La brida golpeó a Louis de lleno en la nariz, toda la fuerza de James detrás de ella. La fuerza del golpe lo derribó, y él gritó con el choque del dolor y la furiosa sorpresa. La sangre salía a borbotones de su nariz. Aulló mientras levantaba el arma, pero James fue más rápido. Aun mientras disparaba, James estaba rodando hacia él. La bala golpeó el suelo, enviando astillas podridas volando hacia arriba.
James estuvo encima de él en un instante. Estuvo consciente de una aguda punzada de dolor en la cabeza, donde Louis lo había golpeado, y la ignoró. Agarró la muñeca de Louis y apretó, sintiendo los huesos fracturarse. Quería ese arma. Quería meterla por la garganta de Louis y apretar el gatillo. La nariz de Louis estaba rota, la sangre continuaba saliendo a borbotones. Pero era fuerte, y la muerte estaba en sus ojos y en su mente. Quería que James muriera; quería tomar su lugar y pretendía hacerlo enteramente.
Forcejearon, rodando por el piso cubierto de heno, podrido en muchos sitios ya que este viejo granero había estado abandonado muchos años. Tenían casi la misma fuerza, pero fue la furia que llegaba al alma de James lo que le dio ventaja. Lo sabía, la nutrió, permitió que lo llenara. Oyó las palabras salir de su boca, sonaba tan tranquilo, la furia ardiendo bajo:
– Voy a matarte, Louis. Voy a matarte ahora mismo.
James tiró del brazo de Louis hasta que el arma quedó en medio de ellos. James sintió la muñeca de Louis quebrarse, lo oyó gemir, pero no le importó. Louis clavó las rodillas en la espalda de James. James casi se retorció de dolor, pero se las arregló para aguantar. Bajó más el arma, más, hasta que apuntaba el pecho de Louis. Miró los ojos del joven, el joven que quería arrasar con su familia por ninguna razón más que creer que podía hacerlo. Todo el resto era una mentira tejida para justificar su codicia.
James apretó el gatillo.
La bala golpeó en el pecho de Louis Cadoudal. Su cuerpo se agitó, se arqueó hacia arriba. Y entonces cayó. Miró a James, abrió la boca, la sangre saliendo a borbotones.
– Hermano -dijo, y nada más.
James se arrojó a un costado y se puso de pie de un salto, respirando con dificultad. Estaba vivo. Vivo. No perdió tiempo con Louis. Agarró el arma y comenzó a correr. Estaba a un kilómetro de la casa solariega. Y Judith estaba allí. ¿Habrían ella y Annabelle Trelawny matado a su padre?
James entró corriendo por las puertas principales de Northcliffe Hall al mismo tiempo que el doctor Milton llegaba. Ningún hombre habló al otro, James porque respiraba con demasiada dificultad. Hollis estaba allí, alto y erguido, pero su rostro estaba pálido.
– En el salón -dijo, y vio a ambos hombres correr dentro de la habitación.
Por primera vez en sus setenta y cinco años, Hollis no sabía qué hacer. Su mente era un páramo. Caminó lentamente tras el amo James y el doctor Milton al salón, y se quedó allí parado junto a la puerta, vigilando a todos ellos, suponía, y luego simplemente rezó.
Levantó la mirada para ver a Ollie Trunk, el corredor de Bow Street, tambaleándose a través de las puertas principales. Hollis dijo:
– El doctor está aquí, gracias a Dios.
Ollie susurró:
– El sinvergüenza me dio, Hollis. ¡Me dio!
Y se desplomó en el vestíbulo de entrada.
Fue en ese momento que Hollis recuperó la compostura. Sin importar lo que hubiera sucedido, dependía de él arreglar las cosas. Se arrodilló al lado de Ollie Trunk y dijo:
– Estarás bien, Ollie, estarás bien. Ahora estoy aquí.
Douglas miró al doctor Milton, vio a James, y pensó que gritaría de alivio. Levantó lentamente la palma que había estado presionando con fuerza contra el hombro de Jason y vio que la herida ahora sólo sangraba lentamente.
– La bala le dio en el hombro izquierdo, demasiado cerca de su corazón, maldita sea; sigue dentro de él. Se ve mal. Charles… por favor, apresúrese.
En ese momento reconoció que había estado asustado cuando Freddie había llegado a Londres y les había dicho que James estaba enfermo, pero no era nada comparado con esto. Su muchacho le había salvado la vida, maldito fuera. Douglas estaba más allá del miedo ahora; él mismo planeaba matar a Jason si sobrevivía a esto.
James se quedó allí parado, pálido, vio a su padre moverse a un lado para dejar lugar al doctor Milton y le miró las manos, cubiertas con la sangre de Jason. Vio a su padre tomar a su madre entre sus brazos, y se quedaron allí parados juntos, abrazándose, sin hacer ni un sonido, con sus miradas sobre Jason. Entonces oyó a alguien susurrar su nombre.
– Corrie, oh, Dios, Corrie -y ella estaba en sus brazos, apretada fuerte contra él, y susurraba acerca de Judith y Annabelle Trelawny.
Judith, pensó James. Judith. Entonces vio la manta que cubría un cuerpo a algunos metros de donde Jason yacía en el sofá.
– La maté, James -dijo Corrie, pero no lloraba, se aferraba con fuerza. -Le disparé justo cuando ella disparaba a tu padre, sólo que Jason se metió frente a él, luego maté a Annabelle Trelawny porque iba a matar a Hollis. En realidad es la tía de Judith.
– Bien por ti -le dijo él contra el cabello. -Estoy muy orgulloso de ti, Corrie, más orgulloso de lo que puedo expresar. Me perteneces. Nunca lo olvides.
Ella se quedó perfectamente quieta contra James, luego suspiró, un profundo y suave suspiro, y se apoyó contra él, con la cabeza sobre su hombro.
Permanecieron en silencio hasta que el doctor Milton levantó la mirada y dijo:
– No les mentiré, milord, milady. Será complicado. Sin embargo, Jason es joven, sano y muy fuerte. Si alguien puede superar esto, es él. Ahora debemos llevarlo arriba a su cama, y tengo que sacarle esa bala.
Dos noches más tarde.
– Sabía que iba a morir -dijo Douglas, su rostro contra el cabello de su esposa. -A medianoche su respiración se dificultó y luego simplemente se detuvo. Sabía que estaba muerto, Alex. Casi morí yo mismo. Lo sostuve contra mí y lo sacudí, estaba tan furioso con él por arrojarse enfrente mío. Entonces, gracias a Dios, empezó a respirar otra vez.
Ella lo abrazó aun más fuerte.
– Está bien ahora, Douglas. Sobrevivirá a esto.
– Sí, ahora lo sé.
No estaban solos en el dormitorio de Jason. James y Corrie estaban sentados muy juntos en un sofá que había sido llevado allí, ambos despiertos cuando Douglas había llevado al doctor Milton de su dormitorio para ver a Jason.
Douglas dijo:
– Jason no me dijo nada pero abrió los ojos, Alex. Abrió sus ojos y sonrió. Entonces volvió a quedar inconsciente.
Douglas miró al doctor Milton, que tomó el pulso de Jason y después le levantó los párpados. Dijo con calma:
– No está inconsciente, milord, está dormido. Por primera vez. Su respiración es más profunda ahora. Creo que ha escapado a la fiebre. -El doctor Milton se levantó, tocó ligeramente el hombro de Jason con su mano y se enderezó. -Creo que superará esto. Ahora, todos ustedes, vayan a descansar un poco. Yo me quedaré a su lado.
Por supuesto, nadie abandonó la habitación de Jason.
Douglas no descansó mucho rato. James y Corrie estaban apoyados uno contra el otro, finalmente dormidos. La cabeza de Alexandra estaba sobre su hombro, y oía su suave respiración. Pensó en la terrible experiencia de lady Arbuckle; Douglas había enviado a Ollie Trunk, recuperado del golpe en la cabeza, de regreso con ella a Cornualles esa mañana, Hollis seguía cloqueando a su alrededor. Lady Arbuckle estaba muerta de miedo por su esposo, y no era nada extraño. También Douglas. Dudaba que lord Arbuckle siguiera vivo, pero no iba a decir eso en voz alta.
Nadie había dicho una palabra acerca de Annabelle Trelawny. Hollis había entrado en el dormitorio de Jason esa primera noche, se había parado junto a la puerta, erguido y alto.
– Estoy preparado para retirarme, milord.
Douglas había levantado la mirada, se había dado cuenta de lo que Hollis había dicho, y había fruncido el ceño.
– ¿Qué son estas tonterías? No te jubilarás, viejo. Un miembro de la familia no se jubila de la familia.
Hollis miraba fijamente a Jason, inconsciente, su respiración tan superficial que no parecía que estuviera respirando en absoluto. Miraba su pecho desnudo, cubierto con una enorme venda blanca. Su muchacho estaba inconsciente, su rostro quieto, demasiado pálido. La respiración de Hollis se dificultó.
– Debo hacerlo, milord. Soy responsable de todo esto.
Douglas estaba muerto de miedo por su hijo, y allí estaba Hollis, queriendo asumir toda la culpa. Quería decir a Hollis que fuera a acostarse y que durmiera por todos ellos, pero una mirada al rostro del anciano y se calló.
– No eres responsable por nada de esto, Hollis.
No dijo el nombre de Annabelle Trelawny. Nunca quería volver a decir ese nombre mientras viviera.
Hollis se puso aun más recto.
– Yo traje a esa mujer aquí. Estaba tan embobado, mi cerebro dejó de funcionar correctamente. Ella me usó, milord, para hacer que todos ustedes confiaran en ella. Debo retirarme, milord. Los he herido a todos. De algún modo debo cumplir un castigo.
Alexandra, con los ojos rojos por la falta de sueño, la preocupación y las lágrimas, dijo:
– Pensaré en esto, Hollis. Habrá un castigo adecuado por tus crímenes. Ahora, queremos que vayas a acostarte. Bebe un poco del brandy de Su Señoría. Duerme, Hollis, o no podrás cumplir con tu castigo. Créeme, el retiro es demasiado fácil.
Hollis hizo una reverencia, dijo “Sí, milady,” y abandonó el dormitorio de Jason.
Douglas miró a su esposa.
– Bien hecho -le dijo. -Creo que sus hombros estaban aun más erguidos cuando se fue que cuando llegó.
Douglas finalmente estaba dormitando, soñando con un día mucho tiempo atrás en que había llevado por primera vez a sus muchachos a pescar, y Jason había atrapado una trucha y se había emocionado tanto que había perdido el equilibrio y caído al agua, perdiendo ese pez. Douglas sonreía por el recuerdo cuando de pronto despertó. Miró el reloj de bronce dorado sobre la repisa de la chimenea. Eran casi las cuatro de la mañana. Tres ramas de velas mantenían las sombras alejadas de la cama, pero el resto de la habitación estaba en penumbras. El doctor Milton estaba dormido sobre la carriola a un metro. Tanto Corrie como James estaban dormidos, al igual que Alexandra. El dormitorio estaba en absoluto silencio. ¿Qué lo había despertado?
Se levantó inmediatamente y fue al lado de la cama de Jason. Se sentó a su lado, le tomó la mano, una mano bien formada, bronceada, fuerte.
Jason abrió sus ojos y dijo, su voz un susurro oxidado:
– ¿Supongo que estoy vivo?
– Sí, y seguirás así -dijo Douglas.
Quería abrazar a su hijo y nunca soltarlo, pero eso lo lastimaría. Levantó su mano, la acarició, sintió el calor de su piel, la sangre que fluía a través del cuerpo de su hijo. Gracias a Dios que estaba vivo. Entonces Douglas quiso gritarle. Pero no gritó, o casi.
– Te amo, Jason. También pretendo totalmente golpearte hasta que estés casi muerto por arrojarte enfrente mío para salvar mi vida.
Jason sonrió y entonces un espasmo de dolor palideció sus ojos.
– ¿Judith?
Fue Corrie, ahora despierta y parada al lado de su padre, quien dijo:
– Yo le disparé, Jason, en el mismo instante luego de que te disparó. Está muerta.
Jason no dijo nada por unos momentos. Luego suspiró.
– Parece que no soy un muy bueno para juzgar a las personas.
– Parece que ninguno de nosotros lo es -dijo su madre. -Todos fuimos engañados… todos. Nos agradó y la aceptamos, tal como hicimos con la Annabelle Trelawny de Hollis.
Jason sintió la mano de su madre acariciándole suavemente el antebrazo, vio a su gemelo sonriéndole desde los pies de la cama, ya que no podía acercarse más. Jason pensó que James no se veía bien, no se veía para nada bien. Entonces quiso reírse, por el modo en que él mismo debía verse ahora. Y luego pensó en Judith, en sus ojos pícaros, su ingenio, su encanto. Pensó en esos sentimientos salvajes, apremiantes que ella le había provocado, sentimientos que nunca antes había experimentado en su vida. Pensó en que ella se había marchado, para siempre. No lo entendía del todo, pero no parecía para nada importante ahora mismo.
Cuando su madre le susurró al lado de la cara “te queremos. Ahora descansa, Jason. Todo estará bien,” él lo hizo.