CAPÍTULO 04

Lo que una mujer quiere es lo que no tienes.

~O. Henry


Hicieron falta diez minutos para precisar los hechos básicos. Finalmente James le dijo al señor Marker:

– Lamento decirle, señor, que Willie, su dulce muchacho, tiene un camino muy largo por recorrer si pretende alcanzar la santidad en las próximas seis vidas.

– Imposible, milord. Él me lo cuenta todo, Willie lo hace, y es un buen muchacho, atento y bondadoso, incluso con esta señorita aquí.

– Me obliga a hablar sin rodeos, señor. Willie es conocido en toda la región como un jovencito que besa a cualquier muchacha que no sea lo suficientemente rápida como para huir de él. No hay una duda en mi mente de que Corrie lo azotó, y que él quiso vengarse. Le sugiero que lo haga pagar lo que ha hecho. Ahora, buen día a usted, y le deseo suerte con Willie.

– Pero, mi dulce muchacho…

– Buen día, señor Marker. Corrie, te quedas.

Hollis apareció mágicamente en el umbral del estudio.

– Señor Marker, me parece que le agradaría un buen vaso de cerveza antes de confrontar a William. ¿No sucede siempre que un hombre, pese a su propia y alta rectitud moral, deba enfrentar un mal comportamiento de sus hijos? Tengo algunas sugerencias sobre cómo podría tratar con él.

El señor Marker dobló su tienda. Siguió a Hollis al salir del estudio, con su viejo sombrero aferrado entre los dedos.

– ¿Willie realmente intentó besarte?

Corrie se estremeció.

– Sí, fue espantoso. Giré mi cabeza muy rápido y me besó la oreja. James, tenía que hacer algo…

– Sí, lo sé. Le diste un tortazo.

– Directo en la nariz. Luego lo pateé en la espinilla. Conoces estas botas, los dedos son realmente puntiagudos.

– No es raro que haya querido vengarse de ti. Al menos no le diste un rodillazo en sus…

– ¿Qué? Quieres decir… -Los ojos de ella cayeron, mirando directamente la entrepierna de él. Frunció el ceño. -¿Por qué haría eso?

– No importa. Ahora, te ves espantosa. Ve a casa, toma un agradable baño y quita todo el polvillo de tu rostro y de tu cabello. ¿Por qué viniste aquí, Corrie?

Ella se movió nerviosamente un momento y luego susurró:

– Vine aquí, a Northcliffe, porque no podía imaginar lo que mis tíos hubiesen hecho enfrentados al señor Marker. Pero sabía que tú te ocuparías de las cosas, o tu padre. Gracias, James.

De pronto, la condesa viuda de Northcliffe, una gran mujer con más que suficiente acidez, que los sobreviviría a todos, apareció en la puerta del estudio, se infló y gritó:

– ¡James!

– ¿Sí, abuela?

Necesitaba cualquier cosa menos esto, pensó él, volviéndose obedientemente para otorgar a su abuela su completa atención, esperando que eso enfocara su ojo y su lengua en él. Pero por supuesto, no lo hizo. Ella seguía siendo alta y erguida, con su cabello blanco ralo ahora, sus ojos azules apagados, pero no había nada mal con el funcionamiento de su boca, su cerebro o su dicción, desafortunadamente.

Si podía decirse que una voz resonaba, la suya lo hacía.

– Coriander Tybourne-Barrett, ¡tus difuntos padres estarían horrorizados! Mírate… eres una vergüenza. Te ves como un rufián. Debo hablar con tus tíos, aunque ambos sean unas criaturas irresponsables, pero deben hacer algo.

Corrie elevó el mentón en el aire.

– Así es.

– ¿Así es qué, señorita?

– Están haciendo algo. Iré a Londres por la Pequeña Temporada. Ellos no son irresponsables.

Los ojos azules de la condesa viuda relucían con expectativa. Veía a una presa fresca, y quiso clavarle sus garras y derribarla. Abrió la boca, pero su nieto se atrevió a meterse.

– Abuela, Corrie estará preparada para ir a Londres. Mi madre asistirá a su tía para asegurarse de que ella sepa cosas y se vista apropiadamente.

La condesa viuda se volvió hacia su nieto.

– ¿Tu madre? ¿Esa muchacha pelirroja con la que tu padre fue obligado a quedarse cuando ese chico malo Tony Parrish robó a la verdadera novia de tu padre, Melissande? Nadie puede creer que sean hermanas. Bien, sólo tienes que mirarte al espejo para ver el rostro de la gloriosa criatura con la que tu padre debería haberse casado. Pero no, él fue engañado a quedarse con tu madre. ¿Puedo preguntar, jovencito, precisamente qué sabe tu madre acerca de algo en particular? Bien, es tu querido padre quien la viste, quien le dice cómo comportarse, quien la regaña, pero no con la frecuencia suficiente, bien lo sabe el buen Señor, sólo que él no puede controlarla para que no corte sus vestidos hasta sus tobillos. Cuántas veces le he dicho…

– ¡Madame, eso es suficiente! -James estaba tan enojado que temblaba. Nunca en su vida había interrumpido a su abuela, pero no pudo contenerse. Corrie quedó olvidada mientras su cerebro se agudizó para enfrentarse a la vieja bruja. -Madame, usted está hablando de la condesa de Northcliffe… mi madre. Ella es la dama más hermosa que haya conocido jamás, es amorosa, bondadosa y hace muy feliz a mi padre, y…

– ¡Já! Claro que es amorosa, o algo mucho más lascivo. Bueno, a su edad sigue acercándose sigilosamente a mi querido Douglas y le besa la oreja. Es vergonzoso. Yo nunca hubiese hecho eso a tu abuelo…

– Estoy seguro que no, abuela. Sin embargo, mi madre y padre, pese a sus años avanzados, se aman. No deseo que hable mal de ella otra vez.

– A mí también me agrada -dijo Corrie.

La condesa viuda volvió su cañón hacia Corrie.

– ¿Te atreves a interrumpirme, señorita? Un nieto, el futuro conde, es una grosería que debo aceptar, pero no tú. Válgame, sólo mírate, la hija de un vizconde y eres… -Le fallaron las palabras, pero sólo por un momento. -No creo por un instante que el pequeño Willie Marker te haya besado. Es un dulce muchachito. Probablemente tú intentaste besarlo.

James dijo con más calma entonces:

– Él es dulce con usted, madame, porque sabe que si no lo fuera, usted haría que lo hirvieran en aceite. La realidad es que es un matón. Es el flagelo del vecindario.

Corrie dijo:

– Y preferiría besar a un sapo antes que a Willie Marker.

– No creo eso, James. Él es un precioso hombrecito. -Giró hacia Corrie. -Cuando él te besó, ¿lo golpeaste? Ahí está, ¿no demuestra eso que no tienes educación, ningún sentido de quién o qué se supone que seas? ¿Tú, supuestamente una dama, lo golpeaste? Eso prueba lo que pienso… que eres una patética zaparrastrosa.

Con esa última réplica, ella salió indignada del estudio, con sus enaguas ondeando.

Corrie susurró:

– No lo soy. No soy patética ni una zaparrastrosa.

James miró tras su abuela y sacudió la cabeza. Era la primera vez en toda su vida que había le habían servido de su propia salsa, y ella no parecía siquiera haberlo notado. Se sentía como si hubiese fallado. Luego de una breve reflexión, James se dio cuenta de que si su abuela fuera a disculparse con alguien por su rudeza, un evento tan extraordinario probablemente señalaría el fin del mundo. Sin embargo, atacar a su madre y a Corrie de ese modo… Dijo:

– Lo siento, Corrie, pero si te hace sentir mejor, ella trata aun peor a mi madre.

– Pero no comprendo, James. ¿Por qué sería tan desagradable con tu pobre madre?

¿Por qué la vieja murciélago no se ha muerto? Eso era lo que realmente quería decir.

– Es desagradable con todas sus nueras -dijo James. -Con su propia hija, mi tía Sinjun, también. Es desagradable con cualquier mujer que se encuentre en Northcliffe, excepto con mi tía Melissande. Si fuese un asunto de no querer ninguna competencia, ¿por qué sería bondadosa con la tía Melissande?

– Quizás sea porque tú y Jason se ven exactamente como ella. Eso es muy extraño, ¿verdad?

James hizo una mueca de dolor.

– Sí. Entonces, ¿tu nombre realmente es Coriander?

Corrie bajó la mirada a sus botas raspadas y sucias.

– Eso me han dicho.

– Eso es desafortunado.

– Sí.

Él suspiró y apoyó suavemente su mano en el brazo de ella.

– No pareces una zaparrastrosa.

Era posible que se viera peor, pensó él, pero también se veía aplastada; la había conocido desde siempre y, extrañamente, se sentía responsable por ella. Por qué, no lo sabía. Entonces vio a una niñita en el ojo de su mente, sonriéndole abiertamente, más mojada que la rana capturada que sostenía en su mano, un regalo, de ella para él.

Corrie lo miró parpadeando, incluso mientras tironeaba de su vieja chaqueta marrón, indudablemente usada en una vida anterior por un mozo de cuadra.

– ¿Qué parezco?

James se paralizó. Quería ir a estudiar todas las contabilidades de la hacienda de la última década, quería calcular el precio de avena y trigo durante los próximos veinte trimestres, quería ir a contar solo las ovejas en la pastura del este, cualquier cosa excepto responderle.

Ella dijo lentamente:

– No sabes qué decir, ¿verdad, James?

– Te pareces a ti misma, maldita sea. Te ves como Corrie, no esta condenada Coriander. ¿Tus padres estaban bebiendo demasiado brandy cuando te nombraron?

– Le preguntaré a mi tía Maybella, aunque ella y mi madre evidentemente nunca se llevaron muy bien. Ella nunca me ha llamado de otro modo que Corrie. Una vez, cuando era pequeña, había estado jugando con mi perro Benjie, los dos ocupándonos de nuestros asuntos, entonces Benjie se había puesto sólo un poquitito embarrado, se me escapó y corrió dentro de la biblioteca de mi tío. Hasta admitiré que rodó sobre el escritorio de mi tío y desgarró dos hojas que él estaba prensando. Bueno, fue entonces que el tío Simon gritó mi nombre entero por primera vez. -Se detuvo un momento, mirando hacia afuera, a los jardines del oeste. -Yo no sabía a quién le estaba gritando.

– Corrie, olvida el rencor. Hablaré con mi padre; él es el único que puede hacer algo con la maldad de mi abuela. Oí decirle a mi tío Ryder que mi abuelo sin dudas se había lanzado al más allá, sólo para escapar de ella.

– No importa. Simplemente la evitaré en el futuro. Debo irme. Adiós, James.

Y ella salió por las puertas de cristal del estudio, hacia los jardines. Si deambulaba lo bastante lejos, se toparía con las estatuas griegas desnudas, todas de parejas copulando en variadas posiciones. Él y Jason habían pasado muchas, muchas horas mirando fijamente esas estatuas, riendo tontamente y señalando cuando eran jóvenes, luego mirándolas con ojos muy diferentes cuando fueron mayores. Hasta donde él sabía, Corrie nunca había estado en esa parte de los vastos jardines de Northcliffe. Gritó:

– ¡No, Corrie! Regresa aquí. Quiero que tomes un poco de té y torta conmigo.

Ella se dio vuelta, lo miró con el ceño fruncido. A regañadientes, volvió a entrar en el estudio.

– ¿Qué tipo de torta?

– Con semillas de limón, espero. Es mi favorita.

Ella miró sus botas, luego levantó la mirada, pero no hacia el rostro de él, sino por encima de su hombro izquierdo.

– Gracias, pero debo ir a casa. Adiós, James.

Y salió apresurada por las puertas. Él la vio correr a los jardines. Había caminos que conducían fuera; seguramente ella no exploraría; seguramente no encontraría las estatuas.


James encontró a su padre en su dormitorio, solo, vendándose el brazo.

– ¿Qué sucedió, padre?

Douglas giró bruscamente, luego soltó un suspiro de alivio.

– James. Pensé que era tu madre. En realidad no es nada, un idiota me disparó en el brazo, nada más.

El miedo de James atravesó su panza. Tragó, pero el miedo continuaba bullendo.

– Esto no está bien -dijo. -Papá, realmente esto no me agrada. ¿Dónde está Peabody?

James no lo había llamado “papá” hacía ya varios años. Douglas ató la tira de lino que había arrancado de su camisa, la apretó con sus dientes, luego se dio vuelta y logró sonreír.

– Estoy bien, James. -Entonces, porque James se veía asustado, Douglas fue hacia él y atrajo a su precioso muchacho contra sí. -Estoy bien, es sólo un poquito doloroso, nada que nos preocupe a ti, a mí o a nadie, en particular a tu madre, quien nunca se enterará de esto.

James sintió la fuerza de su padre y fue reconfortado. También se dio cuenta de que ahora era tan grande como su padre, este hombre al que había admirado toda su vida, al que había visto como un dios, un ser omnipotente, ¿y ahora eran del mismo tamaño? Dijo al oído de su padre:

– ¿Viste quién era?

Douglas tomó los brazos de James con sus manos y dio un paso atrás.

– Estaba montando a Henry en las colinas. Hubo un solo disparo y Henry reconoce una oportunidad cuando la ve y, por supuesto, me arrojó. Juraría que ese condenado caballo estaba riéndose de mí, allí recostado en los arbustos donde aterricé, afortunadamente. Miré después, pero el tipo no había dejado señales. Bien podría haber sido un cazador furtivo, James, un accidente, puro y simple.

– No. -Él miró a su padre directo a los ojos. -La Novia Virgen tenía razón. Hay problemas aquí. ¿Dónde está Peabody?

– Me deshice enseguida de él, lo envié a Eastbourne a buscar una pomada especial para mí, inventé un nombre… El restaurador de cabello especial de Foley.

– Pero tienes montones de cabello.

– No importa. Pondrá bastante frenético a Peabody cuando no ubique la pomada, algo que merece, ya que siempre está metiendo su larga nariz en mis asuntos.

James respiró profundamente.

– Quiero ver tu brazo, padre. Jason también tiene razón… alguien está detrás de ti. Tenemos que hacer algo. Pero primero quiero ver por mí mismo que la herida no es grave.

Douglas levantó una oscura ceja al mirar a su hijo, vio el temor en los ojos de James, y supo que tenía que ver por sí mismo que la herida no era nada.

– Muy bien -dijo, y dejó a James desatar el lino que acababa de envolver alrededor de él.

James estudió el corte rojo furioso que había desgarrado la piel de su padre.

– Casi ha dejado de sangrar. Quiero lavarla, y luego quiero que Hollis la vea. Él tendrá un poco de ungüento para ponerle.

Claro que Hollis tenía exactamente la desagradable mezcla adecuada. Él también insistió, bajo la atenta mirada de James, en untarla sobre el profundo corte él mismo.

– Hmm -dijo. -Páseme la venda limpia, amo James.

James le alcanzó la tela limpia. Las manos del anciano temblaron. ¿De miedo por su padre? No, Hollis nunca tenía miedo a nada.

– Hollis, ¿cuántos años tienes?

– ¿Amo James?

– Eh, si no te molesta que pregunte tu edad.

– Soy de la misma edad que su estimada abuela, milord; bueno, quizás ella es un año mayor, pero uno duda en hablar sin rodeos acerca de cosas semejantes, particularmente cuando involucra a una dama que también es la ama de uno.

– Eso significa -dijo Douglas, riendo, -que Hollis es más viejo que esas estatuas griegas en los jardines del oeste.

– Así es, de hecho -dijo Hollis. -Ahí está, milord, está atado bien y apretado. ¿Querría un poco de láudano?

Su brazo palpitaba pero, ¿a quién le importaba? Levantó una ceja altanera, viéndose indignado, y dijo:

– No la querría, Hollis. ¿Están ustedes dos felices ahora?

La puerta se abrió y Jason entró, se puso pálido y se le escapó:

– Lo sabía. Simplemente sabía que era algo malo.

James vio la sangre en el cuenco de agua, tragó con fuerza y le contó a su hermano lo que había sucedido.

– Sabe, señor -dijo Jason antes de que los tres fueran escaleras abajo, -que madre sabrá que algo anda mal cuando vea la venda en su brazo.

– Ella no la verá.

– Pero madre y tú siempre duermen juntos -dijo James. -Seguramente la verá. Una vez la oí decir que nunca usas camisa de dormir. -James agregó rápidamente: -Ella no sabía que estábamos escuchando.

– Hmm -dijo Douglas. -Pensaré en eso.

– Nosotros tampoco usamos camisas de dormir -dijo Jason, -una vez que oímos que tú no lo hacías. ¿Qué teníamos, James, doce años?

– Algo así -dijo él.

Douglas sintió una sacudida en el pecho. Miró a sus muchachos -sus muchachos- y la punzada en su brazo se volvió absolutamente nada.

Por supuesto que Alexandra se enteró lo suficientemente rápido, no más tarde que las cinco en punto esa tarde. Su doncella, Phyllis, le dijo que la lavandera -quien había lavado una tira de tela ensangrentada- se lo había dicho a la señora Wilbur, el ama de llaves de los Sherbrooke, quien lo había transmitido inmediatamente a Hollis, quien le había dicho bruscamente que cerrara los labios firmemente lo cual, naturalmente, la señora Wilbur no había hecho, y de ese modo había llegado a los agudos oídos de Phyllis mediante una taza de té en el salón de la señora Wilbur.

– ¿Un trapo ensangrentado? -dijo Alexandra, girando en la silla de su tocador para mirar fijamente a Phyllis, quien tenía ojos verde musgo y una adorable nariz delgada que constantemente goteaba, necesitando de un pañuelo en su mano derecha la mayor parte del tiempo.

– Sí, milady, un trapo ensangrentado. De la recámara de Su Señoría.

Alexandra corrió fuera de la recámara y a través de la puerta contigua para enfrentar a su esposo, para pasarle las manos por todo el cuerpo, para incluso chequear los dientes en su boca. Maldito fuera… no estaba allí. Y sabía que cuando lo confrontara, él miraría por encima de su elegante nariz, la llamaría una tonta y le diría que todo era un cuento inventado por una tonta niña en el cuarto de lavandería.

Aunque eran las cinco en punto de la tarde, Alexandra corrió escaleras abajo hacia la despensa del mayordomo, una adorable sala espaciosa con baldosas de mármol blanco y negro en el piso. El único problema era que Hollis no estaba solo. Es más, estaba en los brazos de una mujer. Una mujer a la que ella nunca antes había visto. Alexandra los miró fijamente, luego se retiró, paso a paso, hasta cerrar silenciosamente la puerta.

¿Hollis abrazando y besando a una mujer extraña? Parecía que de pronto todo estaba volando fuera de control. Olvidó conseguir pruebas para que Douglas no pudiera mirarla por encima de la nariz, e irrumpió en el estudio, donde su esposo estaba conversando con los mellizos. Los miró a todos con nuevos ojos. Los gemelos andaban en algo, fuera lo que fuera. Los tres estaban en una conversación secreta, ella lo supo, una que la excluía. Quiso dispararle a todos ellos. En cambio, dijo:

– Hollis está besando a una extraña en la despensa del mayordomo.

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