Ella estaba a la última moda con un vestido verde militar oscuro, con mangas amplias que se achicaban para ajustarse bien en sus muñecas y una cintura con cinturón que se veía del tamaño de los puños unidos de un hombre. Su cabello estaba levantado bajo un sombrero del mismo verde oscuro, varios rizos flotaban perezosamente frente a sus orejas. Y en sus encantadoras orejitas había chispeantes pendientes de diamante.
– Eso veo, señorita Carrick. Tanto usted como su equipaje se ven bastante grandiosos.
– Sí, el carruaje me costó casi todo el dinero que el banquero de mi padre me dio, el estúpido. Debo escribir a mi padre y pedirle que envíe instrucciones.
– ¿Fondos ilimitados para usted, señorita Carrick?
– No sea obtuso. Oh, gracias por el elogio a mi persona y a mi carruaje. El vestido es de Madame Jordan, que dice que su padre selecciona todas las ropas de su madre, y que su hermano elige todas las de Corrie. Nunca he oído sobre caballeros vistiendo mujeres. ¿No es bastante extraño? ¿Es alguna especie de tradición en su familia?
– Para ser sincero, nunca lo pensé, aunque los hombres de esta familia tienen un gusto excelente… Hmm, ahora que lo pienso, no creo que hubiera seleccionado un verde tan oscuro para usted, señorita Carrick. Podría, por supuesto, estar equivocado… quizás el sol de finales de la tarde brilla demasiado fuerte en mis ojos… ¿pero es biliosa la palabra correcta?
Ella dejó el señuelo colgar frente a su nariz por un momento, luego se rió en voz alta con un sonido alegre, bastante encantador.
– Bien hecho. -Se volvió hacia el carruaje. -Ven, Martha. Estamos aquí en Northcliffe Hall. ¿No es hermoso? Mira todos los colores.
Su doncella saltó fuera del carruaje, aterrizando suavemente sobre unos pies muy pequeños. No podía tener más de diecisiete años, pensó Jason. Era muy pequeña, su mentón puntiagudo temblaba de emoción.
– Oh, sí, es glorioso, más que glorioso. Tantos árboles densos, como en el parque. No sabía que usted conocía gente tan magnífica, señorita Hallie.
– Sólo la gente más magnífica para mí, Martha.
Jason se rió mientras Hallie ponía los ojos en blanco.
– Deje que me ocupe de su cochero y sus escoltas. -Jason se volvió hacia el cochero. -¿Algún problema?
El cochero hizo un rápido saludo a Jason.
– Ninguno, milord. Benji y Neally, nuestras escoltas provistas por el banquero de la señorita Carrick, bueno, querían un salteador de caminos o dos para romper la monotonía, pero ni siquiera apareció un pillo.
– Es veintiocho minutos demasiado joven para ser un lord, John -dijo Hallie. Ante la ceja levantada de Jason, añadió: -Oí por casualidad a Melissa contando a su madre lo cercanos en tiempo que nacieron usted y James. -Hallie se dio vuelta cuando Martha tiró suavemente de su manga. -¿Sí, Martha?
Martha susurró:
– ¿Quién es ese Dios, señora?
– ¿Dios? ¿Qué dios?
– El joven caballero, señora. Oh, Señorcito, es una belleza. Nunca antes he visto un caballero tan glorioso, quizás más que sólo glor…
– Sí, sí, comprendo, Martha. Investigaremos para conseguirte gafas.
– Pero tengo ojos que pueden ver alpiste, señorita Hallie.
¿Así que tanto él como la casa solariega eran gloriosos? Jason vio a Hallie abrir y luego cerrar la boca. Derrotada por su doncella. Le dijo al cochero:
– Aquel es Hollis, parado en la puerta principal. Se ocupará de que ustedes tres tomen la cena y tengan camas por la noche. Gracias por cuidar tan bien de la señorita Carrick.
Los tres hombres estaban parados mirando Northcliffe Hall, y Jason sabía lo que estaban viendo. Una de las grandiosas casas de Inglaterra, de tres pisos, con tres alas saliendo de la parte trasera de la casa, haciéndola parecer una E. El primer conde de Northcliffe había construido la casa solariega, extrayendo la encantadora piedra gris en Hillsley Dale aproximadamente tres siglos atrás, atenuada ahora a un suave color crema con la luz de finales de la tarde. Northcliffe se vería absolutamente austera y fríamente formal como tantas otras grandes casas de Inglaterra si no fuese por la actual condesa, que había plantado robles, limas, alerces y arces a lo largo del camino de entrada y por los jardines más de veinticinco años atrás. En cuanto a la miríada de arbustos y plantas en flor, trepaban cerca de las paredes de piedra, suavizando aun más las líneas de la casa, y presentaban tantos colores y flores en el verano que los jardineros de Northcliffe encontraban pequeños grupos de extraños en los jardines, observando el increíble follaje de verano. Se veía como una enorme casa sacada de un cuento de hadas.
– Gracias, milord -dijo el cochero, y se dio vuelta cuando Hollis exclamó, su vieja voz firme y seria:
– Adelante, muchachos, Bobby aquí los llevará a los establos para ocuparse de sus caballos y el carruaje, luego irán a la cocina.
Los tres hombres, conduciendo los caballos, con Bobby tres pasos delante de ellos, desaparecieron alrededor del costado de la casa.
Hollis dijo, mientras descendía los profundos y amplios escalones para detenerse junto a Jason:
– ¿Usted es la señorita Carrick?
– Sí -dijo Hallie, mirando con atención al viejo con agudos ojos azules, y cabello blanco largo y espeso. -Vi una pintura de Moisés una vez. Aceptaría sus Diez Mandamientos antes de aceptar los de él, Hollis.
Hollis le ofreció una encantadora sonrisa, mostrando una boca todavía llena de dientes suficientes como para masticar su cordero.
Jason, serio como un juez, dijo:
– James y yo creíamos que era Dios. Nunca nos corregiste, Hollis.
– Usted y Su Señoría nunca me desobedecían cuando creían que podía golpear a ambos con un giro de mi dedo.
– James y yo temíamos más que los golpes, Hollis. Temíamos que nos dieras pústulas por todo el cuerpo.
Hollis se veía pensativo.
– Pústulas. Hmm. Eso nunca se me ocurrió. ¿Supongo que ahora es demasiado tarde?
– Es perfecto para los gemelos. Ah, ¿podrías, por favor, ocuparte de la doncella de la señorita Carrick, Martha? Yo me ocuparé de la disposición de la señorita Carrick.
Hollis, que había estado estudiando a Hallie, dijo en una voz tan baja que Hallie pudo escuchar perfectamente bien:
– No le causará daño físico, ¿verdad, amo Jason?
– ¿Quieres decir arrojarla dentro del lago Reever? No, estoy demasiado cansado como para asesinarla hoy. -Oyó un jadeo de la joven Martha y le sonrió. -No estrangularé a tu ama. No te preocupes.
Hallie dijo:
– Te diré cuándo preocuparte, Martha. Ve con Hollis ahora.
Vio a la pequeña Martha subir muy lentamente los escalones junto al anciano mayordomo, su mano preparada para sujetarlo si él flaqueaba. Tanto Hallie como Jason vieron a Martha levantar la mirada hacia él, y la oyeron susurrar:
– Usted es glorioso, señor Hollis, tal vez aun más que glorioso.
Hallie se rió, no pudo evitarlo. Seguía estando muy nerviosa.
– Y yo que me preguntaba si Martha y yo encajaríamos.
– Como te hace reír, se adaptará muy bien a ti.
– No conocí a Hollis cuando estuve aquí después de la boda de Melissa y Leo.
– Creo que estaba en cama, atendiendo un resfrío. Está bastante bien ahora, gracias a Dios.
Cuando Hollis y Martha habían superado los escalones y desaparecido dentro de la casa, ella miró a Jason.
– No sé si glorioso, pero es una belleza. Es una pena que usted lo sepa tan bien.
Una ceja se elevó.
– Usted también es una belleza, señorita Carrick. Sin embargo, a diferencia de usted, no soy vanidoso. No me acicalo de modo de atraer atención hacia mis atributos.
– ¿Y qué haría si deseara atraer la atención? -Ella lo tenía, y lo sabía. Le sonrió desvergonzadamente. -En realidad no podría sacar pecho, ¿verdad? Hmm. En cuanto al polvo de arroz en su rostro, me atrevo a decir que lo pierden sudando en medio de su primer vals.
Él tomó rápidamente la oportunidad que ella le daba.
– ¿Y las damas no sudan su polvo de arroz?
– Desde luego que no. Las damas están hechas de fina porcelana, no de barro poroso.
Como así se sentía exactamente en ese momento, Jason echó la cabeza atrás y se rió. En ese momento se dio cuenta de que había extrañado esa rápida mente suya, sin mencionar su lengua.
– La abadía de Ravensworth es tan espléndida como Northcliffe Hall, pero es muy diferente. Usted tiene un hermoso hogar.
– Lyon’s gate es mi hogar ahora.
– Nuestro hogar, señor Sherbrooke. Nuestro hogar. -Ella palmeó suavemente la manga blanca de él. -Veintiocho minutos. Ni siquiera media hora y su destino fue decidido.
– Por favor, créame, señorita Carrick, preferiría compartir una casa con usted que ser algún día el amo aquí.
Ella notó entonces que él no estaba vestido como el hijo de la casa. Qué extraño que no hubiese notado lo sudoroso y sucio que estaba, sus viejas botas raspadas, su camisa blanca abierta en el cuello y un poco en el pecho, y no iba a quedarse mirándolo, no cuando toda esa encantadora suciedad significaba que había estado en Lyon’s gate y ella no.
– Ha estado pasando los últimos tres días en Lyon’s gate, ¿verdad? -Su voz se elevó una octava. -¿Qué ha hecho?
Jason tendría que haber estado muerto para no oír la cólera, y se vio tentado a tomarle el pelo. No, mejor no, cuando los ojos de ella ya estaban sobresaliendo de su cabeza. Además, su preciosa madre podría escucharla gritándole y vendría a dispararle.
– Nada que usted pudiera desaprobar -le dijo suavemente. -Contraté a tres hombres de la aldea para que me ayudaran a limpiar los establos. Casi terminamos hoy. Ya he hablado con el hombre que decidirá qué es necesario para reparar la casa, y él y sus trabajadores comenzarán mañana. Puede hablar con ellos entonces. Oh, sí, mi madre envió allí a media docena de jardineros, que están quitando la hiedra de la casa y deshaciéndose de las malezas. Empieza a verse mucho mejor.
Hallie rumió eso un momento, y asintió.
– Muy bien. Tiene suerte de no haber pintado ninguna habitación, señor Sherbrooke.
– ¿Pintar, dice? Estaba imaginando un encantador carmesí brillante para la sala de estar, quizá una pared azul pálido. ¿Qué piensa?
Ella miró esos increíbles ojos lavanda suyos y dijo:
– Me sorprende, señor. Una excelente elección. Y encantadoras cortinas carmesí, ¿no lo cree? ¿O quizás azul pálido?
– Carmesí, con gruesas borlas doradas trenzadas enlazándolas. El terciopelo sería totalmente encantador. Qué agradable. No deberíamos discutir en nada. -Le ofreció su brazo. -Déjeme llevarla dentro para saludar a todos. Imagino que ya deberían estar reunidos.
Ella se rió mientras subía los escalones junto a él.
– ¿Podríamos partir mañana temprano para ir a Lyon’s gate? Quiero ver todo.
Hallie estaba tan emocionada como él. Odiaba que deseaba Lyon’s gate tanto como él.
Exclamó:
– Hola, madre. Mira quién ha llegado.
Alex se encontraba justo dentro de la imponente puerta principal, observando a la joven que había tenido el descaro de arruinar el sueño de su hijo. Conocía su deber; tragó con dificultad una vez y le ofreció una sonrisa. A veces ser bien educada era el mismo infierno.
– Señorita Carrick. Qué bueno verla nuevamente.
Hallie hizo una reverencia.
– Gracias, señora, por recibirme. Es muy generoso de su parte.
¿Qué decir cuando realmente no había tenido opción en el asunto? Era mejor mantener la boca cerrada.
Hallie le ofreció una sonrisa descarada.
– Espero que no tenga un arma tras su espalda.
Alex sintió un tirón de agrado no deseado.
– Hmm. Sea muy respetuosa conmigo, señorita Carrick, asienta con modesto acuerdo a todo lo que yo diga, y podría sobrevivir.
– Lo siento, madre. Aunque lo intentara, no veo que eso suceda -dijo Jason.
– En ese caso, debe venir a la salita, señorita Carrick. Mi querida suegra, lady Lydia, la condesa viuda de Northcliffe, está aquí para su visita semanal. Puede conocerla y tomar una agradable taza de té.
Jason gruñó.
Hallie se veía repentinamente cautelosa.
Jason intentó captar la mirada de su madre, pero ella había tomado el brazo de Hallie y la conducía en línea recta hacia la sala de estar. Él hubiese preferido ser arrojado en el lomo de un caballo de dos años, sin riendas, quizás hasta hubiera preferido ser hervido en aceite. Un pelotón de fusilamiento era una buena opción.
Su abuela odiaba a todas las mujeres en el universo conocido, excepto a su tía Melissande, incluyendo a su madre y a Corrie, y por eso era que su padre finalmente la había mudado a la casa de campo al final del sendero cinco años atrás.
Dijo detrás de ellas:
– Madre, quizá podrías reevaluar este curso de acción en particular. Es un corderito yendo al carnicero.
– Tonterías. Estás un poquito sucio, querido, pero a tu abuela no le importará. Y la señorita Carrick seguramente es una muchacha lo suficientemente bien educada como para salir de esto sin problemas, ¿no lo crees?
– No. Señorita Carrick, ¿conoce a Wilhelmina Wyndham?
– Oh, cielos.