CAPÍTULO 09

Jason no regresó a Northcliffe Hall. Montó directo a Londres con ropas que tomó prestadas de su hermano.

Cuando todos llegaron a la casa de ciudad Sherbrooke a finales de la tarde del día siguiente, él estaba esperándolos en la salita.

No se sorprendió para nada cuando Hallie Carrick entró corriendo en la salita delante de todos, con la mano derecha hecha un puño y sangre en sus ojos.

Él se las arregló para atraparle el puño antes de que aterrizara.

– Miserable estúpido.

Ella logró liberar su mano y golpearlo duro en el abdomen. Jason gruñó mientras le agarraba ambas muñecas.

Ella se puso en puntas de pie, justo en el rostro de él, retorciéndose y tironeando, pero Jason no pensaba soltarla otra vez.

– Miserable cretino, comadreja quejosa… ¡suélteme para que pueda aplastarle las costillas!

– Podré ser miserable y quejoso, pero no soy estúpido. No pienso dejarla suelta nuevamente, señorita Carrick.

– Déjeme alcanzarlo, déjeme tener más palanca y meteré mi puño en su hígado.

Corrie dijo:

– Ha estado mascullando todo el camino a Londres sobre los modos más satisfactorios de matarte, Jason. Ni siquiera mis mejores esfuerzos conversacionales la disuadieron de planes de asesinato bastante innovadores, incluyendo meterte en un barril de arenque y hacerte navegar a algún sitio al otro lado del planeta. -Corrie se detuvo un momento, golpeteó sus dedos contra su mentón y suspiró. -Pero, sabe, Hallie, al final me ha decepcionado.

Hallie se dio vuelta rápidamente ante eso.

– ¿Qué quiere decir con que la decepcioné?

– Obviamente no está familiarizada con la ciencia del boxeo. A fin de cuentas, lo golpeó como una muchacha… un golpe directo, nada sutil, para nada sorprendente.

James dijo:

– Dudo de meterme en medio de este campo de batalla, pero, ¿cómo diablos sabes algo acerca de la ciencia del boxeo, Corrie?

– Los seguí a ti y a Jason a un combate de boxeo cerca de Chelmsley cuando tenía doce años. Tú, Jason y media docena de jóvenes salvajes de Oxford fueron a ser corrompidos y perder sus monedas con algún idiota sudoroso que intentaba matar a otro idiota sudoroso.

Douglas dijo:

– ¿Nunca la viste, James? ¿Nunca supiste de esto hasta ahora?

– Siempre fue taimada -dijo su hijo. Levantó los ojos al techo. -Gracias, Dios, por no dejar que todos los caballeros presentes se dieran cuenta de que era una muchacha. Llevabas tus pantalones, ¿verdad?

– Sí, naturalmente. Incluso gané una apuesta de una libra por el hombre muy sudado… ¿cuál era su nombre? Crutcher, creo. Aposté por él porque tenía brazos más largos. Imaginé que eso le daba la ventaja.

– Tienes razón -dijo Jason, -su nombre era Crutcher. No, señorita Carrick, no intente golpearme contra la chimenea otra vez. Eso está mejor, quédese quieta. Sus muñecas se quedarán donde están. Yo también aposté por él, Corrie. Gané cien libras a Quin Parker. Nunca había visto cien libras antes de ese día. James intentó obtener una parte mediante amenazas, pero escondí mi botín.

James dijo:

– Revisé tu habitación al menos en tres ocasiones diferentes buscando ese dinero. ¿Dónde lo ocultaste?

– En los jardines, a menos de un metro de la estatua favorita de Corrie.

– Oh, cielos, ¿cómo sabes cuál es mi estatua favorita, Jason?

– Es la estatua favorita de todas las mujeres -dijo su cuñado.

La madre de los gemelos, Alex, dijo amablemente a Hallie aun mientras su esposo la miraba atónito:

– Son unas estatuas muy grandes, bellamente talladas, de hombres y mujeres en un estado desvestido, muy artísticas, naturalmente, y supongo que uno podría decir que su temática es explícita. Fueron traídas por uno de los ancestros de mi esposo el siglo pasado.

– ¿Explícito en qué? -preguntó Hallie.

– Yo se las mostraré, Hallie -dijo Corrie. -Son infinitamente educativas.

– Pero, ¿cómo?

– Bueno, te muestran todas las maneras en que un hombre y una mujer pueden tener intimidad…

– ¿Intimidad? -preguntó Hallie, su voz más baja, vibrando de interés. -¿Qué quiere decir con “intimidad”?

– Bueno… oh, cielos, quizás sea mejor que no discutamos eso aquí.

Jason puso los ojos en blanco.

– Amén -dijo el esposo de Corrie. -Olviden las estatuas.

Hallie dijo:

– ¿Dice que están desnudas? ¿Las estatuas masculinas?

– Bueno, sí -dijo Alex.

– Hmm. ¿Puede mostrarme esas estatuas, Corrie? Supongo que la comadreja aquí presente no se compara favorablemente con ellas.

– En realidad, a decir verdad, las estatuas no se comparan favorablemente con la comadreja. O con James.

– ¡Suficiente! -rugió Jason.

Hallie se agitó, descubrió que él no había aflojado en nada su agarre y dijo:

– Apuesto a que usted desenterró las cien libras en cuanto pudo y las perdió todas en veinte minutos en una casa de apuestas.

Douglas dijo:

– Mis hijos visitaron una casa de apuestas una sola vez, señorita Carrick, y fue conmigo, su padre, cuando tenían diecisiete años.

Alex dijo:

– Válgame, Douglas, nunca me contaste eso. Cómo me gustaría haberlo visto. Podría haberme puesto un par de los pantalones de Corrie, quizás podría haber usado una máscara, bebido brandy…

– Fue bastante malo, madre -dijo James. -Estábamos ebrios como cubas, apostando enormes cantidades de dinero como si no tuviésemos una preocupación en el mundo. El lugar olía, para decirlo con franqueza. En cuanto al hombre dueño de la casa de apuestas, se veía como si fuera a clavar con gusto un cuchillo en tu abdomen si no pagabas tus pérdidas.

Corrie dijo a su suegro:

– Eso fue bastante brillante, señor. Lo hizo como una lección.

Douglas asintió.

– Lo desconocido es un poderoso cebo. Quita el misterio y verás la podredumbre debajo. Según recuerdo, mi propio padre me llevó a una casa de juegos de mala fama cuando tenía aproximadamente esa edad.

Alex dijo en un suspiro:

– Creo que a mi padre nunca se le ocurrió llevarnos a Melissande o a mí a una experiencia instructiva como esa. Apuesto a que había casas de apuestas en York, ¿no lo crees, Douglas?

– Señor, dame fuerzas -dijo Douglas, con los ojos dirigidos al cielo.

Hallie tiró una vez más de sus muñecas, pero el agarre de Jason seguía siendo irrompible.

– Todo esto está muy bien, todas estas lecciones instructivas, milord, ¿pero podríamos volver a los negocios?

– ¿Qué negocios? -preguntó James. -Oh, lo siento, lo olvidé. Usted quiere matar a mi hermano.

– No -aulló ella, -¡quiero mi caballeriza! Es mía, me pertenece, pagué buen dinero por ella en las manos ahuecadas del propio dueño, no de su abogado adulador.

– Antes de que regresemos a ese tema -dijo el conde, -tengo curiosidad por saber qué hiciste con el dinero, Jason.

– Sabes -dijo Jason lentamente, -lo olvidé. Creo que todavía debe estar allí enterrado.

– ¿Olvidó cien libras? -dijo Hallie. -Eso es imposible. Un joven nunca olvida su dinero, incluso uno como usted, con más apariencia que cerebro.

– Excelente -dijo Corrie. -Hallie, ha recuperado su sentido del humor.

Hallie quería saltar sobre Corrie, pero Jason la mantuvo bien agarrada de las muñecas. Sí le dio libertad suficiente como para que pudiera sacudir un puño en dirección a Corrie.

– ¿Tiene el absoluto descaro de burlarse de mí?

Corrie dijo, serena como una gallina dormida:

– Para nada. ¿Todavía quiere aplastar a Jason? Le enseñaré a boxear, señorita Carrick. ¿Qué dice de eso?

Los ojos de James, como los de su padre, fueron hacia el cielo.

– ¿Vio un combate de boxeo cuando tenía doce años y ahora dará lecciones?

– Bueno -dijo Douglas. -Yo le di lecciones. Y a tu madre también.

Ofreció una sonrisa de pirata a sus hijos boquiabiertos.

Jason tensó aún más su agarre y disparó una mirada consternada a su padre.

– Bien, señorita Carrick, basta de rememorar, aunque ha traído revelaciones que han conmovido a mi pobre hermano hasta la punta de los pies. Usted nunca vio a Corrie en pantalones. Bueno, Corrie tiene razón. Los golpes simples en el estómago no muestran nada de conocimiento de la ciencia del boxeo.

Hallie dijo:

– Simplemente quería llamar su atención. El asesinato viene más tarde.

El conde, que ahora se encontraba con los hombros contra la repisa de la chimenea y los brazos cruzados sobre el pecho, dijo:

– Me pregunto dónde está Willicombe. Debería estar aquí, echando té por nuestras gargantas y…

– ¡Milord! Ah, el amo Jason también está en casa. Qué placer, qué excelente nuevo día es. Sólo vean cómo entra el sol por la enorme ventana para brillar sobre su rostro vuelto. Digo, amo Jason, ¿por qué tiene a esa jovencita agarrada de las muñecas?

– Willicombe, esta muchacha quiere acabar conmigo. Su nombre es señorita Hallie Carrick.

– ¿Debería buscar a Remie para que se ocupe de ella, amo Jason?

– Todavía no, Willicombe, en este momento estoy defendiéndome.

Willicombe se volvió hacia Alex.

– ¿Refrescos, milady?

– Cualquier cosa que la cocinera pueda hacer estaría bien, Willicombe. ¿Cómo está Remie?

– Él languidece, milady, languidece hasta volverse tan delgado como una pata de pollo. Trilby es una doncella y conoce todos los trucos de su ama sobre cómo hacer sudar a un joven.

Sacudió la cabeza mientras se marchaba de la salita.

– Remie enamorado -dijo Corrie. -¿Trilby? Me pregunto quién es su ama. ¿Willicombe dijo que aprendió trucos de su ama? Hmm, me pregunto…

– Corrie, yo te enseñaré todos los trucos que necesitas para complacerme.

Douglas dijo:

– ¿Por qué no nos sentamos? No más provocaciones, Jason, no más violencia, señorita Carrick. Bien, Jason, intenté explicar a Hallie que esto no era una especie de truco solapado, que simplemente estabas intentando poner las cosas en marcha. Tu madre intentó asegurarle que eras honorable y también que simplemente querías poner las cosas en movimiento. Tu hermano intentó asegurarle que proponer las cosas directamente era uno de tus dones especiales…

Para absoluta estupefacción de Douglas, la tonta jovencita tuvo el descaro de interrumpirlo.

– Ah, sí, todos hablaban sobre hacer avanzar las cosas. Qué cosas, pregunté, pero naturalmente nadie tenía una respuesta a eso. -Se sacudió una vez más y luego miró a Jason. -En cuanto a su condenado gemelo, él me despreció por atreverme a acusarlo a usted de ser una vil criatura, únicamente adecuada para que le metan las entrañas en los oídos. ¡Suélteme!

– Muy bien. -Jason la soltó y fue paseándose a sentarse en un sillón de orejas de respaldo alto. Unió los dedos, estiró sus largas piernas y cruzó los tobillos. -Señorita Carrick, ¿qué dijo Corrie? Después de todo, estaba diciéndome lo inteligente que ella es.

– ¿Qué es esto? ¿Usted cree que soy inteligente?

– Calla, Corrie -dijo Jason. -¿Señorita Carrick?

Hallie seguía demasiado enojada con él como para pensar con claridad, y ahora él estaba sentado cómodamente en una condenada silla. ¿Qué había dicho Corrie? Logró recuperar el control. Se dio cuenta de que todos los Sherbrooke estaban desparramados en la enorme sala de estar, observando, evidentemente divirtiéndose a sus expensas.

– Corrie dijo que usted era uno de los hombres más decentes que conocía y que yo debía dejar de criticarlo constantemente.

Hubo un encantador momento de silencio.

– ¿Realmente dijiste eso sobre mí, Corrie? -preguntó Jason.

– Es la verdad -dijo ella.

James dijo:

– Bueno, quizás sí es bastante inteligente después de todo. Sólo mira los gemelos que tuvo. Bailaste el vals con ellos, Jason, viste lo elegantes y entusiastas que son. Fue Corrie quien les enseñó a bailar.

Corrie se rió.

– Sí, casi flotan de tan ligeros de pies que son.

Hallie sintió que era aporreada sobre la alfombra. Todos reían, tan felices como perdices, y su rol, que estaba jugando magníficamente bien, era el de una arpía sin educación.

Jason miró a Hallie un largo rato.

– ¿Está preparada para oírme ahora, señorita Carrick?

– Sí, estoy lista.

– No son buenas noticias.

– No las esperaba -dijo ella.

A Douglas no le gustaba la expresión decidida en el rostro de su hijo. Algo estaba muy mal. Era difícil no meterse y protegerlo, pero se forzó a no decir nada. Fue hasta su sillón de orejas favorito y se sentó frente a su hijo. Alex fue a pararse a su lado, con la mano sobre su hombro. Douglas la observó, sonrió y la hizo bajar sobre su regazo.

En cuanto a James, él estudiaba el rostro de su gemelo. Al igual que su padre, no le gustaba lo que veía. No quería que su hermano fuera infeliz, maldición, quería que tuviera Lyon’s gate. Quería que tuviera lo que merecía, y eso era cualquier cosa que quisiera. James no quería que su gemelo volviera a marcharse. La emoción en los ojos de Jason cuando había entrado en los establos de Lyon’s gate había hecho que quisiera bailar.

Oyó el miedo en su propia voz al decir:

– ¿Qué sucede, Jase? ¿Cuál es la mala noticia?

Jason suspiró y se frotó la nuca.

– Resulta que Thomas Hoverton ya había vendido Lyon’s gate a un señor Benjamin Chartley de Manchester por una modesta suma de dinero. No se había molestado en notificar al señor Clark, su abogado aquí en Londres. Cuando la señorita Carrick apareció en la puerta de Thomas, él vio su oportunidad y la tomó. Cuando se enteró por su abogado al día siguiente que había vendido Lyon’s gate a otro comprador más, Thomas decidió que sería mejor para su salud marcharse al continente esa misma noche. Por supuesto, lo que es realmente importante aquí es que el señor Chartley es ahora el dueño de Lyon’s gate.

El silencio en la sala era absoluto.

– Bueno -dijo su padre finalmente, -no creía que Thomas Hoverton tuviera las agallas para hacer este tipo de cosa.

Alex dijo:

– Debe haber estado muy desesperado. Y abandonar Inglaterra, eso sí que es una sorpresa.

Hallie no dijo nada; caminó hasta la chimenea, miró la chimenea vacía y pateó un tronco.

Jason le dijo a su espalda:

– Lo siento, señorita Carrick. Sé que esto resulta bastante chocante. Para mí también lo fue.

Ella se dio vuelta para enfrentarlo.

– Me marcharé mañana por la mañana a buscar a ese gusano y dispararle. Recuperaré mi dinero y el suyo también, señor Sherbrooke, ya que fue usted quien descubrió lo que él hizo tan rápidamente.

Levantó sus faldas y salió directamente de la salita.

Alex dijo:

– Esa fue una excelente salida, pero ella no sabe dónde está su dormitorio.

Abandonó con pesar el regazo de su esposo y salió corriendo detrás de Hallie.

– ¿Qué vas a hacer, Jase?

– Ya he contactado al señor Chartley. Está dispuesto a venderme Lyon’s gate, pero el precio ahora se ha duplicado. Es dueño de tres prósperas fábricas en Manchester. Reconoce la desesperación cuando la ve.

Douglas dijo, con una oscura ceja levantada:

– ¿El tipo sabe quién eres?

– Bueno, sabe que soy Jason Sherbrooke. ¿Si sabe que soy tu hijo? Si no lo sabía, probablemente ahora sí. Pero, ¿qué diferencia haría eso, en cualquier caso?

Douglas sonrió a su inocente muchacho.

– Lo primero que necesitamos saber es porqué el señor Benjamin Chartley, dueño de fábricas, está en Londres. Estoy pensando que es muy probable que tenga esperanzas de ingresar en la sociedad londinense. Es mucho más probable que tenga una hija en edad casadera. Si es así, lo tenemos.

– Pero yo no…

– Jason, te venderá Lyon’s gate al precio que pagó por él o encontrará cada puerta en Londres cerrada. Entonces evaluaré arruinarlo.

Jason se rió.

– Bien, si no soy un imbécil por no pensar en eso.

Douglas dijo:

– Lo hubieses hecho, en un par de horas más. Has estado en Norteamérica demasiado tiempo. ¿Realmente crees que la señorita Carrick irá a Francia a hacer pedazos a Thomas Hoverton?

– No lo dudaría. No dejo de decirle que es más americana que inglesa, y esto ciertamente lo comprueba. Es exactamente lo que haría Jessie Wyndham. Dale el rastro de un villano y estaría en marcha. Llevaría al menos dos armas consigo, el látigo que usa con los jinetes que no juegan limpio en el hipódromo, y un cuchillo en su bota, atado a su tobillo. -Se rió, no pudo evitarlo, y sacudió la cabeza. -Qué debacle.

Corrie dijo:

– Es algo que nunca consideramos. Me agrada Hallie, pero déjenme ser terriblemente sincera. Yo estaba perfectamente preparada para hacer que la secuestraran y la llevaran a las islas Shetland. Imagino que ella podría arreglar una de esas antiguas chozas vikingas y estar perfectamente satisfecha criando los ponis locales.

La niñera de los gemelos apareció de pronto en el umbral, viéndose acosada, nerviosa y resuelta. James y Corrie se levantaron.

– ¿Sí, señora Macklin? ¿Pasa algo malo?

La señora Macklin dijo:

– No, no, no se preocupe, milord. Es sólo que el amo Everett quiere bailar el vals.

– ¿El vals?

– Sí, milord. Con su tío. -En ese momento, oyeron un fuerte grito. -Es bastante insistente -dijo la señora Macklin por encima de otro grito que hizo aparecer un tic en el ojo izquierdo de James.

Corrie dijo:

– Usted baila muy bien el vals, Eliza. ¿Por qué no lo hace girar un poco en la habitación de los niños?

– El amo Everett dice que no soy lo bastante hombre como para hacerlo bien -dijo la señora Macklin.

– Oh, cielos -dijo Corrie. -¿Ya ha empezado?

– El amo Everett dice que mis pies no cubren suficiente espacio.

Jason estaba riendo.

– Bueno, ¿quién puede tocar el piano mientras bailo con Everett?

Su madre apareció en la puerta, Willicombe detrás de ella, con una enorme bandeja en las manos.

Alex dijo:

– Yo lo haré. Válgame, Everett ha crecido más en el último día y medio.

– Entonces vamos a la sala de música. Señora Macklin, ¿qué hay de su hermano?

– El amo Douglas está en este momento masticando el hueso de Wilson y el cachorro está intentando quitárselo.

Corrie dijo:

– Tiene sólo siete semanas, un terrier Dandie Dinmont, tan feo y precioso que lo único que quieres es abrazarlo hasta que cruja. Wilson y Douglas son buenos amigos.

– Más feo que precioso -dijo James. -Pero encaja bastante bien contra mi cuello por las noches.

La señora Macklin dijo:

– Lo siento, milord, pero Wilson durmió contra mi cuello la noche pasada.

– Bien, Wilson está en una casa nueva -dijo Corrie. -Veremos qué cuello busca esta noche.

– Desafortunadamente -dijo el conde, -parecería que a Douglas también le gusta comer del tazón del cachorro.

– Oh, cielos -dijo la señora Macklin, -y yo que escondí el tazón de Wilson debajo de la cama de Everett.

Abofeteado al mismo tiempo por lo absurdo y lo ridículo, pensó Jason mientras arrastraba a Everett hacia la sala de música, con el niñito pateando, moviendo los brazos y cantando a viva voz en la oreja derecha de Jason. James y Corrie fueron con la señora Macklin a sacar el hueso de la boca de Douglas mientras le daban uno nuevo al cachorrito. Ninguno de ellos dudaba de que Douglas estaría valseando con su tío en menos de cinco minutos.

En cuanto a Hallie Carrick, estaba arriba en un encantador dormitorio, poniéndose sus ropas más viejas.

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