura. Lila es mucho más claro.
– Ah, ¿y qué hay del violeta?
¿Era eso un dejo de una mueca en su boca?
– Bueno, diría que el violeta es más o menos el color más hermoso en esta tierra.
Corrie tragó, admitiendo el golpe, y dijo:
– El azul de la tía Maybella encaja.
– No exactamente, pero casi. -James la miró, quiso tocarle la cima de los senos con la punta de los dedos, observó sus hombros blancos y dijo: -Bueno, ¿hicieron falta cubos llenos?
– ¿Qué? Me embadurnaron. Bueno, sí, al menos un balde y medio de crema. El tío Simon se quejó al principio porque dijo que yo olía como abono de lavanda, pero la tía Maybella dijo que era necesario o simplemente podría no ser capaz de salir del cascarón y caer en una cesta matrimonial nunca.
– ¿Como diciendo que ningún hombre quiere una esposa escamosa?
– He estado aquí durante cinco días, James, y te digo, no he conocido a un solo hombre que quisiera que tenga que tomar en cuenta mis escamas.
Él se rió.
– ¿A cuántos has conocido?
– Bueno, he bailado al menos con media docena esta noche. Muy bien, contando a lord Devlin, ahora son exactamente siete. Claro que ahora tengo que agregarte a ti a mi lista. Ocho caballeros. Ese es un número agradablemente bastante grande, ¿verdad? No podrías considerarme posiblemente un fracaso, ¿verdad?
– Eh, ¿todos fueron agradables contigo?
– Oh, sí. Practiqué respuestas a todo tipo de preguntas. Ya sabes, respuestas espontáneas. ¿Y sabes qué, James?
– ¿Qué?
– Ellos usaron casi todas. -Corrie frunció el ceño un momento. -Creo que la pregunta favorita fue acerca del clima.
– Bueno, supongo que eso es normal. Es agradable y cálido, digno de ser comentado. -Ella miró sobre el hombro izquierdo de él. -¿Cuál es el problema? ¿Qué hicieron además de pedirte tu opinión sobre el clima?
– Bueno, no fueron todos ellos pero, verás, desde que he des-aplastado mi busto y bajado mi escote; bueno, en realidad fue madame Jourdan quien no toleraba las críticas de tu padre acerca de mi escote -ella se puso en puntas de pie y le susurró al oído, -han estado mirando.
– ¿Eso es algo que te sorprende y te asombra? Me gustaría saber porqué cualquier mujer en esta tierra podría estar posiblemente sorprendida por eso.
– Me sorprendió al principio, lo admito. Entonces me di cuenta de que realmente me gustaba que me miraran. Supongo que si están concentrados en mis partes entonces es evidente que no me veo tan pueblerina. Pero, sabes, James, nunca me di cuenta de que los hombres encontraban esa parte en particular de la anatomía femenina tan cautivante.
Si tan sólo supieras, pensó él. La música empezó nuevamente y James dijo:
– ¿Estás lista para galopar?
Ella rió hasta que se llenaron los ojos de lágrimas.
Al costado de la pista de baile, Thomas Crowley, el hijo más joven de sir Edmund Crowley, uno de los amiguetes de Wellington, le dijo a Jason:
– ¿Quién es esa adorable muchacha con la que está bailando James?
– Sabes -dijo Jason lentamente, -he estado preguntándome eso mismo. Tal vez sea alguien de su misterioso pasado.
– James no tiene un pasado misterioso -dijo Tom. -Nosotros tampoco.
Jason lo golpeó en el hombro.
– He estado pensando que es momento de comenzar a construir uno.
Como Jason le había contado acerca de la amenaza a la vida de su padre, Tom dijo:
– Ya estás en camino. Bendito sea el Señor, ¿quién es? Por Dios, qué belleza.
Jason se dio vuelta hacia donde Tom estaba señalando. Sonrió, con esa sonrisa perezosa y segura que parecía hacer que las damas de diez a ochenta años se animaran cada vez que él se acercaba a diez metros.
Jason dijo lentamente, con esa tranquila voz suya:
– Sabes, Tom, tal vez no necesite más misterio ahora mismo.
Thomas vio a Jason concentrarse en la muchacha de cabello oscuro que lo espiaba por encima de su abanico, e ir a grandes pasos en una línea muy recta hacia ella, sin prestar nada de atención al montón de jóvenes damas, y no tan jóvenes, que intentaban colocarse en su camino. No acribilló a ninguna de ellas, pero estuvo cerca.
Tom sacudió la cabeza y se dirigió a donde su madre era el centro de atención. Intentó escabullirse detrás de una palmera cuando se dio cuenta de que ella estaba en una animada conversación con tres nobles viudas con hijas solteras.
– ¡Tom! Ven aquí, mi niño.
Había sido bien y justamente atrapado. Respiró hondo y fue a su condena.