CAPÍTULO 22

Corrie llegó a la casa de ciudad Sherbrooke la mañana siguiente para que Willicombe le dijera que Su Señoría más joven estaba en el estudio, haciendo un poco de trabajo para reagudizar su cerebro.

– Él no necesita papeles para agudizar su cerebro, necesita una buena discusión -dijo Corrie, y despidió a Willicombe con la mano cuando él iba a anunciarla.

Abrió la puerta silenciosamente para ver a James sentado al escritorio de su padre, con un trozo de papel en la mano derecha, una lapicera en la mano izquierda, la cabeza apoyada en el escritorio. Estaba profundamente dormido.

Iba a salir de la habitación cuando él se despertó de golpe, se quedó mirándola fijamente y dijo:

– Ya era hora de que llegaras.

– ¿Por qué no estás acostado? -Él se estiró, se levantó, volvió a estirarse y luego bostezó. -Has perdido peso, James. Hablaré con tu madre acerca de esto.

Los brazos de él cayeron al costado.

– No te preocupes. Mi madre está metiendo comida por mi garganta a cada hora. Tú también perdiste peso. ¿Dónde has estado?

– Me encontré por casualidad con Judith McCrae, ya sabes, la muchacha que está muy interesada en Jason, si no adivino mal. Por supuesto, cada muchacha en Londres está interesada tanto en ti como en Jason, pero ella parece diferente, más adecuada para él, quizás.

Lo que fuera que significara eso. James dijo:

– Es la sobrina de lady Arbuckle. ¿Cómo te encontraste con ella?

– Estaba saliendo de una sombrerería con lady Arbuckle. Estaban teniendo una discusión muy intensa, pero cuando Judith me vio, era todo sonrisas. No creo que lady Arbuckle estuviera contenta de verme. Supongo que Judith sabe que soy una amiga de la infancia y por lo tanto alguien a ser tratada.

– Jason no ha hablado mucho de ella últimamente.

– No me extraña, porque su hermano desapareció y bien podría haber sido asesinado.

– Creo que ella también le gusta bastante. Ahora que ve que estoy bien otra vez, retomará su curso con ella.

– Me pregunto qué curso será ese. ¿Estaba Juliette acampando fuera en la sala de dibujo cuando despertaste esta mañana?

– Bueno, ella y su madre vinieron de visita no mucho después del desayuno. Yo estaba acostado. -James hizo una pose muy ligera, ya que seguía demasiado débil como para aguijonearla a su nivel habitual. -Sabes, creo que ella disfrutó de mi compañía, su madre se sentó cómodamente en el rincón, mirando benévolamente el retablo.

– ¿Y supongo que tú no disfrutaste de toda esa excesiva atención? ¿Todos los arrullos? ¿Pasó su palma por tu pobre frente?

– No puedo recordar un solo arrullo, excepto tal vez de su madre.

– Bueno, sí, eso tiene sentido. Eres el heredero, después de todo. Sabes, James, realmente no puedo imaginar que quisiera casarse contigo.

– ¿Por qué no?

– Juliette está muy correctamente consciente de su propia belleza. El problema es que eres más hermoso que ella. Sólo imagínalo, ustedes dos podrían estar mirándose al espejo y ella obtendría un escaso segundo lugar. No puedo verla tolerando eso.

James se pasó los dedos por el cabello, poniéndolo de punta.

– Maldito infierno, ya he permitido que me distraigas. Abres la boca y olvido adónde iba. Ahora, cállate y siéntate, Corrie. Tengo algo que decirte. -Él comenzó a caminar hacia ella, para imponerse encima suyo, para intimidarla un poco, cuando sintió una oleada de mare y volvió a sentarse rápidamente en la silla de su padre. Se aclaró la garganta y se echó adelante. -Jason me dijo que te vio cabalgando en el parque con Devlin Monroe.

Ella se sentó, desplegando la encantadora falda verde pálido de su vestido sobre los almohadones a su lado. Cruzó las piernas y empezó a mover el pie. Echó un vistazo a sus adorables zapatillas. Hacían que sus pies se vieran verdaderamente pequeños; y nada de tacones. Podía correr y saltar con estas adorables zapatillas. Examinó la uña de su dedo pulgar, silbó una cancioncita, esperando que James explotara. Había conocido las señales desde que él tenía quince y había estado tan furioso con su hermano que había estampado su puño a través de una pared del establo. Ahora que lo evaluaba, Corrie se dio cuenta de que no lo había visto perder el control en un largo tiempo; de hecho, no desde que se había convertido en un hombre. Era más razonable ahora y…

– Corrie, ¿podrías, por favor, prestarme atención?

Ella levantó la mirada y le sonrió.

– Estaba alabando mis zapatillas. Podrían perseguir a Augie y sus cohortes. ¿No son encantadoras?

En realidad lo eran, pero James dijo:

– Presta atención. ¿Por qué diablos estabas con Devlin Monroe? Te dije que te mantuvieras alejada de él.

– ¿Era de esto que deseabas hablarme? ¿Lo que está mal con Devlin? Seguramente él no es uno de esos caza-fortunas que me perseguirían como a una rata. Bueno, es heredero de un ducado.

– Bien, sí, pero es el propio Devlin quien es el problema. No es el tipo de hombre que quieres tan cerca tuyo, Corrie.

– Bueno, no se ha acercado tanto. Aún.

– Muy bien. Me obligas a ser franco aquí. Él tiene amantes… no una, sino varias, y le gusta compararlas, y anunciar los resultados en su club, que resulta ser también mi club.

– Cielos. -Ella se inclinó hacia delante, los ojos encendidos con curiosidad. -Esa es la cosa más extraña que haya oído jamás. ¿Qué quieres decir con “comparaciones”? ¿Como que una muchacha tiene ojos azules y la otra ojos marrones?

– Eso no te interesa.

– Tal vez esta muchacha usa sus vestidos con mucho escote y aquella…

– Calla.

– ¿Sabes de alguna dama que tenga varios señores?

Él apretó los dientes hasta que le dolió la mandíbula.

– No hay una versión masculina de la amante. -James sacudió la cabeza. -Maldición, las damas pueden tener amantes, y sí, entiendo que algunas damas tienen una sucesión de amantes. Pero los amantes son un asunto diferente de las amantes. Devlin ha llegado a tener tres amantes al mismo tiempo. ¡Tres!

Corrie se levantó, sacó una rosa de un jarrón, la olió y dijo:

– Suena como si estuvieras celoso.

– No, estoy horrorizado. -Ella levantó las cejas mientras lo miraba atentamente. -Bueno, tal vez un poquito celoso, pero eso no tiene nada que ver. Tres amantes es más que un exceso, Corrie, es despilfarrador, y sería inmoral si él estuviera casado.

– ¿Crees que seguirá teniendo amantes cuando se haya casado?

– No lo sé. No importa.

– Bueno, yo digo bien por él. Mientras más amantes, mejor. La próxima vez que lo vea, le preguntaré por eso. Debe haber reglas y…

Él habló por encima de ella.

– Has vuelto a distraerme. Maldita sea, olvida a sus condenadas amantes. ¿Por qué me desobedeciste y lo viste?

Otra sonrisa alegre de ella, y un encogimiento de hombros que hizo que James quisiera atravesar el estudio y darle una buena sacudida, pero lo único que quería hacer era dormir. Mientras deslizaba la rosa de regreso en el jarrón, ella dijo:

– Bueno, me pidió que fuera a montar al parque con él. Nadie más lo hizo, y realmente quería el ejercicio, comprendes. -James miró a los cielos, sólo para que ella lo trajera cayendo a pique a la tierra cuando dijo: -Ahora puedo jurar que Devlin no es un vampiro. El sol brillaba sobre nuestras cabezas y él no ardió. Creo que más que seducirme, Devlin quiere que lo entretenga. Claro que rió mucho luego de conocer por mí todos los detalles de tu rescate. Admitió que si fuese herido le gustaría que lo atendiera igual que hice contigo, aunque yo iba a tener que pagar por eso. No quiso decirme qué significaba eso. -Corrie hizo una pose. -Ah, James, estaba pensando en cuidar de Devlin y el pensamiento se inmiscuyó… ¿crees que Devlin es tan pálido como un espectro en todas partes o sólo en su rostro?

– Sí, lo es.

Dicho eso, James se recostó contra el escritorio, con los brazos cruzados sobre el pecho. Cruzó los pies a la altura de los tobillos y finalmente cerró los ojos. Se sentía maravilloso, pero sabía que todavía no podía dormirse. Tenía demasiado que hacer.

– Creo que puedo imaginar a Devlin yaciendo allí desnudo, de espaldas, como tú. Sería tan pálido que si la sábana estuviese bien lavada, podría desaparecer en ella. Creo que una tez más oscura es más interesante, digamos un tono de piel más dorado, como el tuyo.

– Jason y yo tenemos la piel morena de nuestro padre -dijo él, y se preguntó cuándo su boca se había separado de su cerebro.

– Sí, así es, eres moreno, sólo que esa palabra no suena tan dorada como eres tú, suena más como un pirata quemado por el sol. Ahora, para ser sincera, James, creo que no hay hombre más hermoso que tú. Por otro lado, para ser objetiva en esto, eres el único hombre desnudo que jamás he visto. -¿Cómo había llegado a este tema? James casi gimió al darse cuenta de que estaba tan duro como la pata del escritorio de su padre. Tenía que recuperar el hilo. Abrió la boca, pero ella se había desviado otra vez. -Naturalmente -dijo Corrie, -no le dije que era una heredera.

– No, le dijiste todo lo demás. -James asestó su puño sobre el escritorio, haciendo saltar el tintero. Lo que salió de su boca entonces fue inesperado e imprudente. -¿Eres completamente idiota, Corrie? ¿Tienes idea de lo que has hecho?

– Por supuesto. Lo pensé cuidadosamente y luego decidí que si todos en Londres saben exactamente qué te sucedió, todos estarán pendientes no sólo de tu padre, sino de ti y Jason también. Sabes, Devlin se deja el sombrero puesto para evitar que el sol le dé en la cara. Y hoy también lo hizo. Ahí está, lo admití. Una palidez tan encantadora. Al menos en su rostro.

La bruja se estremeció.

No tenía caso. James dijo, todo indiferente:

– ¿Supongo que Devlin no te dijo que tu aventura conmigo era la causa de cierta, eh, consternación?

– ¿Consternación? En realidad, cuando le mencioné que la señora Cutter y lady Brisbett me habían ignorado, él simplemente rió, me palmeó la mano y dijo que no significaba nada y que no me preocupara por eso. Dijo que, si me parecía bien, le gustaría visitar a mi tío Simon.

No, pensó James, Devlin no iba a proponerle matrimonio, sus padres lo repudiarían si proponía matrimonio a una muchacha cuya reputación estaba destrozada. Además, acababa de conocerla. Y no sabía que era una heredera, Corrie tenía razón en eso. Era sólo una muchacha que lo divertía. ¿Qué estaba tramando Devlin? ¿Por qué le había dicho que ella tendría que pagar?

Mejor aclarar las cosas en este mismo instante.

– Tuvimos una aventura, Corrie, ¿cierto?

– Fue una espléndida aventura, si no te hubieses enfermado tanto que casi me matas de miedo.

Él sonrió ante sus palabras, reconoció a Lovejoy.

– Sí, todo Londres… todos, Corrie, saben sobre nuestra aventura. Y a aquellos pocos que no sabían, sin dudas Devlin ahora se lo ha informado. -Miró fijamente sus uñas, examinando el pequeña rasgón en el pulgar. Cuando volvió a mirarla, sonrió. -Parece que no tendré que perseguirte como a una rata.

– ¿Qué quieres decir con eso?

La puerta del estudio se abrió de pronto y el conde entró, diciendo a James:

– Este contrabandista que los capturó brevemente a ti y a Corrie, he estado preguntándome quién podría ser, preguntándome si he jugado a las cartas con él. Tengo ansias de ir a ver esa cueva, ver si hay alguna pista de lo que está contrabandeando. ¿Dijiste que sonaba familiar?

– Sí, señor, un poco.

– ¿Cuál es el prob…? -Douglas se dio vuelta lentamente para ver a Corrie allí sentada, en el encantador sofá de brocado que Alexandra había sabido que le gustaba y le había regalado. -Corrie -dijo. -Te ves adorable, querida.

– Gracias, señor. James estaba contándome acerca del tío Simon refunfuñando que yo sería perseguida como una rata.

– Sería mejor que olvidaras eso, Corrie. Debo ocuparme de algo ahora. Excúsenme ambos. -Se dio vuelta al llegar al umbral. -James, diez minutos más, luego te quiero de vuelta en tu cama.

Después de que Douglas se marchara, cerrando la puerta silenciosamente detrás de él, Corrie se puso de pie y alisó sus faldas.

– Bien, James, yo también estaba pensando en nuestro contrabandista. Concuerdo con tu padre… cuando todo esto haya terminado, vayamos a echar un vistazo a esa cueva. Creo que deberías descansar bien ahora. Te ves un poquito vampiresco. No tan pálido como Devlin, pero demasiado pálido para tu tez morena como para verte más que debilucho.

James se puso de pie lentamente, sus palmas sobre el escritorio.

– Si intentas irte, te pondré sobre mis piernas y te azotaré.

El mentón de ella se elevó.

– No creo que estés lo suficientemente fuerte como para sujetarme, mucho menos subir y bajar tu mano con algo de fuerza en absoluto. Creo probable que si dieras un paso hacia mí, caerías de cara al piso.

– Podría azotarte hasta dormido.

– Te ves sonrojado, James. No me gusta. Por favor, siéntate e intenta tranquilizarte.

Él puso los ojos en blanco, sin poder hacer nada más. Realmente no podía azotarla, no aquí, en el estudio de su padre. Le parecía bastante forzado que semejante acción no le diera lo que debía tener, no porque quisiera lo que debía tener.

– Siéntate, maldición.

Corrie se sentó, cerró las manos en su regazo y lo miró como una pupila curiosa.

James dijo, tal lento como una tortuga, sintiendo que cada palabra era arrancada de su garganta:

– Esta aventura nuestra… será un relato que sin dudas adornará una heroica saga cuando se la contemos a nuestros hijos y nietos.

Ahí estaba, fuera de su boca, y esas ingeniosas palabras habían tenido sentido, es más, habían sonado fluidas y sinceras, y las palabras fueron elocuentes, convocando imágenes para encantar la mente.

Pero James había firmado su destino con esas malditas palabras elegantes, un destino que había sabido que tenía que ser suyo cuando su cerebro había comenzado a funcionar otra vez.

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