Esa noche, luego de una deliciosa cena de rodaballo de langosta con guisantes y espárragos, y un sabroso lomo de cordero asado, la cocinera creó una crema de chocolate para el postre que hacía cantar a los ángeles.
Aún estaba claro afuera, así que las cortinas en la sala de estar no estaban bajas, y varias ventanas se encontraban abiertas al dulce aire nocturno.
Hallie sirvió té a su padre, añadió una cucharada de crema, justo como a él le gustaba, y se lo entregó. Aún podía oler a Jason sobre su piel. ¿Cómo era posible, si se había bañado antes de la cena? Su mano tembló. No podía pensar en Jason, al menos no ahora. Su padre estaba contando una historia divertida, tenía que prestar atención.
Dijo:
– Entonces, ¿qué hizo Genny a este señor Pauley?
Alec se rió.
– Creo que le preguntó si tocaba el piano, lo cual él hacía, por supuesto… ella se había enterado de eso antes de hacer la pregunta. Entonces le palmeó la mano y le dijo que aunque tocar el piano, así como pintar con acuarelas o coser muestras, era una actividad característicamente femenino, igualmente creía que él se veía bastante masculino, bueno, quizás no tan masculino como podría si evitara las teclas del piano por, digamos, billar y cigarros. Él me miró, se estudió por un momento en el espejo, tosió, y luego le pidió muy amablemente que diseñara su yate.
Jason, que conocía a Genny Carrick, lady Sherard, asintió cuando Hallie dijo:
– Nunca la vi echarse atrás en una pelea. Y es tan tranquila. Todavía me enojo tanto que quiero escupir clavos al rostro de un hombre cuando me dice que soy demasiado bonita para estar afuera en el barro.
Alec dijo:
– Genny era igual que tú en una época. Sin embargo, desde que se casó conmigo, ha aprendido a tratar con los empresarios con mucho más tacto.
– Eso es porque si podía tratar contigo, podía tratar con el mismísimo diablo.
Alec se rió e hizo un brindis con su taza de té.
Angela dijo a Jason:
– La baronesa Sherard enseñó a Hallie a mantenerse firme cuando el suelo era lo bastante firme como para pararse sobre él; de otro modo, debía retroceder rápidamente.
Alec Carrick miró su reloj, miró a su hija y se levantó.
– Creo que Jason y yo tendremos una breve conversación. Si las damas nos disculpan.
Hallie se puso de pie de un salto.
– Oh, no, papá, no te atrevas a llevarlo afuera y dispararle o romperle la cabeza. Él no hizo nada. Fui todo yo. Yo lo ataqué. Casi lo derribé de tan rápido que quería llegar a él. No puedes culparlo, no es justo.
– No puedo llamar bruta a mi hija y golpearla en la mandíbula, ¿verdad?
– Me has llamado bruta muchas veces.
Alec Carrick suspiró.
– Lo olvidé.
– Escucha, papá, él estaba indefenso, fue correcto, no había nada que pudiera hacer, excepto tal vez apartarme de una patada. Además, todos los mozos de cuadra estaban fuera con los caballos. Angela no le contará a nadie, ¿cierto?
– Claro que no, querida mía, pero sabes que estas cosas tienen una manera de rezumar de las grietas en las paredes.
– No -dijo Hallie. -No, no es posible.
– Hallie, ve a acostarte -dijo Jason. -Señor, es una noche bastante agradable. ¿Le gustaría ver a Piccola haciendo cabriolas por el corral? Es uno de sus pasatiempos favoritos.
– ¿Haciendo cabriolas en una noche de luna?
Hallie dijo:
– Se niega a hacerlas si el cielo no está claro. No quiero ir a la cama. Quiero hablar con mi padre, poner su mente en el camino correcto, asegurarle que si alguien vio algo por casualidad, lo enterraré bajo el sauce.
Alec Carrick caminó hasta su hija, le puso la mano sobre la boca y le dijo en voz baja al oído:
– No habrá cuerpos enterrados en ninguna parte. No volverás a abrir tu boca. Irás arriba y allí te quedarás.
Angela tomó el brazo de Hallie.
– Es una de esas ocasiones en las que el suelo no es lo bastante firme para pararse sobre él, querida. Vamos.
Cinco minutos más tarde, Alec Carrick estaba fumando un cigarrillo y pensando en ese día muy extraño.
Mientras veía el humo arremolinarse en el claro cielo nocturno, dijo:
– Mi hija es uno de los individuos más independientes que jamás he conocido. Aun cuando era pequeña, observaba a aquellos a su alrededor con una mirada desapasionada. Sin embargo, no fue para nada desapasionada hoy en los establos.
Jason nunca la había visto desapasionada; es más, no reconocía a esa mujer de la que su padre hablaba. ¿Hallie, desapasionada? Nunca.
Él dijo:
– Es verdad, señor, lo que le dije. Nunca antes había sucedido algo así. Yo no deshonraría a su hija.
– No, la sorpresa en tu rostro, la desesperación, era tan cruda como la blanca luna. Las primeras cartas que mi hija escribió a su madre y a mí luego de que ambos quisieran Lyon’s Gate… estaba preparada para arrancarte la cabeza del cuerpo. Cuando escribió sobre tu belleza masculina, pude imaginar la mueca de desdén en su rostro. ¿Qué piensas de mi hija, Jason?
– Tiene más agallas que cerebro. -El barón Sherard asintió y permaneció en silencio. -Esto es algo que no debería haber pasado, milord. No deseo casarme jamás, verá.
Alec dijo lentamente:
– Oí rumores de ese estilo, rumores de que te habías exiliado de Inglaterra, que habías pasado casi cinco años de tu vida viviendo con los Wyndham. ¿Lo hiciste debido a una mujer? -Jason sacudió la cabeza. -Había oído que te dispararon, que casi moriste. Lo admito, me pregunté qué habría sucedido.
– No morí. -Alec Carrick esperó. Jason dijo: -Ha pasado mucho tiempo; sin embargo, cuando cierro los ojos parece que fuera sólo un momento atrás. Fui responsable del intento de asesinato de mi padre y mi hermano.
– ¿Cómo puede ser?
Jason se encogió de hombros.
– Fue una mala época. Sepa que fui yo el responsable de eso.
Alec lo dejó ahí.
– Repito, Jason, ¿qué piensas de mi hija?
Jason miró hacia el corral, escuchó la voz suave y baja de Henry mientras hablaba a Piccola, que estaba golpeando un casco contra el suelo. La luz de la luna los bañaba a ambos, hacía que la valla blanca del corral pareciera un cuadro.
– Este es mi hogar. La primera vez que vi Lyon’s gate, supe que sería mío, que viviría mi vida aquí, que correría y criaría caballos.
– Mi hija sintió lo mismo.
– Sí, he llegado a darme cuenta de eso. Le diré que mi familia, porque me ama, intentó deshacerse de ella, pero Hallie nunca vaciló. Así que tenemos esta especie de sociedad. Ha sido difícil, no le mentiré, milord. Su hija es encantadora, es brillante, trabaja hasta quedarse bizca, y puede entrar en una habitación llena de gente y llevar risas o crear caos. Nos hemos gritado, casi hemos llegado a golpearnos, todo en los últimos dos meses, incluyendo el día que la vi por primera vez. Los dos hemos aprendido a ceder un poquito. ¿Sabía usted que lord Renfrew está en el vecindario?
– ¿Ese imbécil? ¿Hallie lo lastimó?
– Estuvo cerca, pero decidió reírse en cambio, por lo estúpida que había sido. ¿Sabe qué la enfureció en realidad? Evidentemente, además de haberse acostado con otra mujer durante su compromiso, el bufón le mintió acerca de su edad.
Alec Carrick echó atrás la cabeza y rió a la luna. Piccola levantó la cabeza y relinchó. Se desprendió de Henry y comenzó a danzar por el corral, acercándose más y más a donde Jason y el padre de Hallie se encontraban, con los pies con botas sobre la barandilla de madera. Sus ojos nunca abandonaron el rostro del barón.
Jason dijo:
– No me había dado cuenta de que Piccola le gustaba tanto la risa.
Alec dijo lentamente, sonriendo hacia la yegua:
– Luego de descubrir lo de Renfrew, mi hija me dijo que no quería casarse nunca. Dijo que no tenía buen juicio para seleccionar caballeros. Le recordé que sólo tenía dieciocho años, ¿y qué podía esperar en cuanto a ver tras las máscaras que usan las personas?
– Nunca eres tan inteligente en tu vida como cuando tienes dieciocho -dijo Jason.
– Asumo que tienes razón. Ha pasado demasiado tiempo como para que lo recuerde. Bien, para que sepas cuán en serio hablaba, Hallie quiso hacer un juramento de sangre con uno de sus hermanos, de que nunca se casaría. Su hermano tenía once años y hacía cualquier cosa que ella dijera. Le puse fin antes de que pudiera cortarse la palma con un cuchillo. Después de rechazar a media docena de caballeros, cuatro de los seis bastante satisfactorios, le creí.
– Hallie y yo sufrimos del mismo mal juicio en potenciales parejas.
– Ya veo. Creo que es hora de que me cuentes un poco de lo que sucedió, Jason.
Jason vio que no podía evitarlo.
Dijo lentamente:
– A diferencia de lord Renfrew, esta muy inteligente y hermosa jovencita no hizo nada tan malo como mentir acerca de su edad. Era un monstruo y yo nunca lo vi. Como resultado de mi mal juicio, casi mató a mi padre, y su hermano casi asesinó a mi gemelo. El hecho es que no tengo madera de esposo, milord, porque no puedo imaginarme confiando nuevamente en una mujer jamás en mi vida. No podría dar a una esposa lo que ella merecería. No podría hacerla feliz.
– A causa de esta carencia que ves en ti mismo.
Jason asintió.
– Está allí y es profunda, una parte mía ahora, y una esposa llegaría a tenerme resentimiento, incluso odiarme.
El barón Sherard no dijo nada más. Acarició el hocico de Piccola, recordando cómo había luchado ella para ponerse de pie luego de que su madre finalmente la hubiera dado a luz, seis años atrás en Carrick Grange. La vio brincando en el corral bajo la luz de la luna. Sonrió. La juventud, pensó, siempre era un asunto tan serio. Había mucho en que pensar. Se preguntaba qué pensarían el conde y la condesa de Northcliffe de su hija. ¿Habían sabido lo que muy probablemente sucedería si dos personas jóvenes y sanas eran unidas de este modo?
Jason yacía de espaldas, con la cabeza apoyada en los brazos, mirando el techo en sombras. La luz de la luna entraba por la ventana abierta. El aire estaba quieto y dulce. El sueño estaba a millones de kilómetros.
Vio girar lentamente el pomo de la puerta. En un instante, su cuerpo estuvo listo para luchar. La puerta se abrió silenciosamente.
Un halo de luz de vela apareció.
– ¿Jason? ¿Estás dormido?
– Es pasada la medianoche. Por supuesto que estoy dormido, tonta. ¿Qué quieres, Hallie? No des otro paso. No entrarás aquí, no con tu padre durmiendo a cinco metros por el corredor. Vete.
Ella se escabulló y cerró la puerta silenciosamente.
– Cuando era pequeña, practicaba caminar como un gato, porque me destacaba en escuchar a hurtadillas. La única persona que podía oírme era mi madrastra. Me decía que era una buena habilidad que desarrollar, pero que debía prometer no usarla con ella. Nunca lo hice.
– Yo te escuché. Vete.
– Jason, no voy a saltar nuevamente sobre ti -dijo ella, y sonaba tanto mortificada como excitada.
Se echó el cabello atrás, su espeso y largo cabello, sobre el que él no tenía intenciones de pensar, sobre cómo se sentiría frotarlo contra su mejilla, como una cortina sobre su abdomen.
– Quédate ahí, Hallie. No llevo camisa de dormir.
– ¿De veras? ¿No duermes con camisa? Sí, recuerdo que Corrie dijo algo acerca de eso. ¿Sabías que la luna está entrando a través de esa ventana, Jason? Si me acerco sólo cinco pasos más, podré…
– Si te acercas un paso más, te arrojaré personalmente por esa ventana. Es una linda caída hasta el suelo.
– Muy bien, muy bien, no me moveré de aquí. Dime, ¿intentó mi padre quebrarte el brazo?
– No, no lo hizo.
– ¿Sabes qué está pensando mi padre? No quiso decirme nada, me palmeó la mejilla, me deseó buenas noches y se marchó. Y yo que lo he conocido toda mi vida.
– Te vi deslizar el pie hacia delante. Retrocede, Hallie.
Ella dio un muy pequeño paso atrás. Jason vio que estaba descalza.
– Si mi padre no te golpeó, entonces sé qué es lo que quiere, Jason, pero créeme, no tienes que aceptar. Lo que sucedió fue mi culpa, se lo he dicho más de una docena de veces. Él no dice nada, sólo mira con paciencia. Desearía que creyera que no es posible que nadie lo sepa. Simplemente es como si no hubiera pasado. Puf, desapareció.
Jason suspiró.
– Nada desapareció. Él es tu padre. Es hace toda la diferencia del mundo. No creo que vaya a haber ninguna elección aquí, Hallie. -Jason rió brevemente. -Al menos nuestra cuestionable sociedad habrá terminado.
– No, no lo digas. Quería disculparme contigo por lo que hice, aunque no recuerdo haber pensado absolutamente nada mientras lo hacía.
– Generalmente son los caballeros quienes pierden el juicio y sólo pueden pensar en dejar a la mujer tumbada de espaldas.
– Yo no llegué tan lejos -dijo ella. -Quiero decir, no tenías camisa y eso me dio mucho en qué pensar. Cuando mi mano hizo esa muy breve incursión por tu pecho, bueno, quizás sí pensé que sería muy agradable quitarte los pantalones. -Hallie se quedó callada, dio un paso al costado. -Ahora no tienes pantalones.
Él se sentó.
Ella se quedó mirándolo atentamente.
Jason subió la sábana a su alrededor, luego una manta sobre sus hombros, uniéndola sobre su pecho, como un chal.
Alec Carrick dijo desde el umbral:
– Hallie, no puedo creer que estés aquí. ¿No tienes absolutamente nada de sensatez?
– ¿Eres tú, papá? Oh, cielos, creo que sí. No estoy tocándolo. Ves, estoy al menos a dos metros de su cama.
– ¿Contaste los malditos metros?
– Bueno, sí, quizá lo hice, y qué tan rápido podría cubrir esos metros si corriera. Papá, sólo estoy aquí para hacer que Jason me diga qué le dijiste. Ves, él está todo tapado. Está a salvo.
Alec Carrick se rió, no pudo evitarlo.
– Vas a hacerlo huir de su propia casa si no tienes cuidado, Hallie.
– Él ha estado escapando últimamente -le dijo a su padre. -Estábamos hablando y entonces él se marchaba y no regresaba hasta el amanecer. La otra noche supe que era el amanecer porque estaba casi despierta, y se lo dije.
– Ya veo -dijo Alec Carrick. -¿Con cuánta frecuencia se marcha así simplemente Jason?
– Se ha ido una media docena de veces. Nunca una advertencia, se levanta y se va.
Jason quería arrojarla en el bebedero.
– Milord, aquí nunca hubiese sucedido nada, absolutamente nada.
– Te creo. Así que te marchabas, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo crees que hubieras podido seguir haciendo eso, Jason?
Jason se sentía como un tonto. Estaba desnudo en la cama -su cama- ocupándose de sus asuntos, y ella lo perseguía, y ahora su padre lo miraba con una buena cantidad de entendimiento y resolución.
Dijo lentamente:
– ¿Tal vez podríamos hablar en la mañana, señor? Tomar decisiones, hacer arreglos, ese tipo de cosas.
– Sí -dijo Alec. -Eso estaría bien.
Tomó la mano de su hija y la arrastró fuera del dormitorio de Jason.
– ¡Esperen! ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué quieres decir con “decisiones”? Escucha, ¿sólo porque Jason abandona la casa muchas veces quieres hablar de acuerdos? No, no lo haré. No deseo casarme, te lo he dicho una y otra vez, papá. Mira a lord Renfrew. Me estremezco al pensar en él. ¿Puedes empezar a imaginar cómo hubiesen sido sus hijos? Papá, ¡no lo haré! ¿No te dijo Jason que él tampoco quiere casarse? Lo hirieron realmente, papá, muchísimo, no apenas como a mí. Esto no puede suceder.
Alec Carrick cerró silenciosamente la puerta de la habitación.
Jason, totalmente despierto, sabiendo que se enfrentaba a su condena y sin ver esperanzas, saltó fuera de la cama, se vistió rápidamente y en cinco minutos estaba montando a Dodger lejos de Lyon’s Gate.
Hallie estaba sentada en su ventana y volvió a preguntarse adónde iba.