Esperó. Se sentía extrañamente distante, como si su cerebro estuviese sentado allí en aquel estante de la biblioteca, al otro lado de la habitación, observándolo, observando y riéndose.
Completo y absoluto silencio llenó el estudio.
Corrie levantó una ceja.
– ¿Perdón? ¿Estás delirando nuevamente, James? ¿Busco a tu padre? ¿A un médico? Evidentemente no estás bien, y eso me preocupa.
– Corrie, no seas estúpida.
– Seré tan estúpida como desee. -Ella jugueteó un momento con sus mitones, del mismo verde encantador que su vestido y zapatillas. Lo que salió de su boca casi volvió loco a James. -¿Crees que Devlin me propondrá matrimonio?
– Muy bien, sé estúpida por el momento, pero yo no puedo. Estoy enfrentando la situación de frente. No hay opción en esto, Corrie, ninguna opción para ninguno de nosotros.
Corrie se levantó de un salto, retrocedió tres pasos detrás del sofá y se quedó allí parada, mirándolo fijamente, con las manos en sus caderas.
– Escúchame, James Sherbrooke. No hay situación que enfrentar de frente. No hay ninguna situación en absoluto. ¿Sabes cuál es tu problema? Piensas demasiado, evalúas todo, lo revuelves todo en tu cabeza y luego tomas una decisión. Muchas veces tienes toda la razón, pero a veces… como ahora mismo, en este preciso instante, saltas felizmente a una conclusión que me hace doler la cabeza, así que basta. Olvídate de esto. ¿Me oyes? ¡Olvídalo!
Él dijo, con calma:
– Dos damas ya te ignoraron. ¿No te das cuenta de lo que eso significa?
– Devlin dijo que lo olvidara. Planeo hacerlo.
– No puedes casarte con Devlin Monroe, a menos, claro, que tengas anhelos de ser duquesa en vez de simplemente una condesa.
– Qué estúpido decir eso. Me marcho, James.
– ¿Adónde vas?
– A buscar un poco de brandy de la biblioteca de tu padre.
– ¿No recuerdas lo que te pasó la última vez que tomaste brandy? Tú y Natty Pole robaron una botella del mejor de tu tío Simon, y terminaron escupiendo sus tripas en el tejo detrás de la casa.
– Tenía doce años, James.
Pero eso la detuvo.
Él dijo:
– Recuerdo que estabas tan descompuesta que estabas ahí acostada jadeando, y con la voz más lastimera me dijiste “No queda nada adentro mío, James, hasta mi corazón he vomitado. Voy a morir ahora. Por favor, dale mis disculpas a tío Simon por robar su brandy.” Y entonces caíste en un estupor. Nada de brandy, Corrie. No creo estar lo bastante bien como para apartarte el cabello del rostro esta vez.
Ella se detuvo, con la mano sobre el pomo de la puerta. Le ofreció una mirada de profunda antipatía.
– A veces tienes razón, lo admito. Sí tienes un punto en esto. Muy bien, me buscaré un gran vaso de agua -y salió corriendo de la habitación, ligera sobre sus zapatillas, y eso era porque no tenían tacones.
James se sentó allí y meditó. Por el amor de Dios, no quería casarse. No sólo con Corrie -y ese pensamiento era suficiente para hacerlo poner bizco- sino con nadie. Su padre no se había casado hasta los veintiocho, un buen año de madurez, diría Douglas, un año en que finalmente un hombre se da cuenta de que podría haber algo bueno en este asunto de acostarse con una mujer cada noche y que sea legal.
Pero él tenía sólo veinticinco. Tres años de libertad estaban escapando por la ventana, todo porque Corrie lo había seguido para salvarlo.
Maldijo. Petrie dijo desde el umbral:
– Milord, está sonrojado. La señorita Corrie no debería haber discutido con usted, y de ese modo elevado su cólera y tal vez traído de regreso la fiebre. Quería decirle que se marchara, pero lo hizo sola. Ahora, tengo un poco de agua de cebada que su querida madre me dejó para que se la diera.
– Petrie -dijo James, mirando de reojo a su ayuda de cámara de cinco años y esa condenada agua de cebada, -hay algunas cosas que un caballero debe enfrentar, aunque podría provocarle nuevamente fiebre. Dame esa cosa asquerosa y luego déjame solo. Juro que la tomaré antes de subir penosamente y caer en mi cama.
– Su Señoría me dijo que le dijera que ha añadido cosas a la bebida, que le gustarían. Tenga, milord. Bébalo ahora.
James tomó el agua de cebada, preparado para escupirla, pero para su sorpresa no estaba nada mal. Vació el vaso entero, suspiró, subió con dificultad las escaleras y caminó lentamente por el extenso corredor hasta su dormitorio.
Cuando estaba apoyando la cabeza contra las almohadas, vio que Petrie lo había seguido, probablemente porque temía que James pudiera caerse. Se recostó allí, deseando que hubiera habido un camino diferente por el cual andar. Oyó a Petrie aclararse la garganta.
– Te ahogarás si no hablas, Petrie, así que, adelante.
– En mi experiencia, milord, las damas jóvenes no deben ser precipitadas a tomar decisiones importantes. Deben ser tratadas con gentileza, sin…
– Petrie, desearía que hubieses visto a Corrie montando a través de la puerta de la casa de campo con una horquilla bajo el brazo. Apuñaló a uno de los hombres en el brazo. No es frágil, no es débil.
– Tal vez estaba delirando en ese momento, milord, y sólo imaginó lo que ella hizo. Tal vez, y muchos de nosotros estamos de acuerdo en que así debe haber sido, usted solo logró escapar de los tres hombres. Encontró a la señorita Corrie en el cobertizo, acurrucada y llorando, y usted mismo la llevó cargada hasta esa granja donde finalmente colapsó por haberla cargado quince kilómetros y por haberle dado todas sus ropas para mantenerla abrigada. Seguramente fue eso lo que sucedió, ya que tiene mucho más sentido.
James sólo podía mirarlo.
– ¿Dices que Willicombe se adhiere a eso, Petrie?
– En cuanto a las creencias del señor Willicombe respecto al tema, milord, no puedo decirlo.
– ¿Por qué diablos no? Tienes algo para decir respecto a todo lo demás en esta maldita casa. Escúchame. No sólo Corrie me salvó, sino que también clavó su rodilla contra la garganta de un contrabandista. ¿Qué piensas de eso?
– Tiene fiebre, milord, es evidente. Buscaré a su padre.
Y Petrie salió de la habitación, con los hombros rectos y la cabeza en alto.
James se quedó allí acostado y siguió meditando. Tal vez había hablado demasiado rápido, no había dado tiempo a Corrie para que absorbiera todo.
Casado con la mocosa. Dios querido, esto era algo que nunca había imaginado cuando tenía dieciséis años y había salido del granero, sacudiendo el heno de sus ropas, con una sonrisa tonta en el rostro, y ella había estado allí parada, mirándolo.
Al menos había sido demasiado pequeña como para tener idea de lo que él había estado haciendo con Betsy Hooper en ese acogedor rincón en el fondo del granero. Levantó la mirada para ver que abrían la puerta del dormitorio; estuvo más que aliviado al ver a su hermano.
Jason estaba sacudiendo la cabeza.
– No creerías lo que está diciendo Petrie acerca de todo esto, James.
– Oh, sí lo creería. Acaba de desahogarse conmigo luego de escuchar a hurtadillas mi conversación con Corrie. No me había dado cuenta de que es tan misógino.
Jason suspiró.
– Podría ser peor.
– ¿Cómo?
– Corrie podría ser como Melinda Bassett.
James gimió. Esa loba había decidido que lo quería a él o a Jason, no importaba, y cuando no obtuvo su deseo, afirmó que ambos la habían violado. Había sucedido siete años atrás, y sin embargo todavía podía sentir la horrorosa impotencia que había sentido ante sus acusaciones.
– Corrie nos salvó -dijo Jason. -Le dijo la verdad a todos. Tendrás que admitir algo sobre ella… nunca nadie pensaría que miente en algo.
– Sí, nos salvó, me salvó otra vez, maldita sea.
– ¿Lo ves? Hay muchas cosas mucho peores en el mundo que Corrie. De hecho, es una heroína, sólo que nadie lo admitirá mientras no esté casada contigo. Al menos no tendrás que preocuparte por malos hábitos inesperados de tu esposa.
– Eso es verdad. Ya conozco todos sus hábitos, malos y peores. Maldición, Jason, ¿cómo pudo haber pasado esto? Nunca he estado enfermo en toda mi condenada vida. ¿Por qué tuvo que pasar en este momento en particular?
– Cuando pienso en qué llevó a eso, le agradezco a Dios que no estés muerto. Corrie es de las buenas, James. Bajo ese vergonzoso sombrero viejo estaba escondida una dama. Debes admitir que te has sorprendido con su transformación.
James se veía abatido.
– Él tiene razón, James. Es más, no tienes opción en el asunto, absolutamente ninguna.
Douglas Sherbrooke caminó al lado de la cama de su hijo, tocó ligeramente su frente con la palma, asintió y se sentó en el gran sillón junto a la cama.
– Corrie vino volando a la biblioteca para preguntarme muy amablemente si por casualidad tenía algún brandy que no la pusiera enferma.
– ¿Le diste algo?
– Sí. Le di mi brandy Florentino especial, garantizado para no desbaratar las entrañas.
– No existe una cosa así -dijo Jason.
– Verdad.
– ¿Dónde está ella, señor? ¿Se marchó? ¿Está escondida en la biblioteca? ¿Le dijo por qué quería el brandy?
Douglas asintió lentamente.
– Luego de un poco de insistencia. Chantajeo, en realidad. No quise darle nada de mi brandy especial a menos que me contara todo. Ella cedió, dijo que te sentías responsable por lo que había sucedido y que habías dicho que tenían que casarse. Entonces tragó el brandy aguado, eructó, si mal no recuerdo, y se marchó sin decir una palabra más.
– No lo hice bien -dijo James. -Quiero decir, empecé bien, con una encantadora especie de metáfora del futuro acerca de nuestros hijos y nietos.
– Esa es una imagen que me da que pensar -dijo Douglas.
James lo descartó.
– Señor, seguramente ella se dará cuenta de que no hay otro curso que podamos seguir. No quiero casarme, al menos ahora mismo, pero simplemente no hay opción.
Douglas estaba golpeando los dedos, mirando fijamente el cuadro en la pared opuesta, que James había comprado en Honfleur tres años atrás. Una jovencita estaba sentada sobre una roca, sus faldas extendidas a su alrededor, mirando hacia un valle verde que se extendía debajo suyo. Douglas se encontró sonriendo. La muchacha se parecía sorprendentemente a Corrie.
Jason dijo:
– Recibiré a nuestros amigos esta noche para dar parte de qué han descubierto, aunque dudo que sea mucho, de otro modo hubiesen venido corriendo aquí inmediatamente. ¿Nos reunimos aquí en tu recámara?
James asintió. De pronto se sentía tan agotado que le dolían los huesos. Cerró los ojos. La voz de su padre, cálida y profunda, le dijo cerca del oído:
– Estás a salvo y te pondrás bien, James. En cuanto al resto, las cosas se solucionarán.
– Creo que Devlin Monroe va a proponerle matrimonio.
Ese anuncio llevó dos pares de ojos sorprendidos a su rostro.
– ¿Por qué haría eso Devlin? -dijo Douglas. -No tiene sentido.
Jason dijo, encogiéndose de hombros:
– Es una original. A Devlin le gustan las originales.
– No puede casarse con él -dijo James, -aunque ella lo divierta. Corrie lo mataría cuando descubriera que todavía tiene amantes esperando al acecho. Le atravesaría la panza con una horquilla y luego la colgarían por eso. No quiero casarme con ella, pero tampoco quiero que la cuelguen.
Jason dijo:
– Tal vez debería hablar con Devlin. Decirle cómo son las cosas aquí.
– Sí, haz eso, Jason. Córtale las piernas. Lo último que quiero es que se case con él para salvarme. Eso es lo que está haciendo, por supuesto. Cree que no es justo que tenga que casarme con ella debido a lo que sucedió.
– Me marcho, entonces -dijo Jason, y sus ojos se oscurecieron casi al púrpura.
Y sonrió.
James dijo:
– Sabes, con Corrie como esposa, nunca tendré que preocuparme por aburrirla con charlas sobre las cascadas plateadas a través del anillo de Titán. Recuerdo cuando le conté sobre mi descubrimiento… sus ojos chispearon. Sí, chispearon, fue exactamente eso lo que sus ojos hicieron. Ella me escuchó, sabes cómo es… se sienta ahí, con los ojos pegados a tu rostro, como si quisiera agarrar las palabras apenas salen de tu boca. Entonces me pidió que se lo contara otra vez, para asegurarse de haber comprendido todo.
Y, de pronto, James recordó los ojos de Corrie brillando de ese modo cuando le había regalado una muñeca en su sexto cumpleaños. Había estado comprando un regalo para su madre cuando había visto la muñeca apoyada contra un montón de tela. Rostro pálido, grandes labios rojos, y ojos que le recordaban a los de Corrie. Lo había avergonzado comprarla, aun más dársela, pero ella la había sacado del papel, presionado contra su pechito delgado y lo había mirado, con los ojos chispeando. Y más, por supuesto. Con amor. Con adoración.
James había querido huir entonces; quería huir ahora.
– Según recuerdo -dijo Jason, -tú y Corrie solían pasar mucho tiempo acostados afuera, mirando las estrellas, y le contabas todo lo que sabías.
– Eso fue mucho tiempo atrás.
– Fue hace dos meses. Lo recuerdo porque estabas emocionado porque Mercurio se acercaba tanto a la Tierra.
Era verdad, maldición. Tantas noches ella se había escabullido de la casa de su tío y se habían recostado de espaldas, mirando a los cielos.
– Siempre quería hablar sobre la luna; siempre ha estado fascinada con la luna. Y, sabes, no necesita hablar, como la mayoría de las muchachas. Está perfectamente bien con un bendito silencio.
James se preguntaba si los ojos de Juliette Lorimer chispearían si asistiera a su charla en la reunión de la Sociedad Astrológica.
Matrimonio con la mocosa. Dios querido, ¿cómo podía ser posible algo así?