Douglas Sherbrooke estaba tan aliviado, tan agradecido, que sólo podía mirar a su hijo mientras pasaba su mano por la espesa barba negra en su rostro, y aceptar finalmente en su interior que él iba a estar bien. Lo preocupaba que los ojos de James siguieran un poco vidriados, un poco desenfocados, pero sabía que eso cambiaría, James sólo necesitaba tiempo y descanso. Se inclinó cerca y le dijo:
– Tu madre envía su amor. Casi tuve que atarla para evitar que viniera con nosotros, pero supe, al igual que ella, que no nos necesitabas a ambos rondando a tu alrededor. El hecho es que nunca llegamos a París. Tu madre afirma que la Novia Virgen vino flotando a nuestro dormitorio en Rouen y dijo que estabas en peligro. Llegamos anoche a Londres.
– Me secuestraron para llegar a usted, señor.
– Sí, supongo que eso es cierto, pero sé en mis entrañas que esto es más complicado de lo que pensábamos. ¿Fueron tres hombres que te llevaron?
– Sí. Augie es su líder, Ben y Billy los otros dos, que no eran realmente muy inteligentes. Eran de Londres, lo que significa que tienen que ser conocidos. Quizás Remie sabrá todo sobre ellos. Willicombe puede enviarlo a los burdeles y a los muelles para contratar más muchachos que descubran de qué se trata todo esto.
– Pasaré esa información en cuanto regresemos a Londres. En realidad, creo que en este momento todo Londres está buscándolos a ti y a Corrie. Ah, James, reconozco esa mirada… tienes hambre, ¿verdad?
James lo pensó un instante.
– Sí, podría comerme una de esas condenadas vacas mugientes. Mugen todo el tiempo, señor. Juro que podía oírlas mugiendo en medio de la noche. -Vio a Jason rodeando a Corrie con el brazo. -Jase, me alegra que hayas venido. Pero no entiendo cómo…
Jason dijo:
– Te lo contaremos todo después de que hayas comido algo. ¿Dónde está la señora Osbourne?
Para sorpresa de Corrie, la señora Osbourne estaba parada en la puerta de la sala de estar, anudando su delantal en sus viejas manos venosas, viéndose… bueno, viéndose totalmente intimidada. Corrie no podía culparla. Douglas Sherbrooke parado en la pequeña sala de estar era seguramente similar a un cardenal en la iglesia de la aldea. Douglas, que no era estúpido, se puso de pie y sonrió a la mujer. Fue hacia ella, tomó una de sus manos tan dulcemente como tomaría la de una duquesa y la levantó hasta sus labios, tal como James había hecho.
– Señora Osbourne, mi esposa y yo estamos muy agradecidos por su bondad.
– Oh, señor. Oh, cielos, oh, cielos, Su Señoría, no fue gran cosa, ¿verdad, señor? Míreme, vestida con este viejo delantal, con este vestido aún más viejo debajo, pero no podía quitarle mi vestido a Corrie, cierto, porque ella llevaba un vestido de baile que estaba todo rasgado, realmente un lío, lo era. Bueno, yo…
– Se ve encantadora, señora Osbourne. Me gustaría agradecerle por cuidar de mi hijo y su amiga.
¿Amiga? James, que acababa de respirar bien profundo, se ahogó. Bueno, suponía que Corrie era una amiga, pero igualmente, oírlo dicho de ese modo… volvió a toser. Corrie fue inmediatamente hacia él y se arrodilló a su lado, le levantó la cabeza y le dio limonada para beber.
Jason los observó. Era evidente que ella había hecho eso muchas veces desde que James se había enfermado, tantas veces que se veía absolutamente natural. En cuanto a Douglas, él se quedó muy quieto. Entonces, lentamente, asintió.
– Och, mi pequeña Corrie, qué dulce es. Justo esta mañana Elden estaba mostrándole cómo ordeñar a la vieja Janie, que da la leche más dulce en cien kilómetros a la redonda.
James tragó la limonada, cerró los ojos un momento y dijo:
– ¿Realmente ordeñaste a la vieja Janie?
– Lo intenté. Todavía no le tomado la mano del todo.
– ¿Le gustaría una taza de té a Su Señoría? ¿Y a su otro muchacho también? -Se quedó allí parada, mirando de Jason a James, sacudiendo la cabeza. -Dos jóvenes tan hermosos en mi sala de estar. Nadie lo creería. Y ahora un Señoría también, no es que no sea hermoso, milord, es sólo que estos dos jóvenes caballeros harían llorar a los ángeles.
– Créame, señora Osbourne, también me han hecho llorar en alguna ocasión.
James dijo en voz alta:
– Corrie es hija de un vizconde.
– Och, ¿y en qué te convierte eso, Corrie?
Corrie puso los ojos en blanco.
– Me convierte en la muchacha que intentó ordeñar a la vieja Janie, nada más, señora Osbourne.
La mujer resolló de risa, se contuvo y dijo ahogadamente:
– Tengo té realmente verdadero, milord. James aquí ha bebido dos cubetas llenas de limonada, Corrie lo vertió por su encantadora garganta.
– El té estaría muy bien, gracias, señora Osbourne. -Douglas se volvió hacia James, le tomó la mano para tocarlo, para sentir la vida en él. -Trajimos un carruaje. Son dos horas de regreso a Londres. ¿Qué te parece eso, James?
– Este suelo es muy duro, señor. Cuando me quejé, Corrie intentó levantarme para poner más mantas debajo mío. Cuando eso no funcionó, quiso que levantara mi trasero para poder deslizar debajo las mantas, pero juro que no podía levantar ninguna parte mía del piso.
Corrie dijo, sonriéndole:
– Así que lo hice rodar, deslicé la mitad de las mantas y luego lo rodé hacia el otro lado. Los asientos reclinables en su carruaje son tan suaves como una cama, señor. James creerá que está flotando sobre nubes.
– Y también te has mantenido caliente y eso es bueno.
El conde miró a Corrie, que se veía bastante encantadora con su rostro restregado y el cabello brillante de limpio. Si el vestido de la señora Osbourne colgaba de ella, simplemente no importaba. Había perdido peso, podía verlo en su rostro, igual que James.
Dos horas más tarde, el carruaje Sherbrooke se alejó de la granja Osbourne, dejando a los ocupantes cincuenta libras más ricos y con un empleado menos, un huérfano que la señora Osbourne decía que habían recogido cinco años atrás. Aye, Freddie era un buen muchacho, dormía en el granero de los Osbourne, hacía sus tareas adecuadamente. Pero ya no.
Ahora, Freddie iba alto y erguido en el asiento del lacayo, vestido con la librea Sherbrooke de la reserva de uniformes de Willicombe. El uniforme quedaba grande al niño de doce años, pero Freddie se había admirado tanto que Willicombe no había tenido corazón para hacerlo cambiar nuevamente con sus ropas viejas. Douglas le había dicho a Willicombe que hiciera media docena de trajes para él.
Atado firmemente al techo del carruaje había un barril de dulce leche de la vieja Janie, un encantador regalo de la señora Osbourne.
James durmió casi todo el camino, sostenido entre su padre y Corrie, Jason en el asiento opuesto a ellos, preparado para atrapar a James si caía hacia adelante.
Douglas había querido que Corrie le contara exactamente qué había pasado, pero en cuanto le dijo que había informado a sus tíos que ella estaba a salvo, Corrie le ofreció una sonrisa soñolienta y su cabeza cayó contra el hombro de James.
Vio a Jason mirando intensamente a su hermano y la jovencita que dormía tan naturalmente contra él.
Douglas se preguntó si James ya se habría dado cuenta de las consecuencias de esta loca aventura.
Tía Maybella y tío Simon estaban sentados en la sala de dibujo con la mamá de los gemelos, los tres bebiendo té y preocupándose interminablemente hasta que Douglas y Jason ayudaron a James a entrar en la sala.
Hubo una buena cantidad de alboroto hasta que James, depositado en el largo sofá por su padre y hermano, con dos mantas amorosamente arropadas a su alrededor, dijo a Maybella y Simon:
– Tuve tanto cuidado de mantener a Corrie tapada lo mejor posible, porque estaba aterrado de que enfermara… y miren lo que sucedió. Fui yo. Como Augie diría… infierno y condenación.
Y Corrie, de rodillas junto al sofá, dijo sin dudar:
– Desearía haber sido yo, James. Nunca estuve tan asustada en toda mi vida como esa segunda noche. -Le dijo a la habitación en general: -Ardía de fiebre, retorciéndose tanto que no podía mantener las mantas encima suyo. Luego cayó de espaldas, así que estaba segura de que había muerto.
– Soy demasiado malo como para morir -dijo él.
– Sí, lo eres, y eso me alegra mucho, aunque más bien eres obstinado. -Ella levantó la mirada y dijo: -Pero bebió toda el agua y la limonada que le llevé a la boca. Y luego baldes de té.
James tomó un sorbo de té, apoyó la cabeza contra los suaves almohadones que su madre había colocado bajo su cabeza y dijo:
– Deberían haber visto a Corrie montando ese caballo a través de la puerta de la casa de campo, con una horquilla sostenida como una lanza bajo su brazo. Naturalmente, llevaba un vestido blanco de baile. -James empezó a reír. -Buen Dios, Corrie, es algo que nunca olvidaré mientras viva.
– ¿De qué estás hablando?
Alexandra no podía evitar revolotear alrededor de su hijo, tan grande era su alivio.
– ¿Corrie cargando una lanza? -dijo tío Simon, y se volvió hacia su sobrina. -Queridísima, recuerdo cuando eras una niñita y pasabas por tu fase de caballero en la Inglaterra medieval. James te enseñó cómo sostener un largo poste sin atravesarte solo. Recuerdo que se quedó parado riendo cuando levantaste el poste y corriste a toda velocidad hacia una gallina. Pero, ¿esta vez realmente lo hiciste a caballo?
– Había olvidado eso -dijo James. -Erraste a la gallina, Corrie.
– Era rápida -dijo Corrie, -realmente rápida y luego tuvo el descaro de correr detrás de un árbol.
James dijo:
– Y tú clavaste el poste contra el árbol y el impacto te envió volando sobre tu tras… bueno, sobre, te sentaste, realmente duro.
Él se aclaró la garganta mientras su madre decía:
– James intenta ser cuidadoso en sus descripciones corporales. Sabe que su madre lo agradece.
– Já -dijo Jason.
James agregó:
– Bueno, Corrie no corría con un poste esta vez, señor; iba a caballo, con una brida, sin silla de montar, con una horquilla bajo el brazo y lo hizo llevando su vestido de noche.
– ¿Atacó un árbol? -preguntó tía Maybella.
Llevó otra hora antes de que todos hubiesen digerido el relato entero. Douglas vio que su hijo estaba exhausto. Se puso de pie.
– El hombre que pagó a los tres villanos dijo que era Douglas Sherbrooke. Eso me da mucho que pensar. ¿Supongo que este hombre, Augie, no usó mi nombre para burlarse de ti, James?
James sacudió la cabeza, casi dormido.
– Nunca había oído sobre usted, señor. No lo estaba inventando.
– Estás listo para caer del sofá, James -dijo Alexandra, pasándole suavemente los dedos por el rostro. -Ah, mira. Tu cabello está todo brillante y limpio.
– Corrie me lavó, cabello incluido, esta mañana.
– Oh -dijo tía Maybella y disparó una mirada a Simon, que no estaba prestando atención.
Él miraba atentamente los robles, sus hojas comenzando a ostentar su plumaje otoñal. Lo oyó decir, en voz baja:
– Ese dorado es sin dudas muy bonito. Tengo marrones y trigos, pero ningún dorado de ese tono específico. Debo obtenerlo para mi colección.
Él salió de la sala de dibujo antes de que Corrie pudiera parpadear. Lo miró sonriendo. Vio a varias institutrices con sus pupilos en el parque, y supo que estarían admirando a su tío, sin darse cuenta jamás de que él no tenía ningún interés en ellas, sólo en esas hojas de roble doradas.
Maybella estaba golpeteando con el pie y observando la encantadora moldura del techo. Douglas dijo:
– Eh, buscaré a Petrie, que sin dudas está esperando en el vestíbulo de entrada con Willicombe y el resto del personal en esta casa, preparados para pelear para ver quién te carga sobre su espalda hasta tu dormitorio.
Pero fueron Douglas y Jason quienes ayudaron a James a subir a su recámara, Petrie y Willicombe merodeando tres pasos detrás de ellos, preparados en caso de que los necesitaran, y Freddie tres escalones detrás de ellos, con los brazos estirados, listos. James sonrió a su padre y hermano.
– Gracias por ir a buscarnos.
Se quedó dormido, oyendo a Petrie presumir de cómo podía afeitar a Su Señoría y no despertarlo en el proceso.