Los ingleses nunca golpean un rostro. Simplemente se abstienen de invitarlo a cenar.
~Margaret Halsey
Douglas no dijo una sola palabra. Sólo suspiró y dijo:
– Wellington se encontró conmigo en el ministerio. Efectivamente hay una amenaza, maldición.
Alexandra estaba en sus brazos en un segundo.
– Lo sabía, simplemente lo sabía -susurró contra su cuello. -¿Qué tipo de amenaza? ¿Quién está detrás de esto?
Douglas le besó la punta de la nariz, abrazándola con fuerza. Los gemelos estaban prácticamente en pointe, y eso lo hizo sonreír.
James dijo:
– No comprendo, señor, no ha estado involucrado en ninguna misión durante mucho tiempo.
Douglas asintió.
– Es, creo, una cuestión de venganza, y la venganza es algo que uno puede saborear durante años antes de actuar. Pero ya es suficiente. Alexandra, llama a Willicombe y tráenos algo para comer y beber. Vengan, y les contaré todo sobre eso. Oh, allí estás, Willicombe. Por favor, ocúpate de las maletas y…
– Aye, milord, todo está hecho. Si quisiera ir a la sala de dibujo, todo estará como desea en cuestión de momentos.
Willicombe, a los cincuenta, lo suficientemente joven como para ser hijo de Hollis, quería más que nada en su vida ser idéntico a Hollis. Quería hablar como él, quería buscar la palabra perfecta en el momento exactamente adecuado, quería inspirar al personal de la casa a mirarlo como Dios. Quería todo eso, pero quería hacerlo todo más rápido y mejor que Hollis. Tal vez Willicombe sería más veloz, ya que Hollis estaba comenzando a crujir. Douglas se preguntaba qué haría Willicombe si le dijera que Hollis estaba enamorado, quizá hasta decidido por la seducción, sólo para ver la expresión en su rostro. ¿Intentaría él entonces seducir a una de las criadas? O tal vez a la señora Bootie, el ama de llaves, quien tenía más vello en el labio superior de lo que Douglas tenía antes de afeitarse por las mañanas.
Nadie se ubicó en los cómodas sillones, nadie se relajó. La tensión fluía a través de la enorme habitación. Douglas miró a su familia y dijo:
– Lord Avery recibió una carta de un informante en París de que finalmente yo iba a obtener lo que merecía. El informante cree que tiene algo que ver con Georges Cadoudal.
Alexandra estaba sacudiendo la cabeza.
– No, eso no podría ser posible, ¿verdad? Te separaste como amigo de Georges. Válgame, Douglas, fue hace años y años atrás, antes de que los gemelos siquiera nacieran.
– Sí, lo sé.
– ¿Quién es ese Cadoudal, padre?
Douglas miró a James, quien estaba parado, con los hombros contra la repisa de la chimenea, los brazos cruzados sobre el pecho, exactamente del mismo modo que Douglas se paraba, y dijo:
– Georges Cadoudal era un loco y un genio. Nuestro gobierno le pagó enormes cantidades de dinero para que matara a Napoleón. Él mató a montones de franceses, pero no al emperador. Oí que había muerto algún tiempo atrás.
Willicombe entró, cargando una hermosa bandeja de té Georgiana sobre el brazo. Douglas permaneció en silencio hasta que finalmente, viendo que Willicombe no podía pensar en nada que le permitiera quedarse y escuchar a hurtadillas, y de ese modo saber más que Hollis acerca de esa situación, fuera cual fuese, levantó una ceja.
Pero Willicombe no se movió, no podía moverse. Algo malo había sucedido, eso era lo único que sabía. La familia estaba en problemas. Él era necesitado. Era momento de probar su valor. Intentó valientemente sacar a la luz una palabra acertada. Se aclaró la garganta.
– ¿Sí, Willicombe? -preguntó Alexandra.
Él podía notar que ella estaba tan alterada que se veía tan blanca como el encantador encaje en el cuello de su vestido. Se enderezó en todo su metro setenta y cuadró los hombros.
– Soy su hombre, milord. Soy ingenioso. Aprendo rápidamente qué es qué. Podría identificar un enemigo a quince metros. Soy un hombre de acción cuando se presenta la necesidad. Soy el alma de la discreción. Me arrancan las uñas y nada saldrá de mis labios excepto un grito esporádico.
James miró a Willicombe con gran respeto. Después de todo, cuando James había nacido, Willicombe era un lacayo que de vez en cuando jugaba con él en los jardines traseros, arrojándole una pelota roja, recordó James.
– ¿Nada más que un grito, Willicombe?
– Eso es correcto, milord. Puede confiar en que iré a la tumba guardando cualquier secreto que usted desee confiarme.
Douglas dijo:
– Te agradezco, Willicombe. El hecho es que parece que alguien con venganza en mente está decidido a acortar mis días, algo que realmente no quiero.
Willicombe se paró en pointe.
– Asignaré a los lacayos para el servicio de guardia, milord. Yo mismo tomaré el primer turno, de las ocho en punto a la medianoche, todas y cada una de las noches hasta que el enemigo sea despachado. Nadie entrará en esta casa, lo juro.
– ¿Cuántos lacayos hay, Willicombe? -preguntó James.
– Ahora hay tres, amo James. Y yo mismo les diré cómo son las cosas. No tiene que preocuparse, milord.
– Gracias, Willicombe -dijo Douglas. -Estoy seguro de que Hollis estaría muy impresionado con su inventiva.
– Robert, el segundo lacayo, milord, proviene de un área nociva cercana a los muelles. Aún conoce a algunos de los bellacos allí. Haré que husmee para ver de qué puede enterarse.
– Esa es una idea excelente, Willicombe -dijo Alexandra y le ofreció una gran sonrisa.
Vieron a Willicombe salir a zancadas de la habitación, más alto, más recto, un hombre con una misión.
Jason se puso de pie.
– ¿Georges Cadoudal tenía familia? ¿Hijos?
– Creo que estaba casado con una mujer cuyo nombre era Janine. No sé acerca de los hijos.
Jason dijo:
– Debemos descubrirlo. Ahora, iré de visita a mi club. Quiero saber si alguien ha oído algo.
Se paró y enderezó su chaleco.
James dijo:
– Padre, los dos tenemos amigos que querrán ayudar. No creo que debiésemos mantener esto en secreto. Creo que deberíamos anunciarle al mundo que alguien, un francés, está intentando matarte. Todos se unirán. Todos mantendrán los ojos abiertos. Jason y yo dividiremos los clubes entre nosotros. Encontraremos a esa persona, padre, y lo destruiremos.
Douglas y Alexandra observaron a sus hijos saliendo de la sala de dibujo. Ella dijo en voz baja, mientras se acomodaba contra el hombro de su esposo:
– Ya no son niños, Douglas.
– Sí, tienes razón en eso. ¿Dónde se han ido los años, Alex?
– No lo sé, sólo quiero que continúen yendo al distante futuro. Nuestros hijos quieren protegerte ahora como siempre has querido protegerlos.
– Todavía quiero protegerlos. -Él la abrazó un momento, diciendo a su oído: -Temo que sean demasiado valientes.
Alexandra levantó la cabeza, y Douglas vio que estaba sonriendo.
– Yo también tengo muchos amigos. Las damas, sabes, oyen muchas cosas. Debemos descubrir acerca de los hijos que Georges podría haber dejado cuando murió.
– Alex, ¡no te involucrarás en esto!
– No seas idiota, milord. Soy tu esposa y por lo tanto estoy más involucrada que nadie, con la posible excepción de tu testaruda persona. Sí, comenzaré con lady Avery. Me pregunto si su esposo alguna vez le dice algo.
El rostro de Douglas estaba rojo.
– Alex, te prohíbo…
Ella le ofreció una adorable sonrisa y dijo:
– ¿Le gustaría una taza de té, milord?
Él gruñó y tomó su té.
– No correrás riesgos, milady, ¿me comprendes?
– Oh, sí, Douglas. Te comprendo perfectamente.
Algún tiempo más tarde, Douglas dijo a su esposa mientras subían la escalera central:
– Bien, condenación. Olvidé por completo a Corrie.
– Está bien, Douglas. Yo no. Elegí varios diseños encantadores para ella, un poco de muselina muy bonita y satén azul pálido.
Douglas sabía que no iba a estar bien. Se aclaró la garganta.
– ¿La señorita Plack cosió los vestidos?
– No, no hubo tiempo, pero Maybella me aseguró que todo estaría bien. Dijo que la doncella de Corrie podía coser en un carruaje cerrado. Es más, estoy esperando que lleguen a Londres hoy, aunque Simon estaba quejándose de que había contraído la plaga, y Corrie llevará puesto uno de sus nuevos vestidos.
Era difícil, pero Douglas se las arregló para no ponerse la cabeza entre las manos.
– La casa de ciudad de Simon está en Great Little Street, ¿verdad?
Alexandra asintió. Estaba pensando mucho, no en Corrie sino en Georges Cadoudal. Dijo:
– Ha pasado tanto tiempo desde que Georges me raptó y me llevó a Francia. Era un asunto de venganza entonces, Douglas, contra ti. Pero no es lo mismo ahora. Este es alguien escondiéndose, merodeando en las sombras, intentando matarte sin que veas su rostro.
Douglas gruñó.
– Me pregunto si Georges se casó con Janine, esa maldita libertina que te traicionó.
– Lo descubriremos.
– ¿Podría haber hablado con tanto odio de ti que cualquier hijo que haya tenido quiera ahora vengarlo? No tiene sentido por la simple razón de que no hubo ningún odio. Tú y Georges se separaron amigablemente, como le dijiste a los chicos, y yo debería saberlo. Estaba allí. Me pregunto, ¿crees que tal vez Georges siga vivo?
– Me aseguraré, de un modo u otro. Estoy de acuerdo contigo. Dado lo que sucedió entonces, la participación de Georges tampoco tiene sentido para mí.
Ella se detuvo en sus pasos, a medio camino del extenso corredor, y tomó el brazo de Douglas.
– Estuviste en una misión en Francia antes de Waterloo. Recuerdo eso porque intentaste ocultármelo.
– No fue una misión particularmente peligrosa, sólo la extracción de uno de nuestros espías bien posicionados.
– Me contaste eso, pero nada más. Ahora, ¿estaba Georges involucrado en eso?
– Nunca lo vi. Tal vez estaba cerca.
Douglas no dijo una palabra más. No iba a contarle a ella el resto de la historia por la simple razón de que no tenía nada que ver con esto.
– Lárgalo ahora, Douglas, o haré algo que no te gustará. -Él dudó, y Alex dijo: -Hasta aprendí a hablar francés para ayudar a protegerte. No porque me haya servido de mucho.
– El informante dijo algo acerca de que la venganza contra mí sería encantadora.
Alexandra se estremeció.
– Lo sabía. Es lo que esperaba.
Él había logrado desviarla del tema, pero no por mucho.
Ella recordaría que él no le había contado sobre esa misión en Francia antes de Waterloo, y lo que había sucedido. Bueno, no importaba. Había sobrevivido.
James caminó hacia Great Little Street, a pedido de su padre, para ver exactamente qué tan mal se veía Corrie con los vestidos cosidos por su doncella, cuya tela y modelo su madre había, desafortunadamente, seleccionado.
Llegó al número 27 de Great Little Street y golpeó la aldaba de bronce con cabeza de león.
Un mayordomo ruborizado le dio un vistazo y rápidamente dio un paso atrás.
– ¡Por favor, apresúrese milord, antes de que sea demasiado tarde! No sé qué hacer.
James pasó corriendo junto al mayordomo que subía nervioso las escaleras y a través de las amplias puertas dobles hacia la sala de dibujo de Ambrose. Se detuvo de repente en el umbral, totalmente asustado, para encontrar a Corrie parada en medio de la habitación, vestida con el traje más horrendo que hubiese visto jamás.
Era azul pálido, con encaje cosido casi hasta sus orejas, fila sobre fila de volados cosidos en la porción inferior, y mangas del tamaño de cañones. Lo único que se veía bien era su cintura casi invisible; tenía que estar vistiendo un corsé de hierro bajo ese cinto porque se veía lista para desmayarse. Estaba llorando.
James cerró la puerta en la cara del mayordomo. Estaba al lado de ella en un segundo, tomándole la mano que caía de una gigantesca manga.
– Corrie, ¿cuál diablos es el problema?
Ella pasó el dorso de su mano derecha sobre sus ojos para secarlos y le ofreció la mirada más patética que él jamás le hubiese visto. Otra lágrima corrió sobre su mejilla para caer de su mentón.
– Corrie, por el amor de Dios, ¿qué ha sucedido?
Ella respiró hondo, se concentró en el rostro de él y sonrió sarcásticamente.
– Pues nada, tonto.
Él la sacudió.
– ¿Qué sucede, maldita seas? El mayordomo estaba realmente asustado.
– Muy bien, muy bien, deja de sacudirme. Si tienes que saber la verdad, estoy practicando.
Él dejó caer las manos.
– ¿Practicando qué?
– Seguirás insistiendo y metiéndote, ¿cierto? Muy bien. Tía Maybella dijo que debo saber cómo rechazar las docenas de jóvenes caballeros que estarán proponiéndome matrimonio a diestra y siniestra. Dijo que pensara en algo triste y que eso me haría llorar. Dijo que los caballeros se ven muy profundamente afectados por las lágrimas de una dama. Creerán que estoy desolada por negarme a casarme con ellos. Ahí está, ¿satisfecho?
Él la estaba mirando fijamente, mudo de asombro. Las lágrimas ciertamente habían funcionado con él y el mayordomo.
Le dijo:
– No obtendrás una sola proposición vistiendo un traje como ese.
Las lágrimas se secaron en un instante. La boca de Corrie se cerró firmemente.
– Tía Maybella dijo que era excelente. Tu madre eligió el modelo y la tela, y mi doncella lo cosió.
– En ese caso, tienes que saber que es realmente muy malo.
Ella se quedó allí parada, intentando cerrar las enormes bocas de las mangas, pero habían sido almidonadas y no se movían.
James quería reír, pero no era un total idiota.
– Escucha, Corrie, mi padre te llevará mañana con Madame Jourdan. Ella te arreglará.
– ¿Realmente me veo tan mal?
A veces la verdad era buena. Por otro lado, a veces la verdad devastaba innecesariamente.
– No. Pero escúchame. Londres es un lugar totalmente diferente. Mírame. No estoy vistiendo pantalones y una camisa abierta en el cuello. No aquí.
– Me gustas más con pantalones y una camisa abierta.
– Bueno, eso no sucederá aquí en Londres. Ahora, mi madre quiere que regreses conmigo para una visita. Eh, ¿tendrás tal vez algo más que puedas usar?