CAPÍTULO 07

Al principio Jason no la reconoció. Oyó una risa suave, adorable, y su cabeza automáticamente se volvió en su dirección. ¿Era esta la novia? No. Era Hallie Carrick.

Habían desaparecido los viejos pantalones a la rodilla, el sombrero andrajoso, la gruesa y sucia trenza, las botas tan polvorientas como su rostro. En su lugar había un vestido lavanda pálido, con grandes mangas infladas, un escote que podría ser más modesto, y una cintura del tamaño de un picaporte. Ballenas muy bien tensadas, imaginó, pero lo que estaba mirándole ahora era el cabello. Era dorado, ningún otro modo de describir el color, el mismo color exacto que el de su padre, tan brillante como el vestido de satén que llevaba su tía Mary Rose, tejido en una trenza gruesa e intrincada en la coronilla de su cabeza con mechoncitos y rizos colgando artísticamente alrededor de sus orejas. Pequeños aretes de diamantes chispeaban entre esa miríada de mechones, chispeaban igual que su risa.

Jason hizo una sonrisa fácil, muy masculina. Era una muchacha, pese a sus alardeos y presunción. ¿Por qué no admirarla, ya que Lyon’s gate ahora era suyo? Podía permitirse ser gentil. Había ganado. Su posesión jamás había estado en duda, aunque Thomas Hoverton no había estado en Londres cuando Jason había llegado allí. Le había llevado sólo una hora localizar al abogado Hoverton, Arlo Clark de la calle Burksted 29, que casi había estallado en lágrimas y caído de cabeza cuando se había dado cuenta de que Jason estaba allí para hacer realmente una oferta por la propiedad Hoverton. El señor Clark tenía los papeles allí mismo en un cajón, donde se habían llenado de moho durante casi dos años. La oferta era más que generosa, aunque Jason se dio cuenta de que el abogado nunca admitiría eso. Uno tenía que jugar el juego. El juego había terminado enseguida, y Jason había firmado su nombre con un floreo y una sensación de profundo placer. El señor Clark había firmado luego en el lugar de Thomas Hoverton, ya que era su representante legal.

Sí, el señor Clark conocía al astuto Willy Bibber, el abogado de Sherbrooke, y ellos se ocuparían de la transferencia de los fondos. Todo estaba perfectamente. Jason podía tomar posesión de Lyon’s gate en cuanto quisiera.

Sí, Jason podía ser cortés con este paquete norteamericano con su acento inglés y su sangre inglesa. Ahora incluso podía apreciar sus vírgenes ojos azules, su cabello dorado que seguramente pertenecía a una princesa de cuento de hadas -una imagen que no encajaba con la personalidad de ella para nada- y una figura para hacer gimotear a cualquier hombre. Y esa risa suya, demasiado libre, demasiado fácil, demasiado norteamericana, sonaba como si no tuviera una preocupación en el mundo. Bueno, la tendría en breve cuando se diera cuenta de que había perdido ante él.

Jason había llegado no más de diez minutos antes de la ceremonia y se había visto instantáneamente rodeado por su enorme familia. Por hoy al menos, no habría tensión girando en el aire porque él no era el foco de la atención de todos, gracias a Dios. Nadie le preguntaría cómo se estaba sintiendo o si ya había superado la traición que casi había destruido a su familia. Su tío Ryder, con un niño sentado en cada pierna y otro a cada lado, hizo que todos se apretaran para que Jason pudiera entrar en el mismo banco. Su tía Sophie estaba sentada entre dos niños mayores, Grayson a continuación, con dos pequeños en sus piernas. Grayson, un narrador nato, era el único hijo biológico de tío Ryder y tía Sophie, alto y con la apariencia Sherbrooke, y ojos tan azules como un claro cielo de verano.

Los padres de Jason, Hollis, James, Corrie y los gemelos, moviéndose nerviosos, bostezando y farfullando en charla de gemelos, estaban en el banco frente a él. Jason vio que cada adulto era responsable de un niño, incluyendo a su abuela, que no miraba con ceño al pequeño ser humano sentado silenciosamente a su lado, seguramente un regalo especial de Dios. Vio a su tía Melissande, de cincuenta años ahora, sentada dos filas más adelante. Seguía siendo tan hermosa que hacía parar en seco a hombres jóvenes. Parecía más hermana suya y de James que la hermana mayor de su madre. Tío Tony, su esposo, estaba sentado a su lado, con un brazo apoyado en el banco detrás de ella y sus dedos jugando con un mechón de su hermoso cabello negro.

La iglesia estaba llena hasta desbordar porque todos los parientes del novio habían venido a Glenclose-on-Rowan para la boda. Los únicos parientes que faltaban eran tía Sinjun y tío Colin de Escocia, y Meggie y Thomas de Irlanda. Jason se ubicó en el banco junto a un niño de cuatro años que, tío Ryder le susurró por encima de la cabeza del niño, se llamaba Harvey. Se veía demasiado viejo para su edad, y se veía asustado, pero eso cambiaría ahora que estaba con Ryder. Era un pequeñito muy afortunado. Con el tiempo olvidaría todas las cosas malas que le habían sucedido. Harvey tenía ojos grandes y muy oscuros, casi tan negros como los de Douglas Sherbrooke, y cabello castaño oscuro, lacio y brillante. Sus pómulos aún eran demasiado marcados, su cuerpo demasiado delgado, pero eso también cambiaría.

Cuando la señorita Hallie Carrick se deslizó por el pasillo para apoyar a la señorita Breckenridge, esparciendo pétalos de rosa del jardín de Mary Rose, él atrapó su mirada y le ofreció un alegre saludito. ¿Había una sonrisa sarcástica de triunfo en su boca? No, seguramente era demasiado educada como para permitir que cualquier tipo de regodeo apareciera.

Evidentemente ella no consideró su saludo y la sonrisa de regocijo porque lo gracioso fue que se vio momentáneamente sorprendida, y casi dejó caer el adorable ramo de flores que llevaba. Jason hubiese jurado que ella hizo una risita cuando tuvo que hacer un pasito rápido para agarrar las pequeñas rosas atadas con cintas. Entonces le devolvió la sonrisa y el saludito.

Harvey lo codeó en las costillas.

– ¿Quién es ese ángel que ‘stá deslizándose pod el pasillo, adojando pétalos de dosa y midándolo?

– Esa es la señorita Carrick, la dama de honor de la señorita Breckenridge, la novia -dijo Jason. -Está arrojando los pétalos de rosa, en vez de esparcirlos con elegancia, ¿cierto?

– Señod -dijo Harvey, su voz fuerte y más clara que el agua por encima de la música del órgano, -podía adojadlas de un balde sobe mi cabeza. ¿No es más bunita que’l sol billando en un chadco de agua limpia en el callejón de Watt? Quiedo casadme con el ángel cuando quezca.

– No, no querrás, Harvey. Créeme. Ella no es ningún ángel. Te comería las orejas en el desayuno. -Tomó la mano del niñito y lo acercó más. Hubo sonrisas y algunas carcajadas siguiendo el anuncio de Harvey. Harvey abrió su boca pero Jason, bien entrenado con los niños Wyndham, dijo rápidamente: -Quiero que cuenten los pelos que puedes en mi brazo hasta que los tengas todos.

– No se ven muchos -dijo Harvey, -y eso es bueno podque sólo puedo contad hasta cuato.

Eso estaba mal, pensó Jason. Alice Wyndham, de cuatro años, podía contar hasta cincuenta y uno. Al menos Harvey contaba con gran precisión. Eso lo mantuvo en silencio durante aproximadamente veinte segundos. Jason miró por el banco a su tío Ryder, que acababa de besar la cabeza de un niño. Estaba asintiendo hacia Jason, sonriendo. Desde que su tío Ryder había sido un hombre muy joven de veinte años, había estado acogiendo niños abandonados o rescatándolos de padres borrachos o amos sádicos. Había sido su tía Sinjun quien había comenzado a llamarlos los Queridos.

Jason levantó al inquieto Harvey sobre su pierna izquierda, y por suerte pronto sintió el pequeño cuerpo caer contra su pecho. Jason se las arregló en su mayor parte para mantener la mirada sobre su primo Leo Sherbrooke, mientras estaba alto y orgulloso frente a una muchacha con un pesado velo que era, evidentemente, Melissa Breckenridge. Ella no saltó encima de Leo, al menos hasta que su nuevo suegro, el reverendo Tysen Sherbrooke, le dijo con una maravillosa sonrisa en su rostro que la novia podía besar al novio.

En la recepción que siguió a la ceremonia, los invitados desbordaban la vicaría hasta los encantadores jardines de la vicaría. Se oyó que el reverendo Sherbrooke bendecía a Dios por otorgar este magnífico día soleado una buena docena de veces. Después de tres brindis del excelente champagne provisto por el conde de Northcliffe, Tysen se aclaró la garganta para atraer la atención de todos. Desafortunadamente, en ese momento en particular, uno de los niños gritó “¡Tengo que ir detrás de ese arbusto!”, lo que hizo que todos se disolvieran en risas. Tysen lo intentó otra vez.

– Mi esposa me ha informado que para evitar que todos estemos como una cuba, hace falta comer y bailar. La condesa de Northcliffe ha consentido a tocar si todos los jóvenes ayudan a abrir espacio en la salita.

En cuatro minutos, Alexandra había comenzado a tocar un vals cadencioso con Leo llevando a su novia al centro de la pista. Jason se dio vuelta al escuchar un suspiro. Vio a su tío Tysen mirando fijamente a Leo, sacudiendo la cabeza con perplejidad, probablemente porque su hijo ahora estaba realmente casado. Tenía un brazo alrededor de los hombros de Rory, ya de diecinueve años, estudiante en Oxford, un hombre casi adulto. Tantos cambios, pensó Jason, todos los primos casándose, produciendo la siguiente generación.

Vio a su hermano conducir a Corrie hacia la pista, los gemelos en brazos de su abuelo, saludando como loco a sus padres. Su primo Max, el hijo mayor de tío Tysen, ofreció su mano a una joven que Jason no había visto antes. Bajó la mirada para ver a Harvey tirando de la pierna de su pantalón.

– Quiedo bailad con el ángel.

– No puedes. El ángel está bailando con mi primo Grayson, que probablemente está contándole una historia de fantasmas. ¿Por qué no le mostramos tú y yo cómo bailar bien el vals a este grupo?

Jason levantó a Harvey en sus brazos y empezó a valsear con él alrededor del perímetro de la sala con grandes pasos abiertos. Uno de los gemelos gritó:

– ¡Tío Jason, quiero bailar el vals contigo!

Jason se rió y le respondió:

– Baila con tu abuelo.

Por el rabillo del ojo vio a su padre, con un gemelo en cada brazo, balanceándose con el vals, moviéndose alrededor de la habitación, a menos de un metro detrás de Jason y Harvey. La risa fluía tan libremente como el champagne. Los adultos y los niños valseaban. En general, era una buena tarde, la familia de Melissa mezclándose bien con todos los Sherbrooke.


Una hora más tarde, Jason estaba sentado en una hamaca en los jardines de la vicaría, su pie derecho empujando perezosamente de vez en cuando para mantener la hamaca en movimiento en un agradable desliz fluido. Harvey, totalmente satisfecho, exhausto por todo el baile, estaba repantigado en su regazo, con la cabeza contra el pecho de Jason. Una voz femenina le dijo en voz baja desde atrás:

– No espero que me felicite, pero supongo que como tenía la delantera en nuestra competición, debería decirle que probablemente usted corrió una buena carrera. Sin embargo, a decir verdad, no sé qué hizo. Podría haberse simplemente sentado en una zanja y darse por vencido, por lo que sé. Además, no me pidió bailar el vals. Creo que cada uno de los hombres en la boda me pidió bailar el vals. Todos excepto usted. Seguramente eso no definiría a un gentil perdedor, y tenía grandes expectativas de usted luego de esa sonrisa y el saludito en la ceremonia.

Jason, que no quería molestar a Harvey, no se dio vuelta, y dijo hacia el cementerio más allá de la pared del fondo del jardín:

– Siempre hago una buena carrera, señorita Carrick. Generalmente gano, excepto cuando es contra Jessie Wyndham. No dejaba de alentarla a comer para que ganara peso, pero nunca sucedió. Ella se reía de mí.

La propia Hallie se rió, caminó alrededor de la hamaca y se quedó allí parada, mirando al hermoso hombre que sostenía a un niñito derretido con la boca manchada de chocolate.

Le dijo:

– Vi a Jessie correr desde que tengo memoria. Es una asesina, Jessie. -Se quedó callada, frunció el ceño al mirar a Harvey dormido. -Es demasiado delgado.

– Sí, un poquito. Eso cambiará. Mi tío Ryder lo compró dos meses atrás al dueño de una fábrica en Manchester. Estaba trabajando catorce horas por día, arreglando máquinas que anudaban hilo.

– Oí a los padres de Melissa hablar sobre su tío Ryder y todos los niños que ha acogido a través de los años. No podían terminar de comprenderlo.

– ¿Y usted, señorita Carrick? ¿Qué piensa usted de los Queridos?

– Ese es un encantador nombre para ellos. En realidad, nunca he visto una magia tal como la que su tío tiene con los niños, excepto quizás por usted. Todos quieren arrastrarse encima de él. Es asombroso. ¿Vio a todos los parientes de Melissa valseando con los niños? No creo que el padre de Mellie haya bailado en treinta años, sin embargo estaba cargando a una niñita de no más de siete. Tantas risas hoy. Bastante asombroso, en realidad. Uno no vería eso en Londres, quizás ni siquiera en Baltimore. Serían todos adultos intentando actuar altivos y observando las joyas de los demás. ¿A cuántos niños ha acogido?

– No lo sé. Tendrá que preguntarle a él o a mi tía Sophie. Generalmente hay más o menos quince niños en la residencia en cualquier momento.

– Creo que es un hombre muy bueno. Él ve y actúa. No mucha gente lo hace.

– No, no muchos hacen. Entonces, tenemos otro hombre al cual debe aprobar. La lista está creciendo, señorita Carrick.

Ella luchó un momento, se quedó callada y estiró la mano para dar un empujón a la hamaca. Harvey roncó en su sueño.

– Nuevamente la he dejado muda.

– ¿No va a felicitarme, señor Sherbrooke?

– ¿Por acompañar a su amiga al altar? Harvey aquí estaba ciertamente impresionado con usted.

– Casi dejé caer el ramo. -Ella se inclinó, sacó un pañuelo de un bolsillo en su vestido que él no podría haber encontrado aunque hubiese estado buscándolo, y, al igual que Jessie, escupió el pañuelo y limpió eficientemente el rostro de Harvey. Lo vio mirándola fijamente y sólo dijo: -Yo misma crié a cuatro niños. ¿Vio a Melissa agarrar a Leo al final del oficio? Pensé que el reverendo Sherbrooke se reiría en voz alta.

Los jardines de la vicaría olían a madreselva y rosas a finales de la tarde, o quizás era el olor único de ella, Jason no estaba seguro. Le dijo:

– Recuerdo cuando era muy pequeño, tío Tysen rara vez reía, especialmente cuando daba un sermón. Su vida estaba dedicada a Dios, un Dios que evidentemente sólo estaba interesado en oír sobre interminables pecados y evitar transgresiones, siempre imposible. Este Dios de tío Tysen no creía en las risas o en los placeres diarios. Luego él conoció a Mary Rose. Ella trajo el amor y el perdón de Dios a su vida y a su iglesia. Trajo risas, paz y una infinita alegría. -Se quedó callado un momento, sintió su voz profundizarse al decir: -No me di cuenta de cuánto había extrañado a mi familia hasta hoy, cuando estaban todos a mi alrededor. Y mi tía Melissande, que siempre me palmeaba el rostro y me llamaba su espejo. Esta vez no lo hizo, me abrazó hasta que mi tío Tony finalmente la apartó. Había lágrimas en sus ojos.

¿Por qué le había dicho todo eso a ella? Después de todo, la había derrotado. En breve Hallie querría meterle un cuchillo entre las costillas. Harvey roncó nuevamente, dormido. Jason automáticamente lo agarró más fuerte, lo meció.

– Lo que dijo sobre su tío Tysen… fue bastante elocuente.

Él ignoró eso, sintiéndose un poco tonto por hablarle sobre eso a ella.

– ¿Por qué debería felicitarla, señorita Carrick?

Ella había olvidado su victoria, su absoluto triunfo, pero sólo por un momento. Le sonrió.

– Porque, naturalmente, soy la nueva dueña de Lyon’s gate.

Jason dejó de hamacarse. Levantó la mirada hacia un rostro que podría haber dado una terrible competencia a Helena de Troya.

– No -dijo él con calma, preguntándose cuál era su juego, -yo soy dueño de Lyon’s gate. Si quisiera verlo, para asegurarse de que no estoy mintiendo, puedo mostrarle la escritura. La tengo en mi bolsillo.

Eso la detuvo en seco.

– ¿Por qué está diciendo eso? No es posible, señor Sherbrooke. Tengo la escritura en mi ridículo, que está arriba, en mi dormitorio. Su broma no es graciosa, señor.

– No, yo no hago bromas sobre algo tan importante para mí como Lyon’s gate, señorita Carrick. Fui a Londres, me encontré con el abogado de Thomas Hoverton, y compré la propiedad.

– Ah, eso está aclarado entonces. -Ella se veía lista para bailar y arrojar más pétalos de rosa, la luz de victoria nuevamente en sus ojos. -No porque alguna vez hubiera estado en duda.

Su sonrisa creció. Jason la miró con el ceño fruncido.

– ¿De qué está hablando? ¿Qué ha hecho?

– Sabía dónde se encontraba Thomas… está quedándose con su tía Mildred en Upper Dallenby, a sólo treinta kilómetros de aquí. Fui allá, y él y yo logramos un acuerdo. Lyon’s gate es mío.

Ahora, ¿no era eso una patada en el trasero?, era lo único que Jason podía pensar.

Загрузка...