Jason hubiese preferido vaciar orinales antes que entrar a esa salita con la cabra atada, pero simplemente no podía dejar sola y desarmada a la señorita Carrick con su abuela. Sería demasiado cruel. No porque su presencia fuese a hacer mucha diferencia. Ella sería aplastada por esa maliciosa lengua envejecida; su abuela miraría a Hallie y vería carne fresca. Qué raro que nunca volviese su cañón hacia él, James o su padre. Sólo a aquellas lo bastante desafortunadas como para ser mujeres.
Jason vio a Corrie sentada en un sillón de orejas, James parado a su lado, con la mano apenas apoyada en su hombro, sin dudas para evitar que saltara y pateara la silla de su abuela cuando ella empezara a disparar insultos.
Los ojos de su abuela se encendieron al verlo.
– Querido Jason, qué visión eres, muchacho mío, pero ciertamente eso no es importante, ¿verdad? ¿Qué es un poquito de suciedad en el flujo del tiempo? Ven y dame un gran beso. -Jason sonrió a la anciana, se agachó y besó su mejilla apergaminada. Ella le tocó suavemente el cabello y susurró: -Tengo algunos bollos de nuez que Hollis me trajo esta mañana. Ven más tarde y los compartiré contigo.
Jason aferró sus viejas manos venosas y le respondió en un susurro que sin dudas iría.
Cuando se apartó, la condesa viuda levantó la mirada para ver a su nuera, la libertina pelirroja, tomando del brazo a una jovencita que nunca antes había visto.
Jason lo vio en sus ojos con tanta claridad como si hubiera hablado en voz alta: presa nueva, tráiganme la presa nueva.
– ¿Quién eres tú?
Alex soltó el brazo de Hallie.
– Esta es la jovencita que se mudará al vecindario, suegra. Me temo… -se aclaró la garganta, -quiero decir, parece que se quedara con nosotros por un tiempo. ¿No es encantadora? ¿No cree que está hermosamente vestida? Y observe lo elegante que se mueve. Señorita Carrick, esta es lady Lydia, la madre del conde.
– Bien, ven aquí, muchacha, y déjame verte.
Hubo un momento de crudo silencio en la salita. Hallie vio que todos miraban con atención de ella a la anciana, sin respirar.
Miró a la vieja y pequeña dama, con su brillante cuero cabelludo rosado que se veía a través de su cabello blanco, y no pudo imaginar que fuera parecida en nada a Wilhelmina Wyndham. Seguramente no; Jason estaba bromeando con ella. Lady Lydia no era frágil en absoluto, ni tenía la apariencia de una vieja dama apacible a quien le palmeaban la mano y con almohadones tras su vieja espalda. Se veía tan sólida y maciza como la yegua de Hallie, Piccola, y seguramente eso no era algo malo. Por otro lado, Piccola podía morderla y azotarla con su cola al mismo tiempo.
Los viejos ojos de la condesa viuda chispearon, su boca se abrió, y de pronto de la boca de Hallie salió:
– ¿Recuerda la Revolución Francesa, milady?
Lady Lydia se quedó helada.
– ¿La qué, muchacha?
– ¿Cuando los franceses se levantaron contra el rey y la reina y les cortaron la cabeza?
Mientras hablaba, Hallie se sentó en el almohadón a los pies de lady Lydia.
– Desde luego, un hombre inteligente es Arthur Wellesley. Cuando regresó a Londres en el verano de 1815, era celebrado cada noche; las damas se arrojaban encima suyo, los caballeros querían el honor de ser vistos con él. Tanta alegría, y tanto alivio de que el monstruo estuviera finalmente derrotado.
Hallie se inclinó.
– Debe ser tan maravilloso haber vivido tanto como usted, a través de tantos increíbles acontecimientos, y conoce al duque de Wellington. ¿También conoció a Jorge III antes de que se volviera loco?
– Oh, sí. Había rumores, por supuesto, pero en 1788, finalmente fue anunciado que la razón del rey había volado de la cabeza real. Jorge mejoró, pero claro, su enfermedad atacó nuevamente hasta que al final nunca lo abandonó. Pobre hombre, engañado por su hijo y heredero, pero su reina, Charlotte, ah, tenía tanta fortaleza. Una pena, una pena.
– No puedo imaginar ser tan mayor como usted. Es tan afortunada.
A Lady Lydia le hubiese gustado arquear una ceja, pero no le quedaban.
– Nunca nadie me ha dicho algo así antes. Hmm. Nunca he observado todas mis décadas precisamente bajo esa luz. Mi nuera tiene razón. Tu vestido es encantador, aun con esas ridículas mangas grandes que te hacen parecer de un metro de ancho.
– Al menos ahora se ajustan en la muñeca. Usted vestía esos encantadores trajes de la Regencia que se ajustaban arriba y caían rectos hasta el suelo.
– Aye, eran encantadores, toda esa ligera muselina, nada de corsés o enaguas sobrecargándote, pero tantas damas pescaban espantosos resfríos porque vestían tan poco. Al menos hoy no pescarás una inflamación del pulmón. Hmm. Me resulta inusual que sepas cómo vestir, ya que no pareces tener un esposo que escoja los vestidos por ti, como estas dos.
– Tengo un excelente sentido del estilo, señora. Gracias por comentarlo.
Alex estaba absolutamente perpleja, como el resto de las personas en la habitación. Había un total silencio, excepto por las voces bajas de Hallie y la condesa viuda. La puerta se abrió y Douglas entró a grandes pasos, evidentemente en una misión para salvar a la señorita Carrick. Alex lo agarró de la manga.
– No te muevas -susurró. -No puedo creerlo, pero no eres necesario.
Douglas miró a la señorita Carrick, y vio la mano de su madre acariciando suavemente su manga verde. Se quedó paralizado como todos los demás en la sala, su mandíbula cayó.
Lady Lydia miró y sonrió a su hijo mayor.
– Mi querido muchacho, haz que la muchacha pelirroja sirva el té. Al menos ha aprendido cómo lo tomo ahora.
– Y aprecias eso, ¿verdad, madre?
Hallie se preguntaba qué estaba sucediendo aquí. La boca de lady Lydia era una tensa costura. Ante el silencio continuado del conde, ella asintió.
– Sí, lo aprecio mucho. -Se volvió hacia Hallie. -¿Estás aquí para casarte con Jason? Mi pobre y precioso niño necesita una buena muchacha segura, una muchacha fuerte con nervios de acero. Sí, probablemente ese es el requisito más importante de su esposa.
– ¿Por qué, señora? ¿Él tiene un temperamento tan delicado?
– Oh, no, es algo totalmente diferente. Bueno, ¿son tus nervios fuertes como la rueda de un carruaje?
– Sí, señora. Pero, ¿por qué?
– Mis dos hermosos nietos son caballeros hasta la punta de sus bien formados pies, qué pena. La esposa de Jason debe ser capaz de protegerlo de todas las pícaras que continuamente lo persiguen con el intento de aprovecharse de él. -La anciana disparó una mirada a Corrie, que la miraba fijamente, con la boca abierta. -¿Qué problema tienes, Coriander? Te ves como una trucha en tierra. No es atractivo. Le dará asco a tu esposo. -Corrie cerró la boca. Lady Lydia dijo a Hallie: -La esposa de mi James es muchas cosas, señorita Carrick, pero diré esto de ella, es fuerte como la más robusta rama de roble. James rara vez sale sin ella. Sabe que ella lo protegerá. Ha aprendido a arrojarse enfrente de él cuando las damas se arrojan en su camino para llamar su atención. Coriander le dice que su atención es lo único que él otorgará jamás, y eso sólo si la mujer en cuestión ha llegado a su quincuagésimo verano.
Jason dijo:
– Abuela, la señorita Carrick no está aquí para casarse conmigo. Apenas nos conocemos.
– Creo que los mejores matrimonios empiezan con el intercambio de nombres, nada más -dijo la condesa viuda. -Mírate, mi querido muchacho, ninguna mujer con ojos en la cabeza no intentaría perseguirte. El pobre James, en cambio… -El conde se aclaró la garganta ruidosamente. -Hum -dijo la condesa viuda.
Jason no comprendía por qué su abuela todavía no había atacado a Hallie, pero como nadie había tomado té, aún había tiempo para que cambiara de opinión y decidiera que Hallie era una libertina usurpadora, como su madre.
– Entonces, ¿por qué estás tan sucio, muchachito, si no estabas persiguiéndola por los parques?
– ¿Y ella me atrapó varias veces y me ensució?
– Sí, así es.
– Lo siento, abuela. Sabes que compré Lyon’s gate. Estuve trabajando allí hoy. No tuve tiempo para cambiar de atuendo. Perdóname.
– ¿Estabas trabajando como un peón ordinario?
– Sí, señora.
Lady Lydia aceptó una taza de té de su nuera. Douglas vio que lo hacía girar en la taza un momento, vio que deseaba desesperadamente quejarse, pero ella sabía que si lo hacía no sería invitada nuevamente hasta que la propia libertina volviera a invitarla, y podía estar muerta para ese momento. Hollis pasó una encantadora bandeja enorme llena de scones, tartaletas de limón, diminutas tortitas de semilla, y pequeños sándwiches de pepino y jamón, cortados en una miríada de formas.
Jason vio que la señorita Carrick dejaba su té y el plato que contenía dos tartaletas de limón en el suelo, a su lado. Se veía perfectamente satisfecha de permanecer a los pies de su abuela. Sólo espera, quería decirle, espera y verás que ella decide que tu cabello es color latón, o que esos encantadores ojos tuyos son taimados, o Dios sabrá qué más.
La condesa viuda bebió su té, hizo apenas una mueca, y luego anunció:
– Sin importar los defectos de Coriander, y son multitudinosos, ha obsequiado a James con dos adorables niños, la misma imagen de su hermosa tía Melissande, quien debería haberse casado con…
Douglas se aclaró la garganta, vio a su madre meterse la tartaleta en la boca y masticarla enérgicamente, y dijo:
– Jason, tienes el aspecto de un hombre satisfecho. Dime cómo está yendo todo en Lyon’s gate.
Jason se adelantó en su silla, cerró las manos entre sus rodillas, olvidó que estaba sucio y olía a sudor seco, olvidó que Hallie estaría viviendo con él y que era dueña de la mitad de Lyon’s gate, y dijo:
– Oh, sí. Quiero que vengas pronto, abuela, y me digas qué piensas de mi hogar. Los establos son del tamaño perfecto, y una vez que los tengamos ordenados y limpios, podremos ver el excelente trabajo.
Él siguió hablando, y todos le sonreían, asentían, hacían preguntas. Era como si nadie más en la habitación existiera excepto Jason, pensó Hallie, mirándolo de reojo. Ni una palabra sobre ella, pero se dio cuenta rápidamente de que nadie quería escandalizar a la condesa viuda. Y, por supuesto, Jason acababa de llegar a casa después de mucho tiempo. ¿Tenían miedo todos de que volviera a irse? ¿Esta vez para siempre? ¿Entonces nadie decía nada para herir sus sensibles sentimientos?
Cuando Jason se relajó, con una tonta sonrisa en su rostro, Hallie dijo en voz baja a la condesa viuda:
– Quizá usted y yo podríamos visitar Lyon’s gate juntas.
La vieja masticó lentamente su sándwich de jamón, que había sido formado por la cocinera para parecerse a uno de los grandes robles fuera de la ventana de la salita. Lentamente, ella asintió.
– Sí -dijo, palmeando la manga de Hallie, -eso me gustaría mucho.
Hallie terminó una tartaleta de limón.
– Lo visitaremos a principios de la próxima semana. -Sonrió. -¿Sabía que cuando vi por primera vez a Hollis, sólo un rato antes, le pregunté si era Moisés?
– ¿Moisés? ¿Ese viejo chirriante? Hmm. Sí se parece a algún antiguo profeta, ¿verdad? Puedo recordar los días que él perseguía a James y Jason, los metía bajo sus brazos y los entregaba a su tutor, así de fuerte era. Ellos tenían diez años, recuerdo. ¿Qué te dijo Hollis?
El labio de Hallie tembló.
– Dijo que no, que no era Moisés, era Dios.
La anciana rió, un cacareo en realidad, pero era pleno, aunque sonaba como clavos oxidados rechinando.
– ¿De veras lo hizo, viejo?
Hollis, que estaba sirviendo un poco de crema en el scone de Corrie, terminó lo que estaba haciendo, levantó la cabeza y sonrió a la condesa viuda.
– Ciertamente, madame.