CAPÍTULO 24

La yegua Dauntry, Penelope, fue acomodada en el compartimiento al lado de Delilah, donde pronto se volvió evidente que no se gustaban. Jason y Hallie vieron a Henry tirar a Delilah atrás antes de que pudiera hundir sus sanos dientes amarillos en el encantador cuello castaño de Penelope.

– Es por Dodger -dijo Jason a Hallie. -Delilah y Penelope lo desean. Saben que son hermosas, están acostumbradas a ganar y tienen dientes afilados. ¿Qué haremos?

– Deja que se arranquen las crines -dijo Hallie.

Jason se rió.

– Qué desastre sería eso. No, es algo que nunca quiero volver a ver en mi vida. Ponla en la última casilla, Henry.

Henry enlazó las riendas de Penelope en su mano. Su nuevo alojamiento probablemente estaba demasiado cerca del compartimiento de Dodger, porque Delilah relinchaba, revoleaba la cabeza y pateaba, haciendo temblar la madera. En cuanto a Piccola, ella seguía masticando su heno, con los párpados pesados. Dodger levantó la mirada para ver porqué era el alboroto, vio a Penelope balanceándose hacia él y asintió con su enorme cabeza.

– Juro que sus orejas se pararon -dijo Jason, -cuando Penelope apareció en su vista.

Henry dijo por encima del hombro:

– Llevaré al sultán a un corral para que no tengamos más conmociones entre las damas.

Hallie dijo lentamente:

– No creo haber reído tanto en mucho tiempo.

– Con Elgin cerca, puedo creerlo. Tienes suerte de haberte deshecho de él.

Ella se estremeció.

– Una vez pensé que era muy divertido. -Se dio vuelta para salir de los establos, se detuvo un momento y se volvió nuevamente hacia él. -Pero ahora no. Intentaré hacer el balance de nuestros gastos con nuestras ganancias. ¿Controlarías mis cifras más tarde?

Jason asintió, la vio caminar de regreso hacia la casa. Recordó a los Wyndham, las risas, los gritos, las discusiones, naturales en una casa con cuatro niños. Extrañaba mucho eso.


Jason y Hallie se encontraron en la cima de las escaleras a las ocho y media en la noche del baile Grimsby. Se miraron atentamente uno al otro.

Jason, como era mayor, más experimentado, más acostumbrado a tratar con damas que Hallie a tratar con caballeros, dijo con calma mientras la tomaba del brazo:

– No lo sé, Hallie. Corrie tiene un encantador vestido gris pálido que es del tono perfecto para ti. Pero, ¿este azul? No me malentiendas, es encantador, y estoy seguro de que el estilo del vestido está a la moda, pero, ¿la verdad? Ese tono particular de azul te hace un poquitito amarillenta.

Ella lo golpeó en el estómago con el puño izquierdo.

Él le sonrió. Estaba tan hermoso con su atuendo formal de noche que haría que cualquier mujer viva se mareara tanto de emoción que pudiera caerse o vomitar.

– Muy bien, no puedo ver ni una mancha amarillenta en ti. Te ves bastante bien. Me alegra que Martha mantuviera tu cabello sencillo, las trenzas se ven muy bien en ti.

– Me dijo que es la mejor trenzadora a este lado de Londres, que la abundancia de rizos la frustra. Me acarició el cabello cuando hubo terminado conmigo, dijo que las trenzas eran mejor para mí que pequeñas salchichas. En cuanto a ti, Jason…

Hallie respiró hondo. No sería inteligente decirle la verdad; que se veía como un dios, tan absolutamente perfecto que cada artista en el mundo hubiese querido esculpirlo, o pintarlo, o asesinarlo cuando sus esposas lo miraran.

Por suerte, antes de que ella pudiera decir algo estúpido Petrie exclamó desde el pie de las escaleras:

– Ah, amo Jason, cada dama entre las edades de quince y ciento cinco creerán que usted tiene el mejor ayuda de cámara en el mundo entero. Usted es un regalo para los sentidos, señor, un regalo. Perdóneme, señorita Hallie, se ve tan encantadora como uno podría esperar que se viera una mujer. Ah, ¿no es emocionante? Nuestro primer baile en el vecindario.

– ¿Y en cuanto a mí qué, Hallie? -preguntó Jason.

– Tuve una aflicción transitoria del cerebro -dijo ella. -Olvídalo, Jason.

Él sonreía cuando Angela salió de la sala de estar viéndose como una reina de las hadas, toda encaje rosado y blanco.

– Oh, queridos míos, ambos se ven espléndidos. Oh, cielos.

– ¿Qué sucede, Angela? -le preguntó Jason, dando un rápido paso hacia ella.

Como no había soltado el brazo de Hallie, la llevó con él.

– Es la cocinera.

– ¿Qué pasa con ella?

– Está respirando con dificultad. Temo lo peor.

Jason giró rápidamente para ver a la señora Millsom parada a menos de medio metro de él, mirándolo fijamente. La atrapó antes de que cayera al suelo.


Jason, Hallie y Angela no llegaron a la encantadora y vieja mansión de lord Grimsby, Abbott Grange, construida durante los años de reinado de la Reina Ana, hasta las nueve en punto. La noche era cálida, pequeñas ráfagas de viento agitaban las ramas de los robles, y la luna estaba casi llena.

– Qué noche perfecta para salir -dijo Angela, y palmeó las rodillas de Hallie. -O estar dentro, para el caso. Y tú tendrás una encantadora visita con tu familia, Jason. Qué agradable de parte de tu padre prestarnos uno de sus carruajes. Escuché que tu padre ha conocido a lord Grimsby desde siempre.

Hallie dijo:

– ¿Tu abuela también vendrá, Jason?

– Sí, eso creo. Sabes, nunca la he visto bailar. Mi padre me contó una vez que cuando ella era joven, bailaba hasta el amanecer. Sin embargo, como Angela estará allí, ¿quién sabe?

Angela dijo:

– Lydia me dijo ayer que vendría. Le dije que bailarías con ella, Jason. James también.

– Si puede deambular por la pista de baile con su bastón, no debería haber problema -dijo Jason.

Hallie comentó:

– Planeo preguntar a James si tiene tiernos recuerdos de los cerdos.

– Los tendrá -dijo Jason.

Ofreció una sonrisa a Angela para hacerla morir.

– Pobre cocinera -dijo la mujer mayor.

– No lo alientes, Angela. Ya tiene la cabeza tan grande, no mucha importancia allí arriba de qué hablar, sólo aire… está listo para flotar.

Abbott Grange se extendía sobre más de una hectárea, cada ventana llena de luz, probablemente unas quinientas velas encendidas, pensó Hallie, preguntándose el costo y el número total de dedos requeridos para encender tantas candelas. Había más carruajes de los que Hallie podía contar alineados a lo largo de todo el perímetro del extenso camino de entrada. Después de que Angela y Hallie fueron asistidas por dos sirvientes con librea que miraban a Jason como si hubiesen venido directo de un combate de boxeo, él agradeció a John el Cochero, cuyo verdadero nombre era Benjie, y le pasó una botella de la mejor cerveza del señor McFardle de su taberna en Blaystock.

– Esto podría ser en Londres -dijo Hallie tras su mano mientras los tres se unían a otra docena de invitados que retomaban el camino por los amplios y profundos escalones junto a sirvientes con librea que sostenían antorchas bien por encima de sus cabezas.

En cuanto fueron anunciados a los aproximadamente sesenta invitados en el salón de baile Grimsby, la voz de un joven hombre dijo:

– Por todo lo perverso, ¿no es Jason?

Una voz de dama dijo:

– Creo que debe ser, porque la muchacha que está con él no es la esposa de James.

– Jason, ¿realmente eres tú? ¿Finalmente estás en casa?

– Esta es la joven dama que…

– Jason, te ves bronceado como en el verano cuando éramos niños. ¿Recuerdas esa vez en el estanque de Punter?

– Ella es demasiado bonita para ser una socia. Miren ese vestido.

– Mi Dios, hombre, ha pasado demasiado tiempo. Bienvenido a casa.

Jason reía, estrechaba manos, palmeaba espaldas, con una enorme sonrisa en su rostro, y no soltaba la mano de Hallie. Las presentó a ella y Angela a todas las damas y caballeros que se amontonaban a su alrededor. Hallie hacía reverencias, asentía, presentaba su mano derecha para ser besada una docena de veces, y sonreía. Las damas eran un poco frías, pero como Jason había dicho cuando apenas habían entrado, “Son mis amigos. Te aceptarán bastante rápido.”

– Válgame -dijo Angela al lado de Hallie, abanicándose el rostro. -Por supuesto que nuestro Jason conoce a todos. Es muy popular, Hallie. ¿Este baile realmente es en honor a lord Renfrew?

Hallie dijo:

– Difícil de creer. Puedo creer que sea una agradable reunión para sus conocidos. Él está allí, Angela, hablando con esa jovencita de cabello negro. Maldición, viene hacia aquí.

Lord Renfrew avanzó hacia ella, ignoró a Jason y le tomó la mano. Ella dio un pequeño tirón, pero él no pensaba soltarla. Le ofreció una mirada de hombre que ella reconoció bastante rápido, y le pidió bailar el vals.

Hallie alcanzó a ver a media docena de damas, ninguna mayor que ella, yendo directo hacia Jason en forma de cuña, la que iba a la delantera era una encantadora rubia, de no más de dieciocho años, con un pecho impresionante que estaba destacadamente expuesto. Jason intercambiaba bromas con un hombre que parecía conocerlo desde que había nacido, inconsciente de la banda que se aproximaba. Hallie sonrió a lord Renfrew.

– Lo siento, milord, pero ya he aceptado bailar con el señor Sherbrooke. Necesitaré mi mano. ¿Podría, por favor, acompañar a la señora Tewksbury hasta lady Lydia?

La cuña estaba casi encima de él. Ella oyó a un caballero decir, su voz casi un chillido:

– Recuerdo todo esto demasiado bien. Que se lo lleve el diablo. Bien, yo…

Hallie agarró el brazo de Jason.

– Yo lo salvaré, señor. Jason, ven rápido o serás arrebatado.

Jason conocía la determinación femenina cuando la veía, tomó el brazo de Hallie y se rió mientras le permitía llevarlo a tirones entre la multitud hacia la pista de baile. Los músicos acababan de empezar un entusiasta vals.

– He visto su destreza en la pista de baile, señor; estoy preparada para ser impresionada.

Jason le sonrió, la sujetó firmemente y la hizo girar en amplios círculos durante casi cinco minutos. Hallie estaba jadeando cuando él finalmente disminuyó el paso.

– Eso fue bastante maravilloso, Jason.

– Mi padre nos enseñó a James y a mí que una dama siempre perdonaba a un caballero hasta por el más estúpido comentario si él bailaba bien.

La hizo dar vueltas, evitando hábilmente a los demás bailarines hasta que ella estuvo riendo.

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