Jason Sherbrooke sonreía de oreja a oreja. Su preocupación por su padre pasó al fondo de su mente. Esta mujer se veía encantadora, y el buen Señor sabía que él no había estado tan encantado por una mujer desde que tenía quince años y había sido seducido por Bea O’Rourke, una astuta y joven viuda de St. Ives que había estado visitando New Romney y a quien le gustaba su sonrisa y sus adorables, muy ocupadas manos, le había dicho mientras le mordisqueaba la oreja.
Esta muchacha tenía ojos muy, muy oscuros, encendidos de inteligencia y humor. Entonces ella abrió bruscamente su abanico cerrado y esos encantadores ojos desaparecieron. Él vio cabello negro brillante apartado de una frente blanca. Hubiese jurado que podía ser hija de Bea. Pero Bea no tenía hijos, sólo dos hijos varones que estaban en la marina del rey, eso le había dicho ella cuando habían estado juntos por última vez, a principios de agosto.
Miró alrededor en busca de su madre o su chaperona y se encontró mirando el huesudo rostro de lady Arbuckle, conocida por su falta de humor y su tediosa piedad. ¿Esta encantadora y joven criatura con ojos pícaros era pariente de lady Arbuckle? No, eso no era posible. Pero lady Arbuckle se veía como el dragón protegiendo el tesoro.
– Lady Arbuckle -dijo, poniendo en marcha todo el encanto que había aprendido de su tío Ryder a través de los años.
– Observen a su tío -les había dicho su padre a él y a James. -Puede sacar una verruga del mentón de una dama. Si les resulta inconveniente utilizar fuerza bruta, podrían tomar en cuenta el encanto para obtener lo que quieren.
– Válgame Dios, ¿eres tú, James?
– No, soy Jason, señora.
– Ah, qué terriblemente familiar se ve cada uno de ustedes cuando veo al otro. ¿Cómo están tu madre y padre?
– Están bien, señora. -Jason sonrió hacia la muchacha que ahora bajaba la mirada hacia los dedos de los pies de sus zapatillas lila muy pálido. -¿Y lord Arbuckle?
La dama se puso tensa como un poste.
– Está tan bien como puede esperarse.
Eso no tuvo sentido para Jason, pero asintió amablemente antes de decir:
– ¿Podría presentarme a su encantadora compañera, señora?
Lady Arbuckle hizo sólo una pausa infinitesimal, pero Jason la vio y se preguntó por ella. ¿Estaría preocupada de que él no fuera exactamente el tipo de caballero que debía ser?
– Esta es mi sobrina, Judith McCrae, que ha venido conmigo a Londres para hacer su presentación en la reunión social. Judith, este es Jason Sherbrooke, el segundo hijo de lord Northcliffe.
Jason estaba totalmente preparado para desilusionarse cuando ella abriera su encantadora boca; estaba preparado para ver y oír tonterías o afectación; estaba preparado para desear estar a miles de kilómetros de allí. Pero no estaba preparado para el golpe de lujuria que rugió dentro suyo cuando ella le sonrió, el hoyuelo en el lado izquierdo de su boca haciéndose más profundo.
– Mi padre era irlandés -dijo ella, y permitió que él tomara su mano.
Dedos largos, delgados, y tan, tan suave era su piel. Él le besó suavemente la muñeca.
– Mi padre es inglés -dijo Jason, y se sintió estúpido. Nunca en su vida se había sentido estúpido con una muchacha, pero ahora sentía como si no tuviera nada en la cabeza excepto incesantes olas de lujuria que le estaban cociendo el cerebro, y el buen Señor sabía que no había más en la lujuria que más lujuria. -Mi madre también es inglesa.
– Mi madre era una muchacha de Cornualles de Penzance. Ella y tía Arbuckle eran primas segundas. Me llama su sobrina porque me quiso desde el momento en que nací. Es mi única pariente viva ahora. Me está dando una Temporada. ¿No es eso bondadoso de su parte?
Jason recordó entonces que la finca campestre de lord y lady Arbuckle estaba cerca de St. Ives, en la costa norteña de Cornualles. Dijo:
– Oh, sí, es tan bondadoso como adecuado. ¿Usted ha vivido en Cornualles?
– A veces. Mi padre era de Waterford. Crecí allí.
A Jason le encantó la voz cadenciosa, las suaves vocales bajo la almidonada cadencia inglesa. Nunca había sabido que el inglés sonara tan dulce.
– ¿Le importaría bailar conmigo, señorita McCrae?
Judith miró hacia lady Arbuckle. Los labios de la dama eran una desaprobadora línea tensa. Él no era un libertino, de ningún modo… ah, no era el primogénito, el heredero. Probablemente ella se preguntaba acerca de sus ingresos. ¿Por qué pensaría en una cosa así? Era sólo un maldito baile lo que quería, nada más.
– La traeré de regreso enseguida, señora. ¿O tal vez querría hablar con mi madre? ¿Para que le asegure que no soy rabioso y que no tengo hábitos claramente alarmantes?
Lady Arbuckle pareció estudiar esas arqueadas palmeras unos buenos treinta segundos antes de que ofrecerle un mezquino asentimiento.
– Muy bien. Puedes bailar con Judith. Una vez.
Ella era pequeña, la cima de su cabeza apenas le llegaba al hombro.
– ¿Te pareces a tu madre? -preguntó él mientras deslizaba su brazo alrededor de ella y comenzaba a valsear.
– Ah, mis tonos. Sí, tengo sus ojos y su cabello, y soy baja, como era ella, pero mis pecas vienen de mi querido padre.
Él no veía ninguna peca, no, esperen, había una delgada línea en marcha a través del puente de su nariz.
– Tu madre era una mujer hermosa.
– Sí, lo era, pero yo no soy nada comparada con ella, eso me dice mi tía Arbuckle. Realmente no recuerdo a mi mamá, porque murió cuando era muy pequeña, sabe.
Jason la hizo girar, consciente de que era una maravillosa bailarina, ligera de pies, una brazada que se sentía natural y… oh, maldición, la lujuria estaba golpeándolo y pinchándolo, así que bailó más y más rápido. Y casi chocó contra su hermano y su compañera, que se veía vagamente conocida.
Judith perdió el equilibrio cuando Jason la tiró de pronto a un costado, así que él simplemente la levantó en sus brazos. La cuestión fue que, una vez que la tuvo contra sí, no quiso bajarla. Quería apretarla contra su estómago a través de todas esas malditas enaguas e imaginar que no llevaba ninguna.
Ella jadeó, aun mientras lo tomaba de los hombros para afirmarse.
– ¡Santo cielo, ese hombre es idéntico a usted!
– Ah, creo que es mi hermano. James, lord Hammersmith, esta es la señorita Judith McCrae de Cornualles e Irlanda.
Jason miró deliberadamente a la jovencita que jadeaba junto a James, su rostro reluciente por la transpiración, su boca todavía sonriendo. Se veía familiar, y esos grandes ojos verdes suyos, ella…
– Jason, ¿no me reconoces? Patán, soy yo, Corrie.
Por primera vez desde que Jason había visto a Judith, olvidó su lujuria y se quedó mirando a la muchacha que había perseguido los talones de su hermano desde los tres años.
– ¿Corrie?
Ella asintió, sonriéndole.
– Me encremé, des-aplasté mi busto y dejé guardado mi viejo sombrero.
– ¿Me aporrearás si te digo que te ves bastante aceptable como jovencita?
– Oh, no, quiero que me admires. Quiero que cada caballero en esta habitación me admire, que metafóricamente caigan a mis pies como perros muertos. James no quiere caer, mucho menos ser un perro muerto, pero estoy intentando.
– Como ella dijo, cubos de crema y el des-aplastarse la han mejorado mucho -dijo James. -En cuanto a la admiración, la recibe con entusiasmo. -Como James tenía exquisitos modales, se volvió inmediatamente hacia Judith. -Señorita McCrae, ¿es usted nueva en Londres?
Judith miraba de uno a otro de los hermanos.
– Aunque tía Arbuckle mencionó que eran gemelos, no me di cuenta de que realmente eran tan completa y absolutamente gemelos -dijo Judith, -lo bien duplicados que están en el otro.
– En realidad -dijo Jason, -no nos parecemos en nada. James aquí es devoto de los planetas y las estrellas, mientras que yo soy una criatura terrenal.
Corrie dijo:
– Jason nada como un pez y cabalga mejor que James, aunque James nunca reconocería eso, y con frecuencia gana a James en las carreras.
– Yo también nado -dijo Judith. -En el Mar de Irlanda en pleno verano, cuando uno no puede congelarse los dedos de los pies.
Jason quería preguntarle qué vestía cuando nadaba. Seguramente una jovencita no podría nadar desnuda, como él lo hacía.
Judith volvió esos oscuros ojos suyos hacia James.
– ¿Estrellas, milord?
Corrie dijo:
– Oh, sí, en noches buenas puede encontrarlo en una colina particular, recostado de espaldas, mirando a los cielos.
Jason sonrió.
– Incluso conoce todas las leyes de Kepler.
– Gemelos -dijo Judith, mirando nuevamente de uno al otro. -Qué práctico para ustedes. ¿Cambian de lugar con frecuencia?
Jason dijo:
– No, no desde que éramos niños.
En realidad no desde que James había querido probar que Ann Redfern lo quería a él y no a Jason, y entonces habían intercambiado lugares y él se había encontrado en el granero con una muchacha desnuda, y Jason fuera de la puerta de la casilla. De cualquier modo, hasta el día de hoy, ninguno de los dos realmente comprendía a quién prefería Ann, por la simple razón de que ella no podía distinguirlos.
– Si tuviera una gemela idéntica, hubiese practicado hasta poder engañar a nuestra madre.
Jason se rió.
– Lo siento, señorita McCrae, sin importar cuánto lo hubiese intentado, nunca hubiera engañado a nuestra madre.
– O a nuestra abuela, que es tan vieja que ya no debería tener ojos tan agudos, pero los tiene.
Judith volvió a mirarlos otra vez.
– Un desafío -dijo. -Siempre he adorado los desafíos. Creo que puedo ver uno en ciernes. -Judith se volvió hacia Corrie. -¿Usted también es melliza?
– Oh, no -dijo Corrie, mirando con atención a la exquisita muchacha con piel de porcelana y esos brillantes ojos negros, y se preguntó si al ver un cubo de crema sabría siquiera qué hacer con él. En cuanto a su busto, estaba muy bien dotado, probablemente sin usar corsés para levantarlo. -Soy sólo yo.
– Gracias a Dios -dijo James. -Dos de ti me volverían loco.
– James, te veré en casa -dijo Jason, sonrió a Corrie como si aún fuese alguien a quien no podía identificar del todo, y se marchó valseando.
James se quedó mirándolo atentamente un momento antes de darse vuelta con expresión pensativa, y decir:
– El vals está terminando. No, Corrie, nada de un tercer vals. No le hará ningún bien a tu reputación.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– ¿No leíste el libro de conducta que mi madre, eh, Jason te regaló para tu cumpleaños?
– Lo disfruté tanto como disfruto de las obras de Racine. Ya sabes, James, el regalo de cumpleaños que tú me diste, con todas esas encantadoras imágenes. Ya sabes, ¿las imágenes que podría mirar si me doliera el cerebro por todas esas complicadas palabras francesas?
– Claro que lo recuerdo. Fue reflexivamente escogido para ti. Ahora escúchame, mocosa. No bailas más de dos danzas con un caballero o estás prácticamente comprometida.
– Pero no fueron dos danzas, al menos dos danzas enteras. Jason interrumpió el último tercio. ¿No podemos bailar el primer tercio de la siguiente? -James negó con la cabeza. -Pero, ¿por qué? Qué tonto suena eso. Eres un buen bailarín, el mejor de todos mis caballeros esta noche. Quizá eres incluso más experto que Devlin, quizá. No me importaría bailar contigo toda la noche.
– Gracias, pero no es adecuado aunque te conozca desde siempre y que seas prácticamente mi hermana.
Ella sintió el golpe de esas palabras despreocupadas y suspiró. Volvió a tocar la corbata de él con sus dedos, tironeándola de aquí para allá.
– Entonces, eso es todo. Muy bien, si no estás disponible, entonces bailaré con Devlin. Me pregunto dónde está. -Levantó la mirada hacia él. -Tío Simon está realmente interesado en que encuentre un esposo ahora. El querido hombre realmente no quiere regresar a Londres en primavera para otra aparición. Dice que un mes debería ser suficiente para resolver el problema.
– Mira, Corrie, no es realmente posible, así que no creas que eres un fracaso si no estás parada frente a un vicario a final del mes, con este pobre cabrón que todavía tienes que conocer esposado a tu lado. Una propuesta ahora, supongo que eso es posible. Al menos ahora te ves bien, así que debería haber algún joven caballero soltero preparado para saltar en tu jaula.
– Esa es una imagen interesante. James, ¿en qué piensas cuando piensas en la joya de Arabia?
– ¿La joya de Arabia? ¿Qué diablos es una joya de Arabia?
– Yo creo que es un magnífico diamante que todos codiciaron a través de los años.
– ¿Qué tiene que ver eso contigo?
– Bueno, tal vez absolutamente nada si no logras ver cualquier comparación evidente.
– Escúchame, Corrie. No bailes con Devlin Monroe. Aconsejo enérgicamente que lo evites.
– Se ve como un vampiro hasta que sonríe, entonces es bastante apuesto, de hecho.
– ¿Vampiro? ¿Devlin? Oh, te refieres a su palidez. -James se veía pensativo, frotando su mentón. -Sí, es conocido por su palidez. ¿Un vampiro? Ahora que lo pienso, quizás, no lo he visto jamás durante el día.
– ¿De veras? Oh, cielos, James, tal vez… oh, maldito, estás tomándome el pelo.
– Por supuesto que estoy tomándote el pelo, Corrie. Pero Devlin, escúchame ahora, tiene una reputación de involucrarse en tipos de cosas muy diferentes…
– ¿Qué tipo de cosas diferentes?
– No necesitas saber eso. Sólo obedéceme y estarás bien.
– ¿Obedecerte? ¿A ti?
Ella echó la cabeza atrás y rió, no pudo evitarlo, y muchas cabezas femeninas giraron para ver la fuente de esa risa… si es que ya no estaban mirando, con su foco en James, naturalmente.
– Prácticamente te crié. Sí, préstame atención. Soy mayor, he tenido más experiencia y, más importante, soy hombre, y por lo tanto sé sobre los otros hombres y sus instintos… bueno, no importa. Simplemente evita a Devlin Monroe.
– ¿Instintos qué? ¿Quieres decir perversos? ¿Estás diciendo que Devlin Monroe es perverso? ¿No hace falta a un hombre muchos años y mucha concentración para alcanzar la verdadera perversidad? Devlin es joven. ¿Cómo sería posible que fuera perverso?
James quería tomar entre sus manos ese adorable cuello blanco que nunca antes había visto, podía jurarlo, deslizar suavemente los dedos alrededor de él y apretar.
– No dije que fuera perverso. Le gustan diferente tipo de cosas.
– Bueno, a mí también. ¿Es esto lo que te otorga la experiencia, James? ¿Perversidad?
– No, no seas ridícula. Olvida a Devlin. Ahora, veo a Kellard Reems hablando con tu tía Maybella. Él es bastante normal. Baila con él. Si devora tus sen… tu busto con los ojos, me lo dices y le haré bajar los dientes por la garganta de una patada.
Corrie susurró, casi ahogada:
– ¿Los hombres dicen senos?
– Olvida eso.
Pero no iba a olvidarlo. Corrie se observaba atentamente con nuevos ojos.
– Es, bueno, tan inequívoca esa palabra.
– Sí, eso es cierto. Los hombres tendemos a ser inequívocos y francos, a diferencia de las damas, que deben endulzar todo con encajes, volados y palabras extravagantes, como busto.
– Senos -repitió ella lentamente, saboreando totalmente esa palabra mala, y James la tomó de los brazos y le dio un sacudón, cualquier cosa para borrar esa expresión pensativa de su rostro.
– Escúchame, Corrie, no querrás decir eso, especialmente frente a un hombre. ¿Me comprendes? Un hombre podría… muy bien, con seguridad tendrá la impresión errónea sobre tu virtud y se obsesionará con las actividades que podrías compartir con él. Es busto, Corrie. Eso es todo. ¿Lo prometes?
– Ah, allí está Devlin el vampiro. Mira esa linda sonrisa suya. Dientes blancos contra ese rostro blanco suyo, y esos ojos realmente oscuros… iguales a los ojos de Judith McCrae, ¿no lo crees?
– No, no lo creo.
– Sí, todos oscuros y chispeantes, y… creo que le preguntaré qué hará a medianoche, y le ofreceré mi cuello.
James recordó su mano aporreando su trasero aquel día. Esa mano se flexionó, le cosquillearon los dedos.
Ella lo dejó, sin siquiera un asentimiento de gratitud por haberle dado un consejo valioso. No, se había alejado, abanicándose, porque él había danzado con ella en la pista de baile y a Corrie le había encantado. Al menos no le había dado una de sus sonrisas de desdén patentadas que lo hacían querer restregarle la cara en el barro.
James se quedó allí parado, frunciendo el ceño, hasta que sintió unos dedos sobre su manga y se dio vuelta para ver a la señorita Milner moviéndole las pestañas. Suspiró, sólo un suspiro muy breve porque era un caballero, se dio vuelta y sacó a la luz una sonrisa.
En cuanto a Jason, él llevó bailando a la señorita Judith McCrae hacia las enormes puertas de cristal que daban al balcón Ranleagh y los jardines debajo, y la imaginó desnuda.
Ella lo miraba riendo. ¿Qué había dicho que fuera divertido? No parecía poder recordarlo. Sí, la imaginaba riendo, y desnuda.
Disminuyó el paso porque el vals estaba llegando a su fin.
– Dígame cuánto tiempo estará en Londres.
– Tía Arbuckle quiere regresar a Cornualles para Navidad.
– ¿Tiene hermanos? ¿Hermanas?
Ella se detuvo y finalmente dijo con una sonrisa:
– Bien, tengo un primo. Es dueño de una caballeriza llamada The Coombes cerca de Waterford.
– ¿Es este primo mayor que usted, señorita McCrae?
– Oh, sí, es mucho mayor.
El vals terminó. Jason sonrió a esta hermosa jovencita. Le gustaría llevarla a dar un lindo paseo deambulante por los jardines Ranleagh, pero no podía ser. Le ofreció el brazo y la acompañó de regreso con su tía.
– Milady -dijo, e hizo una leve reverencia. -Confío en que lord Arbuckle se sentirá mejor pronto.
Lady Arbuckle dijo:
– Eso es muy amable de su parte, señor Sherbrooke.
Y Judith dejó caer su abanico.
– Oh, cielos, soy tan torpe. No, no, señor Sherbrooke, lo tengo.
Pero, por supuesto, él descendió para tomar el abanico y se lo entregó, sonriéndole mientras lo hacía.
– No está roto. Un placer, señorita McCrae, lady Arbuckle.
Jason hizo otra reverencia y se marchó. Espió a Tom caminando hacia la entrada, sin mirar a izquierda ni derecha. Se veía como un sabueso que acababa de olfatear un venado, con las fosas nasales abiertas. Eran croquetas de langosta. Tom podía oler una croqueta de langosta a unos buenos diez metros.
Jason se unió a él, y luego de que Tom hubiese devorado una buena media docena y bebido dos copas del suicida ponche de champagne, abandonaron el baile Ranleagh para ir a White’s, Jason logrando esquivar la tropa de jovencitas y no tan jovencitas avanzando hacia él. Captó la mirada de su hermano y asintió.
Ese asentimiento significaba que tenían más planes que hacer, pero no en ese mismo momento. James volvió su atención a la hermosa señorita Lorimer, probablemente el diamante de la Pequeña Temporada, que sin dudas bailaba muy bien el vals y tarareaba mientras danzaba. James estaba encantado.
Cuando James levantó nuevamente la mirada por casualidad, fue para ver a Corrie bailando con Devlin Monroe.
– ¿Cuál es el problema, milord?
– ¿Qué? Oh, absolutamente ninguno, señorita Lorimer, sólo buscaba a una amiga de la infancia que sigue desobedeciéndome.
– Hmm -dijo la señorita Lorimer. -Suena más como que usted es su padre, milord.
– Dios no lo permita -dijo James mientras el vals terminaba.
Vio a Corrie tomar el brazo de Devlin, y caminar hacia la enorme mesa de banquete, junto al tazón casi vacío de ponche de champagne lo suficientemente fuerte como para marchitar los escrúpulos de una muchacha luego de una copa. Maldijo en voz baja.
Cuando dejó a Juliette Lorimer con su mamá y una cariñosa sonrisa, Juliette dijo:
– Creo que me quedaré con él, mamá. Aunque fuese aburrido o disoluto, lo cual no parece ser, una podría igualmente observarlo, y eso daría placer suficiente, ¿no lo crees?
Lady Lorimer miró a la magnífica criatura que había dado a luz, y dijo con su voz práctica:
– Dado que eres la jovencita más hermosa en este salón de baile y que James Sherbrooke es el hombre más apuesto, creo que un matrimonio semejante produciría hijos tan superiores las personas mortales que probablemente serían asesinados para que la civilización pudiera seguir adelante.
La señorita Lorimer rió encantadoramente.
– Hay sólo una de mí, pero lord Hammersmith tiene un hermano gemelo que es tan hermoso como él. Lo vi bailando con una muchacha de cabello oscuro que no se veía para nada interesante.
– También la vi. Muy común. Pero no importa. Debes recordar que su hermano no es el próximo conde de Northcliffe, ¿verdad?
La señorita Lorimer hizo otra risa encantadora y vio cómo James se abría paso entre la muchedumbre de invitados, todos parecía que querían hablar con él, la mayoría de ellos del bello sexo. Era muy bueno que ella fuese la muchacha más hermosa aquí, así como en otros sitios.
De otro modo, podría encontrarse sintiéndose un poquito preocupada.