CAPÍTULO 33

Jason y Hallie Sherbrooke pasaron su noche de bodas bajo los distintivos aleros curvados del dormitorio principal de Dunsmore House, de atmósfera Georgiana si no de estilo, ubicada elegantemente en un ancho promontorio cubierto de árboles justo afuera de Ventnor, en la costa del sureste de la Isla de Wight, la residencia de verano del duque de Portsmouth. Luego de un viaje de dos horas en barco de vapor desde el continente, habían llegado a Dunsmore House, azotados por el viento y bronceados, sonriendo de oreja a oreja al ama de llaves, la señora Spooner, y listos para arrancarse mutuamente la ropa.

En alguna época, la señora Spooner había sido íntima con la lujuria, teniendo cinco hijos adultos para comprobarlo, y sin mencionar que estaba a sólo tres meses de media docena de nietos. Sin dudas la reconocía cuando se encontraba frente a ella, aunque no estaba segura de cuál de los dos sentía más lujuria por el otro. La simple belleza de esta pareja podría entibiar el más frío corazón, que no era el suyo.

– Bien, Su Gracia me dijo que ustedes eran dos jóvenes muy especiales, y así parecen ser. Adelante, adelante. Tendrán el gran dormitorio que da al puerto y todos los barcos pesqueros. Es el dormitorio favorito de Su Gracia y las sábanas están limpias para ustedes. Qué día excelente para comenzar su vida de casados.

Como quería que comieran, la señora Spooner los arreó al desayunador, más pequeño y más íntimo que el grandioso comedor, y les sirvió rápidamente pollo frío y pan caliente para cenar, y guisantes frescos de su propio jardín en Ventnor.

Dijo con facilidad mientras pasaba al señor Sherbrooke la bandeja de pollo:

– Sólo yo estaré aquí para atenderlos. -Pasó a Hallie otra pequeña hogaza de pan caliente y le susurró al oído: -Coma, querida. Necesitará fuerzas con ese.

Hallie le ofreció una sonrisa cegadora.

– Sí, eso espero.

La señora Spooner le palmeó el brazo.

– Al duque y su familia siempre les agrada su privacidad, y ustedes también la tendrán. Las doncellas vendrán durante el día, pero no los molestarán.

– Gracias, señora Spooner. Nunca antes he tenido privacidad. Tengo tres hermanos y una hermana, y… -Hallie parpadeó y se encogió de hombros. Había mirado a Jason. -Olvidé lo que iba a decir.

– Bueno, esta es su luna de miel, ¿verdad, señora Sherbrooke? No es momento para tener cerebro.

– Señora Sherbrooke -repitió Hallie lentamente, mirando fijamente a la señora Spooner. -¿No es esto lo más extraño…? De un día a otro perdí mi nombre.

– El nuevo nombre, Sherbrooke, es encantador, aunque estoy segura de que su padre prefiere Carrick, así como el señor Spooner prefiere su nombre antes que el mío, que era igualmente único.

– ¿Cuál era su nombre de soltera, señora Spooner?

– Bien, yo era Adelaide Bleak, sin dudas una veta pesimista, ese nombre. Bueno, creo que lo último que usted y el señor Sherbrooke querrán es que les sirvan el té en la sala de estar, así que les deseo buenas noches.

Hallie y Jason se miraron uno al otro.

Mientras masticaba un pedazo de pan fresco con manteca, con los ojos casi cerrados de dicha, ella dijo:

– Hemos estado casados durante siete horas ya.

– Sí.

– La señora Spooner es muy agradable.

– Sí. ¿Has terminado tu cena, Hallie?

Ella tragó el pan.

– Sí. Oh, sí, Jason. ¿Sabías que mi tía Arielle me dijo que te permitiera tomar la iniciativa, que intentara dominarme? Me aconsejó que no te arrojara al suelo. Me aseguro que los hombres disfrutaban eso, pero no al principio. Se sonrojó mientras decía eso… te diré que eso me sorprendió. Dijo que a los hombres les gustaba tener el control durante el primer encuentro romántico, lo cual es algo bueno porque ellos saben más sobre el asunto… y volvió a sonrojarse. Le conté a mi padre sobre su consejo, y él se rió y se rió, me dijo que dudaba que fuera a importarte ser asaltado en cualquier momento, en el barco o en tierra firme, o sobre la mesa de un comedor. Hmm. Esta mesa es muy linda, larga, y…

Jason casi estaba temblando como loco, sus manos abriéndose y cerrándose. Le dolía decirlo, pero finalmente lo logró.

– Nada de mesas esta noche. Tu padre tiene razón. Tienes mi permiso para saltar encima mío cuando tengas ganas. No me importará. -Respiró hondo y Hallie hubiese jurado que él temblaba un poquito. -Estará cerca.

Ella no era tonta. Sabía lo que significaba esa mirada. Era deliciosa, esa mirada; le aceleraba el corazón, le hacía cosquillear la piel. Corrió fuera del pequeño desayunador, subió las amplias escaleras principales, por el corredor, hacia el enorme dormitorio esquinero. Era luminoso y espacioso, no porque le importara un poquito, y sabía que los muebles estaban perfectamente arreglados… bueno, quizás esas dos sillas grandes estarían mejor unidas y ubicadas a los pies de la cama, en caso de que uno estuviera tan cansado que no pudiera llegar del todo. Iba a preguntar a Jason qué pensaba de las sillas, pero se paró en seco.

Jason entró en el dormitorio en ese momento, cerró la puerta, la trabó y se apoyó contra ella.

– Me marché de la casa todas esas veces porque te deseaba tanto.

– ¿Qué?

– Visité a otras damas, ellas se ocupaban de mí, me enviaban a casa exhausto y nuevamente en control de mí mismo, por algunos días al menos.

– Eso es lo más extraño que haya oído jamás. No me hubiese importado que me besaras, Jason, con o sin tu camisa. ¿Estás diciéndome que ibas con otras mujeres porque pensabas que no me gustaría?

– No, no es eso en absoluto. Eres una joven dama, Hallie, una virgen, y un caballero no seduce a una joven dama que es también una virgen. Pero eso ahora ha terminado. Nunca pienses que soy otro lord Renfrew. Ahora soy tu esposo. Seré fiel.

– ¿Esas otras damas eran entusiastas? ¿Como fui yo en el establo?

– Bueno, sí, ¿por qué no iban a serlo? Las he conocido a todas durante años.

– No tienes tantos años de adultez, Jason.

– Un hombre comienza en cuanto puede, Hallie. Todas las damas son mayores que yo, no porque eso importe.

– Yo aún tengo que empezar.

– Lo sé.

Él se apartó de la puerta cerrada, quitándose el chaleco y la corbata mientras caminaba hacia ella, y luego los arrojó sobre el brazo de una silla. Así que ese era el propósito de que las sillas estuvieran camino a la cama. Jason se detuvo un momento, se quitó las botas y las medias. Nunca quitó los ojos de encima de Hallie.

– Puedo ver que estás insegura sobre esto ahora que hemos llegado al punto límite. Está bien. Confía en mí. Me ocuparé de todo.

Él se desabotonó la camisa, se la quitó con un movimiento de hombros, dejó que cayera sobre la alfombra. Estaba desnudo hasta la cintura, tal como había estado esa mañana cuando el padre de ella había hecho una visita sorpresa a los establos.

– Oh, cielos. -Hallie se aclaró la garganta y volvió a intentarlo. -Sabes, me gustabas bastante todo sudoroso.

– Es una noche cálida. Quizás sude por ti antes de haber terminado. Tal vez tú también sudarás. -Abrió bien los brazos. -Derríbame, Hallie.

Fue el salto más largo que jamás había tenido que hacer en su vida, cierto, pero él dio un paso adelante para atraparla, puso las piernas de ella alrededor de su cintura. Ella le tomó el rostro entre las palmas y lo besó por toda la cara hasta que, riendo, él la apretó contra una pared y levantó la mano para tomarla de la mandíbula.

– Quédate quieta -le dijo, y la besó, realmente la besó, no tomando pequeños mordiscos, perdiendo el tiempo con pequeños lametones, sino un beso profundo, uno que desdibujó el mundo e hizo que las piernas de Hallie resbalaran. Él la tomó del trasero antes de que se cayera de encima suyo y la cargó hasta la cama. Le sonrió. -No te muevas. Déjame quitar el resto de la ropa y luego empezaré con la tuya.

– No, déjame hacerlo.

Hallie se puso de pie de un salto y cayó de rodillas frente a él, sus ojos sobre esos botones. La respiración de Jason salió de sus pulmones en un silbido. Su esposa desde hacía casi un tercio de día estaba arrodillada frente a él, con las manos en los botones de sus pantalones, y le estaba besando el abdomen.

– Hallie, los malditos botones. Es importante desprender los malditos botones.

Ella no dijo absolutamente nada, lo miró entre el velo de su cabello, con los ojos tan llenos de emoción, miedo y lujuria que Jason quiso reír, pero no lo hizo porque ella desabotonó los tres botones en un instante y estuvo besándole la panza, y más abajo. Sus dedos lo tocaron, lo acariciaron, lo sostuvieron y él sintió su cálida respiración sobre la piel.

– Oh, Dios -dijo, y supo que iba a estar muy cerca. -Tienes que soltarme, Hallie. No, no me beses, no ahora, no puedo soportarlo. Aparta tus manos. -No quería, el buen Señor sabía que no quería, pero la agarró por debajo de los brazos y la levantó, agradecido de que ella lo hubiera liberado en ese último momento. -Eso es muy agradable, no me malentiendas, al hombre le encanta que la mujer lo toque con sus manos y su boca, que frote su mejilla sobre su abdomen, con el cabello todo enredado, su respiración caliente, pero no puedo soportarlo en este momento en particular, Hallie. Hay otras cosas ahora. -Se estremeció, tragó un poco de aire. -Es tu turno.

– ¿Quieres decir que hay un cierto orden en este asunto?

– En realidad no, pero un hombre no quiere herir, bueno, no te preocupes por eso. Confía en mí.

– Pero quiero volver a tocarte, y tu sabor, Jason, hace que quiera…

– Calla. Tus palabras me hacen ver cosas y empiezo a temblar. Cierra la boca. Yo sé lo que debe hacerse. -Aun mientras le quitaba la ropa, ella lo tocaba, intentaba besarlo. -Ponte de pie.

Cuando ella finalmente estuvo desnuda, él dio un veloz paso atrás. Sabía que sería hermosa, no lo había dudado ni un instante, pero la realidad de Hallie, el hecho de que estuviesen allí juntos, casados, por el amor de Dios, y que ella le perteneciera ahora y para siempre, hacía que la viera de un modo totalmente diferente.

– Intentaré hacerte feliz, Hallie -le dijo, y entonces no hubo más palabras.

Jason se quitó los pantalones, levantó a Hallie y la recostó de espaldas, descendiendo sobre ella, con la boca sobre la suya, todo él encima de su suave piel.

– No te preocupes por nada de esto -le dijo contra la boca. -Sólo haz lo que te diga.

– ¿Qué quieres que haga primero?

Él se estremeció como un hombre paralítico.

– Abre tus piernas para mí. -Ella separó las piernas, sólo un poquito. -Eso está bien, es exactamente lo que quiero que hagas. Tal vez un poquito más. Así es.

Jason se preguntó cómo podía un hombre soportar esto. El placer, pensó, un placer que drogaba, pero ella era virgen, no comprendía cómo se sentiría todo esto, aun si sabía lo que pasaba entre Dodger y las yeguas. Él sabía que no podía simplemente tomarla, tenía que hacer bien las cosas. Su gemelo le había confiado que había arruinado su propia noche de bodas, y que cuando había despertado, había temido que Corrie lo hubiese dejado. “Fue una sensación espantosa,” había dicho James, temblando por el recuerdo. “Si hubiera tenido una espada me hubiese atravesado con ella. Oblígate a retroceder. No caigas sobre ella y grites como un salvaje.”

Jason retrocedió, se puso de rodillas entre las piernas de ella. Le sostuvo los talones, lentamente le separó más las piernas. Esas piernas temblaron.

– Eres tan condenadamente bella.

Él estaba mirándola, entre sus piernas abiertas, y ella estaba tan avergonzada y excitada, al mismo tiempo, que se quedó allí acostada, mirándolo fijamente.

– Dime qué hacer, Jason.

Él jamás levantó la mirada, simplemente sacudió despacio la cabeza.

– Absolutamente nada, sólo déjame hacer lo que quiera.

– ¿Qué quieres?

– Primero quiero poner mi boca en ti. Si no sabes lo que quiero decir, no te preocupes, sólo debes saber que voy a hacerte gritar. Sí, puedo hacerlo sin caer temblando de la cama.

Pero no tuvo oportunidad. Hallie se levantó tambaleando, lo derribó y subió encima suyo, cubriéndolo todo lo que podía. Jason reía tanto que eso le dio un poco de control, gracias a Dios.

– Oh, cielos -dijo ella contra su boca, -dime qué hacer, Jason, pero hazlo rápido.

Jason la hizo sentar a horcajadas sobre su abdomen y le dijo que no se moviera, para observar sus propias manos acariciando cada hermoso centímetro de ella.

– Debes saber que estas son mis manos, Hallie. Estarán encima tuyo el resto de nuestras vidas. Ah, sentirte, la suavidad de tu piel. Soy un hombre muy fuerte. -Sonrió y la hizo descender nuevamente. Cuando su lengua estuvo en la boca de ella, le susurró: -Así es como estaré dentro tuyo, como mi lengua, pero primero…

Hallie estaba desesperada cuando él finalmente la acarició con su boca. Le había dicho que iba a hacerlo, pero ella no había podido captar esa realidad, lo que la hacía sentir, y Jason lo sabía, y no se detenía. Cuando sintió que se ponía rígida, sintió que su espalda se arqueaba, la sintió tirándole el cabello, se sintió un rey. El grito y los temblores de Hallie, sus manos cerradas sobre los brazos de él, la caliente respiración contra su cuello, convirtieron el cerebro del rey en papilla. Se condujo dentro de ella al instante siguiente, sintió que el himen de ella cedía, sintió su sacudida de dolor. Apoyó su frente contra la de Hallie cuando llegó hasta su útero.

– Sé que duele. Lo siento. Quédate quieta, permite acostumbrarte a mí.

– Es duro.

Esa era ciertamente la verdad.

– Lo sé, pero intenta. Se pondrá mejor.

Ella seguía manteniéndose rígida, pero cuando Jason no se movió, su cuerpo comenzó a relajarse alrededor de él. Sentía que estaba profundo dentro de ella. Pronto estaba moviéndose, lentamente.

Ella se tambaleó y se quedó mirándolo, con ojos ciegos.

– Ohdiosmío, ohdiosmío, ohdiosmío, está sucediendo otra vez, Jason. Esto es demasiado, simplemente demasiado, y seguramente ambos moriremos por esto. Por favor, no te detengas.

Cuando el propio Jason gritó encima suyo, sintiendo ese delicioso y suave cuerpo de ella retorciéndose y empujando debajo suyo, estuvo feliz de no haber arruinado las cosas. Le había dado placer dos veces, bien por él. Y ambos sudaban. Muy bien por él.


Hallie yacía en la oscuridad que finalmente había tragado el día de mediados de verano no más de diez minutos atrás, y escuchaba la respiración profunda y pareja de Jason. Él había caído encima suyo, le había ofrecido una tonta sonrisa y se había dormido. Recordaba siendo pequeña cómo había dormido con su padre, y ahora se daba cuenta de lo cuidadoso que había sido de envolverla en sus mantas primero.

Dormir con un hombre, yacer desnuda con un hombre, sentirlo contra ella, con la piel de él enfriándose, con su calor interior que no disminuía, la maravillaba. Se preguntó si Jason estaba soñando, y si así era, qué estaría soñando ahora mismo. ¿Con ella?

Probablemente no. Recordó a lady Lydia, ahora su abuela política, con su vieja mano venosa palmeando ligeramente la suya mientras se acercaba, oliendo a encaje planchado y la limpia cera de limón que frotaba en la cabeza de águila de su bastón, y susurraba:

– Jason es un excelente joven. Dale lo que necesita, Hallie.

– ¿Qué cree que necesita, abuela?

– Necesita que le reavive el corazón.

¿Necesitaba que le reavivaran el corazón? ¿Qué significaba eso? ¿Que necesitaba que ella lo amara?

Lo que sentía por él, ¿era lo mismo que había sentido inicialmente por lord Renfrew? No lo creía. Esto era más profundo, más intenso, más urgente.

¿Amaba a Jason? Bueno, si era amor lo que sentía que saltando fuera de ella, no pensaba decírselo. No, se dio cuenta, apoyando apenas la mano sobre el abdomen de él, sintiendo que los músculos se tensaban inconscientemente, lo que él realmente necesitaba era confiar otra vez. Confiar en ella. Y quizás eso reavivaría su corazón.

Su nuevo suegro la aprobaba, sabía eso, y le había dicho mientras le tocaba la mejilla con los dedos en su desayuno de bodas:

– La confianza es una mercancía preciosa, frágil pero vinculante una vez que es aceptada por el corazón tanto como por el intelecto, y cuando ha cavado en lo profundo. Sé tú misma, Hallie. Todo estará bien. Mi hijo no es un estúpido.

– No -había estado de acuerdo ella. -No lo es.

Lo que era la confianza, pensaba ahora, era una mercancía esquiva.

Era una meta sustanciosa, este asunto de la confianza y el reavivar, después de lo que esa mujer Judith le había hecho cinco años atrás. Se acurrucó junto a Jason, preguntándose si estaría bien despertarlo. ¿Por qué no? él le había dicho que podía saltar encima suyo en cualquier momento. Hallie descendió con cuidado por el cuerpo de él, besando cada centímetro en su camino. Cuando lo tomó en su boca, él casi cayó de la cama, le tomó el cabello entre las manos y gimió como si estuviera sintiendo un dolor mortal.

Cuando entró en ella, todavía sin despertar del todo, ella lo abrazó, lo sintió entero profundo dentro suyo, cerró los ojos, sintió la barba de él contra su mejilla y agradeció a Dios por enviarla a Lyon’s gate ese día particular dos meses atrás.


Una vez mañana, temprano a la mañana siguiente, Hallie yacía de espaldas, jadeando en busca de aire luego del cataclismo, con los ojos casi bizcos. Sentía que podía hundirse en la cama, tal vez hundirse también hasta el suelo. ¿Qué habitación había debajo del dormitorio? No quería moverse. Abrió los ojos de golpe ante la voz horrorizada de Jason.

– ¡Dios mío, parece que te maté!

– ¿Qu… qué?

– Oh, Dios, ¿cuántas veces te tomé?

– Qué cosa extraña que dices. Tomarme… como si yo no tuviera opinión en eso.

– Hallie, no significa nada. Despierta.

– No quiero despertar ahora mismo, Jason. Mi cerebro no está funcionando bien, sólo mi boca. Por supuesto que recuerdo la última vez que tú, eh, me tomaste… sólo cinco minutos atrás. ¿Cómo puedes hablar siquiera?

– Hallie, ¿estás bien?

Él se sentó a su lado, la tomó de los hombros y la sacudió. La cabeza de ella cayó contra la almohada, y gimió.

– Siento como si me hubieran desaparecido los huesos. Déjame yacer aquí en interminable dicha, Jason. Estoy bien, debo estarlo ya que te respondí.

– Sí, pero te veías toda ridícula mientras hablabas, sonriendo como una lunática sin sentido.

Ella rió tontamente. Jason se veía agobiado. Lo vio pasarse los dedos por el cabello, acariciar su mentón barbudo. Se dio cuenta de que él ahora estaba mirándole la panza, quizás aún más abajo, y de algún modo las mantas desaparecieron. Hallie aulló, intentando subir las mantas encima suyo. Jason detuvo su mano.

– Ah, maldito sea y maldita mi cachonda persona. Perdóname, cariño, no tenía idea, quiero decir, sé que las vírgenes sangran la primera vez, pero… oh, Dios, parpadea al menos tres veces si estás realmente despierta y no sólo sonriendo de ese modo porque has vuelto a dormirte y estás soñando.

– Estoy despierta ahora, Jason. ¿Qué estás haciendo? No me mires. Por favor, es muy vergonzoso. ¿Qué quieres decir con “sangrar”?

– Tonterías, soy tu esposo. No te muevas. Voy a limpiarte. Es sólo un poquito de sangre, nada de qué preocuparse. Lamento haberte despertado esa tercera vez, Hallie.

– Fue la cuarta.

– Tienes razón, tú me despertaste la tercera vez. Soy inocente de esa. Hmm. De la segunda vez también, si recuerdo correctamente. ¿Cuatro veces? Bueno, eso es agradable, ¿cierto?

Jason se veía inmensamente ufano, pero vio nuevamente la sangre manchando los muslos de ella y palideció.

– Oh, sí -dijo Hallie. -Lo hice. No te preocupes, estoy bien. Lo estoy, ¿verdad?

– Sí -dijo él, y rogó estar en lo cierto.

Nunca había oído que una novia muriera desangrada en su noche de bodas.

Cuando fue a buscar un trapo y el cuenco de agua sobre la cómoda, ella se levantó de golpe, levantó la sábana y dijo:

– Realmente no necesitas hacer esto. Estoy bien, al menos creo estarlo. -Hizo una carpa con la sábana blanca sobre su cabeza y se miró. -Oh, cielos, quizás estoy un poquito desastrosa. Pero no creo estar muriendo. Me siento maravillosa. ¿Dijiste que se suponía que sangrara?

– Sí.

– Bien, entonces, muy bien. Dame ese trapo.

Jason vio que su mano se deslizaba debajo de la sábana y puso el trapo húmedo en su palma. Oyó a Hallie hablando consigo misma, probablemente discutiendo ambas partes de este problema, aunque no podía imaginar cómo podía haber una segunda parte. Deseaba poder descifrar sus palabras. Tenía la sensación de que si pudiera, estaría aullando de risa.

– No volverás a marcharte de la casa, ¿verdad, Jason?

– Oh, no -dijo él. -Oh, no.

Y como estaba preocupado, le quitó la sábana y él mismo se aseguró de que Hallie estaba bien.

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