CAPÍTULO 06

No hay tal cosa como demasiado refinamiento.

~S.J. Perelman


Douglas se puso de pie rápidamente.

– Maybella. Te ves muy bien esta mañana.

Ella se veía como siempre, vistiendo uno de sus muchos vestidos azul claro que la cubrían de la garganta a los pies. Maybella asintió y fue directo al pan de canela. El plato estaba vacío.

Maybella simplemente estiró la mano. Con evidente renuencia, quizá incluso un pequeño quejido, Simon sacó la suya. En su palma había dos rebanadas.

Ella tomó ambas sin una palabra, se sentó en el pequeño sofá frente a Douglas, y le sonrió plácidamente.

– Corrie bajará en un momento -dijo, y procedió a comer, con ambos hombres mirándola ávidamente. -Creo que estaba buscando una media.

– Como estaba diciéndole a Simon, Maybella, tendrás que llevar a Corrie a Londres este otoño.

Ella respondió con naturalidad:

– Aún no se lo había informado, Douglas, porque él descubriría un modo de escaparse de eso.

Simon dijo:

– El clima es incierto en el otoño, Maybella. Tal vez Corrie pueda ser presentada cuando el tiempo sea mejor, en el verano, o tal vez dos o tres veranos después de este.

Douglas dijo:

– Acabo de recordar que la segunda semana de octubre siempre es agradable, Simon, y veremos cada uno de los ascensos de globos durante esa semana. Tal vez se realicen varias. Confía en mí.

Buxted volvió a aclarar su garganta en el umbral.

– La señorita Corrie está aquí, milord, y no lleva sus pantalones. No le pregunté sobre sus medias, ya que semejante pregunta podría ser tomada a mal.

Como la boca de Maybella estaba llena, sólo asintió. Corrie entró en la sala de dibujo vestida con un traje de muselina muy viejo, del mismo azul pálido que el de su tía. Necesitaba más enaguas y menos volados, y quizás un centímetro de su cuello a la vista. Al menos era erguida y alta, su cintura lo suficientemente pequeña como para complacer a la madre de Douglas. Por otro lado, probablemente no.

– Buenos días, milord -dijo Corrie e hizo una delicada reverencia a Douglas.

– Yo le enseñé a hacerlo -dijo Maybella, sonriendo abiertamente Corrie mientras masticaba su pan de canela. -¿No se ve ese tono de azul particularmente sentador en ella?

– Siempre lo es contigo, amor mío -dijo Simon, viendo la última rebanada de pan de canela amorosamente sostenida en la mano derecha de Maybella.

Douglas dijo:

– Buenos días a ti, Corrie. Esa fue una encantadora reverencia. Eres alta y eso es excelente. No, endereza tus hombros. Así está bien. Nunca te encorves. Las muchachas pequeñas y remilgadas no son del gusto de ningún caballero, a menos que él mismo sea muy bajo. No deseas atraer a un hombre bajo, él te hará inclinar los hombros. Hmm, sí, tus hombros son agradables. -Douglas se puso de pie y dio una vuelta alrededor de ella. Su cabello caía en una sola trenza gruesa por su espalda. -Creo que con tu altura realzarás cualquier vestido que Madame Jourdan pueda hacer para ti.

– No comprendo por qué me está examinando, milord.

Simon dijo:

– Douglas te aconsejará sobre tu atuendo, Corrie, para Londres. Evidentemente es mejor que su esposa en esto. Evidentemente es reconocido en esto. Lo escucharemos.

– El azul claro es un color tan encantador, ¿no lo crees, Douglas? Lo que una joven necesita es azul, un adorable azul pálido, siempre lo he dicho.

– Tendrá un vestido azul claro, Maybella, no más. Tus tonos son muy diferentes a los de Corrie. Debes confiar en mí para esto.

Maybella mordió un trozo de pan de canela y luego dijo:

– Tal vez tienes razón. Corrie nunca ha tenido mi resplandor.

– Sin dudas -dijo su esposo, y volvió a subir sus anteojos.

Maybella, habiendo terminado la segunda rebanada de pan de canela, se aclaró la garganta.

– Digo yo, Douglas, ¿por qué está Jason merodeando allí afuera, apoyado contra uno de los limeros en el camino de entrada? ¿O es el querido James? Uno nunca puede saber, ya que son como dos cabezas en la misma moneda griega.

Corrie inmediatamente se dio vuelta y brincó hasta las ventanas.

– Es James, tía Maybella. No está haciendo nada.

– ¿Por qué está fuera, Douglas?

Douglas ofreció una mirada agobiada a Simon y dijo:

– Un idiota me disparó en el brazo ayer y mis hijos deben necesitar mantenerme bien vigilado a cada hora del día.

– Qué muchachos tan buenos -dijo Maybella. -Me atrevo a decir que Corrie haría lo mismo por su tío Simon si algún idiota le disparara a él. Invítalo a entrar, Douglas. No hay más pan de canela. De cualquier modo, la cocinera esconde comida a la expectativa de que tengamos un terremoto o inundación, así que Buxted encontrará algo más para James.

Corrie dijo:

– He notado que los hombres jóvenes generalmente están felices de comer cualquier cosa que uno les arroje.

Caminó hacia las ventanas y golpeteó el vidrio. Cuando James la miró, ella le hizo señas de que entrara.

Él levantó una perfecta ceja oscura y asintió. Un momento más tarde, estaba haciendo sus reverencias a lord y lady Montague.

– Así que estás protegiendo a tu padre -dijo Maybella, sonriendo y asintiendo al joven Adonis parado frente a ella, todo azotado por el viento, de dientes blancos, con su camisa de fino algodón abierta en el cuello. -Qué adorable. Tu padre se ve particularmente bien esta mañana, James, ¿no lo crees?

James, quien había conocido a lord y lady Montague durante casi toda su vida, asintió y sonrió. El brillo demasiado admirativo en los ojos de lady Montague borraron la sonrisa del rostro de James rápidamente. Suponía que su padre se veía bien, pero el hecho era que su padre se veía como su padre… un aristócrata, alto y delgado, con hilos plateados entre su cabello negro.

– Arrójale algo de comida, Buxted -dijo Corrie.

James se dio vuelta, la miró de arriba abajo y dijo:

– ¿Dónde está Corrie? Juraría haber oído su voz, pero lo único que veo es a una muchachita con un vestido demasiado corto y demasiado ajustado, y que casi le llega al mentón. El color también la hace ver amarillenta.

– Estaba observando mis pestañas esta mañana, James, y son bastante largas. Tal vez aun más largas que las tuyas.

Douglas se aclaró la garganta.

– Siéntate, James. Estaba a punto de contarle a Corrie que ibas a enseñarle a bailar el vals.

Lord Montague otorgó toda su atención a su sobrina y dijo con voz adusta:

– Sabes, James, lord Hammersmith, es un joven sobresaliente, Corrie. Era bastante erudito en Oxford, convirtiéndose rápidamente en un experto en cuerpos celestiales y sus movimientos. En particular conoce las tres leyes de Kepler; la tercera, en pocas palabras, es… bueno, lo olvidé, pero el hecho es que Galileo observó que la luna no es una superficie suave y brillante como Aristóteles había afirmado.

– Debe haber tenido unos ojos muy agudos -dijo lady Maybella.

– No, querida -dijo Simon. -Galileo estaba usando el telescopio, recién inventado por los pulidores de lentes holandeses. ¿Cuál fue el año, muchacho?

James comenzó a decir que no sabía cuando de casualidad miró a Corrie y vio la sonrisa sarcástica en su rostro.

– Fue a comienzos del siglo diecisiete -respondió.

– Una buena conjetura -dijo Corrie. -No creo que tengas ninguna comprensión sobre los pulidores de lentes holandeses, James. Creo que lo inventaste para parecer inteligente.

Maybella dijo:

– James no necesita saber acerca de estrellas y telescopios, Corrie. Lo único que tiene que hacer es quedarse quieto y permitir que todos lo miren.

La mueca de Corrie estuvo cerca de desbordar. A decir verdad, ella sabía lo suficientemente bien que James había mirado los cielos desde que era pequeña, había estudiado, aprendido y construido su propio telescopio, pero cualquier oportunidad que encontrara para provocarlo no podía ser ignorada.

James ya estaba listo para huir por la puerta, Douglas lo sabía, pero no tuvo la posibilidad porque Simon dijo:

– Verás, James no es demasiado hermoso, Corrie. Nadie que entienda a Kepler puede ser demasiado hermoso, aunque no puedo recordar esa tercera ley. James tiene la mandíbula de su padre, que es la mandíbula más obstinada de toda Inglaterra. Y ese pequeño hoyuelo en su mentón, eso también es de su padre.

Eso es verdad, pensó Douglas, complacido. No todo en su rostro pertenece a Melissande.

Simon se dobló para tomar un diario de la pila en el suelo junto a su silla, y pasó a un artículo titulado Los funcionamientos de aire negro durante un eclipse.

– Corrie -dijo Douglas, levantándose, sabiendo que el escape era inminente, -sé exactamente el estilo y los colores que te quedarán bien. La hija de la señora Ann Plack, la señorita Jane Plack, de Rye, es una excelente costurera. Ella hará varios vestidos para ti. Luego te llevaré con Madame Jourdan una vez que estés ubicada en Londres.

– La doncella de Corrie es una costurera perfectamente buena, Douglas -dijo Maybella. -Bueno, ella cosió este vestido que llevo, igual que el que lleva Corrie. Seguramente ella…

Simon dijo:

– Querida mía, comiste las dos últimas rebanadas de pan de canela. Ahora deseas endilgar a la doncella de Corrie con buenas telas. Corrie necesita ser vestida apropiadamente. ¿Dónde conseguiré las telas, Douglas?

– No te preocupes, Simon. Haré que la señorita Plack entregue los materiales, varios modelos y ella misma, y yo haré las selecciones adecuadas. ¿Estás de acuerdo, Corrie?

Ella quería preguntarle desesperadamente qué decían los hombres en lugar de busto.

– Le agradezco, milord.

– Bien -dijo Douglas. -Sabía que no eras idiota.

– Ignorante como un poste -dijo James, -pero no idiota.

Corrie abrió la boca para maldecirlo, pero Douglas fue más rápido.

– Bien, James, ¿estás listo para marcharnos?

– Buscaré nuestros caballos, señor.

Luego de que James se despidió de sus anfitriones y le ofreció a Corrie la misma mirada tolerante que ofrecía al perro faldero de su abuela, estuvo afuera, rodeando árboles, mirando detrás de los arbustos, e incluso espiando dentro de un barril de lluvia.

– Se preocupa -dijo Douglas. Fue hacia Corrie, le tomó el mentón en la palma, y estudió su rostro un momento. Asintió lentamente. -Servirás -dijo, y luego le sonrió.

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