CAPÍTULO 11

En el almuerzo al día siguiente, Douglas dijo:

– Lo siento mucho, señorita Carrick, pero el señor Chartley venderá Lyon’s gate a Jason por la suma que él mismo pagó.

– Y fue una cantidad mísera. Sí, es lo que imaginé que sucedería -dijo Hallie. -¿No es interesante que después de todo esto usted, señor Sherbrooke, haya obtenido lo que quería y sólo pagado una miseria por eso? -Ella se puso de pie lentamente. -Me gustaría agradecerles por su hospitalidad, milord, milady. Me marcharé a Ravensworth por la mañana. Ahora debo empacar.

Asintió a cada uno de los Sherbrooke por vez y salió de la salita para ver a Willicombe parado al pie de las escaleras, claramente bloqueándola.

– ¿Sí, Willicombe?

– Sólo quería decirle, señorita Carrick, si perdona mi impertinencia, que tengo un primo que trabajaba para lord Renfrew. Mi primo dijo que Su Señoría era un hombre adulador, malo, del tipo que seduciría a una criada y se felicitaría a sí mismo por su virilidad. Nunca dijo un gracias a ninguno de sus sirvientes. Fue mi primo Quincy quien dijo al sastre de lord Renfrew, el señor Huff, que sus posibilidades de obtener el dinero que le debía no eran buenas. Quincy no tenía idea, por supuesto, de que el señor Huff iría a usted con la mano extendida. Sin embargo, resultó del mejor modo, ¿verdad?

– Sí, así fue, sin dudas. Qué mundo tan pequeño. -Willicombe le hizo una pequeña reverencia y ella subió las escaleras, deteniéndose nuevamente a mitad de camino. -¿Sabe qué sucedió con lord Renfrew, Willicombe?

– Su Señoría se casó con una tal señorita Ann Brainerd de York. El padre de ella es dueño de muchos canales que entrecruzan la campiña del norte, e hizo su fortuna transportando mercancías arriba y abajo por esos canales. Ahora los trenes están volviendo obsoletos los canales porque las mercancías son transportadas mucho más económicamente y rápido de ese modo. Se rumorea que lord Renfrew no ha obtenido tanto del matrimonio como esperaba. Evidentemente, el padre de su esposa se dio cuenta bastante rápido de que lord Renfrew no era un hombre de excelente carácter.

– Bueno, eso es algo de justicia, ¿verdad?

– Excepto por la pobre mujer.

– Siempre debe haber alguien que pierda, Willicombe.

– Sí, señorita, ¿no es eso cierto?

– Su primo, ¿qué hacía para lord Renfrew?

– Era el cochero principal de Su Señoría, tanto aquí en Londres como en su finca en el campo.

– ¿Qué está haciendo su primo ahora, Willicombe?

– Es un cochero menor para lady Pauley, señorita Carrick, en Bigger Lane. Ella es bastante gorda, lady Pauley, sin dudas hace gruñir a los caballos cuando dos lacayos la suben a empujones al carruaje, dice Quincy. Es una pena.

– ¿Quincy es un hombre fuerte?

– Casi tan fuerte como Remie, mi sobrino.

– Gracias, Willicombe. Debo pensar en esto.

Dejó a Willicombe mirándola. La joven dama había perdido, justamente, probando lo que había dicho… siempre alguien tenía que perder. Así era la vida. Se preguntó qué pasaría con ella ahora. Se preguntó porqué estaba interesada en Quincy.


En la cena esa noche, Douglas observó a una silenciosa Hallie un momento y luego dijo:

– Déjenme contarles más acerca del señor Chartley. Como sospechábamos, hay una señorita Chartley. La conocimos cuando visitamos al señor Chartley en el 25 de Park Lane, una encantadora mansión esquinera que los herederos de lady Bellingham le rentaron por la temporada. La señorita Chartley acaba de cumplir dieciocho. Ella es, ah, no terriblemente atractiva, más bien rellenita y sus dientes son un poquito largos y saltones, y su risa, bueno, me hizo poner los nervios de punta.

Jason miró a Hallie, cuya cabeza había estado inclinada sobre su plato hasta que su padre había comenzado a hablar. Vio que se quedaba boquiabierta. Él estalló en carcajadas. Para su sorpresa, Hallie se sumó a él, los primeros sonidos de cualquiera de ambos desde que la familia se había sentado para tomar una excelente cena de estofado de carne y papas con cebollas, dos de las especialidades de la cocinera.

El conde asintió, complacido.

– Bien, la verdad del asunto es que la señorita Chartley es bastante adorable. Ha sido bien criada, tiene modales encantadores, y le irá bien ahora que la aceptarán en la sociedad.

Alex dijo a sus hijos:

– Su padre no ha tenido la oportunidad de ser encantadoramente despiadado durante un buen tiempo. Todos están intimidados por él; algunos realmente tiemblan en sus botas, y se ha vuelto demasiado sencillo para él salirse con la suya fuera de los portales de Northcliffe. Dentro de esos portales, sin embargo, es un asunto totalmente diferente.

Douglas levantó su copa de Bordeaux y brindó a lo largo de la mesa.

– Contempla lo que sucede a un hombre cuando ha estado casado casi desde siempre.

– Se ve bastante espléndido, señor -dijo Corrie. -Se me ocurre que tal vez debería tomar lecciones de mi suegra. James se sale con la suya con demasiada frecuencia, para mi gusto. Si continúa así, será un tirano doméstico dentro de un año, quizás dos.

– Te daré lecciones, Corrie -dijo Alex. -Quizás es más necesario porque James es tan hermoso. Dado cómo su tía Melissande aún es tan gloriosa, me temo que James y Jason seguirán envejeciendo bien, y esa podría ser la ruina de una mujer. Sí, debes tener lecciones, querida.

Hallie dijo:

– Cuando mi madrastra está enojada con mi padre, su rostro se pone rojo, le dice nombres maravillosamente ingeniosos, y le dice que puede dormir en los establos. Recuerdo una mañana que entré en el establo para verlos dormidos juntos en un compartimiento. Hmm. Quizá, milady, pueda pasar las lecciones a Genny.

Pero se marcharía por la mañana, pensó Jason.


La mañana siguiente, exactamente a las diez en punto, el señor Chartley se levantó para enfrentar a una encantadora joven que se encontraba en el umbral de la salita.

– Mi mayordomo dice que usted es hija del barón Sherard y sobrina del conde de Ravensworth.

– Sí, señor Chartley, lo soy. Estoy aquí para comprarle Lyon’s gate.

– Esto es bastante sorprendente, señorita Carrick. Pase, ¿sí? ¿Un poco de té, quizá?

– No, señor, pero es amable de su parte ofrecerlo. Le ofrezco un diez por ciento más de lo que Jason Sherbrooke está ofreciéndole. Claramente, estoy ofreciéndole más de lo que usted pagó a Thomas Hoverton por Lyon’s gate. Vendiéndomelo, obtendrá una ganancia.

– Sabe, señorita Carrick, que ya he acordado vender Lyon’s gate a Jason Sherbrooke.

– Sí, señor, pero todavía no le ha firmado la escritura. Aún no es legal.

– No sé qué decir. -El señor Chartley pasó sus dedos por su espeso cabello negro. -Esto es bastante sorprendente -volvió a decir. -Jovencita, ¿cuánto tiempo cree que podría conservar mi reputación si no cumpliera con el acuerdo que hice? No, no necesita decir nada, eso es algo que no le concierne ni una pizca. -El señor Chartley suspiró. -Si no le vendo Lyon’s gate, su tío evitará que mi preciosa hija ingrese a la sociedad. Por otro lado, si no vendo Lyon’s gate a Jason Sherbrooke, su padre evitará que mi preciosa hija ingrese a la sociedad. Creo que estoy entre la espada y la pared.

– Eso es correcto, señor. Yo soy la espada. Le sugiero que acepte mi oferta, ya que la pared no está a la vista. De ese modo, obtendrá una ganancia. -Le ofreció una ancha sonrisa. -Ah, mi tío, el conde de Ravensworth, me considera una hija. Era un hombre militar, ya sabe. No querría contrariarlo, si fuera usted. En cuanto a mi padre…

– Sé todo sobre su padre -dijo el señor Chartley. -Así como sé sobre el conde de Northcliffe. Es más, lo veo claramente ahora. Si toma asiento, señorita Carrick…

La puerta de la salita se abrió de golpe y Jason entró a zancadas, con el mayordomo detrás suyo, agitando las manos.

El señor Chartley dijo:

– Creo que la pared acaba de entrar, señorita Carrick.

Hallie se puso de pie de un salto.

– Fui tan silenciosa, no le dije a nadie… ¿qué está haciendo aquí?

Jason hizo una breve reverencia al señor Chartley.

– Perdóneme, señor, por irrumpir de este modo, pero seguí a la señorita Carrick aquí.

Se quedó allí parado, con las manos en las caderas, viéndose como si quisiera arrojarla por las amplias ventanas de la sala.

– Puede marcharse, Jason. Nadie le pidió que viniera. El señor Chartley y yo estamos haciendo negocios.

– Él ya ha acordado venderme Lyon’s gate. Dese por vencida, señorita Carrick, dese por vencida.

– No, nunca. Dos pueden jugar el mismo juego, señor Sherbrooke. Usted tiene sólo a su padre para poner clavos en el ataúd social del señor Chartley, mientras que yo tengo a mi padre y mi tío para usar como, eh, palanca…

– Señor Sherbrooke, señorita Carrick, veo que debo tomar una decisión. Si me disculpan.

Salió por la puerta, cerrándola silenciosamente detrás suyo.

Jason y Hallie se miraron fijamente a cada lado de la sala.

– ¿Cómo lo supo?

– Le pedí a Remie que la mantuviera vigilada. Si uno confía en una mujer, debería saltar inmediatamente al Támesis y ahogarse.

– ¡Yo vi Lyon’s gate primero!

– Eso no amerita una respuesta, señorita Carrick. Márchese ahora. Ha perdido. Lo admitió anoche. Váyase a casa.

– Mis amenazas son tan potentes como las suyas, señor Sherbrooke. ¿Por qué no…?

– Podía oírlos desde el vestíbulo. -El señor Chartley se quedó un momento en la puerta de la sala de estar y luego entró, sonriendo ecuánime a ambos, y ofreció un sobre a cada uno. -Bueno, esto es lo mejor que puedo hacer para asegurar el éxito social de mi hija. Confío en que ninguno de ustedes se sentirá compelido a buscar mi destrucción.

– ¿Qué ha hecho, señor? -preguntó Jason, tomando el sobre. -Ya ha aceptado mi oferta.

– Lo hice, señor Sherbrooke. Pero ahora tengo una nueva comprensión de la situación. Supongo que usted y la señorita Carrick podrían pujar por Lyon’s gate hasta que yo estuviera cerca de hacer una fortuna, pero no soy un hombre estúpido. -Sonrió imparcialmente a los dos. -Llámenme Salomón.

– ¿Qué es esto, señor? -quiso saber Jason.

– Señor, seguramente podemos llegar a un arreglo que evite que el conde lo arruine. ¿Qué hay en este sobre? -preguntó Hallie.

– Ah, miren la hora. Debo encontrarme con mi preciosa hija en Bond Street. Tiene una prueba hoy en lo de Madame Jordan. Su padre me la recomendó tan bondadosamente, señor Sherbrooke. ¿Quieren que envíe un poco de té?

– No -dijo Hallie, aferrando el sobre contra su pecho. -Debo partir.

Pero el señor Chartley fue más rápido. Jason y Hallie se enfrentaban nuevamente, ambos sosteniendo un sobre lacrado.

– ¿El señor Chartley dice que es Salomón? -dijo Jason.

– Esto no me gusta. No me gusta en absoluto.

Hallie levantó sus faldas y dejó a Jason solo en la salita del señor Chartley, con el sobre aún sin abrir en su mano.


Treinta minutos más tarde, Douglas dobló el papel y volvió a meterlo dentro del sobre.

– Bueno, creo que deseo compartir una botella de vino con el señor Chartley. Lo hizo bastante bien.

Hallie iba y venía por el ancho del estudio, una habitación pequeña y perfectamente masculina de rico cuero marrón, con un escritorio de caoba y biblioteca a juego. Tanto Douglas como Jason la observaban. Ella se detuvo junto a la ventana y sacudió un puño en dirección a la casa rentada del señor Chartley.

– Es un sinvergüenza, no mejor que Thomas Hoverton. Le ha vendido la propiedad a dos personas.

– No -dijo Douglas. -Vendió una mitad de la propiedad a cada uno.

– Bueno, sí, lo hizo, pero…

– Fue muy astuto de su parte. Usted, señorita Carrick, lo puso en una posición absolutamente insostenible.

– No, fue usted quien hizo eso, señor. Yo simplemente jugué las mismas cartas. Usted amenazó con exterminar al pobre hombre y su pobre hija si no rodaba como un perro muerto y hacía exactamente lo que usted decía. Yo meramente seguí su ejemplo, y mire lo que hemos obtenido.

Ella agitó la escritura y el cheque del Banco de Inglaterra frente al rostro de Douglas. Él puso mala cara entonces, y Hallie se sentó con fuerza en una de los grandes sillones de cuero del conde, y se cubrió el rostro con las manos.

Jason dijo a su padre:

– Estoy satisfecho. No sacó un elegante estilete de su manga y lo clavó en tu brazo.

Hallie levantó la cabeza de golpe.

– No pensé en eso. Si me disculpan, buscaré mi cuchillo. Pero hay un problema. Estas mangas son tan condenadamente grandes que no puedo ocultar nada en ellas. Un cuchillo caería al suelo.

– No se mueva, señorita Carrick -dijo Douglas. Era su turno de ir y venir por la habitación, con los ojos sobre sus botas. Se detuvo y se dio vuelta para enfrentar a los dos jóvenes. -Sugiero que pensemos en el señor Chartley como un agente del destino. El hecho es que ahora ambos son dueños de Lyon’s gate. Por lo tanto sugiero que los dos se sienten como los adultos que son, y deduzcan cómo harán funcionar esto. Dudo de destruir al señor Chartley, dada su ingeniosa solución. -Douglas fue hacia la puerta y se volvió para enfrentarlos. -Señorita Carrick, usar mis tácticas con el señor Chartley fue una excelente estrategia. Es usted una mujer de temple. Debo admitir que Jason y yo estábamos regodeándonos anoche, no descaradamente, por supuesto, porque hubiese sido descortés.

– Sabía que estaban regodeándose.

Pero el conde había desaparecido.

– Regodeándonos en silencio -dijo Jason, frunciendo el ceño al umbral vacío. Oía las pisadas de su padre alejándose por el corredor, hacia el frente de la casa de ciudad. Su padre era un hombre inteligente. Jason miró de reojo a Hallie Carrick. -¿Qué diablos vamos a hacer?

– Cédame su mitad. Le pagaré por ella, naturalmente. Incluso le daré una ganancia.

– ¿Logró obtener más dinero de sus banqueros?

– Oh, sí. Fui a casa del señor Billingsley en Berkeley Square. El señor Billingsley intentó negarse, pero su esposa me ha conocido desde que nací. Ella le dijo que se metiera en su estudio y que me diera un cheque de caja. Ella dijo que fui astuta, ¿y no decía siempre mi padre a su esposo lo astuta que yo era?

– En ocasiones no me gusta el destino -dijo Jason. -Iré a montar al parque. Espero obtener algo de inspiración de los cisnes en el Serpentine.


Era la hora de la cena en esa noche de mayo que lloviznaba cuando Jason abrió la puerta de su dormitorio para encontrar a Hallie Carrick allí parada, su puño levantado para golpear, con una expresión decidida en su rostro.

– Señor Sherbrooke, tengo una solución. Usted dormirá en los establos. Podemos crear unas encantadoras habitaciones allí para usted, en la sala de aperos. No será problema. Puede tomar sus comidas conmigo en la casa.

Él no se movió, no apartó la mirada de ella.

– No.

– No podemos compartir la misma maldita casa, lo sabe.

– Entonces usted puede quedarse con los establos. Puede tomar sus comidas conmigo en la casa grande.

– Si usted fuera a habitar la casa grande, no haría nada para volver a hacerla hermosa. Yo me desharé del moho, pondré nuevas cortinas en las ventanas y alfombras nuevas en los pisos. Puliré esos pisos y reemplazaré lo que sea necesario reemplazar.

– ¿De dónde obtuvo esa malograda noción de que a los hombres no les importan su entorno?

– Mi madrastra me dijo que los hombres estarían perfectamente satisfechos de vivir en una cueva. Arrójales un hueso jugoso y dales… Bueno, eso no importa. Los establos son perfectos para usted. -Ante la ceja levantada de Jason, ella dijo: -Muy bien. Retroceda. -Ella casi lo pasó por encima, con la mano estirada, presionada contra el pecho de él. Jason retrocedió a su paso. Hallie se detuvo en medio de su dormitorio y movió las manos. -Sólo mire. Un monje podría estar viviendo aquí. La única razón por la que esta encantadora habitación no está cubierta de polvo y huellas de bota embarradas es debido a la diligencia de los sirvientes. Esto es patético, señor Sherbrooke. Así es como seguiría viéndose Lyon’s gate si usted viviera en la casa grande.

– ¿Puedo recordarle que no he estado aquí durante cinco años, señorita Carrick?

Jason debería decirle que había seleccionado la mayoría de los muebles para los Wyndham, que había escogido las telas para las nuevas cortinas de la sala de estar, y que había arreglado cada uno de los objetos interiores.

Ella pensó que él estaba derrotado, y se rió.

– Tengo razón, admítalo. Estará perfectamente bien en los establos, señor Sherbrooke.

Hallie casi salió danzando de su dormitorio. Jason se quedó allí parado en el medio, con los brazos cruzados sobre su pecho, preguntándose qué sucedería a continuación.

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