Baltimore, Maryland – Abril, 1835.
Jason Sherbrooke supo que era hora de ir a casa cuando se apartó rodando de Lucinda Frothingale, se quedó mirando la fea y gorda cara de su perro faldero, Horace, que le gruñía, y de pronto, sin ninguna advertencia, vio a su gemelo, con los ojos brillantes de lágrimas mientras le decía adiós a desde el muelle en el puerto de Eastbourne. Saludó hasta que el barco estuvo demasiado lejos como para que Jason lo viera. Jason sintió las lágrimas obstruyendo su garganta y un dolor tan profundo que supo que su corazón estaba partiéndose claramente en dos.
Jason echó un vistazo al perro acurrucado contra el costado de su ama y luego se recostó sobre su abdomen, escuchando las respiraciones de Lucinda y Horace. Era verdad, sólo momentos antes se había sentido saciado de la cabeza a los pies, y entonces repentinamente se había visto inundado con ese recuerdo en particular, y el dolor del mismo. Ahora, sólo momentos más tarde, estaba impaciente, tan agitado que apenas podía quedarse quieto. Quería, bastante sencillamente, saltar fuera de la cálida cama de Lucinda y empezar a nadar a través del Atlántico.
Después de casi cinco años, Jason Sherbrooke quería ir a casa.
A las ocho en punto esa mañana, Jason estaba sentado en la enorme mesa de desayuno en el comedor Wyndham. Miró a las dos personas que lo habían acogido en su hogar tantos años atrás, y a sus dos niños y dos niñas que se habían vuelto muy queridos para él. Se aclaró la garganta para llamar la atención de todos. Rogó que pensamientos encantadores, fluidos, salieran de su boca impecablemente, lo cual, naturalmente, no sucedió.
Simplemente dijo, con un nudo en su garganta del tamaño del hipódromo de Crack County:
– Es hora.
Jason no se dio cuenta de que se veía como un hombre ciego que de pronto había recobrado la vista. Estaba preguntándose por qué no había más palabras, sólo esas dos que habían saltado fuera de su boca, flotando allí en el comedor Wyndham.
James Wyndham, viendo la expresión en el rostro de Jason, pero sin comprenderla, levantó una ceja rubia oscura.
– ¿Hora para qué? ¿Quieres correr contra Jessie otra vez? ¿No has tenido suficiente castigo en sus manos, Jase? Ni siquiera montar a Dodger te da mucha ventaja.
Jason saltó ante la conocida provocación.
– Como siempre has dicho, James, ella es flacucha, no pesa más que Constance aquí presente, y por eso es que generalmente nos derrota. No tiene nada que ver con las habilidades.
– Já já -dijo Jessie Wyndham. -Ustedes dos son patéticos, siempre saliendo con las mismas viejas y agotadas excusas. Ahora, los dos me han visto montar a Dodger, el propio caballo de Jason, como si fuésemos viento, tan rápido que les sopla el cabello en la cara. Lo único que Jason puede hacer cuando monta a Dodger es levantar una ligera brisa.
Esa era una excelente bofetada en la cabeza, pensó Jason, y sonrió a Jessie.
– Papá tiene razón -dijo Constance, de siete años. -Aunque -añadió, mirando a su madre pensativamente, -quizás mamá sí pesa un poquito más que yo. Pero tío Jason, eres igual que papá, eres demasiado grande como para correr, casi agobias al caballo por completo. Los jinetes tienen que ser pequeños. Aunque la abuela dice que es una vergüenza, que mamá esté allí afuera imitando a los hombres y no se quede aquí en el salón zurciendo, igualmente comenta lo delgada que es mamá, aunque ha tenido cuatro hijos, y que eso no es muy justo.
Jonathan Wyndham, el mayor de los niños Wyndham con casi once años, asintió.
– Fue un poquito grosero de tu parte decirlo tan crudamente, Connie, y la abuela no debería hablar tan mal de madre, pero el hecho sigue siendo que madre es una mujer y se supone que las mujeres no compiten contra hombres. -Jessie arrojó su rodaja de tostada a su hijo mayor. Jonathan se rió y la esquivó. -Mamá, sabes que los caballeros no soportan cuando les ganas. Una vez vi a papá casi llorando cuando lo superé en el último momento.
– Por otro lado -dijo Jason, -todos los que conozco parecen pensar que naciste sobre el lomo de un caballo de tan buena que eres, ¿y a quién le importa si el mejor jinete en Baltimore tiene sen…? Eh, no importa.
– Eso es exactamente lo que estaba pensando, mamá.
– Dios querido, espero que no -dijo Jason.
– Yo también espero que no -dijo Jessie. -No, no preguntes, ya es suficiente.
Jonathan comenzó a quitar migajas de tostada de la manga de su chaqueta, y sólo su hermanita Alice vio el brillo travieso en sus ojos bajos.
– Como estaba diciendo, madre, eres una jinete magulladora, mala como una serpiente cuando debes serlo pero, igualmente, ¿no es una sábana bien remendada mucho más satisfactoria para ti, tan…?
– No tengo nada más para arrojarte, Jon. Ah, mira, este lindo y pesado tenedor acaba de caer en mi mano. -Jessie apuntó el tenedor a su hijo. -Sugiero que te retires de la refriega o enfrentes muy malas consecuencias.
– He terminado -dijo Jonathan, separando sus palmas en abierta rendición, con una enorme sonrisa en su rostro. -Retirado, ese soy yo.
– ¿Ez hora para qué, tío Jazon? -preguntó Alice de cuatro años, ceceando encantadoramente.
Estaba inclinada hacia él, y Jason sabía que si no estuvieran en la mesa del desayuno, ya hubiese trepado a su regazo y se hubiera acurrucado contra él del modo en que lo había hecho desde que tenía seis semanas. Cuando él no habló inmediatamente, su cerebro vacío de palabras, gigantescas lágrimas brillando en los bellos ojos de ella.
– Paza algo malo, ¿zierto? Ya no te agradamoz. ¿Quierez dizpararle a mamá porque te derrotó?
Jason miró esa preciosa carita y buscó las palabras correctas, pero lo que salió de su boca fue:
– Los quiero muchísimo a todos. No tiene nada que ver con eso. Es… -Y entonces la verdad salió de repente. -Quiero ir a casa. Es hora. Me marcho el viernes, en el Audaz Aventura, uno de los barcos de Genny y Alec Carrick.
Un instantáneo y absoluto silencio cayó sobre la mesa de desayuno. Todos se quedaron mirándolo, incluyendo al cocinero Wyndham, Joshua, que estaba pasando a Jessie una nueva tostada. En cuanto a Lucy, su criada, estaba tan distraída por las palabras del increíblemente hermoso y joven amo Jason que estaba en peligro de derramar café en el regazo del señor Wyndham. James le agarró la mano justo a tiempo.
– ¿A caza? -dijo Alice. -Pero eztáz en caza, tío Jazon.
Él sonrió al hadita, la viva imagen de su madre, que había nacido después de que él llegara a Baltimore.
– No, cariño, esta no es mi casa, aunque he estado aquí más tiempo que tú. Inglaterra es mi hogar, en una hermosa casa llamada Northcliffe Hall. Allí es donde vive mi familia, donde pasé veinticinco años de mi vida.
– Pero eres nuestro, tío Jason -dijo Benjamin Wyndham, de nueve años, mientras pasaba una crujiente tajada de tocino a Old Corker, el sabueso de la familia, que había nacido una semana después que Benjamin. -Ya no perteneces a ellos en ese país extranjero. ¿A quién le importa Northcliffe Hall de todos modos? Podríamos nombrar nuestra casa, hacerla sonar totalmente grandiosa, si deseas que lo hagamos.
– Ya tenemos nombre, cerebro de tocino -le dijo Jon a su hermano. -Somos la Hacienda Wyndham.
– Ustedes tienen unos cuantos primos en Inglaterra -dijo James Wyndham a su hijo, pero sus ojos estaban escudriñando el rostro de Jason. Entonces sonrió. -Saben, es hora de que nosotros también hagamos una visita a Inglaterra. Los meses y años corren, ¿verdad? El tiempo simplemente sigue adelante, y tan rápido. Casi cinco años. Es asombroso, Jase. Parece ayer que te conocí en el muelle en el puerto interno y Jessie no podía quitarte los ojos de encima, dijo que eras aun más hermoso que Alec Carrick, seguramente el hombre más hermoso que Dios jamás había creado. Dijo que tenías un gemelo idéntico, y que eso significaba que había otro como tú. Te lo digo, agradecí que no se desvaneciera.
– ¿Recuerdas que dije todo eso? -dijo Jessie, con una ceja rojo oscura levantada.
– Desde luego. Recuerdo cada palabra que hayas pronunciado, dulzura.
Jessie hizo un sonido ahogado que hizo soltar risitas a sus cuatro hijos.
James sentía una inmensa tristeza y alegría en ese momento. Evidentemente, Jason finalmente había llegado a aceptar el pasado.
– Tío Jason es más bonito que tía Glenda -dijo Constance y sonrió, mostrando un diente delantero faltante. -Cuando no se queda mirándolo, está mirándose en el espejo, intentando descubrir cómo parecerse más a él. Una vez le dije que se diera por vencida. Me arrojó su cepillo.
James se aclaró la garganta.
– Harás sonrojar a tu tío Jason, Connie, así que sigamos adelante. Marcus y la duquesa estuvieron aquí el año pasado, y North y Caroline Nightingale el año previo. Sí, es nuestro turno de ir a Inglaterra y visitar a todos, tu familia incluida, Jase. Quiero ver si mi esposa se desvanece cuando conozca a tu gemelo, y le has contado tantas historias a los niños acerca de Hollis que sé que están esperando que les entregue tablillas de piedra. Ah, y tus padres, por supuesto.
– Pero hablan raro allí -dijo Benjamin. -Como el tío Jason. No quiero ir a ese lugar.
– Piensa en esto como una aventura -dijo su madre.
– Sí, es exactamente eso, Ben -dijo Jason. Estaba pensando que también sería una aventura para él, mientras se recostaba en su silla y entrelazaba los dedos sobre su delgado abdomen. -Toda mi familia les dará la bienvenida como ustedes me recibieron a mí. -Se quedó callado, miró a James y Jessie, y se encogió de hombros. -Quiero ir a casa. Cumpliré treinta años el próximo enero.
– Todavía son veintinueve, así que no eres tan viejo, tío Jason -dijo Benjamin. -Cuando seas tan viejo como papá, entonces puedes regresar allí.
– Tu padre tiene sólo treinta y nueve, para nada mayor -dijo Jessie, se quedó callada y parpadeó. -Yo tengo casi treinta y uno, más de un año mayor que tú, Jason. Cielo santo, cómo salta el tiempo de uno.
Jason dijo:
– ¿Saben que tengo un par de sobrinos gemelos de casi tres años ya, y que nunca los he visto?
– Sí -dijo Jessie. -Se parecen a su padre, lo que significa que se parecen a ti.
Jason asintió.
– Mi hermano escribió que eso significaba que otra generación se parecía a mi tía Melissande.
James había escrito tan divertidamente sobre cómo eso volvía loco a su padre, que Jason imaginaba fácilmente la sonrisa de su hermano y el rostro de su padre también. Tantas cartas a través de los años, y había comenzado a responder realmente recién tres años atrás. Los primeros dos años que había estado aquí, había acusado recibo, nada importante, nada que realmente significara algo, si es que algo significaba algo en aquel entonces. Pero las cosas habían comenzado a cambiar lentamente. Había empezado a ver detrás de las palabras en las cartas que llegaban semanalmente de su familia, había empezado a sentir nuevamente lo que significaban para él, y sus cartas se habían vuelto más largas y, quizá, más vivas, porque ahora él mismo estaba en ellas.
– Sí -dijo Jessie. -Lo sabemos. Siento que conocemos muy bien a toda tu familia. Será como ver a queridos amigos.
Jason no se había dado cuenta de que había hablado tanto sobre su familia.
Alice dijo:
– Pero nadie de tu familia ha venido aquí jamáz, tío Jazon. ¿Por qué no han venido? ¿No les agradaz? ¿Te enviaron lejoz?
– No, Alice, todos querían venir a visitarme. La verdad es que les pedí que no vinieran. Y no, nadie me envió lejos. -Se quedó callado un momento. -La verdad es que yo mismo me marché.
– Pero, ¿por qué? -preguntó Jonathan, sentándose hacia delante, con las manos sobre la mesa ya que no tenía más tocino para pasar a Old Corker.
Jason dijo lentamente:
– Algunas cosas muy malas sucedieron cinco años atrás, Jon, y yo fui responsable de ellas. Sólo yo.
– ¿Mataste a un hombre en un duelo, tío Jason? -preguntó Ben, sus ojos brillando, ya casi listo para saltar de su silla.
– Lo siento, Ben, no. Lo que hice fue peor. Llevé el mal a mi familia, y esa maldad casi los destruyó.
– ¿Llevazte el Diablo a caza, tío Jazon?
– Eso es bastante cerca, Alice. El hecho es que no podía quedarme, no podía encontrar nada bueno en mi vida allí. No podía enfrentar a todas las personas a las que había puesto en peligro, así que le pedí a tus padres si podía venir aquí y aprender todo acerca de operar una caballeriza.
Jessie sabía que los niños no entendían -no porque ella comprendiera mucho más- y, sabiendo que tenían una docena de preguntas para dispararle, dijo rápidamente:
– Nos has ayudado más de lo que te hemos enseñado. Y aunque James y yo hemos hecho nuestro mejor intento por llenar esta condenada casa -se detuvo un momento, moviendo la mano para abarcar sus cuatro hijos, -había espacio más que suficiente para ti.
– Oh, no -dijo Jason. -Me han enseñado infinitamente.
– No seas estúpido -dijo James, y levantó su mano cuando vio que sus cuatro hijos querían hablar a la vez. -No, no, niños, hagan silencio. No más argumentos para intentar hacer que su tío Jason se sienta culpable por dejarlos. Evidentemente se ha decidido, y todos respetaremos su decisión. No le harán más preguntas. No, Jon, veo ese atareado cerebro tuyo trabajando duro. Déjenme repetirlo, no harán preguntas y no lo harán sentir culpable por marcharse. -Se quedó callado un momento y sonrió a Jason. -Además, lo visitaremos en Inglaterra. ¿Y quieren saber algo más? Regresará a visitarnos. No podrá evitarlo… tiene que intentar nuevamente derrotar a su madre en una carrera.
– Pero, ¿por qué no queríaz que tu familia viniera a verte, tío Jazon? -preguntó Alice.
Estaba sentada en una pila de seis libros para poder llegar a la mesa, el de arriba era un enorme tomo que tenía un artículo del hermano de Jason, James, lord Hammersmith, acerca de una enorme bola de gases anaranjada que había brillado intensamente en el acre hemisferio norte de Venus durante tres noches seguidas en abril pasado.
El padre de Alice abrió su boca para reprenderla, pero Jason dijo rápidamente:
– No, está bien, James. Es una buena pregunta, Alice, y quiero responderla. Quiero que todos ustedes comprendan que mi familia no quería que me marchara. No me culpaban por lo que sucedió. Deberían haberlo hecho, pero no fue así.
– ¿Qué sucedió? -preguntó Jonathan, y James Wyndham puso los ojos en blanco.
– Sólo debes saber que fue algo malo, Jon, que mi padre, Hollis y mi gemelo podrían haber sido asesinados, y que fue todo mi culpa. Bien, todos querían venir pero, verás… -Se detuvo un momento, intentando encontrar las palabras correctas. -La cosa es que yo no estaba preparado para verlos. Mirarlos a ellos era ver mi propia ceguera, supongo.
Mal dicho, pero bastante bien. James dijo:
– No más, niños. No más.
Jessie se levantó de su silla y palmeó las manos.
– Así es, ahora cerrarán el pico, aunque sé que es imposible. Tío Jason ha tomado una decisión. Déjenlo tranquilo con eso. Todos ustedes saben lo que se supone que hagan después del desayuno, así que vayan a hacerlo y sin quejas, por favor. James, Jason, ¿podrían los dos caballeros venir conmigo al salón? -Jessie Wyndham enfrentó a su esposo y al joven al que había llegado a querer como un hermano. -Bueno, Jason, todo estará bien. Dudo que los niños te dejen en paz, pero siéntete libre para decirles que cierren sus bocotas. Eso depende de ti. Ahora, es cuatro de abril. Te llevará dos semanas llegar a casa. Iremos a visitarte a Inglaterra en agosto. ¿Qué piensas de eso, James? ¿Podremos irnos entonces?
James asintió.
– Agosto será. Qué gracioso que tu gemelo y yo compartimos el mismo nombre.
Jason asintió.
– Durante seis meses me hizo sentir bastante extraño decir el nombre de mi hermano a la cara de otro hombre. -Estudió ambos rostros entonces, rostros que se habían vuelto tan queridos para él a través de los años. -No sé si realmente les he dicho cuánto significan para mí, ustedes y los niños. No tengo parentesco por sangre con ustedes, pero no dudaron en hacerme parte de su familia, en enseñarme. Y tú, Jessie, por ganarme en las carreras, riendo alegremente mientras tanto, sin preocuparte para nada por la continua golpiza a mi frágil masculinidad.
– Eso es porque James tiene la masculinidad más grande y frágil en todo Baltimore, y la tuya es mísera en comparación.
James dijo:
– No hablaremos de enormes femineidades. Bien, Jason, te convertiste en parte de la familia rápidamente, pero el resto de eso son tonterías. Todo lo que teníamos para enseñarte lo aprendiste en el primer año. Eres mágico con los caballos, responden a ti a un nivel casi humano. Es como si supieran que estás allí para ellos, que harás cualquier cosa que necesiten. -James se encogió de hombros. -Es difícil ponerlo en palabras, pero sé que cualquier carrera o cría de caballos que hagas en Inglaterra será un éxito.
Jason se quedó mirándolo, desconcertado.
– Eso es cierto, Jason -dijo Jessie. -Ahora, cuando regreses, ¿dónde planeas establecerte?
– Cerca de Eastbourne, cerca del hogar de mi padre, Northcliffe Hall. Como mi padre obligó a mi abuela a mudarse a la casa de campo cinco años atrás, James, Corrie y sus gemelos se quedaron en Northcliffe. -Se quedó callado un momento y ofreció una sonrisa torcida a James. -Para que comprendan porqué la ausencia de mi abuela de la casa grande hizo semejante diferencia, déjame decir que conocer a tu madre, James, me ha hecho sentir que nunca dejé a mi abuela. Indudablemente la mudanza de mi abuela fue una auténtica bendición. Era muy desagradable con mi madre y con Corrie.
– Oh, cielos -dijo Jessie con un poco de intimidación. -¿Tu abuela es como mi suegra?
– Sí, pero ella nunca intentaba ser sutil como Wilhelmina. Siempre era un martillo, iba tras sus víctimas con una buena cantidad de entusiasmo.
Jessie dijo con naturalidad:
– Estamos muy agradecidos de tener que verla sólo una vez por semana. Siempre me ha odiado, como si no hubieses adivinado eso inmediatamente, Jason. Dice estas cosas horribles, todas ligeramente disfrazadas para sonar inocuas. A veces simplemente deseo que lo disparara todo, como evidentemente hace tu abuela.
James se rió.
– En realidad, tendrías que ser una bruta para no entender que estás siendo insultada hasta la punta de los pies.
Jason dijo:
– Al igual que Wilhelmina, mi abuela odia a todas las mujeres en la familia. La única mujer con quien no es grosera es con mi tía Melissande. -Se quedó callado un momento. -Quiero desesperadamente ver a mis padres otra vez. Quiero ver a mi hermano y a Corrie, y a mis sobrinos. Y lo gracioso es que recién se me ocurrió temprano esta mañana…
La ceja derecha de Jessie se elevó.
– ¿Antes o después de dejar la casa de Lucinda?
– Antes, en realidad -dijo Jason, su voz y expresión repentinamente tranquilas y austeras. -Se sorprendió bastante cuando salté fuera de la cama como si Satanás me estuviera siguiendo.
– Te extrañaremos, Jason -dijo Jessie mientras tomaba la mano de su esposo. -Pero estaremos todos juntos otra vez en agosto. No falta nada.
– Le sonrió a su esposo, parpadeó para alejar las lágrimas y luego fue hacia los brazos de Jason. -Siempre deseé tener un hermano, y Dios finalmente me dio uno.
– También me dio un hermano a mí -dijo James Wyndham. -Uno con honor, inmensa buena voluntad, y cerebro. Lo que sea que haya sucedido todos esos años atrás, Jase, es hora de dejarlo ir. -Jason no dijo una palabra. James agregó rápidamente, dándose cuenta de que Jason todavía no estaba preparado para dejar ir nada: -Sólo deseo que no fueras tan condenadamente apuesto.
Jessie se recostó en los brazos de Jason, riendo.
– Es verdad, todas las mujeres entre las edades de quince y cien te persiguen, Jason. Ni siquiera intentes negarlo. No creerías cuántas damas me han arrinconado, cada palabra fuera de sus bocas sobre ti. Oh, sí, todas quieren ser mis mejores amigas y visitarme. -Se volvió hacia su esposo. -Como dije en el desayuno, Jason es el primero, luego Alec Carrick. Hmm, me pregunto qué piensa Alec de eso.
Jason dijo en un suspiro:
– Desearía que creyeras que Alec, al igual que yo, pensamos que es una maldita molestia. ¿A quién le importa un rostro, de todos modos? -Eso era tan estúpido que Jessie no dijo nada. Jason se quedó callado y abrazó a Jessie nuevamente. -La cosa es que siempre quise una hermana. ¿Y sabes qué? Tienes el cabello tan rojo como mi madre, y aunque tus ojos son verdes y los de ella azules, hay un gran parecido entre ustedes dos. Es la mujer más hermosa que conozco. -Jason tocó con su mano el cabello rojo encendido, una gruesa cuerda trenzada que caía por su espalda. -Eso es, si los rostros hermosos hacen alguna diferencia. -Se interrumpió un instante y sus ojos oscurecieron. -Gracias. Muchísimas gracias a ambos por traerme de regreso a la vida.