CAPÍTULO 26

James ayudó a Corrie a montar. Una vez que ella estuvo ubicada sobre el lomo de Darlene, él montó a Bad Boy.

– Los dos se ven como si hubieran estado comiendo el pan de canela de tu tío. Necesitan más ejercicio, Corrie.

Corrie sólo asintió. Estaba mirando a Judith McCrae, que había insistido en caminar de regreso a la casa de lady Arbuckle, a sólo dos calles de allí. Como era un día soleado para principios de octubre, James había estado de acuerdo.

– ¿Podría tal vez encontrarme contigo en el Mayfair para un helado, digamos, mañana? -le había preguntado Judith a Corrie.

Con la cita fijada, Judith se alejó, su paso saltarín, infinitamente grácil.

– Ella quiere a Jason -dijo Corrie.

– Bueno, podría ser que él también la quiera, pero la verdad es que uno nunca sabe con Jason.

– Creo que es tan hermosa como Juliette Lorimer.

– Entonces, ¿no te agrada?

Corrie dijo:

– Sí, me temo que sí me agrada -y no dijo nada más hasta que habían guiado a sus caballos a través de una entrada a Hyde Park.

Era demasiado temprano para que la gente elegante estuviera afuera, lo cual estaba bien por ella. Quería galopar. Sin embargo, James apoyó suavemente su mano enguantada sobre las riendas.

– Todavía no -le dijo.

– Oh, cielos, todavía no estás lo suficientemente bien, ¿verdad, James? Lo siento tanto, por pensar que las cosas son como solían ser antes… bueno, por supuesto que andaremos al paso.

Él estiró la mano y la apoyó sobre la de ella.

– ¿Te casarás conmigo, Corrie? No más excusas acerca de que estoy haciendo este espantoso sacrificio, no más quejas sobre perderte de hacer travesuras.

– ¿No crees que me iría bien como camarera en Boston? Es en América.

– No, serías una lamentable moza. Darías un tortazo a cualquier hombre que fuese lo bastante estúpido como para pellizcarte el trasero.

Ella levantó el mentón.

– Eso no es cierto. Podría hacer cualquier cosa que fuera necesaria para sobrevivir. Si estuvieras enfermo y de mí dependiera, podría conducir un carrito. Podría hacer pasteles de carne y venderlos. James, te mantendría sano y salvo. Siempre podrías contar conmigo.

Él inclinó la cabeza a un lado, mirándola con atención. Estudió el rostro que había conocido por más de la mitad de su vida, primero la niña y ahora la joven mujer.

– Sabes, Corrie, creo que lo harías -dijo lentamente, y entonces se estiró y le aferró la mano. -Nos irá bien juntos. Confía en mí.

Ella suspiró, le apartó la mano y chasqueó la lengua a Darlene a un medio galope por Rotten Row.

La realidad, pensó James, viéndola mecerse elegantemente en la silla de amazona, firmemente en control, era que ella haría cualquier cosa que necesitara hacer, cualquier cosa que tuviera que hacer. Para salvarlo. Ya había probado eso.

Puso a Bad Boy a galopar y estuvo a su lado en pocos momentos.

– Di que sí -le dijo, sus ojos entre las orejas movedizas de Bad Boy. Entonces la miró de reojo. -Podría enseñarte cosas, Corrie, cosas que te harían sentir bastante bien.

Oh, cielos, a ella le gustaba cómo sonaba eso.

– ¿Qué tipo de cosas?

– Quizá no sea adecuado que entre en detalles en este preciso momento, pero en nuestra noche de bodas… ah, sí, simplemente lo diré; piensa en mí besándote el revés de las rodillas.

Las rodillas en cuestión se quedaron congeladas.

– Oh, cielos, ¿mis rodillas?

– El revés de tus rodillas. Esa podría ser una cosa muy pequeña que te enseñaré. No, no más. Debes esperar. Ahora, la verdad es que envié el anuncio de nuestro matrimonio a la Gazette. Nadie te ignorará ahora, nadie me mirará como si fuera un pervertido calavera. Está hecho, Corrie. Es probable que mi madre esté reunida con tu tía Maybella mientras paseamos. La boda debe ser pronto.

– Si estuviese de acuerdo, no querría que fuera pronto. Querría la boda más grande que se haya visto jamás en Londres. Querría casarme en Saint Paul’s.

Él sonrió.

– Muy bien. Volvamos y hablemos con nuestros mayores.

– No he dicho sí, James. Esto son todo suposiciones.

Él le sonrió.

– Estás tambaleándote cerca del borde.

– ¿Por qué estás siendo tan condenadamente agradable? ¿Todavía estás demasiado enfermo para discutir conmigo? Debes estarlo, porque te gusta discutir, gritar y maldecir. Te gusta simular que vas a darme un tortazo. Este lado simpático de ti no es a lo que estoy acostumbrada. ¿Estás cansado, ese es el problema? Oh, cielos, déjame ver si tu fiebre ha regresado.

Y llevó a Darlene justo contra Bad Boy, con la mano estirada, pero no tocó el rostro de James porque Darlene, que acababa de entrar en celo, decidió que quería a Bad Boy y lo que siguió a continuación fue un altercado, una buena palabra que significaba todo y nada, la palabra que Corrie usaría más tarde para describir a sus tíos lo que había sucedido. En realidad, altercado ni siquiera se aproximaba al caos de dos caballos encabritados: Darlene chillando, Bad Boy bufando, dispuesto a lo que ella quería hacer e intentando morderle el cogote y montarla, y James, riendo tanto que casi caía del lomo de su caballo al suelo.

Y en medio de todo eso, Corrie, que apenas lograba mantenerse sobre el lomo de Darlene, gritaba a través de sus risas:

– Muy bien, James. ¡Consideraré seriamente casarme contigo! Supongo que podría ser más divertido que ser una camarera en Boston.

– ¿Eso es un sí y otra suposición?

Ella susurró, mirando sus botas negras con sus encantadores tacones:

– Muy bien.

– Bien. Está hecho.

James no iba a admitir que sentía alivio. No, estaba enfrentando el hecho de que su condena estaba ahora formalmente sellada, sus nada insignificantes travesuras ahora con rumbo a un profundo pozo.

Se reunió durante dos horas con lord Montague, se las arregló para mantener su atención concentrada el tiempo suficiente para finalizar el contrato de matrimonio, mientras pensaba todo el tiempo que al menos habría risas en su vida.

Corrie podía volverlo loco, hacer que quisiera arrojarla por una ventana, pero al final del día, lo tendría agarrándose la barriga de risa. Y besándole el revés de las rodillas. James sonrió. Imagínalo, besando el revés de las rodillas de la mocosa.

La vida, pensó, era asombrosa.


Jason y Peter Marmot no habían encontrado al hombre en Covent Garden esa mañana. Una anciana, que vendía escobas muy bien hechas, había dicho entre sanas encías:

– El viejo Horace yazía zobre zu trazero hoy, el perezozo cabrón, probablemente bebiendo hazta dezmayarze, y todo porque había oído que un hombre quería clavar su bastón en la panza de Horace.

Eso no sonaba bien. Hicieron planes para regresar esa noche. Sin embargo, lo que sucedió fue que Peter no había aparecido, así que Jason había ido solo a Covent Garden. Simplemente se paseó, rechazando a media docena de prostitutas, cuidando sus monedas, mirando cada sombra que reptaba fuera de los múltiples callejones, manteniendo la mano cerca de su estilete y su derringer. Era estridente, como siempre a esta altura de la noche, gritos, risas, maldiciones. Intentó encajar, buscando todo el tiempo en todas partes al hombre que Peter le había descrito.

No supo qué lo había hecho darse vuelta en ese último momento, pero gracias a Dios que lo hizo. Un hombre enmascarado, vistiendo un capote negro, lo atacó, no con un cuchillo en la mano sino una manta, y justo detrás de él había otros dos tipos, ambos con mantas listas. Buen Dios, ¿eran Augie y sus cohortes otra vez, creyendo que tendrían éxito al intentar lo mismo nuevamente?

Sin dudar en absoluto, Jason sacó su derringer y disparó al hombre en el brazo. Él gritó y se cayó.

– ¡Repu’nante tonto! ¡Me di’paraste! ¿Po’ qué harías eso? Yo nunca te la’time, no realmente, ni siquiera la primera ve’.

Ah, así que era Augie y su pandilla, y creían que él era James.

– ¿Dónde está Georges Cadoudal? -preguntó Jason.

Mantenía su pistola apuntada al hombre con el capote, que había dejado caer la manta al suelo y se sostenía el brazo.

– No conozco a ningún tipo Cadoudal.

– Eres Augie, ¿verdad? Y ustedes dos deben ser Billy y Ben. Confío en que estén sintiéndose mejor que la última vez que los vi.

– No gracia’ a esa muchachita -dijo Augie.

– No tienen mucho repertorio, muchachos. ¿Lo único que conocen son las mantas?

– No hay nada malo en una manta o do’. No queremo’ matarte ahora, no más que la primera ve’. Sólo queremo’ llevarte a dar un lindo paseo otra ve’, sólo que viene’ y traes un arma contigo. Eso no è justo.

– Como hicieron ustedes con mi hermano.

– ¿Qué hermano? Uste’ é uste’, ¿no é evidente? ¿Qué é eso de hermano?

– Ustedes secuestraron a mi hermano, lord Hammersmith. Yo soy Jason Sherbrooke, somos gemelos idénticos, tonto. Así que el hombre que los contrató no se molestó en decirles eso, ¿verdad? No muy competente de su parte. No, ustedes dos quédense quietos. -Para asegurarse de que creían que hablaba en serio, Jason sacó el estilete de su vaina a lo largo del antebrazo. -Lindo y afilado, un regalo de cumpleaños de mi padre; se la sacó de la manga a un ladrón en España. El primero que se mueva recibe mi estilete atravesado por el cuello. Ahora, Augie, dime. ¿Este supuesto Douglas Sherbrooke volvió a contratarte?

– ¡No sé de qué habla’, jovencito! Aw, me la’timaste, me la’timaste mucho. Creo que mandaré a mis do’ muchachos a pinchar esa’ orejas tuya’.

– Si lo haces, volveré a dispararte, esta vez en lo que llamas cerebro. Así que envíalos aquí, vamos, asquerosos cobardes. -Pero ninguno de los tres hombres se movió un centímetro hacia él. -Vamos, Augie, cuéntame acerca de Douglas Sherbrooke. Él volvió a contratarte, ¿verdad? Hizo que tendieras la trampa al pastelero, lo contrataron para que empezara a hablar sobre Georges Cadoudal. Para que nosotros nos enterásemos y viniéramos. Este Douglas Sherbrooke… ¿es joven? ¿Viejo? ¿Qué apariencia tiene?

– No te diré na’, muchacho.

– Muy bien, entonces. Augie, veamos si no tienes nada más que decir cuando te lleve con mi hermano y los dos te saquemos a golpes todas las pagas de pecado de esa estúpida cabeza tuya. Nos dirás qué está pasando.

De pronto, con un agudo silbido de Augie, los dos hombres le arrojaron las mantas, y entonces todo simplemente se apagó dentro de ese fétido callejón negro.

Jason se quitó las asquerosas mantas rápidamente, disparó su segunda bala, oyó un grito. Escuchó, pero no pudo oír nada más. Trotó a la entrada del callejón y se detuvo. No iba a entrar solo en ese callejón, no era tan tonto.

Bueno, maldición. No le había ido bien.

¿Dónde estaba el hombre que vendía tartas de riñón? ¿El viejo Horace? Pero Jason lo supo aun antes de encontrar el cuerpo del hombre, un callejón más allá, que lo habían asesinado antes de ir tras él, cortando un cabo suelto. Se dio vuelta para ver a Peter Marmot corriendo hacia él, tarde como de costumbre, pero con una sonrisa tan encantadora que uno no quería golpearlo en la nariz por mucho tiempo.

Peter se quedó mirando al hombre muerto, apuñalado limpiamente a través del corazón, y maldijo. Jason le contó sobre los tres villanos.

– Son los mismos tres hombres que secuestraron a James. Apostaría a que este supuesto Douglas Sherbrooke los envió por mí, sólo que ellos creyeron que yo era James. No pude atraparlos, maldito sea por incompetente. Este pobre viejo, le dieron un nombre para repetir hasta que llegó a nuestros oídos… Georges Cadoudal; luego lo mataron porque, supongo, él podía identificarlos.

Peter dijo:

– Intentemos encontrar algún amigo del pobre hombre, veamos si tal vez ellos saben algo acerca de Douglas Sherbrooke.

Jason dijo lentamente:

– El hecho es, Peter, que este Douglas Sherbrooke sabe todo sobre Georges Cadoudal, sabe que mi padre está preocupado por él, y por lo tanto es su nombre el que utiliza para sacarnos. Tiene que ser el hijo de Cadoudal… pero, ¿por qué va tras James en particular? ¿No serviría yo también si su motivo fuera simplemente eliminar a nuestro padre?

Pero no encontraron a nadie que quisiera admitir que conocía a Horace hasta que un pilluelo, con la ayuda de un soberano arrojado por Jason, les dijo que su nombre era Horace Blank.

– Él hacía una excelente tarta de riñón, siempre me daba una. Voy a extrañar al viejo Horace. Él vivía en Bear Alley, en el tercer piso, justo bajo los aleros.

Y entonces mordió el soberano, sonrió tan grande como una luna llena, y desapareció.

Caminaron hasta Bear Alley, encontraron las pequeñas habitaciones de Horace Blank bajo los aleros, y subió con dificultad las estrechas escaleras oscuras y entraron en la habitación de Horace. La pequeña sala estaba sorprendentemente limpia, con una cama de tablillas, un pequeño baúl a los pies, y por toda la pared del fondo había un horno, ollas y muchos ingredientes que él usaba para hacer sus tartas de riñón. Olía delicioso.

– Nunca comí una de sus tartas -dijo Peter, y sacudió la cabeza. -Realmente no me gusta esto, Jason.

Se separaron, Peter para apostar en un nuevo salón de juegos, que pertenecía a un amigo suyo, así que Jason supo que no podría salir del lugar tan pobre que tendría que pegarse un tiro, y Jason regresó a casa para cambiarse rápidamente con su atuendo de noche, y luego se marchó a la mansión de lady Radley, para un baile. Para ver a Judith McCrae.

James le había contado sobre su visita a Corrie y la farsa del pan de canela.

– Más gracioso que cualquier cosa que haya visto en Drury Lane -dijo James, y Jason deseó haber estado allí, para tomar una rebanada para sí mismo, quizás justo de la boca de Judith.

¿Lo mordería ella? Esa sí que era una idea encantadora.


Sonreía cuando la vio por primera vez al otro lado de la pista de baile, bailando con el joven Tommy Barlett, tan tímido que miraba fijamente el cuello de Judith. No, no era el cuello de Judith lo que atraía la atención de Tommy. Jason comenzó a abrirse paso hacia ella, hablando con amigos y enemigos por igual, saludando con un cortés movimiento de cabeza a los amigos de sus padres también, y sonriendo a la multitud de jovencitas, y algunas no tan jóvenes, que le echaban miradas tiernas que hacían que quisiera correr en la dirección opuesta.

– Hola, señorita McCrae. Hola, Tommy. Qué collar encantador, ¿verdad?

Tommy Barlett, todavía aspirando el adorable perfume de la señorita McCrae, con la lujuria palpitando por sus jóvenes y saludables venas, se dio vuelta lentamente.

– ¿Eres tú, James? No, eres Jason, ¿cierto?

– Sí, soy Jason.

– ¿Qué collar?

– El que has estado mirando atentamente, el que lleva la señorita McCrae. Alrededor de su cuello. No apartaste la mirada ni una sola vez de ese encantador collar.

– Oh, yo no estaba… ese es, cielos, ¿es el señor Taylor a quien veo allí, haciendo señas para que me acerque? Gracias, señorita McCrae, por la danza. Jason.

Y Tommy se marchó, casi galopando por el salón de baile.

– ¿Qué fue todo eso? -preguntó Judith, mientras se quedaba mirando a Tommy. -Actuaba como si tuviera terror de ti.

– Tenía una buena razón.

– ¿Por qué? No le dijiste nada. Vamos, Jason, ¿qué era todo eso?

Jason le sonrió.

– Hueles bien.

Ella se puso en puntas de pie y le olisqueó el cuello.

– También tú.

Él nunca sabía qué haría ella a continuación. A veces era desconcertante, pero con más frecuencia era encantadora, como ahora. Ella lo había olisqueado.

– Gracias. Probablemente Tommy te hubiese atacado si yo no hubiera intervenido.

– ¿Ese tímido jovencito? Lo dudo mucho. El baile había terminado. No interviniste absolutamente en nada. ¿Qué era eso de mi collar? ¿Te dije que pertenecía a mi madre?

– No, no lo hiciste. Es único.

– Así que Tommy estaba admirándolo. ¿Qué, podrías decirme, tiene eso de malo?

– El tímido Tommy estaba mirando tus pechos, no tu collar. Era astuto, pero yo pude notarlo.

– Oh -dijo ella, parpadeando. -Pensé que era modesto, terriblemente tímido, no astuto. Cielos, ¿un joven calavera en ciernes?

– Así es Tommy, sí -dijo Jason. -Veo gente acercándose. Bailemos.

– La gente a la que te refieres -dijo Judith mientras él le deslizaba el brazo alrededor y la llevaba danzando al medio de la pista, -son todas jovencitas. Tras de ti. Desafortunadamente, están apretadas en una bandada, una estratagema para nada buena. Quizás yo podría darles otros acercamientos… rodearte, quizás, o formar una cuña y llevarte a un rincón donde podrían hacer lo que quisieran contigo. Baja esa ceja altanera. Sabes muy bien que no vienen a ver si yo sé algún chisme nuevo o para elogiarme por mi collar. En realidad, no querría estar sola en una habitación oscura con ellas.

– Tonterías -dijo él.

Jason la hizo dar vueltas una y otra vez hasta que ella estaba riendo, aferrándose como si su vida estuviera en riesgo, y su perfume olía como… ¿qué? No eran rosas. No lo sabía.

– Oh, cielos, allí está Juliette Lorimer mirándome con ceño. Debe pensar que eres James. ¿No puede distinguirlos?

– Evidentemente no -dijo Jason, -aunque mis hombros son mucho más amplios que los de mi hermano.

Él la hizo bailar en medio de una multitud de vestidos y joyas relucientes. Tanta riqueza, pensó ella, tantas mujeres hermosas.

Jason se detuvo un momento y le sonrió.

– He oído acerca de tu glotonería. Debo decir que al principio me sentí horrorizado hasta que James me recordó la vez que logramos robar una hogaza entera de pan de canela de Twyley Grange de un alféizar, reverentemente posada allí para enfriarse. James y yo partimos la hogaza, y queríamos más.

– Podría haber comido la hogaza entera, sin cortar en rebanadas, en menos de tres minutos. Apenas la probé, sólo dos rebanadas. Deberías haber visto a lord Montague… realmente me ocultó el plato tras su espalda. -Y empezó a reír. -Qué caballero maravilloso es. Y tan apuesto.

– Será el tío político de mi hermano. Asombroso, eso.

– ¿Entonces Corrie finalmente sucumbió?

Jason se encogió de hombros.

– Evidentemente. James es un buen hablador, podría convencer a un vicario de compartir las monedas de su platillo de limosnas. Corrie no era un gran desafío. Ella también dice que eres tan bonita como Juliette Lorimer. Yo creo que podrías ser más bonita. La cosa es que, a diferencia de Juliette, tú tienes bondad, sin mencionar más picardía de lo que uno soñaría posible en una muchacha delicadamente criada.

– Ah, y tengo astucia, Jason. Montones de astucia.

– No porque lo haya visto. Es más, a veces pienso que eres demasiado franca, demasiado abierta, lo que sientes está allí en tu rostro, para que todos lo vean. Ten cuidado, Judith. La próxima vez que aceptes un baile de un joven caballero que se ve inocuo, mira sus ojos. Si no permanecen en tu rostro, recházalo.

Ella se rió, realmente rió por lo que él había dicho. Cerró los dedos en el abrigo de Jason y rió más.

Él se puso alarmantemente tieso.

– No veo nada divertido en ese consejo.

– No, no, no es eso, Jason. Mientras lo dijiste, estabas mirando mi busto.

– Eso es bastante diferente -dijo él, y se detuvo porque la música había terminado, al menos cinco segundos antes. Rozó ligeramente la punta de sus dedos contra la mejilla de Judith. -Encantador collar -le dijo, y la dejó a menos de su tía Arbuckle.

Jason oyó la risa de ella flotar detrás suyo. No bailó con ninguna otra dama, simplemente agradeció a su anfitriona y se marchó. Quería contarle a James lo que había sucedido en Covent Garden.

Tenían que encontrar al hijo de Georges Cadoudal antes de que lograra poner sus manos sobre cualquiera de ellos.

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