Una buena cabeza es mejor que cien manos fuertes.
~Thomas Fuller
Sus oídos estaban alerta. James oyó algo en el techo, un suave sonido de correteo, o tal vez era la rama de un árbol agitándose contra la madera. No, no era un árbol ni un animal allí arriba. Tenía que ser Corrie, ligera de pies pero, ¿qué estaba haciendo? Su mente se bloqueó al pensar en cómo habría llegado allí.
Su pregunta fue respondida al siguiente instante, cuando el humo empezó a salir de la chimenea. Le había dado tiempo para quitarse las cuerdas de los tobillos. James se sentó inmediatamente y empezó a trabajar en las sogas. Hizo falta un par de minutos para que Augie, Billy y Ben empezar a toser, y para entonces la habitación estaba llenándose rápidamente de humo.
Augie saltó de su silla, gritando:
– ¡Muchachos, es fuego! Infierno y condenación, ¡esto no é justo! ¡Rápido, rápido, tenemo’ que agarrar a nuestro tipo y salir de este maldito lugar de mala muerte!
En ese instante, la puerta de la casa se abrió de golpe y un caballo furioso y relinchante entró aporreando en la habitación, encabritado, bufando, con Corrie sobre su lomo, apuntando una horquilla directo a Ben, que estaba parado más cerca suyo, mudo de sorpresa y horror.
Entonces los tres hombres estaban gritando, intentando salir de la habitación, intentando evitar al caballo y la horquilla, con sus largas pinzas oxidadas pero todavía afiladas. Ben no fue lo bastante rápido. Le dio en el brazo. Él gritó y sacó su arma, pero James estaba sobre él, con la pierna cortando el aire, su pie pateando la pistola de la mano de Ben. Entonces James rodaba para tomar el arma mientras Augie le disparaba. Corrie y el caballo se dieron vuelta y atropellaron a Augie, enviando su pistola al vuelo hacia la puerta. Augie gateaba tan cerca de la pared como podía, hacia la puerta abierta y en la noche. En el último instante logró tomar el arma y meterla en sus pantalones.
El caballo estaba enloquecido por el humo y quería salir.
– ¡James, arrójame una de las armas!
Le quitó la pistola a Billy de la mano y se la arrojó a Corrie, mientras ella clavaba la horquilla en la pared y salía a caballo de la casa.
James sólo tenía que ocuparse de Billy, y lo logró fácilmente pese al humo sofocante y cegador. Saltó sobre Billy, deteniéndose sólo un momento para agacharse y estamparle el puño en la mandíbula.
Corrie estaba sentada a pelo encima del caballo, el otro zaino justo detrás, esperándolo. Ella estaba cubierta de hollín, sonriendo como una tonta.
– ¡Deprisa, James, deprisa!
Mientras ella hablaba, Augie disparó desde la puerta de la casa y la bala pasó zumbando junto a la oreja del caballo. El animal se apartó bruscamente y se paró sobre sus patas traseras, tirando a Corrie al suelo. Ambos caballos se encabritaron y corcovearon, corriendo locamente por el camino surcado, lejos de la casa y de ellos.
James maldijo mientras corría hacia Corrie. Ella luchaba por ponerse de rodillas.
– Tenemos que apresurarnos, Corrie. Lo siento, pero no hay caballos. ¿Puedes caminar? ¿Estás mal herida?
– Oh, cielos, allí está Ben, con su arma. Le di con la horquilla. Vamos, James. Estoy bien.
Cada uno tenía un arma en la mano, James casi la arrastraba tras él. Corrieron dentro del bosque que bordeaba el estrecho camino. Hubo un disparo, más gritos -este de la boca de Ben, si James no estaba equivocado, porque gritaba cómo la perra le había clavado esa horrible horquilla en el brazo.
Bueno, los tres bastardos tenían sólo un arma y ningún caballo. Él y Corrie estaban mejor. James quería regresar y golpearlos, pero no le sorprendería que tuvieran más pistolas. No creía que las tuvieran pero, ¿quién sabía cómo funcionaba la mente de Augie?
Corrieron entre los árboles, tropezando con raíces, hasta que James ya no pudo oír a ninguno de los hombres gritando.
– Espera, Corrie. Esperemos un minuto.
Ella respiraba con dificultad, tragando aire, y casi cayó contra un pino, con los brazos envueltos alrededor del pecho y el arma colgando de dos dedos.
James se quedó allí parado, mirándola atentamente. Su vestido de baile, alguna vez blanco, estaba negro de humo y hollín, rasgado y mugriento, con una manga colgando de un hilo. Su cabello caía en salvajes marañas por su espalda y sobre su rostro. Seguía sonriéndole, todo dientes blancos contra el rostro negro, todavía jadeando con dificultad.
James se rió, no pudo contenerse.
– Bien hecho -le dijo, y la tomó de la mano. -Van a venir detrás nuestro, aunque no puedo imaginar cómo lo harán. Ben tiene la pinza de tu horquilla atravesada en el brazo y no servirá de mucho. Maldición, desearía saber cuántas armas tienen.
– Si atrapan a esos condenados caballos, podríamos estar en grandes problemas otra vez, James. Vi a ese caballo guía salir por el camino hacia los acantilados, al aire libre, donde no podemos ir.
James miró pensativamente con el ceño fruncido sus botas.
– No creo que hayan visto los caballos o adónde fueron. Pero si logran atraparlos, podrían regresar al cobertizo y buscar el carruaje. Eso no sería bueno.
Los ojos de ella chispearon.
– Entonces ocupémonos de ese carruaje, James.
James estaba sopesando los riesgos.
– Es cuestión de cuánto les pagaron para agarrarme. Si es mucho, entonces harán su mejor intento por volver a atraparme.
– Espero que haya sido un vagón lleno -dijo Corrie, entrecerrando los ojos. -La derrota debe saber bastante mal si pierdes mucho dinero. No corramos el riesgo. Vayamos a buscar ese carruaje.
Les llevó sólo diez minutos regresar a la casa. Augie y los muchachos habían quitado la manta de la chimenea. James vio rápidamente que la casa, con su puerta colgando de las bisagras oxidadas, estaba bastante vacía, excepto por la horquilla con un poco de sangre en la punta. Nada de Billy, Ben o Augie.
Cuando llegaron al cobertizo, James tomó una vieja hacha podrida, sonrió como el mismo Diablo y destruyó una rueda mientras Corrie pasaba la horquilla por la otra. Cuando las ruedas estuvieron hechas pedazos en el piso, James dejó caer el hacha, se frotó las manos y dijo:
– Eso los retrasará. Vamos.
Volvieron a partir. No más de un minuto luego de haber entrado al bosque, oyeron a Augie gritar:
– ¡Infierno y condenación, maldito sea ese joven! El pequeño ba’tardo arruinó el carro. Tendré que patea’lo hasta el cansancio cuando le ponga la’ manos encima.
– No me dio nada de crédito -dijo Corrie.
– Si intentan atraparnos otra vez, puedes dispararle.
– Sí, sí, creo que esa es una excelente idea.
Hubo maldiciones generalizadas, nada realmente original, pensó Corrie, de los tres hombres mientras James y ella se quedaban quietos, escuchando y sonriendo.
James susurró cerca de su oído:
– ¿Sabes dónde estamos?
– Sé que tomamos un giro hacia Clacton-on-Sea.
– Eso es bien al este -dijo él.
James la miró y vio que estaba temblando como una loca, así que se quitó rápidamente el abrigo. Corrie suspiró y lo abrazó fuerte. Se sentía tan caliente como pan recién tostado en el horno.
– Ah, eso se siente bien, James. Sabes, la cosa es que después de tanto correr, luego de clavar esa horquilla en la rueda del carruaje, estaba entrando en calor otra vez. Creo que ahora estoy temblando porque sigo tan emocionada.
– ¿Estás emocionada?
De hecho, él también lo estaba, la sangre bombeando locamente por sus venas, su cabeza palpitando, tan lleno de energía que sabía que podría ir nadando a Calais. Pero eso se acabaría rápidamente. Y Corrie, había estado colgada detrás de ese carruaje durante tres horas antes de que se detuvieran. Iba a caer como un árbol talado. James rogaba que no se enfermara.
– No tan emocionada como estaba un minuto atrás -le dijo ella. -Es extraño, ¿cierto?, lo poderoso que te sientes.
– Sí, así es, pero no durará, Corrie. No quiero que te enfermes. Quédate abrigada. Ahora no queda nada por hacer más que caminar.
James metió ambas armas en su cinturón, la tomó de la mano y partieron. Se mantuvieron dentro del bosque que bordeaba el estrecho camino.
– Van a estar buscándonos, eso significa que tendremos que evitar la ruta principal una vez que lleguemos a ella. Lo único que necesitamos es un pueblo.
– Estarán esperando que caminemos de regreso hacia Londres -dijo ella, y frunció el ceño. -Te secuestraron porque querían intercambiarte por tu padre, James.
– Sí, lo imagino. Desafortunadamente, nunca dijeron el nombre del hombre que los contrató. Lamento no haberte contado sobre el atentado contra la vida de mi padre. Debería haberlo hecho, antes de que te enteraras por otros.
– Sí, deberías habérmelo dicho. No es como si fuera una extraña, James. Todos hablaban de eso.
Él se detuvo, la enfrentó y le tomó el rostro sucio entre sus manos sucias.
– Gracias por salvar mi pellejo. ¿Cómo lo supiste?
– Vi al camarero entregarte ese trozo de papel. Te conozco muy bien, James. Vi inmediatamente que te preocupó, así que te seguí. Supe que no podía ayudarte una vez que te arrojaron la manta encima, así que esperé hasta que el carruaje se puso en marcha y entonces salté en la parte trasera.
– Siempre has sido un excelente lacayo.
– Sí.
James la vio juguetear con su cabello. No podía más que maravillarse con su valentía. Pero ella no lo vería de ese modo, para nada. Simplemente diría que era lo único que se podía hacer y, ¿no hubiera hecho él lo mismo? No, él se hubiese arrojado sobre sus cuellos, inmediatamente. Y tal vez hubiera logrado que lo mataran.
Le apretó la mano sucia.
– Estaba intentando descubrir cómo quitar esa cuerda de alrededor de mis tobillos sin que Augie me viera, y entonces creí haber oído algo en el techo. Augie ya estaba dormido a medias y no escuchó nada. Me diste el tiempo. Eso fue inteligente de tu parte. Tienes un buen cerebro.
Ella sonrió abiertamente.
– La verdad es que casi me quebré la pierna subiendo al techo. Y, ¿sabías que algunos tablones del techo están bastante podridos? Por un momento pensé que caería y aterrizaría justo sobre el regazo de Augie.
James rió y se puso serio rápidamente.
– Tengo algo de dinero, así que no estamos desposeídos. Sin embargo, los dos nos vemos como si hubiésemos estado en una pelea. Intenta pensar en una historia que explique nuestro estado.
Corrie sacudió la cabeza y dijo con bastante seriedad:
– No, cuando lleguemos a una granja lo único que tenemos que hacer es asegurarnos de que la esposa te vea bien. Aun con todo ese humo y hollín en tu rostro, ella se derretirá, suspirará y te dará la comida y la cama de su esposo. Si mirara más allá de tu hermosa cara, vería tus ropas de noche. Eso seguramente resolverá todo si tu rostro no lo logra.
– Una mala broma, Corrie.
– No era broma, James. No te das cuenta, ¿cierto? De que… bien, no importa. Entonces, una granja, eso es justo lo que necesitamos. No sé qué sucedería si tuviéramos que entrar en una aldea.
Caminaron. Exactamente veinte minutos más tarde, oyeron cascos de caballo acercándose a ellos. James detuvo a Corrie y se metieron más entre los árboles. Vieron a Augie, montando el caballo guía a pelo, con un freno improvisado, conduciendo al segundo zaino, que cargaba a Billy y a Ben, con una sucia venda atada alrededor del brazo de Billy.
– Sólo una brida -susurró James. -Se ve bastante divertido, en realidad. Ninguno de ellos está demasiado firme. Apuesto a que nuestros tres villanos son nacidos y criados en Londres, mucho más cómodos deslizándose por un callejón que intentando cazar una presa al aire libre.
Si hubiese estado solo, hubiera intentado tomar uno de los caballos, pero con Corrie presente no pensaba arriesgarse a que ella resultara herida, dado que ya había corrido demasiado riesgo. ¿Qué si el techo hubiera colapsado? ¿Qué si el caballo no hubiera chocado obedientemente la puerta de la casa? ¿Qué si…? Se estaba volviendo loco. Corrie había sobrevivido y él también. Pero no más, James no creía que su corazón pudiera sobrevivirlo.
Ella le susurró contra la mejilla:
– Creo que podemos ganarles, James. Tú atrapa a Augie, que parece el más competente, y yo derribaré a Ben y Billy. Simplemente mira, están resbalándose por el lomo de ese pobre caballo. Sólo los ahuyentaremos.
James no podía dejar de mirarla. Tenía razón.
– No, es demasiado peligroso.
– Trepar a ese condenado techo fue más peligroso que esto, sin mencionar entrar montando como un caballero con lanza en esa casa. Acéptalo, James. Sé sensato.
Eso provenía de una muchacha que llevaba un vestido de baile en medio de la noche, al costado de un camino surcado, con tres hombres malos listos para cortarle el pescuezo.
La oportunidad les fue quitada de las manos. En ese momento, un enorme estruendo de truenos sonó. Los rayos cayeron, una, dos veces. Los caballos se encabritaron, aterrados, tirando a los tres hombres al suelo. Otro estruendo de truenos, otro rayo y los caballos se fueron, corriendo locamente, justo por el camino, lejos de ellos.
Ben estaba gimiendo, sosteniéndose el pie, zigzagueando atrás y adelante.
– ¡Maldito seas, condenado bastardo!
– Bien, mi maldito caballo también me tiró -dijo Augie, caminando con cautela hacia Ben y Billy.
– No, el caballo no -gritó Ben. -¡Billy es el condenado bastardo que me tiró al piso! ¡Voy a tajearte la garganta, Billy!
– No podrás atraparme por un mes, así que calla la boca. Además, ya estábamos herido’ por esa muchachita que no debería haber estado ahí, bien sabe el Seño’. Tal ve’ era una especie de fanta’ma que vino a atormenta’nos.
– Tienes un eno’me a’ujero en el cerebro -dijo Augie irritado. -La verda’ es que una niñita nos derribó. No hubo fanta’ma aunque llevaba ese ve’tido blanco.
Billy dijo:
– ¿No sabe cómo se supone que debe ve’tirse? Venir tras nosotros tres ve’tida así, sus hombro’ blancos y de’nudos como el trasero de Ben cuando está en lo’ arbu’tos. Te nubla el celebro, así é.
– Qué idea -susurró Corrie.
James intentaba con todas sus fuerzas no reír. Los vieron a los tres discutiendo en medio de la estrecha ruta. Los observaron hasta que los cielos se abrieron y la lluvia cayó con fuerza. Sólo necesitaban esto. James dijo:
– La madre de Willicombe estuvo un poquito atrasada con su predicción. Se suponía que lloviera cerca de medianoche.
– No puedo imaginar que Willicombe tenga una madre -dijo Corrie, y dio un respingo cuando Ben maldijo a la lluvia y su pie amoratado.
Billy se sumó, maldiciendo a Corrie por la horquilla en su brazo. Augie se quedó allí parado, con las manos en las caderas, mirando a sus dos acompañantes con evidente indignación.
Como las hojas los protegían un poquito del diluvio, los dos detestaron pensar en salir al aire libre. Se quedaron otros cinco minutos hasta que los tres hombres lograron cojear por el camino.
– Todos vamos en la misma dirección -dijo Corrie. -Bien, demonios.
– No hay más que decir -dijo James. -Vamos a doblar hacia la costa. Tiene que haber una aldea de pescadores no muy lejos de aquí.
– Muy bien. Al menos no tendremos que preocuparnos porque esos tres bufones nos agarren desprevenidos. Sabes, James, podríamos atacarlos ahora. ¿Qué piensas?
Él negó con la cabeza.
– Demasiado riesgo. -Entonces se detuvo en seco. -Si pudiéramos atrapar a Augie, tal vez podríamos obligarlo a decirnos quién le pagó para que me secuestrara.
Los ojos de ella brillaron aunque parpadeaba furiosamente para evitar ser cegada por la lluvia.
– Seguramente no estarán esperándonos, ¿cierto?
Los relámpagos cayeron otra vez y oyeron a un hombre gritar.
– Vamos, Corrie. No podemos mojarnos más de lo que estamos ahora, bueno, no mucho más.
Salieron corriendo del bosque y por el camino tras sus villanos, con la lluvia azotando contra sus rostros, sin luna ahora, sólo hinchadas nubes negras. Apenas podían ver el camino tres metros delante de ellos.
Los alcanzaron rápidamente, porque a Billy evidentemente le dolía, y Augie y Ben tenían que sostenerlo, Ben con un solo brazo bueno.
Disminuyeron el paso, escuchando a los hombres maldecir.
– Nunca oí esa palabra, James. ¿Qué signi…?
– Calla. Nunca digas esa palabra, ¿me comprendes?
Corrie se pasó la mano sobre los ojos y se apartó el pelo del rostro.
– Pero sonaba como tet…
– Calla. Esto es lo que vamos a hacer.
Tres minutos más tarde, James se acercó más a los tres, levantó su arma y disparó directo al brazo de Augie. Un disparo, un grito y más maldiciones.
Como James pensaba, Ben dejó caer a Billy al suelo, y Augie no sabía si agarrarse el brazo o sacar el arma, así que hizo ambas. El disparo hizo caer una rama de árbol. Billy, cojeando, y Ben sosteniendo su brazo, fueron hacia las malezas. Los habían incapacitado a los tres.
– Suelta el arma, Augie -le gritó James, -o la próxima bala atravesará tu cabeza. Tengo dos armas, sabes, así que no dudes de mí.
– ¡Joven! ¿Realmente eres tú? -La mano de Augie protegía sus ojos, intentando desesperadamente ver a James a través de la fuerte lluvia. -¿Por qué querrías disparar al viejo Augie ahora? En realida’ no te hice nada malo… ni siquiera lo que me pagaron pa’ hacer… sólo te preocupé un poquito, te di un poquito de golpes.
– Suelta el arma, Augie, es la última vez que te lo digo.
Augie la dejó caer, aunque había probabilidades de que sólo tuviera una bala y que ahora estuviera vacía. Pero era mejor no correr ningún riesgo.
– Bien. Ahora, Augie, no te meteré una bala en la cabeza si me dices el nombre del hombre que los contrató a los tres para secuestrarme.
Augie, pese a la lluvia, tiró de su oreja, maldijo a sus pies y suspiró.
– Un hombre tiene que protege’ su repu’ación, muchacho. Si te digo su nombre, mi repu’ación estará en el lodo.
– Al menos estarás vivo.
James apuntó el arma a la cabeza de Augie.
– No, no puede’ hacerlo, ¿verda’? Dispara’me en el coco como si fuera un mal hombre… bueno, no te preocupe’ po’ eso. No, no me dispares. Bueno, maldición. Oh, está bien, el tipo que nos dio el pedido, dijo que su nombre era Douglas Sherbrooke. Nunca ante’ oí ese nombre, así que no puedo decirte quién é el tipo. Ahora no me dispararás, ¿verda’, joven?
Tanto James como Corrie lo miraban boquiabiertos. Ella dijo:
– Pero eso no tiene sentido, James.
– Es una broma retorcida, tiene todo el sentido. ¿Qué tan viejo era ese hombre, Augie?
– Un joven, como usté, melord. Hey, oí la voz desa muchachita. Quiero azota’ bien el trasero desa muchachita. Lo arruinó todo pa’ nosotros, lo hizo. Casi incendió esa encanta’ora casa y clavó esa maldita horquilla en el brazo de Ben. No é una dama, no lo é, una real de’gracia para sus padres, yo diría, saliendo así sin chaperona, ve’tida de blanco para hacerno’ pensar quera un fanta’ma. En cuanto a lo’ caballos, lo que hizo no fue…
– Deja de lloriquear, Augie. Ella te ganó sin hacer trampa. Si no crees que sea una dama, puedes llamarla mi caballero blanco -dijo James.
– É una de’gracia, lo é, hace’le eso a tres hombres grande’. Tal ve’ si hubiese sido mi hija podría haberle enseña’o cómo afanar a lo’ finos se’ores, pellizcar monedas dire’to de sus bolsillo’, nunca se enterarían. Tiene’ agallas, muchachita, no mucho cerebro po’que metió ese jamelgo dire’to en la casa, pero tiene’ agallas, montone’ de agallas.
– Muy bien, Augie, la verdad es que Corrie sería una horrible carterista. Es su rostro, lo ves. Uno sabe exactamente qué está pensando. Terminaría sentada a tu lado en una cárcel. Ahora, si puedes gritar a Ben y Billy que salgan de su escondite, y entonces los tres pueden marcharse.
– Ere’ un buen muchacho, eso é lo que le dije a mi’ amigos, ¿verda’?
– No sé qué les dijiste, Augie, porque uno de tus amigos me golpeó en la cabeza.
– Bueno, esa’ cosas pasan, estos cha’quitos de barro en la vida.
– Márchate, Augie. Vete. No quiero volver a verte otra vez.
Corrie le preguntó:
– ¿Cuánto te pagó este Douglas Sherbrooke, Augie?
– Las muchachitas no deberían preocupa’se por negocio’ de hombres, pero eran diez libra’ para secuestra’lo y otras treinta cuando lo entregara a este tipo Sherbrooke.
– Espero que no hayas gastado las diez libras -dijo Corrie. -Me pregunto qué les hará este tipo cuando descubra que han fracasado en entregar la mercancía.
Augie gruñó ante ese pensamiento, y luego silbó llamando a Billy y Ben. Corrie, con una encantadora mueca de desdén en su rostro, y James, cerca de la risa, se metieron en el bosque y vieron a los tres hombres tambalearse de regreso al camino.
– ¿Ahora qué? -dijo Corrie. Los relámpagos alcanzaron una rama de árbol. Cayó, humeante, a menos de un metro frente a ellos. -Oh, cielos, ¿crees que eso es una especie de mal presagio?
– Creo que significa que es mejor que nos dirijamos de regreso a Londres. Augie y sus muchachos no están completamente derrotados, y perderán treinta libras y sus reputaciones si no me entregan. No corramos riesgos. Mantente lo más caliente que puedas, Corrie. No quiero que te enfermes.
– Esta noche es sin dudas una desgracia -dijo Corrie, y se apretó cerca de James mientras comenzaban a caminar por la ruta en dirección opuesta a los tres villanos.
Ella empezó a silbar una cancioncita que había aprendido de uno de los mozos de cuadra Sherbrooke. James se rió, no pudo evitarlo. Rogaba que ella no conociera las palabras. Aunque pareciera mentira, no podía pensar en otro momento en que hubiese reído tanto como hora, en una noche que creía firmemente que sería su última.
Caminaron junto a los acantilados, con el viento aullando más fuerte ahora, ambos llenos de lluvia y olor a agua de mar. Podían escuchar las olas chocando contra las rocas debajo.
De pronto James vio el destello de un farol, luego otro. La lluvia estaba amainando, gracias a Dios, y un poco de luna brillando a través de las hinchadas nubes negras. James vio dos barcos parados en la playa y al menos seis hombres en una línea de los barcos al acantilado donde se encontraban.
Maldijo.
Una voz profunda salió de la oscuridad:
– Me pregunto qué tenemos aquí.