CAPÍTULO 18

La mudanza a Lyon’s gate ocupó unas tres horas, dos adicionales para instalar tanto a Martha como a Petrie, quien había rogado a Jason que le permitiera ser tanto su ayuda de cámara permanente como el mayordomo de Lyon’s gate, ya que Hollis le había enseñado todo en los últimos cinco años. Jason tenía que admitir que en ocasiones había extrañado los servicios de Petrie en Norteamérica. Estuvo de acuerdo con que Petrie siguiera siendo su ayuda de cámara y Hallie estuvo de acuerdo en que Petrie fuera su mayordomo. Jason sabía que lo estaba aceptando con toda buena voluntad e inocencia. Bueno, pronto descubriría lo misógino que era.

No habían estado en Lyon’s gate más de una hora antes de que Petrie dijera a Martha que era una niña respondona sin respeto por su oficio y habilidad. Jason había visto a Martha, de diecisiete años, con las manos en las caderas, el mentón levantado, diciéndole que era un insufrible y viejo garrapata cara de pasa, y que ni siquiera era tan viejo aún.

Viejo garrapata o no, era agradable tener alguien que se ocupara de él nuevamente. Jason siempre podía dar una bofetada a Petrie si se pasaba de la raya con cualquiera de las mujeres en la casa.

Buen Dios, se había mudado a una casa con una mujer a la que hacía menos de dos meses que conocía, y la prima Angela, a quien había conocido durante una semana. Su mundo se había vuelto de lado.

En cuanto a Martha, estaba tan emocionada que entraba y salía bailando de cada habitación, diciendo una y otra vez:

– Nuestra primera caza, eh, casa. Santo cielo, ¿no è, no es, simplemente espléndido, señorita Hallie?

– Es lo más espléndido -acordó Hallie, y se dio cuenta de que estaba mudándose a una casa con un hombre que se veía como un dios.

En las altas horas de la noche, supo que estaría bastante satisfecha con arrojarlo al piso, sujetarlo y besarlo, para siempre.


La casa estaba en silencio. Jason yacía en su cama, la primera vez que él y su nueva cama habían estado juntos. Se estiró, apoyó la cabeza sobre sus brazos y se quedó mirando el oscuro techo. No había mucha luna esa noche, así que poca luz entraba por las ventanas. Algunos minutos más tarde, desde abajo, llegaron doce suaves campanadas del encantador reloj Ledenbrun, un regalo de su abuela.

Su primer hogar. El primer hogar de Hallie. Oh, sí, había oído la emocionada voz de Martha, todos los que habían estado en la casa en ese momento la había oído, para estricta desaprobación de Petrie. Sí, la casa era simplemente magnífica. Sonrió, pero pronto esa sonrisa desapareció. Ella había querido besarlo. Se había aferrado hasta que él le había quitado los brazos de alrededor de su cuello.

Su cocinera, la señora Millsom, de senos tan grandes que probablemente podría hacer equilibrio con un vegetal o dos bastante bien, les había preparado una cena excelente; un poco de pescado y cordero, si recordaba bien, pero había estado tan concentrado en sentarse en la silla del amo a su propia mesa de su propio comedor, que realmente no recordaba qué había comido. Quizás también había habido algunos guisantes. Había estado consciente de que la cocinera lo estaba observando, así que la había elogiado con extravagancia. La señora Millsom sacudió sus dedos y se dirigió de regreso a la cocina, cantando, si Jason no lo había imaginado, y Hallie había dicho: “Oh, no, no la señora Millsom,” pero él no le había preguntado qué había querido decir con eso.

Frunció el ceño ante un recuerdo. Mientras compartían una copa de oporto tras la cena, Hallie había dicho:

– Estoy tan emocionada que apenas puedo evitar ponerme a dar saltos… mi primer hogar, mi primera cena en mi propio hogar.

Y Angela, viendo que él estaba listo para abrir la boca, dijo rápidamente mientras levantaba su copa:

– Propongo un brindis: para tu primer hogar y el de Jason, y nuestro primer hogar juntos.

También era el hogar de ella, maldición. La mesa de ella en el comedor de ella. No sólo suyos. La había visto mirando alrededor, con entusiasmo, y había sabido que Hallie quería pedirle que volviera a bailar el vals con ella por toda la casa. Pero no lo había hecho, probablemente por su evidente rechazo… y eso trajo justo frente a sus ojos a Judith McCrae, de esa parte oculta de su cerebro, la muchacha que había sido un monstruo, la muchacha que casi lo había matado. Sí, cada vez que sacaba a la luz a Judith, su mente regresaba a su camino correcto.

Cuando se quedó dormido, soñó otra vez con esa tarde, se vio saltando frente a su padre, sintió la bala desgarrando su hombro, y el interminable dolor que lo había arrastrado profundo dentro suyo, casi matándolo.

Despertó de golpe, respirando con dificultad y rapidez, el sudor cubriéndolo. No había tenido ese sueño en muchos meses. Ahora, esa noche, en su nueva cama, había venido y traído todo de regreso. No quería volver a dormir. No quería volver a caer en esa pesadilla.

Cuando volvió a quedarse dormido, durmió profundamente, absolutamente nada entrando en su mente para perturbarlo.


La mañana siguiente, mientras Jason bajaba las escaleras, con los eventos de ese lejano día metidos nuevamente en la envuelta oscuridad, oyó a Petrie diciendo:

– Tu paso es totalmente demasiado ligero. Muestra falta de respeto por tus superiores. Estás casi danzando, Martha, y la doncella de una dama no debería danzar. Su paso debería ser lento y majestuoso. Sus ojos deberían mirar sus pies. No aceptaré tu entusiasmo en mi casa.

¿La casa de Petrie? Bueno, ¿por qué no? Era prácticamente la condenada casa de todos. Jason iba a hablar cuando vio a la joven Martha parada frente a Petrie, con las manos en las caderas, dando golpecitos con un pie y con una encantadora mueca de desdén en su delgado y joven rostro.

– Bueno, irritante y viejo tonto, usted ni siquiera es gordo y arrugado aún, y aquí… aquí está, actuando como un abuelo severo sin siquiera un poquito de risas dentro suyo. El querido señor Hollis debe tener diez veces su edad, sin embargo nunca es severo y desaprobador, y lo que es más, le agradan bastante las mujeres, a diferencia de usted, que le gustaría cocinarnos a todas en el maravilloso horno nuevo que la ama compró. Escúcheme, señor Petrie. Por supuesto que tengo el paso ligero, tengo sólo diecisiete años. Márchese ahora, escuché a su amo despertando hace mucho rato. Usted se ocupa de él, ¿verdad?

Petrie la miraba fijamente, boquiabierto.

– No soy un viejo e irritante tonto.

– Mi má siempre decía que un viejo es amargo, rígido y desagradable, sin importar que aún tenga todos los dientes.

Jason se dio cuenta en ese momento de que Martha no había dicho ni una sola palabra mal, que había hablado fluida y rápidamente, su dicción y gramática perfectas. La furia hacía cosas extrañas a las personas. No tenía nada que hacer. Martha se había ocupado de Petrie bastante bien. Se preguntó si Petrie estaría listo para cometer asesinato.

Deseaba poder simplemente pasar junto a ellos. No quería ver a su ayuda de cámara-mayordomo mortificado. Pero Lyon’s gate no era ni cerca del tamaño de Northcliffe Hall, así que Petrie tendría que verlo, sentirse culpable y sufrir.

– Buenos días, Martha, Petrie. No, Petrie, no necesitaba tus servicios. Desayunaré ahora. Martha, ¿está levantada tu ama?

– Oh, sí, señor. Es madrugadora, lo es, sin dudas me hará cambiar mis horarios.

– Fresca y descarada -dijo Petrie en voz baja, pero claro, no lo suficientemente baja.

Martha se volvió hacia él, recordó que el amo estaba a un metro de distancia, y le hizo una encantadora reverencia antes de sellar los labios.

– Muy bien hecho, Martha.

– Gracias, señor. La señorita Carrick me lo enseñó. Ella es siempre tan elegante cuando hace reverencias.

– Posiblemente -dijo Jason y entró en el desayunador. Cuando se sentó, con el plato apilado con huevos, tocino y riñones, dijo a Hallie, que estaba bebiendo una taza de té en la otra punta de la mesa: -Necesitamos un ama de llaves, o Petrie será asesinado en su lecho por todo el personal femenino.

– La prima Angela quería ser el ama de llaves, pero es mi chaperona y es noble.

– Le pediré a Hollis que nos recomiende a alguien.

Jason comió mientras Hallie continuaba bebiendo su té, con los dedos tamborileando suavemente sobre el mantel.

Jason extrañaba el periódico de Londres que normalmente tendría en Northcliffe Hall.

– ¿Qué te sucede esta mañana? ¿No dormiste bien?

– Oh, sí. En realidad, me gustaría mucho que me dieras permiso para que Dodger sirva a Piccola, eh, sin cargo por sus servicios de semental.

Una ceja se elevó.

– ¿Sin cargo por los servicios de Dodger?

– Como somos socios, merezco un poquito de consideración, ¿no lo crees?

Jason se había ocupado de Piccola varias veces desde que había llegado. Era una pura sangre, una lustrosa zaina con cuatro calcetines blancos y una línea blanca en la cara, un cuello largo y elegante, un pecho amplio.

– Sí -dijo. -Si su primera cría es una potranca, es tuya; si es un potro, es mío. ¿Está bien?

– Hmm. Si es un potro, ¿puedo quedarme con el potro siguiente?

– Muy bien.

Ella le ofreció una enorme sonrisa.

– Muy bien, iré a hablar con Henry. Creo que ella estará en celo muy pronto. Como ya sabes, el verano es la mejor época para el apareamiento, así que tenemos que apresurarnos. Pedí a tu tío Tysen que comentara por ahí que nuestro negocio está en marcha. A mi tío Burke también. Dodger estará muy ocupado.

– Tenemos suerte de tener a Henry nuevamente con nosotros. Me contó sobre los últimos años de vida del señor Hoverton, cómo Thomas siempre estaba…

La voz de Jason se apagó cuando Hallie de pronto se puso de pie, y él casi se cayó de su silla. No podía creerlo. Ella llevaba pantalones negros, una camisa blanca suelta cubierta con un chaleco negro, y brillantes botas negras. Se había atado el pelo con una cinta negra de terciopelo. Era bastante evidente que todo lo que vestía era nuevo y bien confeccionado. Jason recordó la primera vez que él y James la habían visto en Lyon’s gate. Había estado vestida con viejas ropas sucias de muchachito. Ahora que lo pensaba, tampoco la había visto bajo el lomo de Carlomagno.

Encontró su voz al levantarse rugiendo de su silla.

– ¡No se mueva, señorita Carrick!

Por un instante no pudo pensar. Sus largas piernas estaban bastante bien expuestas, dejando poco a la imaginación de un hombre. Su trasero…

Gracias a Dios Hallie se dio vuelta lentamente para enfrentarlo, y él pudo obligarse a mirarla a la cara. Se inclinó, apoyando sus palmas sobre la mesa. Golpeó su tenedor y voló al otro lado de la sala, pero no le prestó atención.

Ella dijo, con una ceja levantada:

– ¿Qué desea, señor Sherbrooke?

Jason intentó controlarse. No era su padre, maldición, ni su esposo. Pero la indignación salió; simplemente no pudo contenerla.

– Irás arriba en este instante y harás que Martha te ponga un traje adecuado. No saldrás hasta que estés adecuadamente vestida, más o menos como una dama. No volverás a usar ropas de hombre nunca más. ¿Te queda perfectamente claro?

– Como casi estás gritando, sí, por supuesto, está claro. Discúlpeme ahora, señor Sherbrooke, tengo trabajo que hacer en los establos.

– ¡No se mueva, señorita Carrick! -El rostro de él estaba rojo, su pulso palpitando en el cuello. Afortunadamente su cerebro se mantenía entero y le dijo que se controlara. -Maldita seas… -No, no, inténtalo nuevamente. Calma, necesitaba calma y control con ella. Su voz se hizo más lenta, se profundizó, seguramente la voz de un amo, la voz de un hombre serio. -¿No te das cuenta de que todos en la región se enterarán de tu farsa de hombre? ¿No te das cuenta de que serás tachada de libertina?

– Eso es absurdo. Ya tengo una interesante reputación en la región simplemente porque estoy viviendo con un hombre que no es mi esposo. Pero déjame asegurártelo, nadie me cree para nada libertina.

Ella había empezado toda ligera y desdeñosa, incluso divertida, pero para el momento en que había terminado, su voz se había elevado una octava y su rostro estaba rojo. Bien, pensó Jason, era una mujer descontrolada, ¿qué podía esperar uno? Mientras que él era tranquilo, su razón sensata, ella era una obstinada tonta desenfrenada. Sacudió una pelusita de la manga de su chaqueta.

– No puede verse desde atrás, señorita Carrick, mientras que yo puedo ver cada curva… tu trasero en particular está muy bien perfilado, y tus largas piernas son bien formadas. Confía en mí respecto a esto. Cada hombre que logre captar hasta el más mínimo vistazo de tu sombra estará sin duda encantado. Verá sus manos acunando tu trasero inmediatamente.

En realidad, él mismo se veía haciendo eso, y juraría que le hormigueaban las manos.

Ella sacudió la cabeza.

– Miré mi parte trasera en el espejo. Mis pantalones son sueltos. No hay nada ceñido, nada perfilado. Estás siendo ridículo. Bien, buenos días, señor Sherbrooke.

Él espació sus palabras para máximo efecto.

– Si intentas salir de la casa vestida de ese modo, te cargaré de regreso arriba y yo mismo te pondré un vestido. -Entonces se estremeció. -¿Te das cuenta de cómo te ves desde el frente?

Volvió a temblar.

– Me veo igual que tú, como todos los hombres. No hay absolutamente nada dife…

– ¿Le gustaría que me apriete contra usted, señorita Carrick, para que pueda sentir la diferencia entre nosotros? ¿Le gustaría simplemente mirarme en este preciso instante para ver las diferencias? -Jason salió de atrás de la mesa y caminó hacia ella. -Mire, señorita Carrick.

Ella miró.

– Oh, cielos. -Llevó sus ojos sorprendidos y excitados de regreso al rostro de él y dio un paso atrás. -¿Entonces eso es lo que sucede cuando miras mi parte de adelante?

– O la de atrás o, imagino, tu costado, quizás incluso a quince metros. -Se detuvo a menos de un centímetro de ella, la tomó de los brazos con sus grandes manos y la sacudió. -Eres mi maldita socia y eres una imbécil.

Ella se apartó de un tirón.

Jason simplemente debería llevarla arriba a rastras, arrancarle la ropa, quemar todos los pantalones que hubiese cosido sin que él lo supiera. No, no era posible. Bueno, lo era -Angela probablemente estaría de su lado, -pero no. Era mejor probar con una táctica diferente. La vergüenza, eso era. Jason respiró hondo.

– Préstame atención, Hallie -la vio aflojar inmediatamente ante el uso de su nombre, -los hombres trabajando aquí le contarán a sus esposas y sus amigos cómo la ama de Lyon’s gate anda brincando por ahí vestida como un hombre. Las esposas estarán horrorizadas, no querrán que sus maridos trabajen para nosotros. En cuanto a los hombres que queden, te mirarán con desprecio, serán insolentes, te observarán cada vez que puedan e intercambiarán bromas con los demás sobre tus dotaciones y muy probablemente tu falta de carácter. ¿Es eso lo que quieres?

– Los salarios que estamos pagando son demasiado buenos como para que cualquiera de los hombres renuncie. Además, puedo ocuparme de cualquier hombre insolente en el mundo.

Él asintió.

– Posiblemente puedas. Pero esta es la verdad del asunto, Hallie. Tu reputación sufrirá un daño irreparable… -Habló más despacio, su voz se profundizó. -Igual que la mía. Seré conocido como el flagrantemente depravado hijo del conde que vive abiertamente con una mujer que no es más que su fulana. Y cada hombre y mujer de la región creerá que estoy restregándoselo en la cara con mi abierto galanteo. Eso caerá sobre mis padres, mi gemelo y Corrie. ¿Empiezas a comprender las consecuencias de tus pantalones?

Hallie se quedó muy callada. Simplemente no había evaluado eso.

– ¿Tus padres?

– Oh, sí. En cuanto a Angela, será desairada. Será considerada no como una respetable chaperona, sino una proxeneta, no mejor que una madama dueña de un burdel en Londres.

– Seguramente no. Eso no tiene sentido. Sólo quiero ocuparme de mis caballos, nada más que eso. Es mucho más fácil con pantalones. Podría caer y quebrarme el cuello vistiendo un maldito vestido, y lo sabes. Todos lo saben.

– Comprendo tu aprieto, pero no hay remedio. Así son las cosas. Dado nuestro muy irregular arreglo de vivienda, ninguno de los dos ni nuestras familias pueden permitirse ninguna acción cuestionable más. Los pantalones son más que cuestionables. ¿Me crees ahora?

Hallie se quebró; se veía lista para estallar en lágrimas.

– Las tres camisas tiene hermosas costuras, y los pantalones… son del mejor tricot. Oh, cielos, ¿y podrías mirar las botas? Puedes ver tu rostro en ellas. -Levantó sus ojos ahora brillantes de lágrimas. Se veía pateada y deshecha. -Tres atuendos, Jason, dos pares de botas. Me costó mucho dinero mandar a hacer todo. No es justo, sabes que no.

– Sí, lo sé. Lo siento. Todo se ve bastante bien, y digo eso como hombre, no como juez de moda.

Ella inclinó la cabeza a un lado.

– ¿Verme en estos pantalones realmente te vuelve loco de lujuria?

Jason se rió, no pensaba recordarle que había visto la prueba de su lujuria.

– Quizás había un poquito de lujuria mezclada con la cólera. ¿Eso te hace feliz?

Ella estudió su rostro un largo momento.

– ¿Verdaderamente sientes que nos arruinaré a todos si salgo afuera vistiendo pantalones?

– Cuando viste a Petrie esta mañana, ¿qué hizo él?

– Él no es el indicado para preguntar, Jason. Detesta bastante a las mujeres. -Hallie sonrió. -En realidad, cerró los ojos con fuerza, se apretó el corazón y se veía listo para desvanecerse.

Jason también podía imaginar a Petrie poniendo los ojos en blanco. Ella era afortunada de que Petrie no hubiese olvidado quien era y la hubiese atacado.

– Déjame hacerte otra pregunta. Cuando te vi por primera vez en Lyon’s gate llevabas viejas y sucias ropas de muchacho. ¿Te vieron mi tía Mary Rose o mi tío Tysen?

Los ojos de ella cayeron a sus brillantes botas. Había usado su propia receta, una con la que había experimentado interminablemente para hacerlo absolutamente bien. Había querido verse perfecta.

– Ya me parecía. ¿Qué hiciste, te cambiaste en los bosques antes de venir aquí?

– Quizá detrás de un encantador arce. -Hallie levantó la mirada y sonrió. -Y pude montar como ustedes, firme en la silla de montar y no colgándome para salvar mi vida en esas idiotas sillas de amazona, y cabalgué como el viento. Fue maravilloso.

Jason se quedó callado. Era verdad, todo lo que había dicho.

– Jessie Wyndham siempre afirmó que las sillas de amazona eran invento del diablo.

– Ella siempre usa pantalones.

– Jessie no es realmente Jessie a menos que esté vistiendo pantalones y corriendo, lo ha hecho toda su vida. La gente está acostumbrada a eso. No esperan nada más. Lo siento, Hallie. Quizás cuando estemos solos…

Hubo un chillido en el umbral.

– ¡Santo cielo, quemen una pluma bajo mi nariz! -Angela aplastó sus manos sobre el pecho. -Mi queridísima muchacha, nunca antes he visto las, eh, partes posteriores de una jovencita con tanto detalle.

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