Cuando James despertó, era casi medianoche, su dormitorio estaba a oscuras, las brasas ardiendo bajo en la chimenea, y estaba tan calentito como un riquísimo budín que acababa de salir del horno. Se dio cuenta de que necesitaba orinar y se las arregló para salir de la cama y ubicar el orinal. Estaba detestablemente débil y eso lo enfureció.
Acababa de meterse en la cama cuando se dio cuenta de que estaba famélico. Se concentró en el tirador de la campana y entonces apartó la mano. Era muy tarde. Se recostó, oyendo su estómago gruñir, preguntándose si lograría caminar hasta la cocina. Olvida la comida, entonces. Al menos estaba en casa y en su propia cama. No iba a morir de hambre y, lo mejor de todo, estaba vivo.
Ni tres minutos más tarde, la puerta de su dormitorio se abrió silenciosamente. Su madre entró en la habitación, vistiendo un encantador albornoz verde musgo, cargando una pequeña bandeja en sus manos.
James simplemente no podía creerlo.
– ¿He muerto e ido al cielo? ¿Cómo…?
Alexandra dejó la bandeja en la mesa de luz y dijo mientras lo ayudaba a incorporarse:
– Petrie estaba durmiendo en el vestidor, con la puerta abierta. Le había dicho que debía despertarme en cuanto te oyera despertar. Lo hizo. Ahora, tengo un poco de delicioso caldo de gallina para ti y un poco de pan caliente con manteca y miel. ¿Qué piensas de eso?
– Me casaría contigo si no fueses mi madre. -Alexandra se rió y encendió una rama de velas. James dijo mientras la miraba: -Recuerdo cuando era niño, estaba enfermo de algo, no recuerdo qué era, pero tú siempre estabas ahí. Despertaba en medio de la noche y allí estabas, de pie a mi lado, sosteniendo una vela, y tu cabello se veía como fuego hilado con esa luz. Pensaba que eras un ángel.
– Lo soy -dijo Alexandra, se rió y le dio un beso. Lo estudió por un instante. -Te ves más animado, tus ojos más enfocados. Ahora voy a atiborrarte.
Acercó una silla y se sentó, observando a su hijo mientras comía cada trozo en la bandeja. Cuando hubo terminado, James suspiró y apoyó la cabeza contra las almohadas. Dijo, con los ojos aún cerrados:
– Cuando desperté mi primer pensamiento fue “¿dónde está Corrie?” -Alexandra hizo un grave ruido, como un zumbido. -Ella salvó mi vida, madre. Sinceramente, no creo que mis posibilidades de escapar de esos tres hombres fueran muy buenas.
– Ella siempre ha sido una muchacha ingeniosa -dijo Alexandra. -Y siempre ha sido completamente leal a ti.
– Nunca aprecié eso realmente hasta que sucedió esto. ¿Puedes creer que vio que me llevaban y saltó al asiento del lacayo, sin dudarlo para nada? ¿Puedes creer eso? Llevando su condenado vestido de baile.
– Bueno, de hecho -dijo su madre, -puedo creerlo.
Él logró hacer una sonrisa.
– Ah, tú y padre, siempre ahí uno para el otro. Sí, tú hubieses saltado a ese asiento del lacayo, ¿verdad?
– Tal vez hubiese sacado la derringer que llevaba atada a mi pierna y disparado a los villanos. Hubiese hecho el esfuerzo de salvar mi vestido de baile.
– ¿Piensas que me haces reír? No, puedo verte haciendo eso, madre. -James suspiró y cerró los ojos otra vez. -También puedo ver a Corrie en mi mente, de tres años. Era la primera vez que la veía. Estabas tomándola de la mano cuando nos la presentaste. Nunca olvidaré cómo miró de Jason a mí, nuevamente a Jason, y entonces dijo, con esos enormes ojos suyos sobre mi cara, “James”.
– Lo recuerdo. Entonces me dejó sin mirar atrás, se acercó a ti, con la cabeza echada atrás para poder ver hasta tu rostro, y te tomó de la mano. Tenías diez años, creo.
– No quería soltarme. Recuerdo lo avergonzado que estaba. Allí estaba esa pequeña hada, que se sentaba a mis pies y me acariciaba la mano.
– Recuerdo cuando Jason intentó engañarla para que pensara que eras tú.
– Ella lo pateó en la espinilla. Él comenzó a perseguirla, con sana diversión, y entonces ella me vio e intentó trepar por mi pierna.
Alex se rió.
– Jason estaba tan seguro de que tenía todos tus gestos, pero no pudo engañarla.
– La señorita Juliette Lorimer no puede distinguirnos.
– Ah, sí, Juliette -dijo Alexandra, estudiando sus zapatillas verdes gastadas. -Una muchacha encantadora, ¿no lo crees?
James asintió.
– Baila bien, es ligera de pies y sí, es realmente hermosa. Pero la cosa es que yo podría ser Jason y ella no notaría la diferencia.
– Ella y su madre visitaron en tres ocasiones durante el tiempo que estuviste desaparecido. No estábamos aquí, pero Jason sí. Dijo que Juliette estaba muy angustiada cuando se dio cuenta de que no eras tú.
James pensó en eso, pero no demasiado. El cansancio se adueñó de él. Se las arregló para ofrecer una sonrisa ladeada a su madre.
– Gracias por evitar que muriera de hambre.
Y cerró los ojos.
Alexandra se acercó y besó a su hijo. Se enderezó y se quedó allí mirándolo un largo rato, agradeciendo a Dios y a Corrie Tybourne-Barrett por la vida de su hijo.
– ¿Quién eres tú?
– Soy Freddie, milord, el nuevo lacayo Sherbrooke -dijo el niño, sacando pecho, una proeza asombrosa ya que no había mucho pecho que inflar. -No es extraño que no me recuerde, usted estaba casi muerto.
Lo que había, sin embargo, era una gran cantidad de orgullo allí parado en su dormitorio. James sonrió al niño que vestía la librea Sherbrooke, que había viajado a Londres a avisar a sus padres dónde estaban él y Corrie.
– Ahora te recuerdo, Freddie. ¿Por qué estás aquí?
– Tenía esta preocupación en mi cabeza, melord. Sólo quiría asegurarme de que uste’ seguía en la tierra, como todos dicían abajo. Todos están muy contentos de que uste’ haya sobrevivido. Lo mejor que hice jamás fue venir a la gran casa de sus pa’res, dicirles dónde estaba uste’, aunque casi logré que me co’taran el hígado. ¿Y fíjese que sucidió? Sólo mírime, melord. ¿No soy digno de contemplar? Vea, melord, ¿quiere tocar esta lana? Tan suave como el trasero de un bebé, así es.
– Sí, se ve bastante suave y te ves espléndido, Freddie. Perdona que no te haya recordado, pero sí sé lo que hiciste por Corrie y por mí. Gracias.
– Ningún problema, melord, uste’ estaba tan enfermo que creí que llevaría a sus pa’res de regreso para un funeral, pero no, uste’ se las arregló para salir del ataúd. Fue la siñorita Corrie quien lo salvó. Es resistente, lo es, y no se apartó de su lado, no lo hizo.
– ¿Qué es eso que oí sobre que casi lograste que te mataran intentando llegar a Londres?
– Atacado, eso fui, atacado por una pandilla de jóvenes matones que quirían aporriarme, por diversión. No mucha diversión para mí, le digo. Tomaron las monedas que la siñorita Corrie me dio, aunque los había mitido bajo mis pies, pero los encontraron. Pero escapé de ellos y llegué aquí, viéndome muy mal, pero Willicombe supo que yo tinía algo importante que decir a su siñoría, así que me hizo entrar.
– Agradezco tu valentía, Freddie, y tu tenacidad.
Freddie asintió, pensando en las cinco libras que ahora llevaba en su bolsillo, no bajo su pie, que el mismo conde le había dado, y ah, no se sentía bien contra esa suave lana de su traje que el señor Willicombe llamaba su librea. Una buena palabra, librea. Sonaba como una parte del cuerpo bien vestida. Freddie frotó sus palmas limpias sobre los pantalones de lana.
– Su pá mi dijo que el siñor Willicombe ordenó seis trajes para mí. ¡Seis! ¿Puede imaginarlo uste’?
– No -dijo James lentamente, -no puedo.
James pensó en su tío Ryder, que recogía a niños abusados y maltratados, los criaba, los educaba, y lo mejor de todo, los amaba. ¿Cómo le iría a Freddie con su tío Ryder?
Cuando Jason entró en su dormitorio poco después de que Freddie se hubiese marchado, todavía acariciando la lana, James dijo:
– ¿Qué tal si enviamos a Freddie con el tío Ryder?
– ¿A nuestro nuevo lacayo muy ufano con seis nuevos trajes de librea? No creo que quiera ir, James. Está tan emocionado con estar en la gran ciudad, no puede dejar de hablar acerca de ver la Torre de Londres donde son cortadas todas las cabezas. ¿No lo ves? Ahora él vale algo. Ahora es importante para sí mismo. No necesita al tío Ryder.
– Al menos lo educaremos.
Jason sonrió.
– Probablemente chillará por eso, pero me ocuparé de que Willicombe traiga un tutor y de que mantenga a nuestro nuevo lacayo en el aula dos horas por día. Ahora, vine a decirte que la señorita Juliette Lorimer y su madre han venido a verte.
James sacudía la cabeza aun antes de que Jason hubiese terminado de hablar.
– Todavía no me he afeitado esta mañana.
– Al menos lady Juliette podría diferenciarnos.
– Eso es cierto. No, dile a la dama que estaré dispuesto a una visita digamos, mañana por la tarde. -Jason se dio vuelta para partir cuando James dijo: -¿Dónde está Corrie? Sabes, cuando desperté su nombre casi había salido de mi boca, y no podía oler su… es un aroma suave, tal vez jazmines. Se siente extraño no tenerla aquí conmigo.
– No me extraña. No he sabido nada. Se marchó justo después de que te ayudáramos a salir de la sala de dibujo. ¿No recuerdas haberte despedido de ella?
James negó con la cabeza.
– Jase, ¿podrías llamarla, ver cómo está? Oh, ¿y qué hay de la señorita Judith McCrae? ¿La has visto?
Jason le ofreció una mirada notablemente adusta, que lo hizo parecer una estatua griega tallada.
– En realidad no ha habido tiempo. Le informé una vez que te tuvimos en casa. Me atrevo a decir que volveré a verla.