CAPÍTULO 22

– Yo, señor, estoy aquí para visitar a la señorita Carrick. Creo que acaba de ir corriendo a la cocina, alguna especie de desastre femenino.

¿Desastre femenino? Jason se quedó mirando atentamente la elegante visión parada con lánguida calma frente a él, pensando que no le importaba especialmente el último estilo de los caballeros. La cintura se veía demasiado recortada, el frac demasiado largo, totalmente poco práctico, al menos si uno estuviera limpiando compartimientos.

Jason oyó un chillido. Cuando entró corriendo en la cocina, fue para ver a la cocinera, Petrie, Martha, Angela y Hallie inclinados tosiendo, cubiertos con el humo depositado que seguía saliendo de la nueva estufa Macklin. Como a él y Hallie les habían asegurado que esta maravilla moderna estaría en uso hasta finales del siglo, Jason no creía que este fuera un comienzo propicio. Vio que no había fuego, sólo humo. Abrió la puerta de la cocina y las tres ventanas, y agitó las manos.

– ¿Están todos bien?

Lágrimas negras corrían por el rostro de Petrie. Estaba retorciendo sus manos sucias.

– Oh, amo Jason, vea lo que ha hecho ese monstruo humeante a mi mantelería, todo impecable sólo tres horas atrás, y mire ahora.

Martha golpeó a Petrie en el hombro.

– Vamos, señor Petrie, no llore o yo misma se lo diré al señor Hollis. Cálmese… sea un mayordomo.

Jason esperaba que Petrie no arrojara a Martha sobre la estufa aún humeante.

– Me temo que las semillas de anís no ayudarán a limpiarnos -dijo Hallie, pasando una mano sobre su rostro. -No te preocupes, Petrie, Martha es buena con todo tipo de manchas. Angela, tu rostro está un poquito negro.

– También el tuyo, querida. ¿Sabías que este encantador vestido alguna vez fue verde?

Hallie sonrió y negó con la cabeza.

– Jason, creo que fuimos engañados por ese agradable hombre que nos convenció de comprar esta maravilla moderna.

Angela dijo:

– Quizás simplemente está domesticándose, acostumbrándose a nuestra casa.

Jason dijo:

– Haré que Davie el Manco le eche un vistazo una vez que se haya enfriado. La madera es brasas ahora; no pasará mucho rato.

Angela dijo:

– Me asombra lo que ese hombre puede hacer con sólo cinco dedos y sus dientes. Cocinera, ¿está bien? No está herida, ¿verdad?

La señora Millsom había olvidado su mano que ardía. Miraba atentamente, con los ojos fijos, a Jason, que estaba parado en su cocina, a menos de un metro.

– El señor Sherbrooke nos salvó -susurró.

– Oh, cielos -dijo Angela.

– Bueno, en realidad no, señora Millsom -comenzó a decir Hallie, pero la señora Millsom pareció no haber oído.

Seguía mirando atentamente a Jason, quien continuaba viéndose espléndidamente masculino, con el cabello soplado por el viento, la camisa blanca abierta, dejando su cuello tostado desnudo, sus pantalones encantadores y ajustados, sus botas cubiertas de polvo, y Hallie sólo pudo poner los ojos en blanco.

– En realidad, lo único que hizo fue abrir la puerta.

– Y las ventanas -dijo la señora Millsom, aún en un susurro.

Jason estiró su encantadora mano tostada y se acercó a un metro frente a ella.

– ¿Cocinera? ¿Señora Millsom? ¿Se encuentra bien? Ah, se ha quemado la mano.

La cocinera se quedó mirándolo, sacudió la cabeza mientras estiraba la mano, que él tomó suavemente entre las suyas.

– No está mal. Angela, pásame un poco de manteca, la enfriaremos. Petrie, busca algunos vendajes.

Para su asombro, la cocinera se miró la mano sostenida por las dos de él y cayó contra él, casi derribándolo. Jason la atrapó aun mientras Hallie lo tomaba del brazo y lo enderezaba.

Angela exclamó:

– Ah, Jason, ten cuidado con el…

Jason cayó sobre una enorme cuchara cubierta con alguna especie de masa, llevando a Hallie consigo, y la cocinera encima suyo.

– Oh, cielos -dijo Angela.

Jason se sentía aplastado. Tan suavemente como podía, hizo rodar a la cocinera sobre sus espaldas mientras Hallie se ponía de rodillas encima de él.

Jason dijo:

– ¿Por qué se desvaneció? ¿Está dolorida?

Hallie sólo pudo reír ante su absoluto desconcierto.

– Jason, eres tan idiota. La tocaste, eso fue todo lo que hizo falta.

Él palmeó el rostro de la cocinera mientras sacudía la cabeza, y todos empezaron a reír. Los ojos de la mujer revolotearon. Se quedó mirando el rostro preocupado del delicioso y joven amo. Preocupado por ella. Soltó el aire con un silbido.

– Oh, señor Sherbrooke, oh, señor, sólo quería hacerle una linda torta de jengibre.

– Torta de jengibre.

Angela cayó contra la mesa de la cocina de tanto que se reía. En cuanto a Petrie, se encontró palmeando a Martha en su delgado hombro, diciéndole que su rostro estaba tan negro como una Víspera del Día de los Santos en particular, que recordaba de cuando era un niño.

– Yo digo -dijo una voz pasmada desde el umbral, -que no hay más té en la tetera.

Hallie miró al elegante hombre que una vez había creído que amaba, que alguna vez había creído que era un hombre casi tan perfecto como su padre.

Dijo a la cocina en general:

– Santo cielo, ¿estaba loca y ciega, o era simplemente estúpida?

– Oh, cielos -dijo Petrie, intentando secarse el rostro y limpiar su ropa todo al mismo tiempo. -Quizá debería ser colgado, pero no descuartizado. Milord, le ruego que disculpe mi imperdonable negligencia de mis deberes. Le buscaré té inmediatamente, señor, bueno, quizá no exactamente de inmediato, si observa y comprende este constante obstáculo que me enfrenta.

– Por supuesto, mi buen hombre. -Lord Renfrew inclinó la cabeza con cortesía. -Buen Dios, ¿Hallie? ¿Eres tú de rodillas? Lo único que queda blanco en ti son tus dientes. ¿Qué estás haciendo aquí? Seguramente…

– Señor -dijo Hallie, sin moverse. -Por favor, márchese, o si debe, al menos vaya de regreso a la sala de estar.

Angela dijo:

– Ella tiene razón, milord. Nunca me perdonaría si usted tuviera una sola manchita negra en su hermoso frac gris perla.

– Es verdad que un caballero no debería correr riesgos imprudentes con su apariencia -dijo lord Renfrew y se retiró rápidamente de la cocina.

– Desearía poder meter su cabeza en el horno -dijo Hallie, frotándose los brazos, veteando el hollín.

Jason envolvió la mano de la señora Millsom en un suave trapo, la ayudó a ponerse de pie y acomodar su amplia persona en una silla.

– Martha cuidará de usted, cocinera. Descanse un momento.

La señora Millsom se veía lista para desvanecerse otra vez. Martha se acercó rápidamente, apuntalándola.

Jason comenzó a salir de la cocina.

– Me encargaré del dandi en la sala de estar.

– ¿Elgin es un dandi? -dijo Hallie, con una ceja recién manchada arqueada. -Seguro que no.

Jason se quedó muy quieto.

– ¿Dijiste Elgin? ¿No fue él el tipo que trajo los mármoles de regreso de Grecia?

– Bueno, sí, pero Elgin es el nombre de pila de lord Renfrew.

Para su sorpresa, la expresión de Jason se volvió sombría como la Muerte.

– Es él, ¿verdad, Hallie?

– Bueno, sí.

– ¿Qué diablos quiere? ¿Por qué demonios está aquí?

– Deja de atacarme. No sé porqué está aquí.

– ¿No lo invitaste? -Hallie arrojó la cuchara con la que él se había tropezado. Jason la atrapó a menos de quince centímetros de su frente. -Casi me clavaste esa cuchara -dijo, y desapareció de la cocina.

– No lo mates, Jason -gritó ella detrás suyo. -Australia no te gustaría.

Angela la agarró del brazo antes de que pudiera dar un paso.

– ¿Quién es lord Renfrew? ¿Por qué está enojado Jason?

– Él era el sinvergüenza con quien iba a casarme cuando tenía dieciocho años.

– Pero, querida, no comprendo por qué el hombre está aquí…

Hallie se marchó. Se detuvo en la puerta abierta de la salita, y vio perpleja cómo Jason, que ya no se veía como si quisiera arrojar a lord Renfrew por una de las destellantes ventanas del frente hacia las prímulas recién plantadas, era jovial y acogedor, estrechando la encantadora mano de apariencia fuerte de Elgin, la mano que alguna vez había rozado sus senos, algo por lo cual se había disculpado efusivamente. Ella no lo había comprendido en ese momento, pero ahora sí. Cruzó los brazos sobre su pecho, se apoyó contra la puerta abierta y golpeó con su pie. ¿Qué se traía Jason entre manos?

– Qué agradable conocerlo finalmente… ¿dijo Hallie que su nombre era Eggbert?

– Elgin.

– Un nombre distinguido.

– Sí, sí, ciertamente lo es.

Lord Renfrew se preguntaba por la afabilidad del señor Sherbrooke. Pero, bueno, ¿por qué no? Jason Sherbrooke era un segundo hijo, gemelo o no, y probablemente no tenía mucho dinero, dado lo mísera que era esta propiedad comparada con la vasta finca de su padre. El hombre sin dudas veía a lord Renfrew como la personificación de lo que él no era. Sí, eso era, y quería lamerle las botas. Lord Renfrew lo permitiría.

Por otro lado, el señor Sherbrooke estaba compartiendo la propiedad con Hallie, y ella era rica… su abogado lo había confirmado. Hmm, no le gustaba cómo sonaba eso. Compartiendo. Lord Renfrew se aclaró la garganta.

– Es una situación inusual en la que están la señorita Carrick y usted, señor Sherbrooke.

Jason le ofreció una sonrisa de dientes blancos, una especie de sonrisa de hombre a hombre, si lord Renfrew no estaba equivocado, y ningún hombre se equivocaba en eso jamás.

– En realidad no -dijo Jason. -La señorita Carrick es, ah, una muchacha muy complaciente, ya sabe.

La mandíbula de Hallie cayó cinco centímetros mientras la de lord Renfrew se tensaba.

Jason, alegre como un octogenario con una nueva novia de dieciocho, dijo:

– ¿No quiere sentarse, milord? Nuestros sirvientes aún no están muy bien entrenados… en realidad fue un pequeño problema en la cocina, pero imagino que traerán más té en breve.

¿Pequeño problema? Estaban todos tan negros como botas recién lustradas y la cocinera se había desvanecido encima suyo, derribándolo. ¿Eso era pequeño? ¿Petrie no bien entrenado? Había sido entrenado por el propio Hollis. ¿Qué estaba pasando aquí?

Lord Renfrew se sentó y se aseguró de que sus faldones estaban pulcramente alisados debajo suyo.

– ¿Qué quiere decir con “complaciente”?

– Bien, la señorita Carrick siempre está ansiosa por complacer, por hacer cualquier cosa que uno desee que haga.

¿Qué quería decir con “ansiosa por complacer”? Ella podía ser malhumorada por las mañanas. Quizás estaba ansiosa por complacer cuando quería mucho algo, pensó Hallie mientras levantaba la mirada para ver a Petrie cargando la encantadora bandeja de plata que la madre de Jason les había dado, su rostro aún negro como la noche. Oh, cielos. Corrió para mirarse al espejo sobre la mesita y casi chilló. Había sabido lo que debía haber en el espejo, pero el hecho de ver su rostro negro… se levantó las faldas para correr a su dormitorio y entonces paró en seco. Le sonrió a Petrie.

– Nosotros -le dijo, palmeándole el brazo, -haremos una entrada. Ah, ¿me veo tan atractiva como tú, Petrie?

– Seguramente debería consultar el diccionario, señorita Hallie. Los dos nos vemos como bichos que escaparon del lodo. No tuve tiempo para arreglarme, ya que uno no puede dejar a un caballero esperando por su té. Oh, cielos, oh, cielos, su rostro, señorita Hallie, mi rostro… Esto es desastroso. ¿Qué pensará el caballero?

– Yo, al menos, no puedo esperar a enterarme. -Entró en la salita, su zancada tan larga como la de un muchacho, todo posible porque su falda larga estaba cortada como pantalones muy amplios, ofreciendo a Jason una sonrisa lo suficientemente tenebrosa como para hacerle fruncir los dedos de los pies. -Hice que Petrie trajera el té. Ah, ¿te complace eso, Jason?

Загрузка...