– Encantado -dijo Douglas, y vio a los sirvientes mover tiernamente y con cuidado dos sillas a la mesa.
Se preguntó mientras los observaba porqué un hombre no podría llevar su propia silla a la mesa. Sabía bastante bien que así es como eran las cosas, pero eso no le gustaba mucho. Nunca más, decidió, permitiría que otra persona le alcanzara una maldita silla.
– Mi esposa dijo que era la última hogaza. Dijo que la usara sabiamente.
Lord Grimsby hizo una reverencia y presentó la hogaza a Douglas.
Hallie quería escupir. Lord Renfrew le sonrió mientras decía:
– Aquí, acerca más la silla -y se apretujó al lado de ella, al otro lado de Jason.
Un hombre astuto, pensó Douglas, conociendo bien la expresión en el rostro de su hijo; Jason podía sonreír mientras daba una buena paliza al hombre.
– Pásame el pan, Grim -dijo Douglas a lord Grimsby, que estaba sentado junto a Alex… demasiado cerca, estaba pensando Douglas. Mientras tomaba la hogaza miró alrededor de la mesa esperanzado. -¿Supongo que están todos satisfechos?
Cada pariente ofreció su plato.
Douglas pidió un cuchillo a un sirviente. Los siguientes tres minutos pasaron con cada ojo concentrado en el ancho de cada rodaja que Douglas cortaba.
Cuando todos, incluyendo a lord Renfrew, tuvieron un trozo, Douglas dijo:
– Un baile encantador, Grim.
Lord Grimsby rió y sacudió su rodaja de pan de oliva a medio comer hacia James y Jason.
– Mi esposa me dijo que todas las damas de la región estarían enamoradas, y tiene razón. Invitas a estos dos, y todos los demás hombres en la sala se sienten como estiércol de burro.
– La cruz que un padre debe llevar -dijo Douglas.
– Mi padre también tenía una cruz que llevar -dijo lord Renfrew en voz muy alta.
Hallie arqueó una ceja.
– No lo dudo.
– Sí, por supuesto, eres un muchacho apuesto, Elgin -dijo lord Grimsby. -Bien, señorita Carrick, es un placer conocerla. He oído todo tipo de cuentos respecto a su sociedad con Jason.
– ¿Qué tipo de cuentos? -preguntó lady Lydia, sus ojos viejos más afilados que los dientes de un vampiro.
Lord Grimsby movió una mano despreocupada.
– Oh, nada en realidad, sólo una historia que pareció muy contundente a lady Grimsby. Escuchó que un sirviente de visita que vio a la señorita Carrick patear un balde dijo que había una costura en medio de su falda, y que en realidad no estaba vistiendo una falda. Yo nunca oí una cosa semejante. Le dije a mi esposa que el hombre debía estar equivocado.
– Me deja atónito lo que un hombre ve cuando se enfrenta a una dama pateando un balde -dijo Jason. -¿Una costura? ¿Como si sus faldas estuvieran divididas en dos partes, dos partes diferentes? No puedo imaginar una cosa semejante. ¿Tú puedes, Angela?
– No, muchacho mío, nunca.
– Risas -dijo lord Renfrew. -Oí demasiadas risas, no provenientes de los establos, sino desde dentro de la casa.
Lady Lydia dijo:
– Angela me ha dicho que todas las risas son de Petrie, el mayordomo, lord Renfrew, nadie más. La doncella de Hallie siempre está contando chistes a Petrie.
Como distracción, pensó Jason, estaba bien.
Corrie, con la cabeza inclinada a un lado, dijo:
– ¿Petrie riendo por algo que dice una mujer? Eso no suena como el Petrie que conozco. Petrie es un misógino. Abuela, ¿por qué está poniendo los ojos en blanco? Bien, Petrie incluso afirmaba que yo no te había salvado realmente, James, que como mujer sólo era capaz de encogerme de miedo tras un fardo de heno. Dijo que eras tú, James, quien había salvado el día, eso debido a tu extraordinaria valentía, que habías olvidado las milagrosas acciones que habías realizado.
– Nada de esto viene al caso -dijo lord Renfrew. -Por supuesto que usted no realizó ningún tipo de rescate, milady, una cosa semejante sería de muy mal gusto. Ahora, este tipo Petrie, me sirvió el té, pero su rostro estaba negro como una chimenea y me robó el sombrero y el bastón.
– No, eso es imposible -dijo Jason. -Petrie me dijo que le disgustaba el nuevo estilo en sombreros de hombre, aunque el bastón estaba bien, excepto por la ridícula cabeza de águila.
– ¡Mi padre escogió esa cabeza de águila!
– Quizás Petrie vendió el sombrero y el bastón -dijo Alex.
– Hollis siempre decía que Petrie tenía un ojo excelente para los artículos, que si fuese un criminal, estaríamos en problemas.
Lord Renfrew arrojó su servilleta sobre el plato.
– Todos están bromeando. No me agrada. Milord, desearía visitar a la señorita Carrick, pero lo único que hace esta gente es interferir.
Lord Grimsby se inclinó para palmear la mano de lord Renfrew.
– Sólo sonríe y asiente, y pasarás este momento.
Lord Renfrew dijo:
– También vi a mi antiguo jefe de mozos de cuadra, Quincy. No puedo imaginar cómo llegó a trabajar con ustedes. Era un tipo perezoso…
Hallie dijo, con el sarcasmo goteando en sus palabras:
– Tal vez uno debería pagar a sus sirvientes, lord Renfrew. Probablemente esa sea la mejor solución a cualquier problema.
– ¿Cómo está Quincy con ustedes?
– Informé a Willicombe, el mayordomo Sherbrooke en Londres, que necesitábamos un asistente principal de mozos de cuadra. Quincy estuvo en nuestra puerta en un día, sonriendo de oreja a oreja. Es bastante bueno, ¿sabe?
– Sí, lo sé. El tipo era bueno, pero no tenía lealtad…
El conde dijo:
– Si un hombre no paga a sus dependientes, debería ser deportado a Francia.
– Entonces ella debería ser deportada, no yo -dijo lord Renfrew, asintiendo hacia Hallie. -Es su culpa que no se pagara al pobre Quincy. Su paga podría haber sido el regalo de bodas de ella para mí.
Hallie estaba lista para saltar por encima de la mesa y degollar a lord Renfrew con su propio tenedor, cuando Douglas le apoyó suavemente la mano en la manga.
– Creo que es hora de que le cuente a todos acerca de mis nietos. Sus nombres son Douglas y Everett. Deberían ver a Jason bailando el vals con ellos…
Lord Renfrew sonrió.
– Oh, ya lo veo. Bien hecho, milord. Está esforzándose para mostrar a Hallie las glorias de tener niños en la casa. Escucha, Hallie. Yo sería un padre espectacular. Sólo imagina esta encantadora imagen doméstica: un montón de niños bailando el vals con su orgulloso papá. Ah, sí, me entibia el corazón.
Hubo una nube de horrorizado silencio sobre la mesa hasta que lord Grimsby dijo:
– Dime, Douglas, ¿cuánto tiempo más crees que durará el Rey William?
– Es lo que sigue a William lo que da qué pensar, Grim. Oh, ¿quién viene a nuestra mesa? ¿Otro amigo tuyo, Jason?
Jason observó al distinguido caballero que hizo una reverencia, enganchó la mano de Hallie y le besó los dedos. Sonrió como un bandido y se mojó los labios.
– Pan de oliva. Es bastante bueno, ¿verdad?
Hallie levantó los dedos de su otra mano hasta su boca y les pasó la lengua.
– Sí, bastante bueno.
– Soy Grandison, ¿sabe?
James dijo:
– Charles, ¿qué diablos estás haciendo aquí en las remotas tierras de Sussex? Lo último que supe fue que estabas zarpando de la costa de Portugal.
– No, Portugal no. Ah, James, qué imagen representas. ¿Por qué no engordas? ¿Quizá podrías perder tus dientes, un poco de cabello? ¿Y Jason? Ha pasado demasiado tiempo.
Los gemelos se levantaron, estrecharon la mano del caballero.
Charles Grandison miró con atención a Jason.
– Te ves satisfecho.
Jason se rió.
– Estaré satisfecho una vez que Dodger deje a tu viejo jamelgo rendido, Ganymede, roncando y sudando en el barro.
– De eso están hechos los sueños, muchacho. Elgin dice que tú y la señorita Carrick son dueños de Lyon’s gate. Juntos. Me gustaría oír cómo sucedió eso.
– Una historia bastante simple, señor -dijo Hallie. -Los dos queríamos la misma propiedad.
– No debería haber sucedido -dijo lord Renfrew. -Hallie debería estar casada conmigo, todo establecido en una encantadora casa en Londres, planeando nuestra próxima velada.
– Eso podría ser posible, supongo, si usted fuese completamente otro hombre -dijo Hallie.
Charles Grandison se rió.
– Ah, tiene un espléndido ingenio, señorita Carrick. -Se volvió hacia el conde de Northcliffe, hizo una reverencia. -Milord, perdone mi interrupción. Soy Charles Grandison. Mi padre lo admiraba enormemente.
– Recuerdo a su padre y sus travesuras -dijo Douglas.
No agregó que había creído que Conyon Grandison había sido más incompetente que maligno, y que esa era la única razón por la cual no había sido ahorcado.
Charles dijo:
– Con cuidado, señor. Hasta el día en que muera me alegraré de que mi padre no haya logrado meter esa bala dentro de la cabeza de Miles Sinifer. -Se dio vuelta, hizo una reverencia a Alex. -Pasé muchas horas convenciendo a mi hermana de que ella no quería arrojarse del lomo de su yegua, por si acaso James aquí la atrapara antes de que aterrizara sobre un arbusto de tejo. Está esperando su tercer hijo ahora. Gritones, así son los dos primeros.
Hallie pensó que él era demasiado encantador, viéndolo bromear con Angela y la condesa. Bebió a sorbos el ponche de champagne de lady Grimsby, lo bastante potente como para arrojar a una muchacha sobre su trasero y que no le importara. Vio a Charles Grandison, lord Carlisle, inclinarse sobre la vieja muñeca venosa de lady Lydia y regalarle una íntima sonrisa que hizo que los dientes que le quedaban tiritaran.
– ¿Quién es Miles Sinifer? -preguntó Hallie.
– Ah, un caballero que intentó seducir a mi madre. Mi padre tomó su arma y disparó a menos de un metro de la cabeza de Miles. Como dije, gracias a Dios que falló.
Dónde diablos había estado Charles, se preguntaba James, mirando al hombre que él y Jason siempre habían admirado abriéndose paso encantadoramente de dama a dama en su mesa. Hasta que llegó a Corrie. Se quedó quieto. James sabía cuándo un hombre miraba a una mujer con lujuria en sus ojos.
James se puso rígido en su silla, pero dijo con bastante simpatía:
– Mantente alejado de ella, Charles. Soy más joven, más fuerte y más malo que tú. A diferencia de tu padre, yo no fallaría.
– ¿Es esta tu vizcondesa, James? ¿La inocente jovencita que te salvó de los secuestradores y a sí misma de Devlin Monroe?
– Oh, válgame -dijo Corrie. -No he visto a Devlin en muchísimo tiempo. ¿Se encuentra bien? ¿Está casado? ¿Sigue evitando el sol?
Charles Grandison se rió y tomó la silla de Corrie cuando ella se deslizó sobre la falda de su marido para darle lugar.
– A Devlin le agradan bastante todos esos susurros acerca de que es un vampiro, todo naturalmente tras corteses manos. Creo que fue usted quien comenzó…
– Tal vez fui la primera en decir “vampiro” en voz alta -dijo Corrie, -pero Devlin siempre admiró su palidez. Bien, usted, señor, y mi esposo se han conocido durante mucho tiempo, ¿verdad?
– Desde que él intentó derrotar a mi castrado, Horatio, en una carrera improvisada. James montaba su pony, con Jason alentándolo. Tenían cinco años según recuerdo, y yo era un anciano de once o doce.
– En ese caso, por favor, llámeme Corrie. Extraño a Devlin y su pálido rostro. Era bastante entretenido.
Ella suspiró y James quiso abofetearla. En cambio, se movió con cuidado bajo su vestido y deslizó su mano hacia arriba por la pierna de ella.
Siempre el encantador, pensó Jason, satisfecho con quedarse sentado observando cómo Charles hechizaba a su familia, pero, ¿qué estaba haciendo aquí? Parecía conocer a lord Renfrew, y seguramente eso no estaba a su favor. Charles había estado corriendo como loco cuando era un muchacho, y ahora era dueño de uno de los más grandes establos de carreras en el norte de Inglaterra. Se decía que se encerraba en su dormitorio durante tres días y noches si perdía una carrera, lo cual no era frecuente. Nadie intentaba engañar a Charles o envenenar sus caballos, o lisiar a sus jinetes… el precio que Charles hacía pagar al bellaco era demasiado alto.
Y esa, decidió Jason en ese momento, era la reputación que él mismo iba a cultivar. Quizá la suya incluso sería más aterradora.
Jason, Hallie y Angela no llegaron a casa hasta casi las tres de la mañana. Tanto Martha como Petrie estaban en la sala de estar; Petrie, con la cabeza apoyada contra el respaldo del sofá, roncando; Martha acurrucada en una silla, con un dedo cubierto de medias asomando debajo de su vestido.
Cuando entraron en la salita, Martha se levantó bruscamente y exclamó:
– ¡Cuéntennos todo!
Las fosas nasales de Petrie se apretaron al despertar, y casi tropezó sobre sus pies al levantarse tan rápido de un salto. Fue veloz para sacudir su dedo de abuelita a la muchacha.
– Martha, la doncella de una dama no exige chismes a su ama. Agacharás la cabeza y preguntarás si la señorita Hallie desea que le quites las medias.
Angela dijo:
– Válgame, Petrie, ¿no es eso un poco falto de tacto de tu parte? Martha, luego de que hayas ayudado a Hallie, ven a mi dormitorio. Parece que tengo más botones que dedos para realizar la tarea.
– Lo haré, señorita Angela. -Martha se volvió hacia Petrie, con las manos en sus caderas. -En cuanto a usted, señor Gruñón, no me diga qué hacer con las medias de la señorita Hallie. Al amo Jason le apena oír que se hable de semejantes asuntos privados en su sala de estar.
– En realidad, creo que Jason está parado en mi mitad de la sala -dijo Hallie.
– Pero…
Jason levantó la mano.
– Callado, Petrie, basta. No, no más de ninguno de los dos. No, Martha, retrocede. -Jason se volvió hacia Hallie y Angela. -¿Ven? Puse fin a la hilaridad, tal como pidieron.
– ¿Hilaridad? -dijo Petrie. -Hilaridad no es en absoluto lo correcto en el hogar de un caballero.
– Lo único que necesitamos -dijo Angela, -es a la cocinera para completar el panorama.
– Pero, amo Jason -comenzó a decir Petrie, sabiendo que tenía un punto importante si tan sólo podía encontrar los oídos que lo escucharan.
– No, Petrie. Les contaremos todo por la mañana. Ahora todos a la cama. Petrie, ven conmigo.
– Martha -dijo Hallie, -te contaré todo sobre el señor Charles Grandison, quien probablemente nos visitará en menos de siete horas.
– Qué nombre encantador -dijo Martha. -¿Es un caballero que se ve como su nombre, al igual que el amo Jason?
– Efectivamente. El amo Jason dijo que Charles Grandison era implacable en lo que concernía a todos los canallas y la corrupción en el mundo de las carreras. Hay tanto dinero involucrado, verás.
– Nosotros seremos más implacables, incluso más temidos que Charles Grandison -dijo Jason. -Haremos que cualquiera que intente lastimar a nuestros caballos, engañarnos o amenazarnos pague un precio tan grande que nunca vuelva a intentarlo.
– Y nuestra reputación se difundirá. -Hallie se frotó las manos. -Mi padre me enseñó cómo dejar a un hombre en el suelo con muy poco esfuerzo.
– ¿Muy poco esfuerzo? ¿Deseo saber de qué estás hablando?
– Bien, involucra mi rodilla, Jason. Mi padre dijo que un hombre no podía soportar ese tipo de dolor, sea lo que sea que eso signifique.
Jason y Petrie se veían horrorizados.
Martha dijo:
– Bueno, más poder a la rodilla de una dama, digo yo. Bien, señorita Hallie, es muy tarde. Es hora de que me ocupe de usted y la señorita Angela.
Jason dijo:
– Yo también aprendí mucho con los Wyndham en Baltimore. Los norteamericanos pueden aguantar más dolor, y descubrí que no se quejan tanto. Jessie me pidió ejercer medidas desesperadas en tres ocasiones, según recuerdo.
Hallie preguntó:
– ¿Qué tipo de medidas desesperadas?
– Un competidor sobornó a un mozo de cuadra para que envenenara a uno de los caballos Wyndham. Lo hice atravesar el centro de Baltimore, no llovía, según recuerdo, cargando la cuba de granos envenenados con los que hubiese alimentado a Rialto. Cada tres pasos tenía que anunciar lo que había intentado hacer.
Hallie asintió con aprobación.
– Oí a mi padre decir que una vez cortaste la cara de un jinete con tu látigo cuando iba a clavar un cuchillo en el cogote de tu caballo.
– Casi hasta el hueso.
– Mi padre también dijo que pescaste a otro jinete cuando salía de la taberna de la señora O’Toole y lo moliste a golpes por intentar bajarte de un disparo de tu caballo en una carrera la semana anterior.
Jason sonrió ante el recuerdo, flexionó los dedos sin pensarlo conscientemente.
– Debería haber esperado hasta que se le quitara la borrachera. Hubiera sido más divertido.
– Así es -dijo Hallie. -Nadie irá en nuestra contra más de una vez.
– Santo cielo, señorita Hallie -se oyó que Martha susurraba mientras caminaba entre su ama y la señorita Angela al subir las escaleras, -esto es tan emocionante. ¿Usted… usted cree que tendrá que recurrir a alguna de esas medidas desesperadas de las que el amo Jason estaba hablando?
– Es posible -dijo Hallie, tan seria como una monja blandiendo un látigo de tres puntas.
– Y su… su rodilla, señorita Hallie. Quiero saber todo sobre su rodilla.
– Ese pensamiento haría que la sangre de un hombre se moviera velozmente en el corazón de un hombre, ¿cierto? -dijo Angela, mientras palmeaba suavemente el muy femenino encaje blanco sobre su busto.