CAPÍTULO 29

Jason la sostuvo mientras ella hacía arcadas, temblaba y sentía su barriga apretarse ya que no había nada para salir.

La culpa de él era profunda; nunca debería haberla dejado. Era todo su culpa. Sólo se había preocupado por sí mismo.

Así que le apartó el cabello y gritó a su cabeza gacha:

– ¿Por qué diablos no pediste ayuda si te sentías mal? ¿Por qué saltaste fuera de tu cama cuando me oíste afuera? ¿No tienes nada de cerebro?

Ella finalmente se quedó quieta. Él la atrajo contra sí. El peso de sus senos sobre los brazos cruzados de Jason se sentía muy bien, pero podía soportarlo ahora. Había trabajado casi hasta la muerte la noche pasada para ser capaz de soportarlo ahora.

La respiración de Hallie era más tranquila, estaba relajándose más contra él. Su cabello estaba alborotado y olía a jazmines, porque Martha había quitado el olor de Georgiana.

– ¿Cómo te sientes?

Era lo más extraño. Jason podía sentirla pensando.

Finalmente ella dijo, su respiración cálida contra el brazo de él:

– Por el momento no quiero morir, y eso es bueno. Pero mi barriga se siente como en carne viva.

– Eres demasiado obstinada para morir en cualquier momento de los próximos cincuenta años. Muy bien, voy a arrojarte de regreso en la cama.

Cuando hubo subido las mantas hasta la cintura de Hallie, le dio un poco del té que había macerado desde la noche anterior. Ella lo bebió y casi se levantó directo de la cama.

– Oh, válgame, ese té tiene dientes de vampiro.

– Sí, pensé que podría resolver el problema. Te aclaró la cabeza, ¿cierto?

Ella respiró por la nariz mientras el mundo se inclinaba, y luego sintió que su barriga se calmaba. Jason le hizo apoyar la cabeza sobre la almohada.

– Estoy bien ahora. No sé qué sucedió…

Él dijo:

– Ahora pienso que no te sentías mal. Saliste de la cama para ir a espiarme, ¿cierto?

– Bueno, sí, no suena muy noble, pero así es. Te lo diré ahora, Jason, no lo hubiese hecho si hubiera sabido lo que pasaría.

– Considéralo el precio del pecado.

Él se paró a su lado, le subió las mantas hasta el mentón y se dio cuenta de que sus brazos seguían tibios por los senos de Hallie. Frunció el ceño. Había aprendido que todo era transitorio en la vida, y a veces, como ahora, era una maldita molestia.

Estaba alejándose de la cama nuevamente.

– ¿Qué problema tienes, Jason? ¿Saldrás otra vez?

– ¿Qué? Oh, no, iré a la cama. Agregué un poquito de láudano al té. Deberías estar dormida en dos minutos. No te preocupes por nada.

Y desapareció de su dormitorio, cerrando la puerta silenciosamente detrás suyo. Ella oyó sus botas en el pasillo.

Se quedó dormida, con la panza y la cabeza tranquilas, al minuto siguiente.


Era una cálida mañana de julio. Jason podía oler la hierba recién segada por la ventana abierta del desayunador. Lo llenaba de satisfacción, eso y el hecho de que ahora había seis yeguas en los establos, con suerte todas ellas preñadas, todas ellas enviadas por amigos, o amigos de amigos, o amigos de parientes.

– ¿No es agradable tener familias tan grandes y encantadoras? -dijo Angela en la mesa del desayuno. -Esta es una nota de tu tía Arielle, Hallie. Escribe que el duque de Portsmouth se contactará contigo y con Jason para que dos yeguas sean cubiertas por Dodger. También quiere cruzar su semental favorito con Piccola el año próximo.

Angela levantó la cabeza. Jason parecía distraído.

– Sí, Angela, es agradable.

Hallie lamió un poco de mermelada de grosella de su tostada, lo miró y puso cara de desdén.

– ¿Qué es esto? ¿Deseas huir por la mañana?

Jason golpeó su tenedor contra el plato, tomó un trozo de tocino y lo comió. Se puso de pie.

– Tengo trabajo que hacer -dijo, y se marchó.

– El joven amo parece tener mucho en su cabeza -dijo Angela. -Quizá Petrie sepa qué está pasando.

– Petrie es una ostra en lo que se refiere a Jason. Por astuta y sutil que sea, ni siquiera yo he podido sacarle una palabra.

– Tal vez Petrie necesita una mano más madura, una que forme un lindo puño.

– Hmm. Nunca pensé en amenazarlo -dijo Hallie.

– Comenzaré llevando un suave guante sobre el puño.

Angela abandonó el desayunador canturreando.

Hallie miró la breve extensión de la mesa y vio que Jason había dejado la mayoría de su comida en el plato. ¿Qué diablos le sucedía? Parecía nervioso últimamente, como si, de algún modo, estuviese bajo algún tipo de angustia. Esto no era bueno. Tenía que descubrir qué le estaba pasando. Una vez que Angela hubiese terminado con Petrie, Hallie pondría su propio puño enguantado contra su rostro.

Pero Petrie no estaba en ninguna parte. En cuanto a Jason, Lorry, su nuevo jinete, le dijo que se había marchado en el viejo carruaje.


Una hora más tarde, casi cerca del mediodía, Hallie se vistió con una de sus faldas divididas, sonrió a su reflejo en las brillantes botas y fue hacia los establos. Siempre había tanto que hacer.

Había sólo dos yeguas en los corrales, ambas dormidas en su sitio, sus colas moviéndose suavemente. Era más tarde de lo que había pensado. Todos los mozos estaban afuera ejercitando los caballos. Rodeó la esquina del establo y se detuvo de golpe. Jason estaba arrojando heno con la horca a la parte trasera de un carro abierto, sus movimientos rítmicos y elegantes.

No llevaba camisa. De hecho, estaba desnudo de la cima de la cabeza hasta la cintura, bueno, quizás incluso un poquito más bajo que eso. Había una línea de vello que seguía bajo la cintura de sus pantalones. Vio una ligera línea de sudor. Él se detuvo un momento, y se estiró.

Ella casi expiró allí mismo.

Jason caminó de regreso al establo. Ella fue rápidamente detrás suyo, sin siquiera darse cuenta de que sus pies se estaban moviendo. Se detuvo en la puerta abierta, oyó a las yeguas relinchar, lo vio acariciar cada nariz mientras daba un cubo de azúcar a cada una.

Cuando se secó las palmas sobre los pantalones y se dio vuelta, silbando, se quedó helado. No la había escuchado, no había sabido que ella estaba cerca. Hallie estaba parada a menos de dos metros de él, sus brazos a los costados, mirándolo fijo como una boba.

– ¿Cómo está tu cabeza?

– ¿Mi cabeza? Oh, bien. -Ella tragó saliva, intentando llevar sus ojos al rostro de él, lo cual siempre era un lujo, pero fue incapaz esta vez. -Muy bien. Lorry dijo que te habías marchado en el carruaje.

– Tenía que entregar dos sillas de montar al herrero en Hawley.

– Qué bien. La mermelada de grosella que la cocinera hizo para ti en el desayuno era maravillosa.

– Bueno, sí, así es. Hallie…

Jason se rascó el pecho… su pecho desnudo. No se había dado cuenta de que se había quitado la camisa. La brillante luz del sol entraba por las puertas abiertas del establo, y la vio sobre un tocón a seis metros. Miró hacia la camisa, y de nuevo al rostro de ella.

– Hallie -dijo otra vez. -Mi camisa… déjame buscarla.

– No tienes que hacerlo. He visto hombres sin camisa antes.

– ¿Por qué no regresas a la casa? O yo puedo ir a la casa y tomar mi camisa en el camino.

– En realidad, el único hombre al que vi sin camisa fue a mi padre. Él la tomó muy rápido, así que no vi tanto, lo cual es una pena, porque es tan hermoso y una muchacha necesita saber cómo son las cosas. Tengo hermanos menores… los he bañado, he ido a nadar con ellos… pero para ser sincera, eso realmente no es lo mismo.

– No, no lo es. Sería mejor si te dieras vuelta ahora.

– Eso no es necesario, Jason. Eres muy agradable de observar.

– ¿Crees que podrías mirarme a la cara cuando dices eso?

Hallie comenzó a caminar hacia él. Las yeguas relincharon. Jason se quedó clavado en su sitio. Cuando estuvo a menos de un metro de él, Hallie se arrojó encima suyo, con los brazos alrededor de su cuello, y se apretó fuerte contra él.

Casi lo derribó hacia atrás. Él la agarró de los brazos, intentó quitársela de encima, pero no sirvió de nada, ella era fuerte y estaba decidida. Jason no podía creer que estaba jadeando, pero así era.

– Hallie, por el amor de Dios, tienes que detenerte, tienes que controlarte… -La sintió entera, dura contra él. -No -le dijo contra la boca.

Oh, Dios, su boca era tan suave, y su aliento sabía dulce. Era lo más difícil que había tenido que hacer en su vida, pero Jason mantuvo los brazos rígidos contra su costado. Una de las manos de ella le acarició el pecho. La respiración de Jason salió en un silbido cuando un dedo se deslizó bajo la cinturilla de sus pantalones. Ella no sabía lo que estaba haciendo, no podía saber. No, no la seduciría, no, no iba a suceder, se negaba a…

– ¿Qué diablos está pasando aquí?

La voz de un hombre, brusca, consternada, una voz vagamente familiar, una voz que él había oído antes, pero no aquí, no en Inglaterra. Oh, Dios, esa voz era de Baltimore. Era la voz de un padre, una voz lista para el asesinato.

La voz del padre de Hallie. El barón Sherard. Maldito infierno y más.

– Hallie, aléjate del hombre.

Ella se convirtió en la esposa de Lot. Su respiración era dificultosa y acelerada, pero no se movió, si acaso, se apretó más cerca, cálida, suave, toda ella apretada tan cerca, demasiado cerca, y su padre estaba acortando la distancia.

– Eh, ¿padre?

Sonaba sofocada, como si estuviera caminando sobre una cuerda y fuese a caer en cualquier momento, como si quisiera caer y…

– Sí. Hallie, soy tu padre y estoy aquí, a menos de dos metros detrás tuyo. Quiero que me escuches ahora. Quita tus brazos de alrededor del cuello de Jason. Hazlo ahora. Apártate.

– Es difícil -susurró ella, aspirando el olor de la piel de él. -Es muy difícil, papá. No lleva camisa.

– Puedo verlo. Apártate, Hallie. Puedes hacerlo, sé que puedes.

Ella sintió la mano de su padre sobre su brazo, tirando de ella, pero igualmente era tan difícil. Lentamente, logró poner un centímetro entre ella y Jason, luego dos. Quería llorar por la distancia.

Su padre estaba aquí, a menos de siete centímetros detrás suyo, con la mano sobre su brazo. La cordura regresó con un sólido golpe. Hallie se dio vuelta.

– ¿Papá? ¿Estás aquí, en Lyon’s gate? Quiero decir, estás aquí en este específico momento, lo cual es realmente muy desafortunado para mí. ¿Te gustaría ir a la casa por una taza de té?

Su pequeñita, podía verla con cinco años, sentada con las piernas cruzadas y descalza en el alcázar de su bergantín, practicando sus nudos, vestida con overol de mezclilla, con un sombrero de paja y lona cubriendo su cabeza. Dios querido, aquí estaba, con casi veintiún años y sus ojos vidriosos de lujuria. Era duro para un padre aceptarlo, pero no importaba, dependía de él permanecer frío y sereno, permanecer bajo control, para salvar a su hija de sí misma.

Se aclaró la garganta. Al menos ya no estaba apretada contra Jason Sherbrooke como una segunda camisa. Volvió a aclararse la garganta, esa vez por sí mismo.

– Primero, me dirás porqué estás aplastada contra Jason Sherbrooke.

Hallie se mojó el labio inferior. Su padre vio esa lengua y supo con certeza que si hubiese llegado cinco minutos más tarde, Jason la hubiera tenido desnuda debajo suyo sobre el suelo del establo. O que ella hubiese tenido a Jason desnudo y de espaldas sobre el suelo del establo. Su pequeñita había hecho los mejores nudos a bordo de su barco, pero ya no era esa niñita.

– Jason -dijo él, sin quitar los ojos del rostro de su hija, -ve a ponerte la camisa y la chaqueta. -Jason asintió. Alec Carrick tomó los brazos de su hija y la atrajo lentamente hacia él. -Hola, cariño. ¿Puedo decir que siempre estás sorprendiéndome?

– Lo siento. No pude evitarlo.

– No, pude ver que estabas totalmente involucrada en lo que estabas haciendo. ¿Podrías decirme exactamente qué estabas haciendo, Hallie? ¿Qué planeabas hacer?

Ella lo miró parpadeando.

– No estoy realmente segura. Es sólo que vi a Jason sin su camisa y caí por el precipicio. -Alec Carrick no necesitaba preguntar qué precipicio. -Oh, cielos. Ni siquiera había pensado hacer algo así antes. Estaba acostumbrándome a su rostro, y eso ha llevado bastante trabajo, puedo decírtelo, pero entonces lo veo de la cabeza a la cintura… fue como un golpe en la panza.

Alec Carrick cerró sus ojos un momento. Había aprendido todo sobre los golpes en la panza a los trece años.

– Barón Sherard -dijo Jason, con la camisa abotonada hasta la garganta, la chaqueta también abotonada, viéndose ridículo bajo el calor. -Bienvenido a Lyon’s gate. No lo esperábamos.

– No, planeé una sorpresa -dijo Alec lentamente, mirando de reojo al joven que había dejado montones de corazones femeninos rotos cuando se había marchado rápidamente de Baltimore para regresar a casa.

– Me disculpo, señor, por esta sorpresa en particular. Le juro que esto no ha sucedido antes, y no volverá a suceder.

Un caballero, pensó Alec, era un caballero, quitando la culpa de la cabeza de su hija. En cuanto a Hallie, miraba a Jason como la idiota de la aldea, con la lujuria aún floreciendo brillante en sus mejillas, todavía vidriando sus ojos.

– Hallie -dijo su padre, -me gustaría un poco de té. Ve a la casa, busca a Angela, y Jason y yo iremos enseguida.

Ambos hombres vieron a Hallie caminar lentamente de regreso a la casa, con la cabeza gacha. Pronto fue evidente que estaba hablando consigo misma. Movió la mano derecha, lo cual significaba que tenía un buen punto y la otra parte de su cerebro tenía que aceptarlo.

– Perderá esa discusión.

Eso hizo detener a Alec de golpe.

– ¿Sabes lo que está haciendo?

Jason se encogió de hombros.

– Estaba discutiendo consigo misma sobre mí una vez. Me alivió que el lado de ella que había tomado mi parte ese día hubiera ganado. No me golpeó en la cabeza. Señor, respecto a lo que vio…

– ¿Sí?

– Como dije, eso nunca antes había sucedido. Me pasó esta vez porque estaba arrojando ese maldito heno, y está realmente cálido esta mañana. Simplemente no pensé. Me quité la camisa. Lo siento.

Alec Carrick se encontraba a menos de un metro de Jason, con los brazos cruzados sobre el pecho, con las piernas abiertas. Se veía perfectamente capaz de sacar una pistola y disparar a Jason en medio de los ojos.

– ¿Te gustaría decirme por qué una de las manos de mi hija estaba descendiendo por tu abdomen?

Jason casi se estremeció, sintió claramente otra vez esos dedos largos de ella sobre su piel, enredándose en su cabello. Había querido agitarse y temblar.

– No, señor, ambas manos estaban alrededor de mi cuello excepto por el más breve de los momentos. Le juro que apenas noté su mano. O sus dedos.

Esa era una mentira de primer orden, pero Alec no lo atrapó.

– Gracias a Dios que no fue así, o imagino que mi hija… ¿qué es esto? Oh, sí, los mozos de cuadra han regresado de ejercitar los caballos. No había nadie cerca. Eso es afortunado. Detesto preguntarme qué hubiese hecho mi hija si los mozos de cuadra hubieran estado en los establos. ¿Se hubiese controlado? Como padre, ruego que así fuera. ¿Deberíamos continuar con esto en la casa?

– Por supuesto. -De pronto, Jason sonrió. -Me pregunto qué hará la cocinera cuando lo vea.

Una ceja se elevó mientras el barón caminaba a su lado.

– ¿Por qué diablos debería hacer algo tu cocinera?

– Si se desvanece al verlo, milord, atrápela, o no comeremos bien en la cena.


La cocinera vio a ambos caballeros, parados lado a lado, y estalló en una imprecisa aria italiana, ambas manos cerradas sobre su pecho. Nunca dejó de cantar mientras regresaba dando brincos a la cocina, una asombrosa imagen, dado su volumen.

– Santo cielo, señorita Hallie, y mis pobres ojos dando vueltas, esta es demasiada recompensa para una simple mujer. Dos perfectos caballeros, ambos parados aquí mismo en nuestra casa, uno al lado del otro. ¿Quizás es usted el hermano mayor del amo Jason, señor?

– Oh, cielos, ¿se desvaneció la cocinera?

– La cocinera cantó -dijo Hallie. -En realidad, sigue cantando. Este es mi padre, Martha, el barón Sherard.

– Cielos, señor, usted… usted no puede ser padre. Es usted un dios.

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