CAPÍTULO 25

James estaba tomando el té la mañana siguiente, realmente sentado en su silla en el desayunador, no apoyado en su cama. Y, qué sorpresa, no se sentía como si quisiera caerse de la silla y acurrucarse en la alfombra.

Jason dijo, mientras le pasaba un cuenco de gachas:

– Esto es de la señora Clemms. Dijo que debías comerlo todo o que yo te lo metería por la garganta. Si no lo lograba, bueno, entonces ella vendría aquí y se quedaría junto a tu mano derecha y te cantaría ópera al oído hasta que hubieses dejado limpio el cuenco a lametones.

– No sabía que la señora Clemms podía cantar ópera.

– No puede -dijo Douglas, y sonrió por encima de su periódico.

James tomó una gran cucharada y se quedó allí sentado, masticando, saboreando la dulce miel que ella había mezclado en las gachas, cuando su madre entró en la habitación, permitió que Willicombe la ayudara a sentarse y luego anunció:

– Me reuniré con Corrie y Maybella esta mañana. Su padre piensa que mientras antes se realice la boda, mejor -y entonces tomó una rodaja de tostada, le untó jalea de grosella, y tomó un satisfactorio mordisco.

James tragó demasiado rápido y se ahogó. Su padre estaba a punto de dejar su asiento cuando James levantó la mano y dijo:

– No, señor, estoy bien. Estaba pensando, madre, que quizás sería mejor si Corrie y yo nos reuniésemos primero.

– ¿Qué es esto, James? ¿Todavía no has logrado convencerla? ¿Ella sigue amenazando con huir?

James se volvió hacia su padre.

– Si le doy más de un minuto sola, entrará en pánico. Sí, probablemente huirá. Me dijo que esto no es justo, dijo que acababa de comenzar a hacer sus travesuras, verán, mientras que yo he tenido siete años más para ser tan libertino como deseaba.

– Hmm -dijo la futura suegra de Corrie. -Tiene un buen punto, James. No lo había pensado de ese modo. Sabes, fue lo mismo con tu padre y conmigo, sólo que él era diez años mayor que yo, y él sabía muchísimo más que yo y…

– No creo que debas revisitar el pasado, Alex -dijo Douglas. -Podrías no recordar las cosas del modo en que realmente sucedieron.

– Bueno, eso es ciertamente algo bueno de envejecer. -Le sonrió a sus hijos. -Uno suaviza un poquito las cosas a través de la bruma de los años. James, si quieres, puedo buscar a Corrie y traerla aquí.

– No, gracias, madre. Como me siento más en forma esta mañana, creo que llevaré a Corrie a montar por el parque. Pero primero debo escribir un anuncio. -James se disculpó, y dijo por encima de su hombro mientras abandonaba el comedor:

– Me afeité solo esta mañana. Petrie predijo que cortaría esa encantadora vena en mi cuello. Juro que estaba desilusionado cuando no lo hice.

– Y -dijo Jason, poniéndose de pie, -yo voy a encontrarme con varios de nuestros amigos. Ninguno de ellos tuvo novedades la otra noche, como bien saben, pero entiendo que Peter Marmot dijo que nos encontraríamos con un tipo en Covent Garden. Supuestamente él habló sobre este tipo, Cadoudal. Probablemente no sea nada, pero nunca se sabe. -Jason jugueteó con su servilleta un momento, y luego dijo, en voz baja: -En realidad fue James quien se suponía que fuera con Peter, pero no creo que esté totalmente bien aún; al menos no quiero que se arriesgue tan pronto nuevamente.

– Iré contigo -dijo Douglas, y arrojó su servilleta.

– No, padre, hemos discutido esto. Todos creemos firmemente que tienes que mantenerte cerca de casa los próximos días. El hombre que hizo secuestrar a James debe saber ahora que fracasó. Sé que otra cosa surgirá muy pronto. Por favor, señor, déjenos ver qué podemos descubrir.

– Si sales herido, Jason -dijo su padre, -estaré muy molesto.

– Simplemente no le cuenten a James sobre esto. Es probable que intente aplastarme contra una pared.

– Si haces que te hieran, yo te aplastaré contra una pared -dijo Douglas.

Jason le ofreció una sonrisa engreída, se inclinó para besar la mejilla de su madre y salió del desayunador, silbando.

– Los jóvenes creen que son inmortales -dijo Douglas. -Me mata de miedo.

¿Los jóvenes? Alexandra pensó en cómo su esposo había salido tarde por la noche una vez en Rouen, solo, silbando, de hecho, a visitar a algunos rufianes que operaban en las sombras de los arbotantes de la catedral. Sin embargo, habiendo estado casada durante veintisiete años, no dijo una palabra.


Corrie estaba masticándose la uña del pulgar, mirando por el extenso y estrecho parque al otro lado de la calle de la casa de ciudad de tío Simon en Great Little Street, preguntándose qué iba a hacer. ¿Subir a bordo de un barco con destino a Boston -un nombre extraño para una ciudad- en las remotas tierras de América? ¿O, y esto era más probable, simplemente darse por vencida y caminar hacia el altar, con James a su lado? Y, a decir verdad, ¿qué tenía eso de malo? Cuando la había besado, ella había querido arrojarlo al piso y sujetarlo allí. Gimió en voz alta, ecos de esos sentimientos absolutamente asombrosos que habían abrumado las partes más profundas de ella, aquellos sentimientos que la habían hecho volar a los cielos en el instante en que la boca de él había tocado la suya, todavía retumbando dentro de ella. Se estremeció ante el recuerdo de esos pequeños chispazos de lujuria.

Corrie sacudió la cabeza, y entonces vio a una jovencita atravesando el parque, yendo en su dirección. Era la señorita Judith McCrae, y era tan hermosa. Quizás tan hermosa como la señorita Juliette Lorimer, que había perdido a James, ¿y no era eso una pena?

Al menos si Corrie se casaba con James, él no terminaría con una esposa espantosa como Juliette, que no apreciaría lo inteligente, lo astuto e ingenioso que él era, que se quejaría si tuviera que recostarse en una pequeña colina y mirar las estrellas mientras James espiaba por su telescopio la constelación de Andrómeda en el cielo boreal. Juliette probablemente pensaría que Andrómeda era un nuevo perfume de Francia.

Corrie suspiró. Cuando James había deslizado la lengua en su boca, un millón de estrellas habían explotado en su cabeza, Andrómeda probablemente entre ellas, y sabía que las estrellas eran sólo el comienzo. ¿Habría sido igual para James? Probablemente no. Él era hombre.

Judith McCrae estaba casi en la puerta principal. ¿Qué querría? Apenas conocía a la muchacha, sólo sabía que había estado flirteando con Jason. Se levantó, sacudió sus faldas y esperó a que Tamerlane, el mayordomo de Londres de tío Simon, la anunciara, lo cual hizo, con su cabello rojo brillando a la luz de la mañana.

Él se quedó parado en la puerta abierta de la sala de dibujo, se aclaró la garganta y bramó:

– La señorita Judith McCrae de los McCrae de Irlanda en Waterford ruega que le permitan ver a la señorita Corrie Tybourne-Barrett.

Corrie oyó una risita femenina, y ¿era eso una carcajada ahogada de Tamerlane? Entonces entró la señorita McCrae, caminando con gracia en la sala de dibujo, con una enorme sonrisa en su rostro, sabiendo que había cautivado con esa hábil presentación. Corrie le devolvió la sonrisa, efectivamente encantada.

– Qué agradable verla, señorita Tybourne-Barrett. Entiendo por mi tía Arbuckle que usted y James Sherbrooke se casarán. -Corrie gruñó. -¿Cree que estaremos emparentadas?

Esto era hablar con franqueza, sin dudas. Y enormemente astuto, tan astuto que uno no quería golpearla, quería reír, así que eso significaba que la señorita McCrae era una muchacha muy inteligente.

Corrie dijo:

– No, señorita McCrae, James y yo no hemos decidido casarnos, así que diría que se ve sombrío que estemos emparentadas. ¿Le gustaría un poco de té?

– Por favor, llámeme Judith. Hubiese tomado su gruñido por un sí. Creo que lord Hammersmith es un hombre muy persistente, posiblemente tan persistente como su hermano. Persistente es un modo muy agradable de decir que los dos son tan tercos como mulas. Pero, ¿quién sabe? Yo soy muy persistente también. Jason me necesita, sabe, tal como lord Hammersmith la necesita a usted.

– Señorita McCrae…

– Llámeme Judith -dijo con una alegre sonrisa que acentuaba los profundos hoyuelos a cada lado de su encantadora boca.

Corrie suspiró.

– Judith, James no necesita a nadie, especialmente a mí. Este matrimonio, si debe haber uno, está siendo endilgado a los dos. Oh, cielos, realmente no la conozco, y aquí estoy contándole todo.

– Lo sé, en ocasiones hago lo mismo, especialmente cuando algo muy profundo dentro mío reconoce que puedo confiar en otra persona.

Corrie buscó a alguien que hubiese conocido que fuera al menos un poquito parecido a esta jovencita, pero no pudo. Judith parecía ser única.

– No sabía que usted conocía tan bien a Jason.

– Para nada bien aún, pero sí sé que lo quiero con bastante desesperación. Nunca he visto a un hombre más encantador en toda mi vida, pero, ya sabe… eso no es tan importante, ¿verdad?

Corrie vio a James claramente en su mente, y sacudió la cabeza muy despacio.

– No, supongo que no lo es, excepto cuando una simplemente quiere mirarlo y suspirar de placer.

– Sí, por supuesto. Hace que me cosquilleen los pies de sólo pensarlo. Ahora, debo lograr que Jason se dé cuenta de que me desea con la misma desesperación. Sin embargo, con la amenaza sobre la vida de su padre se hace difícil conseguir su atención. Está distraído.

– Yo también lo estaría si alguien estuviese intentando asesinar a mi padre.

El modo en que Corrie había conseguido la atención de James había sido salvándolo, luego atendiéndolo, y tal vez ese no era el método preferido para atraer a un caballero.

Tío Simon entró en la habitación, sus hermosos ojos enfocados en algo que sólo él podía ver, probablemente alguna maldita hoja que estaba creando en su mente, que todavía no había sido inventada por la Naturaleza.

– Tío Simon, esta es la señorita Judith McCrae.

– ¿Eh? Oh, no estás sola, Corrie. -Parpadeó sus espesas pestañas sobre sus encantadores ojos e hizo una reverencia. -Señorita McCrae, qué encantadora parece ser. Naturalmente, uno nunca conoce realmente al otro, más que nada cuando acababa de conocerse, ¿no lo cree?

– Sólo una persona muy estúpida estaría en desacuerdo, milord.

– Y este es mi tío, lord Montague.

Corrie intentó no reír tontamente mientras veía a tío Simon tomar la mano de la señorita McCrae, y darle su completa atención durante tal vez tres segundos, lo suficiente para que Judith se diera cuenta por completo que, aunque podía ser un poquito viejo, seguía siendo una placentera visión para las damas.

Judith parecía tener más habilidades respecto a los caballeros que Corrie. Sus hoyuelos se profundizaron, miró a tío Simon a través de pestañas que se veían más gruesas que las de Juliette y dijo:

– Entiendo que es usted un experto en la identificación y preservación de todo tipo de hojas, milord. Encontré una en el parque el martes pasado por la mañana, que fui incapaz de identificar. Quizás…

– ¿Una hoja? ¿Encontró usted una hoja desconocida, señorita McCrae? ¿En el parque? Bueno, también yo. Qué asombrosa coincidencia. Por favor, tráigala y compararemos hojas. -Sonrió abiertamente a la señorita McCrae, se sentó y le dijo a Corrie: -Parece que tengo suerte. Tu tía ha salido de compras y la cocinera ha preparado… -su voz bajó dramáticamente, -pan de canela Twyley Grange. -Tío Simon bajó su voz aun más a casi un susurro. -Yo mismo le traje la receta. Ha estado toda nerviosa, dándose ánimos para hacerla, y así ha sido, finalmente. Ha preparado seis rodajas, lindas rodajas gruesas. Como la señorita McCrae está aquí, eso significa que no podemos dividirlas, Corrie. Eso quiere decir que cada uno podrá comer dos, ¿a menos que alguna de ustedes quizá esté intentando perder peso? No, Corrie, sigues demasiado delgada. -Hubo un compungido suspiro entonces. -Me temo que necesitarás comer las dos que te pertenecen. -Miró críticamente a Judith, cuya figura era casi perfecta, y dijo pensativamente: -Una jovencita nunca puede ser demasiado cuidadosa con su consumo de pan, ¿no concuerda, señorita McCrae?

– Siempre he practicado comer una sola rebanada, señor. Dos engordarían mis mejillas. Siempre ha sido así.

– Excelente. -Simon se frotó las manos y gritó: -¡Tamerlane! Trae el pan de canela, y rápido, hombre. Es posible que lady Montague pueda regresar antes de que lo que ninguno de nosotros desea.

Judith echó un vistazo a Corrie, se sentó recatadamente y esperó que entregaran el pan de canela. El brillo en sus oscuros ojos era escandaloso.

Cuando Tamerlane, con gran ceremonia, quitó rápidamente la tapa plateada de la pequeña bandeja, el olor a canela entró flotando en la habitación. Hubo un total silencio, y entonces Judith respiró bruscamente.

– Oh, cielos, ¿saben tan bien como huelen?

Tamerlane anunció:

– Esta es la receta exacta de la cocinera en Twyley Grange. No tienen comparación.

– ¿Cómo diablos sabrías eso, Tamerlane? La cocinera dijo que hacía una hogaza de sólo seis rebanadas. ¿Había otra rebanada y tú la birlaste? ¿La metiste por tu garganta? ¿Realmente me robaste una séptima?

– No, milord, era un miserable trozo extra que no encajaba bien en esa gloriosa hogaza que la cocinera creó. Ella me permitió comerla, para asegurarse de que cumpliera con sus estrictos estándares.

Tamerlane sonrió y pasó el plato primero a la señorita McCrae. Judith tomó una rodaja y la tuvo en la boca tan rápidamente que le hizo temblar la nariz. Masticó, cerró los ojos con dicha, antes de que tío Simon pudiera tomar su rodaja del plato, lo cual hizo enseguida.

Corrie reía tanto que le costaba respirar. Le dio tiempo a Judith de tomar una segunda rebanada del plato bajo la nariz de tío Simon, apartarse rápidamente de él, ya que parecía listo para quitársela de la mano, y decir, con la boca llena:

– No creo que estés demasiado delgada para nada, Corrie. Es más, estaba pensando que tal vez tu cara está un poquito regordeta y podrías reducirte a una rebanada… oh, cielos, este es el mejor pan de canela que haya comido en mi vida.

Simon dijo:

– Ya ha comido dos rebanadas y, hasta donde sé, usted no estaba invitada aquí esta mañana, simplemente llegó. Probablemente olió que estaban cocinándolas y vino a presentarse, con la boca abierta. Ya ha tenido suficiente.

Estaba hablando con su segunda rodaja, la bandeja ahora haciendo equilibrio sobre su rodilla, su otra mano cubriéndola.

James entró en la sala de dibujo para ver a Corrie casi azul, de tanta fuerza que hacía para dejar de reír. Entonces olió el pan y oyó a sus papilas cantar aleluya. El famoso pan de canela de Twyley Grange, la receta bien protegida durante casi treinta años, y ahora estaba aquí.

– Ah, James, ¿eres tú? -preguntó Simon, y deslizó rápidamente la bandeja, que ahora tenía sólo dos rebanadas, detrás de su espalda. -Te ves bastante bien nuevamente, muchacho. Para nada delgado.

– Sí, señor, estoy casi en forma otra vez, y bastante regordete -pero su boca hecha agua deseaba una de esas rebanadas, desesperadamente.

Se forzó a volverse hacia la jovencita que intentaba ver esa bandeja. James sabía que era la señorita McCrae, la joven dama que había logrado conseguir la atención de Jason dos veces -lo cual era asombroso- e incluso una tercera vez, algo que ninguna muchacha había logrado antes. Estaba chupándose los dedos ahora, canturreando de placer.

James, que sabía todo sobre el inmenso poder del pan de canela de Twyley Grange, dijo:

– Tiene razón, señor, soy un verdadero armiño. No estoy aquí para atiborrarme de pan, aunque probablemente desearía hacerlo, si no estuviera tan gordo. En realidad, estoy aquí para llevar a Corrie a cabalgar al parque.

Corrie se puso de pie de un salto, un ojo sobre su tío y otro sobre Judith McCrae, que estaba levantándose lentamente, mirando fijo a James.

Tío Simon tragó y -pareció magia- otra rebanada de pan pareció desaparecer en su mano y se movía velozmente hacia su boca abierta.

– Llévala -dijo Simon, y mordió, casi estremeciéndose de placer. -Ahora. Antes de que ella intente agarrar la última rodaja.

– Esto es bastante sorprendente -dijo Judith, su cabeza inclinada a un lado, los gruesos rizos negros casi tocándole el hombro. -Me habían dicho que usted y Jason eran bastante idénticos, pero aquí, de cerca, creo que no se parece en nada a su hermano.

– Eso me han dicho -dijo James. Le tomó la mano, miró esos oscuros ojos suyos y dijo: -Usted es la señorita Judith McCrae, y yo soy James Sherbrooke. Es un placer conocerla finalmente.

– Gracias -dijo Judith. -A mí también me complace. -Ella miró esos increíbles ojos violeta. -Tal vez Jason sea un poquito más alto que usted, milord, y ahora que estoy parada a sólo un metro de usted, creo que los ojos de Jason son más violeta que los suyos.

– Eso es ridículo, Judith -exclamó Corrie. -James tiene los ojos violeta más hermosos de toda Inglaterra, todos han comentado eso, y como dicen que Jason es su gemelo exacto, entonces, ¿cómo es posible que creas que sus ojos son más violeta?

– Supongo -dijo Judith lentamente, sin apartar jamás la mirada del rostro de James, -que podría estar equivocada en cuanto a los ojos. Pero Jason es más alto, no hay ninguna duda de eso. Y quizás también es más ancho de hombros.

James estalló en carcajadas. Corrie se dio vuelta de golpe para mirarlo con un ceño. En cuanto a la señorita McCrae, James sabía que estaba intentando mantener una expresión seria.

Pero Corrie, todavía enganchada en la línea de la señorita McCrae, saltó.

– ¿Más ancho de hombros? ¡Eso es absurdo, ridículo! Aunque James ha estado bastante enfermo, casi muerto de tan enfermo, aun así, sus hombros permanecieron exactamente iguales, y eso significa que es perfecto. Míralo… ¡nunca he visto una amplitud de hombros tan perfecta en toda mi vida! La idea de que los de Jason sean…

– Corrie -dijo James, estirándose para tocarle el brazo, -gracias por defenderme, al gemelo obviamente inferior. La señorita McCrae casi te ha tomado el pelo por completo. Suelta el cebo ahora, Corrie.

– Pero, ella…

– Suéltala.

Corrie miró de Judith a James, repasó los escandalosos comentarios de Judith, sus propias respuestas, y se sintió como la idiota de la aldea. Dijo, mirando sus zapatillas, su voz suave y un poco triste:

– Me temo que puedas tener razón, Judith. He estado pensando, en realidad por algún tiempo, que quizás es a Jason a quien prefiero, no a James aquí presente, con sus precarios hombros.

– ¡No tendrás a Jason! ¿Me oyes? -Corrie levantó la mirada y sonrió como tío Simon cuando encontraba una hoja nueva. -Oh -dijo Judith, jadeando un poquito, -sé cuándo me ajustan cuentas, y esta simplemente me aplastó. Eso fue excelente, Corrie. Me diste justo en la nariz.

Corrie estaba acicalándose y James riendo cuando Judith se volvió hacia lord Ambrose y dijo:

– Y ahora, milord, ¿quizás le gustaría ver la hoja que no logré identificar? O James, entiendo que usted tiene una mente curiosa. ¿Quizás le gustaría ver mi hoja no identificada?

Simon se levantó de un salto de su asiento, indignado.

– ¿Perdón? ¿Qué es esto, señorita McCrae? -Le agitó el plato, que ahora tenía una rebanada solitaria en el centro, y dijo: -Usted me contó acerca de la hoja, y a nadie más, en particular a James, que no sabe absolutamente nada sobre hojas, sólo sobre lo que cuelga arriba en los cielos. Además, James ya casi se ha marchado, para llevar a Corrie a montar. Deseo ver esa hoja, señorita McCrae.

Judith sonrió, batió sus pestañas a Simon y dijo:

– Tal vez si pudiera tener esa última rebanada, señor, garantizaría que la hoja sería suya.

Simon miró esa rebanada, pensó en las tres que ya había consumido, pensó en la hoja no identificada que podría ser hermana de la que él había encontrado en el parque, miró nuevamente la rodaja y dijo:

– Muéstrele la hoja a James.

Se comió la última porción, limpió sus manos en los pantalones, asintió a los tres jóvenes y se marchó, tarareando.

– Tú, Judith, eres bastante asombrosa -dijo Corrie. -Ahora sabemos qué es más importante para tío Simon. Tendré que contarle a tía Maybella. -Miró con los ojos entrecerrados a James. -¿Tal vez en nuestra luna de miel la actividad preferida podría ser comer pan de canela?

Él se rió.

– Posiblemente. Ya lo veremos, ¿verdad?

Oyeron la puerta del frente abrirse, escucharon la voz de tía Maybella resonar repentinamente enfurecida.

– ¡Lo huelo! Simon, ¿dónde estás? Te has comido una hogaza entera, ¿verdad? Esconderé esa hoja no identificada tuya, miserable lunático, ¡ya verás! ¡Quiero un poco de pan de canela!

– Salgamos de aquí -dijo James, y ofreció un brazo a cada jovencita.

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