CAPÍTULO 14

El gallo podrá cantar, pero es la gallina quien pone los huevos.

~Margaret Thatcher


Era una noche tranquila para el primero de octubre, pero como la madre de Remie Willicombe le había dicho que llovería a medianoche, James llevaba un abrigo más pesado.

No deseaba particularmente ir al baile Lanscombe en la plaza Putnam, pero había prometido a la señorita Lorimer que iría, aunque no tenía intenciones de quedarse. No tenía intenciones de terminar en el libro de apuestas de White’s tampoco. Un baile con la señorita Lorimer, nada más.

Jason anunció que iría con amigos a uno de sus clubs, logrando que James codeara a su hermano y le preguntara porqué la señorita McCrae no había solicitado su presencia esta noche. Jason lo había mirado, con el ceño fruncido, y había dicho que tenía entendido que lady Arbuckle no se sentía bien y Judith se había quedado en casa para atenderla.

Los gemelos se encontrarían en White’s a medianoche para ir a los muelles, a la taberna Gato Chueco, donde se decía que frecuentaba el capitán francés.

Cuando James finalmente vio a la señorita Lorimer, tuvo que admitir que se veía increíblemente encantadora, toda de lila, sus enormes mangas incluidas, que sobresalían unos buenos quince centímetros de sus brazos, la tela tensada por barras de madera, le había dicho su madre, y ¿no era eso ingenioso?

Las faldas lila se abrieron en abanico alrededor suyo, al menos seis enaguas las mantenían a flote. Su cabello estaba atado en un nudo en su nuca, con una cantidad de ricitos cayendo sobre su frente y en cascada sobre sus orejas, como las partículas plateadas de Titán.

Entonces vio a Corrie, parada con su tía al otro lado del salón de baile, su vestido de un luminoso blanco, de estilo simple, la mano de su padre visible en cada encantador pliegue y caída, y estaba bastante satisfecho hasta que llegó a sus senos y frunció el ceño. Demasiado prominentemente expuestos, pensó, y seguramente su tía Maybella debería decirle algo. No era apropiado para una joven dama de dieciocho años.

Tal vez la ayudaría a mejorar su danza después de haber cumplido con su promesa a la señorita Lorimer. Sin dudas eso diluiría el chisme, a menos que todos supieran que Corrie era como una hermana para él, y entonces bailar un vals con ella no contaría.

Así que la señorita Lorimer había decidido casarse con él, ¿no? Probablemente sería más la elección de su madre, pensó James cínicamente, mientras se abría paso lentamente hasta ella.

Descubrió bastante pronto que todos habían oído sobre los intentos de acabar con la vida de su padre.

Todos los amigos de su padre lo detuvieron, le preguntaron, y levantaron sus cejas cuando él repitió una vez más que sus padres habían ido a Brighton porque su madre no estaba bien, lo cual sonaba más estúpido cada vez que lo repetía.

– Alexandra no ha estado enferma un solo día en toda su vida -dijo lord Ponsonby, -excepto cuando tuvo que recostarse un momento para dar a luz a ti y a tu hermano, y no estaba realmente enferma, ¿cierto? -Él acordó en que no, señor, no estaba realmente enferma entonces, y quiso huir desesperadamente. -Hum -dijo lord Ponsonby. -¿Dijiste Brighton, James? Hay algo sospechoso aquí, muchacho mío, el tipo de sospecha que me hace dar cuenta lo mal mentiroso que eres. Ahora, tu padre, un excelente mentiroso, te miraría directo a los ojos.

James maldijo en voz baja. Iba a arrojar a su hermano por el balcón cuando llegara a casa.

La señorita Lorimer, finalmente, estaba en la mira. Lo miraba por encima del hombro de su madre, con los ojos reluciendo. No, pensó él, más que eso. Calculando.

Cuando llegó hasta ella, Juliette dijo:

– Bueno, es un placer verlo, señor. ¿Es usted James?

– Sí, soy James -le respondió. -¿Le gustaría bailar, señorita Lorimer? -y miró a la madre, que asintió plácidamente.

– Sí, si aceptas llamarme Juliette.

– Muy bien, Juliette.

Tomó su blanca mano, la apoyó suavemente sobre su brazo y la condujo a la pista de baile.

A decir verdad era tan ligera y grácil, absoluta perfección. Pero, ¿no podía distinguirlo de su hermano? Eso dolía.

En el momento en que el vals terminó, la llevó de regreso con su madre. Hizo una reverencia y se retiró. El aire en el salón de baile estaba cargado, con el peso de los perfumes de todas las damas llenando sus fosas nasales, haciendo que quisiera estornudar. Vio a Corrie saludarlo.

Quería marcharse, porque probablemente lord Ponsonby le había contado a todos sus compinches que James era un despreciable mentiroso y que deberían sujetarlo y sacarle la verdad a golpes, pero allí estaba ella, viéndose bastante aceptable excepto por esos senos suyos que harían que un hombre se tragara la lengua y quisiera hundirle las manos en el canesú.

Se acercó a ella, le pasó un dedo por la mejilla y dijo:

– La crema ha hecho maravillas. Creo que es piel suave lo que siento.

Sonrió y se volvió hacia lady Maybella, que llevaba un vestido de seda azul que hizo que James quisiera decirle que necesitaba cortar al menos tres volados.

– ¿Estás aquí para bailar con Corrie? Tienes suerte. Apenas la he tenido conmigo esta noche, porque tantos caballeros querían bailar con ella.

– Por favor, no exageres, tía Maybella. No han sido más de una docena o así -dijo Corrie, haciendo sonreír a James.

Maybella dijo, golpeteándole el brazo con su abanico:

– No más de dos danzas, James. No queremos que la gente malentienda. Además, mira esa horda de jóvenes viniendo hacia aquí.

James no vio una horda, pero había dos caballeros, uno de ellos lo suficientemente viejo como para ser el padre de Corrie, marchando hacia ella.

James ofreció una encantadora sonrisa a Maybella y llevó a Corrie a la pista de baile, consciente de los dedos de ella dando golpecitos contra su brazo, y la introdujo en la multitud de bailarines.

– Vas a hacerme un agujero en la manga. ¿Qué te pasa?

– Quiero ayudarte -dijo ella. Una ceja se arqueó hacia arriba. -Tu padre. No soporto la idea de que alguien lo lastime, James. ¿Qué haría sin él para decirme qué debo vestir? Vamos, no te pongas todo estirado conmigo. He conocido a tu padre toda mi vida. Quiero ayudar a descubrir quién está intentando matarlo. Soy inteligente. Soy rápida. Déjame ayudar.

James suspiró. Ni siquiera se preguntó cómo se había enterado. Con todos sus amigos investigando, probablemente se sabría en todo Londres en quince minutos. De hecho, estaba dispuesto a apostar que todos en el salón de baile estaban hablando de eso. Y tal vez eso era bueno.

James quería decirle que no había absolutamente ninguna posibilidad de que fuera a permitirle acercarse siquiera a cien metros de cualquier peligro, así que dijo:

– Siempre has sido capaz de distinguir a Jason de mí.

Eso la distrajo, pero bien. Corrie se burló. Y se mofó.

– Siempre te he dicho que eres tú mismo, muy diferente de tu hermano.

– La señorita Lorimer no puede distinguirnos, evidentemente.

– Ahí tienes, ves, no puedes casarte con ella, James. Ni siquiera sabe quién eres.

Tenía un buen punto.

Entonces el diablo clavó su codo en las costillas de James y sacó palabras de su boca.

– Hablando del Ángel, la señorita Lorimer se ve tan celestial esta noche, ¿no lo crees? Viste de lila, no púrpura.

– ¿Ángel?

James asintió.

– Ese es el nombre seleccionado para ella.

– ¿Por quién?

Él se encogió de hombros.

– Por los caballeros, supongo.

– Quizás ella misma inició ese nombre.

– ¿A quién le importa si lo hizo? ¿No crees que es acertado?

– Si te gusta la perfección, entonces sí, supongo que sí. Me pregunto qué nombre debería escoger para mí misma. Ya sé, ¿qué tal si me llaman Señorita Crema?

Él echó atrás la cabeza y rió.

– ¿Señorita Crema? Eso es rico, Corrie.

– Y ese fue un mal chiste.

– ¿Qué tal Diablo?

– No, no soy lo bastante perversa, al menos todavía no.

– Nunca serás perversa -dijo James, duro ahora, mirándole los pechos. -Bueno, no lo serías si sólo levantaras tu vestido unos cinco centímetros.

– Este es el estilo, James. Si puedo acostumbrarme a mostrarme, tú también puedes. Deja de preocuparte por eso. Entonces, si no puedo ser perversa, puedes llamarme la Princesa de Hielo. Oí que llamaban así a una tal señorita Franks cinco temporadas atrás. Ella se casó con un duque que tenía ochenta años y estaba casi muerto. ¿No es interesante?

– Santísimo Señor Jesús -dijo James, y la dio vueltas, haciéndola reír y distrayéndola una vez más. -Estás mejorando en esto. Olvida eso de Princesa de Hielo. Eso hará que el caballero quiera enseñarte todo tipo de cosas que no aprenderás por mucho tiempo. Ahora, me has obedecido, ¿verdad?

– ¿Obedecido a ti? ¿Acerca de qué?

– No has bailado con Devlin Monroe, ¿cierto? No le has ofrecido tu cuello a medianoche, ¿verdad?

Ella rió, una adorable risa sonora que lo hizo sonreír.

– Le ofrecí un mordisquito, nada más. -Dio vuelta la cabeza. -¿Puedes ver la marca, allí, justo bajo mi oreja izquierda?

James quiso darse una patada cuando, de hecho, miró.

– Recuérdame volver a azotarte.

– Já. Esa primera vez me atrapaste por sorpresa.

Las cejas de él se arquearon bastante.

– Eso crees, ¿verdad? No creo haberte oído jamás quejándote tanto como ese día.

Antes de que Corrie pudiera responder, él bailó más y más rápido, hasta que ella estuvo jadeando y riendo, apenas capaz de recobrar el aliento, detestando el condenado corsé. Cuando James fue más despacio, ella dijo con voz entrecortada:

– Oh, James, eso es tan hermoso. Cuando quiero golpearte en la cabeza, sólo tienes que hacerme bailar hasta el cansancio y estoy lista para perdonarte absolutamente todo.

– Estás volviéndote más competente para mover los pies. Mantente alejada de Devlin, lo digo en serio, Corrie.

– Él me llevó al Bazar Panteón ayer -dijo ella. -Quería comprarme una encantadora cinta para trenzar en mi cabello; a propósito, piensa que mi cabello es precioso, con todo tipo de interesantes sombras de otoño mezcladas juntas, pero soy una muchacha decente, y por lo tanto no permití que lo hiciera. Parecía bastante íntimo, especialmente porque él quería hacer el trenzado. ¿Sabías que se acercó tanto con esa cinta que pude sentir su respiración sobre mi nariz?

Corrie hizo un delicioso temblorcito que casi logró que James estuviera preparado para matar. Vio el brillo en los ojos de ella y recuperó el control.

– Tu tía jamás debería haber permitido que salieras con él. Hablaré con ella acerca de eso. Él no tiene madera de marido, Corrie.

– ¿Madera de marido? ¿Quieres saber la verdad, James? He estado pensando, y realmente no puedo imaginarme atándome a un hombre y cambiando mi nombre. Cielos, sería Corrie Tybourne-Barrett Monroe. En cuanto a un esposo, él me daría órdenes y esperaría que haga cualquier cosa que él quisiera cuando él quisiera. -Se vio pensativa un momento, con los ojos entrecerrados. -Por otro lado, debo ser sincera en esto. He pasado junto a la recámara de tía Maybella y tío Simon antes, ¿y sabes qué?

James estaba seguro de que se le iban a poner los ojos en blanco. No quería escuchar esto. Quería ir a China antes que escuchar esto. Dijo:

– ¿Qué?

Ella se inclinó hacia él.

– Los escuché riendo. Sí, riendo, y entonces tío Simon dijo, con bastante claridad, “Mordisquearé tu encantadora persona un rato, Bella.” ¿Qué piensas de eso, James?

Bueno, él había preguntado. Se preguntó si tía Maybella llevaría un camisón azul. No, tenía que alejar su mente de eso. Dijo:

– Mantente alejada de Devlin Monroe.

– Ya lo veremos, ¿verdad? -Corrie le ofreció una sonrisa alegre, y entonces pareció que iba a estallar en lágrimas. -Oh, demonios, el vals está terminando. Fue demasiado breve. Alguien lo detuvo antes de tiempo. Apuesto a que esa Juliette Lorimer los sobornó para que se detuvieran. Creo que alguien debería ir a hablar con ellos. Tal vez…

Lo miró esperanzada, pero él negó con la cabeza.

– No, tengo que irme ahora, Corrie. Me gusta tu cabello lindo y sencillo, todo trenzado en la coronilla. No te verías bien con un ejército de rizos marchando sobre tu cabeza. O con cintas. Olvida las cintas, más que nada esas compradas por un hombre.

Corrie supuso que era un elogio. Quería otro vals, así que dijo:

– Creo que Devlin está más allá de esa mujer muy obesa, hablando con otro joven que también se ve notablemente perverso. Hmm. Déjame ver si puedo llamar su atención. -Se puso en puntas de pie y le susurró al oído: -Creo que debo decirle que mi nombre es Princesa de Hielo. Me pregunto qué tendrá para decir acerca de eso.

Pero su actuación fue desperdiciada porque James no estaba escuchando. Se había dado vuelta ante el tirón en su manga. Era uno de los camareros contratados para esa noche, y apretó una nota en la mano de James.

– Un caballero dijo que usted debía tener esto, señor. Enseguida, dijo.

El corazón de James comenzó a golpetear, profundo y fuerte. Dejó a Corrie sin una palabra, y no miró a derecha ni izquierda a las jóvenes damas que lo miraban con atención. Atravesó la larga fila de puertas francesas que daban al balcón Lanscombe.

Salió, vio a una pareja abrazada en el fondo, y quiso decirle a ese viejo libertino Basil Harms que no estaba lo suficientemente metido en las sombras. Se preguntó a la esposa de qué hombre estaría seduciendo.

Bajó tranquilamente los escalones en la parte más alejada del balcón y entró a zancadas en el jardín Lanscombe, hacia la puerta trasera. No tenía un arma, maldición, y tal vez esto no era lo más inteligente que hubiese hecho en su vida, pero por otro lado, había una posibilidad de que fueran novedades acerca del hombre que quería matar a su padre.

En realidad no había elección. Además, ¿quién querría lastimarlo? No, era su padre a quien buscaban. Las luces del salón de baile se atenuaron hasta que estuvo en la oscuridad, y sólo veía el contorno de la estrecha puerta a cuatro metros frente a él. James no era estúpido. Miró a su alrededor en busca de posible peligro, escuchó, pero todo estaba en silencio. El hombre con quien se suponía que debía encontrarse estaba esperándolo junto a la puerta trasera.

¿Qué tipo de información tendría el hombre? James esperaba llevar encima dinero suficiente para poder pagar el precio.

Oyó el crujido de hojas justo a su derecha. Se dio vuelta pero no vio nada, ningún movimiento, ninguna luz, absolutamente nada. Seguramente no habría amantes tan lejos de la mansión. Esperó, escuchando. Nada. Estaba alerta; estaba preparado.

Había al menos tres metros hasta la estrecha puerta con hiedra que trepaba sobre ella, cayendo desordenadamente en cascada por arriba, bastante parecido a aquella cascada plateada sobre Titán. Los muros de piedra de dos metros de alto del jardín Lanscombe también estaban cubiertos de hiedra, kilómetros de esa cosa, espesa, impenetrable. Sus pasos se redujeron. Presentía el peligro; en realidad lo olió.

De pronto, un hombre salió de las sombras para pararse al final del sendero, justo frente a la puerta. Con una voz profunda y ondulante, dijo:

– ¿Lord Hammersmith?

– Aye, soy Hammersmith.

– Tengo información pa’ venderle, melord, to’ sobre su pá.

– ¿Qué tiene?

El hombre sacó un fajo de papeles de su vieja chaqueta negra.

– Quiero cinco libras por to’.

Tenía cinco libras, gracias a Dios.

– Antes de darte nada, dime qué tienes.

– Son nombres, melord, nombres y lugares que el caba’ero que me ‘io los papeles dijo que a su pá le ‘ustaría ver. Algunas cartas también.

Cinco libras. Aunque no sirviera de nada, valía las cinco libras, para estar seguro.

James estaba buscando el dinero en su bolsillo cuando el hombre dejó caer los papeles, sacó una pistola y dijo:

– No se mueva ‘ora, mi buen señor. Sólo quédese ahí bien derecho y ni siquiera pestañe’.

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