La mañana siguiente llovió lo suficiente como para hacer que todos, caballos incluidos, se resguardaran para mantenerse calientes y secos. Lord Brinkley les envió un mensajero que se veía casi ahogado cuando golpeó a la puerta de la cocina.
Jason leyó la breve nota y luego miró a Hallie.
– Lord Brinkley se marcha a Inchbury, no quiere esperar hasta que pare la lluvia. Te envía su dirección para que puedas enviarle la receta para su betún de botas. Menciona que no debes olvidar la cantidad exacta de semillas de anís para el viejo Fudds. -Sonrió a Hallie. -Lo hiciste muy bien, Hallie.
– Si él me acepta debido a mi excelente brillo para botas, entonces lo aceptaré de buena gana. Jason, ¿supongo que Delilah ni Dodger tienen ningún interés de comenzar hoy con el asunto?
– Ni un poquito, al menos no cuando los vi más temprano. Henry vino a la puerta trasera unos minutos atrás, dijo que Dodger estaba durmiendo una siesta, y que la siesta parecía que iba a ser larga. La realidad es que Dodger no tiene interés en las hembras cuando llueve, a diferencia de los caballeros, que están interesados en las mujeres aun cuando la nieve llega apilada hasta sus narices… no importa. Ah, ¿dónde estaba? Oh, sí, Henry cubrió a Dodger con una manta que había calentado en su propio fogón y le besó la frente.
– Lo que dijiste, Jason… no, ni siquiera voy a pensar en la nieve que llega hasta la nariz de los caballeros y porqué… no, no lo haré. -Entonces se rió. -Oh, cielos, puedo imaginar a Henry posando amorosamente esa manta sobre el lomo de Dodger, y besándolo. ¿Qué hay de Delilah?
– Cuando visité a Delilah antes del desayuno, estaba comiendo. Henry dijo que le permitiría comer tanto como ella quisiera hoy. Dijo que ella estaba frustrada, y comer la ayudaba, a todas las mujeres en realidad, a pasar los períodos de sequía.
– ¿Henry dijo que ella estaba comiendo porque Dodger no estaba interesado en aparearse con ella?
– Oh, sí. También me dijo que es por eso que las damas que no tienen buenos hombres o que están en lo que uno podría llamar un desierto de necesidad, tienden a ser regordetas.
– Yo nunca he estado en ninguna especie de desierto de necesidad… es más, no tengo idea de qué estás hablando. Ni tengo un buen hombre, si tal cosa es posible… y no soy regordeta.
– Eres joven e ignorante, así que no cuentas. Angela es rellenita.
– No mucho, y su esposo hace años que murió… eso es, no, esto es absurdo. Estás inventándolo todo.
– Ni un poquito. En cuanto a Piccola, de acuerdo con James Wyndham, está preñada… está frotando su panza contra la puerta del compartimiento, una señal segura. No porque jamás haya observado una yegua frotando su panza, créeme. ¿Y tú?
– No, ni siquiera una vez. ¿Qué dice Jessie?
– Ella dijo que siempre se frotaba el abdomen contra las puertas cuando estaba recién embarazada. James solía decir que era tan agradable de ver, pero que no era realmente bueno para nada excepto más juegos, eso es… no importa.
Ella le pegó en el brazo.
– Estás inventando todo esto, sé que sí. -Se miró su abdomen chato. -Imagina frotar tu panza contra algo cuando…
Hallie se dio cuenta de lo que había dicho y se puso colorada hasta el nacimiento del cabello.
– Sin dudas estarás frotándote en un futuro no demasiado distante.
Ella levantó la mirada hacia Jason, no dijo una sola palabra y le miró la boca. Parpadeó.
– Ah, no te vi cuando entraste.
– Fui directo a mi dormitorio.
– ¿Así que te mojaste yendo a los establos esta mañana?
Él se encogió de hombros y dio un paso atrás.
– Por supuesto. Pero sólo uno de nosotros necesitaba empaparse los huesos, y yo saqué la aguja de tejer más corta de Angela. Si alguien muere de una inflamación en el pulmón, seré yo. Estás a salvo.
– Bueno, ahora estás seco, y tu ingenio está rebosando. Te divertiste más que yo, sentada aquí con un maldito vestido y delicadísimas zapatillas verdes de satén.
– ¿Delicadas? ¿Realmente lo cree, señorita Carrick? Creo que sus pies son casi del tamaño de los míos.
Ella le arrojó su taza de té vacía y sonrió mientras él la apartaba en el aire apenas a un centímetro de su oreja izquierda.
– Tienes reflejos muy veloces. ¿Qué haremos hoy?
– Perfeccionaremos nuestra contabilidad. He hablado detalladamente con James y su administrador, McCuddy. Incorporaremos algunas de sus prácticas, cambiaremos otras que se adapten mejor a nuestra operación. Ven, te lo mostraré.
Trabajaron, con las cabezas unidas, hasta finales de la tarde, cuando Angela golpeó a la puerta del estudio. Oyó algunas discusiones, risas, un sólido silencio, y frunció el ceño mientras golpeaba. No abrió la puerta hasta escuchar a Jason decir “adelante.”
– Niños -les dijo, bastante a propósito.
Estaban sentados demasiado juntos, pero por otro lado, ninguno de los dos se veía para nada culpable o avergonzado, un enorme alivio.
– ¿Sí, prima Angela?
– Bien, muchacho, puedes llamarme simplemente Angela. Estoy aquí para buscarlos a ambos, para que puedan embellecerse para la cena. Creo que Petrie estaba gimiendo por el estado de tus ropas, Jason. Martha le dijo que se controlara, que sus lloriqueos no daban un buen ejemplo al personal. Y dijo, ¿qué tendría para decir sobre eso nuestra nueva ama de llaves, la señora Gray?
Hallie dijo:
– ¿Qué respondió Petrie ante eso?
– No escuché, pero apostaría a que su boca se cerró y sus hombros se enderezaron enseguida. Has conocido a la señora Gray. Haría cuadrar los hombros a Dios.
Por un momento, Jason observó su pluma repiqueteando con el ceño fruncido. Miró hacia la pared más lejana, con su enorme ventana ahora luciendo lindas cortinas nuevas dorado pálido. Oyó la lluvia golpeando en ráfagas ventosas contra los limpios cristales.
Se levantó rápidamente, sonrió a Angela, y dijo:
– Son casi las cinco. No tenía idea. Hemos logrado casi todo lo que nos propusimos lograr. Gracias por buscarnos, Angela. No estaré aquí para la cena esta noche. Hallie, guardemos nuestros nuevos libros de registro. Hemos trabajado bastante duro.
Hallie se recostó en su silla, con los brazos cruzados sobre el pecho.
– Eso es verdad. Eres muy bueno con las matemáticas, Jason, excelente en realidad. Siempre me ha ido mucho mejor con las notas musicales.
– Tus anotaciones son mucho más prolijas que las de Jason, querida -dijo Angela. -También podrías fijar tus anotaciones a una melodía alegre si lo desearas. Jason no podría.
Hallie se rió.
– Mi institutriz golpeaba mis nudillos si cada línea y rizo no eran perfectos. Sin embargo, le tomaré la mano. Jason, ¿adónde vas esta noche? ¿A Northcliffe Hall?
– No -dijo él, sin mirarla. -Tengo una cita en… Bueno, eso no es importante. Damas, las veré por la mañana.
– Pero mira, Jason, sigue lloviendo fuerte.
Él asintió y se marchó del estudio.
– Qué extraño -le dijo Hallie a Angela. -De pronto parecía muy distraído. Me pregunto por qué. También me pregunto quién aceptaría una cita en esta noche perfectamente espantosa, y dónde será.
– Supongo que podrías seguirlo -dijo Angela.
– Hmm -dijo Hallie. -Podría, pero creo que esta vez no lo haré. Con mi suerte, él me vería…
– … y te arrojaría en una zanja para que te ahogaras.
– Estaba pensando en otra cosa, pero no importa. Estoy famélica, Angela. ¿Qué preparó la cocinera para la cena?
– Un lindo lenguado al horno, creo, y habichuelas frescas. Es una pena que Jason no esté aquí. Creo que la cocinera se luce cuando él está presente.
– Él la adula.
– No -dijo Angela. -Es amable y le sonríe. Eso es lo único que hace falta. Ella me dijo que mirarlo hace que sus recetas cobren vuelo.
Hallie dijo lentamente, asintiendo:
– Oí que cada cocinera en Baltimore quería alimentarlo; era una especie de competición para ganar su atención. Absolutamente ridículo. Lo mismo hacían con mi padre. Genny siempre decía que no podía creer que él nunca se pusiera tan gordo como un cerdo. Él no gana peso, sabes. Espero ser como él.
– Eres su imagen en mujer. Ah, dos hombres tan gloriosos, esa es la verdad. -Hallie gruñó. Angela agregó: -Es mejor que no hable con la cocinera. Quizá no se enterará de que Jason no está aquí, y disfrutaremos de los frutos de su bonita persona. También debo contarte que Petrie estaba diciéndole a Martha que su inglés no es como debería ser el de la doncella de una dama, y que por lo tanto debería mantener la boca cerrada hasta que mejore.
Hallie se rió.
– ¿Martha lo abofeteó?
– Estuvo cerca, pero le dijo inteligentemente que sólo podía seguir mejorando si practicaba todo el tiempo, ¿y por qué no era él lo bastante inteligente como para llegar a esa conclusión? Y que si él pensaba seguir como un viejo dientes de trucha, ella podría olvidar sus lecciones a propósito. Entonces se marchó enfadada con Petrie soplando y resoplando detrás suyo, sin una palabra que decir. Pobre Petrie, un misógino todos estos años… aunque no es para nada viejo, ¿verdad?
– No, Petrie no es para nada viejo, sólo un dientes de trucha, Martha tiene razón en eso.
Mientras subía las escaleras hacia su dormitorio para cambiarse -¿y por qué debería molestarse, de cualquier modo?, -se preguntó una vez más adónde habría llevado Jason su bonita persona. Debía haber sido terriblemente importante para él, para salir con este clima. Quizá debería preguntar a Petrie. Ella se destacaba en la sutileza. Él no tenía ni una oportunidad.
Vio a su presa justo antes de entrar en el comedor, saliendo de la salita, tarareando, ignorante de su inminente rendición.
– Petrie -dijo ella, toda suave e ingenua, -deseaba preguntar al señor Sherbrooke por un asunto de importancia. ¿Sabe cuándo regresará a casa?
El canturreo murió en la boca de Petrie, su rostro se volvió de piedra. Su mentón se elevó un poquito apenas, y dijo:
– No me lo confío, señorita Carrick.
Pero sabía, maldito fuera. Petrie no dejaría salir a Jason de la casa si no sabía adónde iba y con quién se encontraría. ¿Qué estaba ocultando? ¿Cómo sacarle esa información?
– Concierne a la yegua Dauntry que llegará mañana, un asunto urgente que debemos discutir lo antes posible. Seguramente él dijo algo.
– Mi amo sólo habló de la condenada lluvia, señorita Carrick. Ah, sí mencionó que podría pedirle que usted lustrara sus botas mañana.
– Seguramente no estuviste de acuerdo con eso, ¿cierto, Petrie? ¿Una mujer lustrando las botas de tu amo?
Petrie dijo lentamente:
– Nunca antes había considerado las semillas de anís. Veremos. Oh, sí, la señora Gray envió un mensaje diciendo que no estaría con nosotros mañana. Parece que su hermano tiene una pierna quebrada y que ella debe atenderlo. Cree que a principios de la próxima semana estará bien para ella y su hermano.
Hallie se dio cuenta de que estaba perpleja. ¿Qué más podía preguntar? Mejor abandonar el campo con un poco de dignidad.
– Ah, bien, no importa. Gracias, Petrie.
– Por supuesto, señorita Carrick. Estoy a su servicio, naturalmente, en cualquier momento.
La astucia de él le dio en la nuca. Nunca le daría la medida exacta de semillas de anís.
– No me ofreciste absolutamente ningún servicio -le dijo por encima del hombro mientras marchaba, sin mucha dignidad, hacia el comedor.
La cocinera quemó el lenguado, aplastó las habichuelas frescas, y puso lindos pancitos calientes en la mesa con centros pastosos. El manjar blanco prometido para el postre nunca apareció, probablemente era mejor.
Angela comentó que había oído a la cocinera cantando una elegía fúnebre, ¿y quién sabía elegías fúnebres, por el amor de Dios? ¿Quién le había avisado sobre la deserción de Jason? Hallie decidió que debería haber intentado con un poco de adulación. Quizás hubiese funcionado tan bien como la belleza masculina y la sonrisa de Jason.
O quizá no.