CAPÍTULO 02

Si hay algo desagradable sucediendo, los hombres seguro que se saldrán de eso.

~Jane Austen


– ¿Le diste qué? Madre, por favor dime que no firmaste eso con mi nombre.

– Vamos, James, Corrie no tiene noción de lo que se espera de ella cuando vaya a Londres para la Pequeña Temporada. Pensé que un adorable libro sobre la conducta adecuada para una joven dama entrando en la amable sociedad sería exactamente lo que la haría pensar en la dirección correcta.

¿Su madre ya sabía sobre la Pequeña Temporada de Corrie? ¿Dónde había estado él? ¿Por qué nadie le había dicho?

– Un libro acerca de conducta -dijo inexpresivamente, y comió una loncha de jamón. Pensó en esa mueca suya de desdén y dijo: -Sí, puedo ver que realmente necesitaría eso.

– No, espera, James, el libro fue de parte de Jason. Le di a Corrie un hermoso libro ilustrado de las obras de Racine de tu parte.

– Lo único que hará será mirar las imágenes, mamá. Su francés es abominable.

– También lo era el mío, una vez. Si Corrie se lo propone, se volverá tan notablemente fluida como yo.

El conde, que estaba mirando con una media sonrisa en su rostro desde la otra punta de la mesa, casi se ahogó con sus habichuelas. Arqueó una oscura ceja.

– ¿Una vez, Alexandra? ¿Y ahora eres fluida? Bueno, yo…

– Tú estás interrumpiendo una conversación, Douglas. Puedes continuar comiendo. Ahora, James, acerca de las obras. Según recuerdo, las ilustraciones son de un estilo bastante clásico, y creo que ellas las disfrutará, aun si no puede deducir todas las palabras. -James miró fijamente el trozo de papa arponeado en su tenedor. Su madre preguntó: -¿Por qué, James? ¿Había alguna otra cosa que quisieras regalarle?

– Una fusta -dijo James en voz baja, pero no lo suficiente.

Su padre volvió a ahogarse, esa vez con una zanahoria cocida.

Su madre dijo:

– Es una joven dama ahora, James, aunque siga vistiendo esos lamentables pantalones y ese vergonzoso viejo sombrero. No puedes seguir tratándola como tu hermanito menor. Ahora, acerca de esta fusta, ¿por qué no se la compraste tú mismo? Oh, ahora recuerdo que Corrie dijo que nunca usaría fustas con su caballo.

– Olvidé su cumpleaños -dijo James, y rogó que su padre no iluminara a su madre.

– Lo sé, James. Según recuerdo, no estabas aquí para preguntarte, así que no tuve más opción que suministrar tu regalo.

– Mamá, ¿no podías haberle comprado algunas ropas… ya sabes, ¿tal vez un lindo conjunto o un par de botas para montar y haberlo firmado con mi nombre?

– Eso, querido mío, no sería apropiado. Corrie es ahora una joven dama y tú eres un joven caballero no emparentado con ella.

– Los jóvenes caballeros -dijo Douglas Sherbrooke, moviendo su tenedor hacia James desde la cabeza de la mesa del almuerzo, -sólo le dan ropas y botas de montar a sus amantes. Seguramente ya hemos hablado de eso, James.

Alexandra dijo:

– Douglas, por favor, James es mi adorable pequeñito. Seguramente no es lo correcto que le hables de amantes. Seguramente necesita años para madurar antes de que realmente tome parte en tales, eh, actividades.

Tanto su esposo como su hijo la miraron fijo y luego, lentamente, ambos asintieron. James dijo:

– Eh, sí, por supuesto, mamá. Muchos años.

Ella dijo:

– Douglas, no soy una amante y me has comprado ropas y botas para montar.

– Bueno, naturalmente, alguien debía vestirte adecuadamente.

James dijo:

– Al igual que alguien necesita vestir a Corrie apropiadamente, señor. Ella es más muchacho que muchacha. Si llega a convertirse en una jovencita, aún no tiene noción de cómo son las cosas. No tiene nada de experiencia. Nunca ha estado en Londres. No creo, mamá, que un libro sobre conducta vaya a ser de mucha ayuda si no sabe cómo vestirse y ataviarse.

– Quizá pueda darle a su tía Maybella algunas sugerencias -dijo Alexandra. -Me he preguntado muchas veces porqué Maybella no ha vestido adecuadamente a Corrie. Tanto ella como Simon la han dejado continuar vagando por los campos vestida como un muchacho.

– También me he preguntado eso -dijo James, y dio un mordisco a su pan. -Quizá no le gustan los vestidos. El buen señor sabe que puede ser tan obstinada, que su tío probablemente se ha dado por vencido y deja que ella mande.

– No -dijo Douglas. -No es eso. No hay nadie más obstinado que Simon Ambrose en toda Inglaterra. Debe ser algo más.

– ¿Te gustaría un buñuelo de durazno, querido? -Los dos queridos la miraron. -Qué agradable. Tengo su atención ahora, la de ambos. ¿Les gustaría acompañarme a Eastbourne esta tarde?

Douglas, que había querido ir a ver a un nuevo cazador en Squire Beglie’s, masticó más vigorosamente su bocadillo de camarón.

– Eh, es por tu madre -dijo Alexandra.

– Discúlpenme, madre, padre, me marcho.

– James es rápido cuando necesita serlo -dijo Douglas, siguiendo el veloz progreso de su hijo por el comedor. Suspiró. -Muy bien. ¿Qué quiere mi madre?

– Quiere que traiga al menos seis nuevas muestras de papel de empapelar para su recámara.

– ¿Seis?

– Bueno, verás, ella no confía en mi gusto, así que en realidad traeré tantos como sea posible, para que ella pueda hacer su selección aquí.

– Que vaya ella misma.

– Ah, ¿y la llevarías tú?

– ¿A qué hora quieres partir?

Alexandra rió, arrojó su servilleta y se puso de pie.

– En una hora, más o menos. -Se inclinó, con las palmas sobre el mantel blanco nieve, y le dijo a lo largo de la mesa a su esposo: -Douglas, hay algo más…

Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, su marido dijo:

– Por Dios, Alexandra, tu vestido es profundo casi hasta las rodillas. Es obviamente un vestido de libertina, con tus senos casi cayéndose de él. Espera… estás haciendo esto a propósito, inclinándote de ese modo sobre la mesa. -Golpeó su puño sobre la mesa, haciendo que su copa de vino saltara. -¿Por qué nunca aprendo? He tenido década tras década para aprender.

– Bueno, no tantas décadas. Y realmente aprecio tu admiración por mis mejores puntos.

– No me harás sonrojar, madame. Estás notablemente bien arreglada… muy bien, estoy totalmente enganchado, ¿qué es lo que quieres de mí?

Ella le ofreció la más dulce sonrisa.

– Quiero hablarte sobre la Novia Virgen. Una conversación seria, no una de tus eres una idiota por siquiera mencionar a ese ridículo fantasma que ni siquiera existe.

– ¿Qué hizo ese condenado fantasma ahora?

Alexandra se enderezó y miró a través de las altas ventanas, hacia el jardín oriental.

– Dijo que habría problemas.

Él contuvo el sarcasmo a raya por el momento.

– ¿Estás diciendo que nuestro fantasma virgen residente de cientos de años, que nunca se ha aparecido a ningún hombre en esta casa por la simple razón de que nuestros cerebros no permiten semejante insensatez, ha venido a ti y te ha dicho que habría problemas?

– Así sería aproximadamente.

– Creí que ella no hablaba, que sólo andaba flotando, viéndose desamparada y transparente.

– Y adorable. Es realmente bastante increíble. Ahora, sabes que no habla en realidad, te hace sentir lo que está pensando. No me ha visitado en siglos, no desde que Ryder fue agredido por esos tres matones que ese miserable mercader de ropas contrató.

– Pero Ryder se las arregló para hacer caer a uno de ellos con un excelente lanzamiento de una roca a la barriga. Metió a otro en un barril de arenque medio lleno. No recuerdo qué le hizo al tercero, probablemente porque no era divertido.

– Pero aun así, fue herido en esa lucha y la Novia Virgen me lo dijo.

Douglas se quedó callado. Era verdad que Alexandra había sabido acerca de la pelea de su hermano antes que él, maldición. Al menos su hermana, Sinjun no había venido como loca desde Escocia para ver qué había sucedido. Había escrito media docena de cartas exigiendo saber todos los hechos. La esposa de Ryder, Sophie, no había escrito ni enviado a un mensajero, porque había sabido que la Novia Virgen le diría a Alexandra y Sinjun. ¿La Novia Virgen? No, él ni siquiera iba a evaluarlo.

– Ryder no fue gravemente herido. Me parece que tu Novia Virgen sufre de histeria femenina. Sabes, se le quiebra una uña a un tipo y ella se desmorona.

– ¿Histeria femenina? ¿Uña rota? Hablo en serio. Estoy preocupada. Cuando me hizo sentir la situación de Ryder, realmente vi a tres hombres golpeándolo.

Douglas quería decirle que dejara de contarle historias que le daban escalofríos, pero pensó en la premeditada muestra del adorable escote de ella y, como no era estúpido, se contuvo. Se burlaría del maldito fantasma sólo consigo mismo. Las tácticas de Alexandra deberían ser alentadas. Pero esto era difícil de soportar. Parecía que desde el fallecimiento de la desafortunada novia en algún momento de la última parte del siglo dieciséis -siendo aún virgen cuando dio su último respiro- así era la historia, que todas las mujeres Sherbrooke habían creído en este flotante oráculo fantasma desde entonces.

Douglas tragó el sarcasmo que seguía rondando justo encima de su lengua y dijo:

– ¿Ninguna mención sobre un tipo específico de problema?

– No, y eso me hace pensar que en realidad no sabe exactamente qué se aproxima, sólo que hay algo, y no es bueno. -Respiró hondo. -Sé que tiene que ver contigo, Douglas. Simplemente entendí eso de lo que me hizo sentir.

– Ya veo, pero ¿ella te envió esta vaga interpretación? ¿Ningún nombre? Siempre ha sabido todo antes.

– Creo que eso es porque ya ha sucedido o está sucediendo en ese momento. -Alexandra dio un gran respiro. -Lo que sea que no sabe, igualmente es suficiente para preocuparla, Douglas. Como es sobre ti, por eso fue que me advirtió a mí. Está preocupada por ti, aunque no me lo dijo exactamente. Eres tú. No hay una sola duda en mi mente.

– Tonterías -dijo él, -estúpidas tonterías -y entonces deseó poder morderse la lengua. Su esposa se retrajo. -Muy bien, muy bien, habla con ella otra vez, ve si puede darte algunos detalles. Mientras tanto, haré que ensillen nuestros caballos. ¿Mi madre quiere que traigas seis muestras de papel de empapelar?

– Sí, pero creo que sería mejor tener a Dilfer siguiéndonos con un pequeño carro porque sé que si sólo traigo seis muestras, ella querrá más. Creo que simplemente dejaremos limpia la bodega. Perdóname ahora, Douglas. Lamento mucho haberte molestado con mi histérico disparate femenino.

Douglas arrojó su tenedor contra la pared, donde golpeó justo debajo de un retrato de Audley Sherbrooke, el barón Lindley. Maldijo.

– Milord.

Douglas cerró la boca cuando Hollis, el mayordomo Sherbrooke desde la juventud de Douglas, apareció en la entrada del desayunador.

– ¿Sí, Hollis?

– La condesa viuda, su estimada madre, milord, desea verlo.

– He sabido toda mi vida quién es. Tenía la sensación de que querría verme. Muy bien.

Hollis sonrió y giró sobre sus majestuosos talones. Douglas se quedó mirándolo, la alta y recta figura, los hombros perfectamente cuadrados, con más cabello blanco aun que Moisés, pero su paso era más lento, ¿y tal vez un hombro no era tan alto como el otro? ¿Cuántos años tenía Hollis ahora? Debía ser casi tan anciano como el retrato de Audley Sherbrooke, al menos setenta, quizá más viejo. Eso hizo palidecer a Douglas. Pocos hombres llegaban a esa edad sin manos venosas temblando, sin una boca vacía de dientes, sin un solo cabello en la cabeza, y viejos cuerpos perfecta y horriblemente encorvados. Seguramente era momento de que Hollis se jubilara, hacía al menos veinte años de su momento para jubilarse, quizás a una encantadora casita junto al mar, en Brighton o Tunbridge Wells, y… ¿y qué? ¿Sentarse a mecer sus viejos huesos y mirar el agua? No, Douglas no podía imaginar a Hollis, cuyos muchachos creían firmemente que era Dios cuando eran más jóvenes, haciendo cualquier otra cosa que gobernando Northcliffe Hall, lo cual hacía con implacable eficiencia, espléndido tacto, y una mano benevolente y firme.

El hecho era, sin embargo, que el tiempo estaba pasando, no había modo de detenerlo. Hollis era más que viejo ahora, y eso significaba que podía morir. Douglas sacudió la cabeza. No quería pensar en Hollis muriendo, no podía soportarlo. Lo llamó:

– ¡Hollis!

El majestuoso anciano se dio vuelta lentamente, con una ceja blanca arqueada ante el extraño tono en la voz de Su Señoría.

– ¿Milord?

– Eh, ¿cómo te sientes?

– ¿Yo, milord?

– A menos que tengas un lacayo escondido detrás de ti, entonces sí, tú.

– No tengo nada malo que una adorable y joven esposa no pueda curar, milord.

Douglas miró fijamente la pequeña sonrisa secreta que mostraba una boca llena de dientes, y eso era bueno. Antes de que Douglas pudiera preguntar qué demonios quería decir con eso, Hollis había desaparecido de la vista.

¿Una adorable y joven esposa?

Hasta donde Douglas sabía, Hollis jamás había mirado a una mujer con intenciones maritales desde la trágica muerte de su amada joven señorita Plimpton en el último siglo.

¿Una adorable y joven esposa?

Загрузка...