CAPÍTULO 21

James estaba sentado en la cama, bañado y afeitado por Petrie, que cloqueó encima suyo hasta que estuvo a punto de arrojarle un libro, cuando Corrie fue anunciada por Willicombe, que estaba sonriendo abiertamente, tan complacido de ser la escolta de la Heroína del Momento.

Y James, mirándola, dijo, todo severo como un vicario:

– Realmente no deberías venir a verme sola, Corrie. Eres una joven dama; hay reglas sobre esto.

Ella inclinó la cabeza a un lado.

– ¿No es eso ridículo? He entrado a gusto en tu hogar toda mi vida. ¿Ahora se supone que tenga una chaperona cuando venga a verte? ¿Para asegurarme de que no haces algo indecente, como violarme en casa de tus padres?

– Es más el principio de la cosa, no lo que realmente podría ocurrir.

– Viéndote ahora, apostaría toda mi mensualidad a que no podrías hacer una sola cosa indecente. Apuesto a que podría echar un pulso contigo ahora mismo, James, y estarías gimoteando en un minuto.

– Eso es cierto -dijo él fácilmente, sintiendo que sonreía de adentro hacia afuera. Todos estaban siendo tan amables, tan solícitos, tan deferentes, que lo fastidiaba. Y ahora, finalmente, aquí estaba Corrie y en un instante estaba a punto de pelear con él. Se sentía bien. James se animó. -Apuesto a que incluso Freddie podría eliminarme.

Corrie sonrió, pero no dijo nada más. Se quedó allí parada a los pies de la cama, sólo mirándolo.

– Me gustaban tus bigotes -le dijo finalmente. -Le agregaban complejidad a ese rostro tuyo. -Él arqueó una ceja. -La belleza por sí sola puede volverse aburrida, ¿no lo crees, James? Ya sabes, está ahí siendo perfecta y pronto uno tiene ganas de bostezar.

Él dijo, sin vacilar:

– Y yo extraño tu vestido de baile blanco, todo rasgado y mugriento. Eso también añadía complejidad a tu presentación. Mírate ahora… un bonito vestido verde y limpio, nada más, nada menos. No, es muy poco interesante ahora.

James bostezó, se palmeó la boca y volvió a bostezar.

Ella hizo una pose, diseñada específicamente para burlarse de él, pero que no funcionó porque él la había visto perfeccionándola frente al espejo. Corrie no lo había visto, gracias al Señor por ese pequeño favor. James esperó, sonriendo, preguntándose qué iba a salir de su boca. Ella dijo, mientras golpeteaba los dedos contra su mentón:

– Sabes, ahora que lo pienso, debo admitir que como estuviste desnudo la mayor parte del tiempo que estuviste enfermo, acostado indefenso… ya sabes, todo extendido sobre tu espalda, no recuerdo haberme aburrido un instante mirándote. No, no bostecé una sola vez.

James reconoció totalmente qué buen golpe a la cabeza era ese. Se sonrojó, el color subiendo por sus mejillas hasta la línea de su cabello. Ella le sonreía, sabiendo que le había ganado, una sonrisa tan pícara que debería esfumarse.

Fue difícil, pero él se controló.

– Corrie, ¿por qué no vienes y me ayudas a beber un poquito de agua?

Ella mantuvo esa enorme sonrisa pícara aun mientras sacudía la cabeza.

– ¿Para que puedas arrojarme el agua sobre la cabeza? No, gracias, James. Veo que no puedes hacer más que ignorar mis insultos, una estratagema bastante patética, ¿no lo crees? Estás esperando para devolverme un insulto. Sólo tienes que pensar en uno, y eso es un problema porque tu cerebro sigue echado en tu cabeza, sin hacer nada útil. Entonces, admite que esta vez te he dejado repantigada en el lodo. Hmm, repantigada. Qué palabra adorable.

Entonces le sirvió un vaso de agua, se sentó en la cama a su lado y deslizó automáticamente su brazo tras el cuello de James, y le levantó la cabeza para que bebiera. El rostro de él casi le tocaba los senos.

James respiró hondo.

– Ah, suficiente. Así está bien. Gracias, Corrie.

Ella dejó el vaso y lo miró con una ceja arqueada.

– ¿Qué es esto? ¿Sigues demasiado débil como para ocuparte de tu propia sed?

– No, me gusta que lo hagas por mí. Me gusta olerte cuando estás tan cerca.

Sin pensar, ella le acarició el rostro con la mano, tomándolo del mentón por un instante.

– ¿Olía interesante? ¿Había suficiente complejidad en mi olor?

– Sí, suficiente. -Ella resopló y James dijo: -Sabes, ese resoplido, por distintivo y expresivo que pueda ser, sencillamente no va bien con tu vestido, que hace que tu cintura no se vea más grande que un pomo de puerta. En cuanto a tu parte superior, tu maldito escote es demasiado bajo. Se supone que seas una jovencita modesta en su primera temporada, no una dama experimentada casi lista para vestir santos que necesita una descarada propaganda para atraer al hombre imprudente. Ah, mírate ahora, lista para arrojarme la garrafa de agua. Estás tomando mis palabras bienintencionadas de mal modo, Corrie. Sólo las digo como una muy pequeña observación de los bienes que no deberías estar mostrándote al mundo con tanto notable detalle, al menos no todavía.

Eso fue bastante elocuente; los dos lo sabían. James esperó, sintiendo que su cerebro chispeaba. Ella se quedó mirando el espacio mientras decía:

– Recuerdo cómo mis manos casi se acalambraban de lavarte tantas veces, para bajarte la fiebre, ya sabes. Cada vez que mis manos descendían más y más. -Ella lo miró directamente entonces y sonrió como una bruja. -Ah, James, puedo decir sin dudas que tus bienes no necesitan nada de propaganda. Pero mírame, soy una pava real pedestre, necesito toda la publicidad que pueda.

Él se sonrojó. Maldición, volvía a sonrojarse y ella lo vio, así que James dijo:

– Por el amor de Dios, Corrie, haz que levanten tu vestido al menos cinco centímetros.

Ella le sonrió.

– Muy bien. -Él no pudo pensar en nada que decir. -Cierra la boca, James, te pareces demasiado a Willie Marker luego de que le dije que ninguna muchacha se casaría jamás con él porque era un matón descerebrado.

– Dudo que Willie Marker haya pensado alguna vez en el matrimonio -dijo James.

– Eso fue lo que él me gritó -dijo Corrie, y suspiró profundamente. -Y entonces intentó besarme otra vez. ¿No es extraño? ¿Después de haberlo insultado de arriba abajo?

– Supongo que algunos hombres se excitan cuando una muchacha los golpea en la cabeza, metafóricamente hablando.

Corrie lo miró, sus dedos muriéndose de ganas por volver a tocarlo pero, naturalmente, no lo hizo. Él ya no estaba indefenso. Así que le dijo:

– Suficiente sobre mi vestido. Dime, ¿cómo te sientes esta hermosa mañana?

– Mis almohadas se han caído. Necesito que vuelvas a levantarlas. Me duele la cabeza.

Ella se levantó para inclinarse hacia él y sacudir las almohadas. Se enderezó y lo miró.

– ¿Quieres que también frote un poco de agua de rosas en tu frente?

– Sí, eso sería bueno.

Ella empezó a tararear, una de las canciones favoritas de él en realidad, mientras mojaba su pañuelo en la garrafa de agua y se acercaba para darle toquecitos en la frente. Ahora no tenía una sonrisa pícara, más bien una expresión de absoluta concentración.

– Lamento no tener agua de rosas, James. ¿Crees que el agua de la garrafa está ayudando?

– Sigue frotando, ah, sí, eso se siente muy bien.

Corrie lo hizo, con un movimiento lento y calmo, uno que el cuerpo de James reconocía.

– La cosa más extraña sucedió esta mañana, James. Estaba caminando con mi doncella para venir a visitarte y vi a la señora Cutter y lady Brisbett. Las conocí a ambas la semana pasada, en alguna especie de baile, y fueron bastante encantadoras conmigo. Las dos me ignoraron, me miraron como si no estuviera allí y pasaron de largo, con las narices al aire. ¿No es eso asombroso? -Se quedó callada un momento. -O tal vez ambas son miopes, pero les sonreí y volví a hablarles. Fue muy extraño, ¿no lo crees? No tan extraño como un muchacho queriendo besar a una chica cuando ella lo ha mandado a volar, pero sigue siendo raro.

Hubo un jadeo en el umbral. No era Petrie ni la madre de James con más comida. Era la señorita Juliette Lorimer, con su madre detrás.

Juliette tomó aire, mostrando sus encantadores bienes aun más prominentemente que Corrie y, la verdad, con mejores efectos, y dijo con una voz lo bastante fría como para helar la limonada:

– ¿Puedo preguntar qué está pasando aquí?

James dijo tranquilamente:

– Hola, Juliette. Corrie está, amablemente, frotando mi frente con agua de la garrafa, ya que no tenemos agua de rosas. Me duele la cabeza.

– Necesita manos más suaves que lo atiendan, milord -dijo la señora Lorimer. -Juliette, aquí está mi pañuelo. Acaricia la frente de Su Señoría. La señorita Tybourne-Barrett ni siquiera debería estar aquí. Está sola, a diferencia de ti, que estás con tu madre. No es para nada adecuado. Probablemente debería dárselo a entender a Maybella.

Corrie dijo, con una ceja levantada:

– ¿Por qué no, señora? He sido prácticamente de la familia durante toda mi vida.

– Eso no hace ninguna diferencia, señorita, y deberías saberlo. Tienes que irte a casa ahora. Así es, es hora de que te marches.

– Pero, ¿qué hay del dolor de cabeza de James?

– Calla, Corrie -dijo él, y cerró los ojos contra el campo de batalla que ahora estaba reuniendo cañones en su recámara.

– James -dijo Juliette, su voz dulce y clara, todo su ser concentrado en él, -te ves espléndido. Juro que te ves casi listo para bailar. Estoy tan aliviada. Estaba tan terriblemente preocupada cuando desapareciste. Nadie podía explicarlo. Entonces, por supuesto, alguien comentó que la señorita Tybourne-Barrett también había desaparecido. No fue ni cerca tan comentado como tu desaparición, está de más decir, y qué extraño fue que los dos regresaran a Londres juntos.

Una profunda garganta masculina se aclaró en el umbral. El mismísimo conde Northcliffe dijo:

– Damas, estoy aquí para invitarlas a bajar a tomar el té y unas excelentes tortas con semillas de limón de la cocinera. Corrie, te unirás a nosotros cuando hayas terminado de lavar la frente de James. ¿Damas?

Salvado por su padre.

No había elección. Juliette miró con añoranza a James, cuyos ojos estaban cerrados por el momento, ofreció a Corrie una mirada como para quemarle las cejas, y luego se volvió para seguir al conde fuera de la recámara.

– Ella tiene razón, Corrie -dijo él, con los ojos cerrados.

– ¿Con que tu desaparición fue más comentada que la mía? Bueno, eso seguramente sea cierto. ¿Quién se preocuparía por mí además de la tía Maybella y el tío Simon? Es bastante probable que tío Simon ni siquiera lo haya notado a menos que haya querido que le sostenga una hoja para poder pegarla. -Eso era bastante cierto, y enfurecía mucho a James, por alguna razón que no quería evaluar. -Me dijo esta mañana que había encontrado una hoja no identificable allí, inadvertida al costado de uno de los senderos en Hyde Park. Estaba bastante emocionado por eso, decidido a encontrar la planta de la cual se había desprendido, y pudo disfrutar de su emoción sin comentarios de la tía Maybella porque yo estaba nuevamente en casa, sana y salva. Naturalmente, Jason me extrañó. Y tal vez Willicombe. Cómo desearía que Buxted estuviera aquí. Recuerdas a Buxted, nuestro mayordomo en Twyley Grange, ¿verdad, James?

– Por supuesto. Lo conozco desde que nací.

– Buxted siempre estaba ayudándome a entrar y salir, nunca me regañó. Sí me advirtió acerca de Londres, aunque hasta donde sé jamás estuvo aquí.

– ¿Qué te dijo?

– Dijo que la perversidad estaba absolutamente bien dentro de los confines del campo, pero si uno agita la perversidad en una olla del tamaño de Londres, los ojos del buen Señor se ponen bizcos. Buxted tenía razón, ¿cierto?

– Sí.

– Oh, mírate. Estás todo alterado. No te muevas, James, mantente relajado y con los ojos cerrados. ¿Está mejor tu dolor de cabeza?

Él suspiró profundo.

– ¿Tu tío o tía hablaron contigo ayer, o esta mañana?

– Desde luego. Tía Maybella quería cada detalle y tío Simon parecía estar escuchando, al menos la mayor parte del tiempo. Seguían discutiendo esta mañana, hasta que estuve lista para gritar. Fue entonces cuando les dije que tenía que venir a verte.

Ella se quedó callada un momento, frunciendo el ceño a la almohada junto a la cabeza de James.

– ¿Qué?

– Bueno, tío Simon empezó a sacudir la cabeza, sólo sacudir, sacudir, sacudir; pero no dijo nada hasta que casi estuve preparada para salir. Entonces me miró, volvió a sacudir la cabeza y dijo: “Perseguida como una rata. ¡Já!” Y entonces se rió un poquito, y se veía desconcertado, algo que hace bastante bien. Siempre se ve tan apuesto cuando hace eso, que incluso aunque tía Maybella esté ansiosa por darle una bofetada, inmediatamente quiere acariciarlo. ¿No es extraño? ¿Quieres más agua? ¿Té? ¿El orinal?

– Corrie.

Ella se detuvo, lo miró directo a los ojos.

– ¿Sí?

Él simplemente la miró un largo rato, y luego dijo, con su voz lenta y profunda:

– Mi padre me dijo que eres una heredera.

Ella no dejó que la afectara.

– ¿Heredera? ¿Qué quiere decir eso, James? Oh, comprendo. Mis padres me dejaron un poco de dinero para asegurarse de que lograría un matrimonio respetable. Eso es bondadoso de su parte.

– Es bastante más que un poco. Eres una heredera, Corrie, y tal vez una de las jóvenes damas más ricas en Inglaterra. Tu padre fue evidentemente sagaz con sus finanzas, y eras su única hija. Tu tío Simon ha protegido bien tu fortuna.

– Eso será porque simplemente lo olvidó -dijo ella, sin prestar atención realmente a James, mirando la encantadora alfombra turca en el suelo junto a la cama.

James vio la comprensión golpearla de lleno en medio de los ojos, vio los ojos entrecerrados, los labios cerrados, y entonces la explosión. Ella bajó de un salto de la cama, con las manos en las caderas, un lindo toque. Su voz era mucho más furiosa por su serenidad, él siempre había admirado el modo en que hacía eso.

– Me gustaría saber, James Sherbrooke, cómo sabía tu padre acerca de esta fortuna mía y sin embargo yo, la persona a quien esta supuesta fortuna pertenece, no sabía una bendita cosa. Y, ¿por qué diablos le contaría a ustedes, precisamente? ¡No tienen nada que ver con nada! -Su voz se elevó un poquito, para poner énfasis. -Esto es absurdo, James, y creo que me enfurece bastante. Si soy una maldita heredera, entonces ¿por qué tío Simon no se molestó en informármelo?

Pateó el suelo. James nunca antes la había visto hacer eso. Ahora era su turno de aguijonearla.

– Sólo mírate, pataleando como una niña a la que se le niega un dulce. Madura, Corrie. Las damas jóvenes no necesitan saber sobre finanzas. No es un tema que se atenga a sus habilidades.

Ella volvió a patalear.

– ¡Eso es ridículo y lo sabes, James Sherbrooke! ¿Las finanzas no se atienen mis habilidades? ¡He trabajado durante al menos cuatro años con el hombre de negocios de tío Simon! ¡Sé todo sobre sus condenadas finanzas! ¿Por qué nadie se molestó en mencionarme las mías?

James se dio cuenta de que echar leña al fuego no le daría lo que él tenía que tener, y eso era el consentimiento de Corrie. No importaba que no lo quisiera, tenía que tenerlo, no había opción. Un poco de conciliación, pensó.

– Bueno, tal vez podrías tener un buen punto, pero eso no tiene nada que ver. Mi padre me lo contó porque quería que mantuviera los ojos abiertos aquí en Londres, para deshacerme de los caza-fortunas si veía alguno husmeando a tu alrededor. Mi padre dice que cuando hay dinero involucrado, no hay secretos. Tiene razón. Era cuestión de tiempo antes de que los rumores de tu riqueza personal se filtraran, y créeme, Corrie, hubieras sido asediada.

Corrie, que rara vez se enojaba porque le caía mal, se obligó a tranquilizarse.

– Bueno, esos rumores no pueden conocerse aún, porque ni siquiera yo lo sabía.

Él entregó sin problemas una discreta salvación.

– Y quizá los rumores no se revelarán en cualquier caso. -La miró por debajo de las pestañas, pero ella estaba golpeteando con el pie, inconsciente de lo que él había dicho tan bien. James suspiró y se miró las manos, sujetas sobre las mantas. Dijo sin levantar la mirada: -Hay muchos hombres rapaces a la caza en Londres, nunca olvides eso, Corrie.

Corrie le arrojó el pañuelo sobre el rostro y empezó a pasearse frente a la cama.

– Aunque ya no estoy gritando, sigo muy disgustada por esto, James.

– Lo entiendo, pero tienes que admitir que la razón de mi padre para contármelo es sensata. Mi padre también me dijo, riendo a carcajadas, lo que tu tío Simon había dicho antes de sacar el tema de tu herencia.

– ¿Y qué fue eso exactamente, podrías decirme?

– Ya lo oíste esta mañana. “Será perseguida como una rata.”

Eso la hizo detener de golpe.

– ¿Tío Simon dijo eso?

– Sí. Estaba preocupado por tu, eh, falta de experiencia en las perversas costumbres de Londres, no por mucho tiempo, naturalmente, ya que tenía un nuevo diario científico que acababa de llegar en el correo.

– Perseguida como una rata. Qué imagen trae eso a la mente. -Corrie empezó a reír. -Perseguida como una rata -exclamó, y se agarró la barriga de tanto que reía.

– Tiene un cierto efecto -dijo James. -Mi padre también se rió a carcajadas.

Ella seguía riendo mientras caminaba hacia la puerta. Le dijo por encima del hombro, ahora hipando:

– Dime, James, si las finanzas no se atienen a mis escasas habilidades femeninas, entonces ¿qué lo hace?

Él dijo, con voz profunda y sonora:

– Hubieses sido el parfait gentil caballero.

Eso la derritió. Su rostro se sonrojó con un encantador color. Corrie abrió la boca y luego la cerró. Casi corrió hasta la puerta, le regaló una enorme sonrisa y lo saludó con la mano.

– Deberías descansar ahora, James. Te veré mañana, eso es si no te importa que venga a visitarte sin una escolta de veinte jóvenes musculosos que me protejan de ti y de todos los chismes -y se rió un poco más, la bruja, y desapareció.

James podía oírla silbando. Lo había dejado antes de que hubiera dicho lo que tenía que decir.

Maldijo a la habitación vacía. Pero no por mucho, porque la partida de Corrie significaba el regreso de Juliette. Su padre lo miró y lo dejó librado a su destino, que incluía a la madre de Juliette.

James deseaba que Petrie entrara y volviera a afeitarlo.

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