CAPÍTULO 28

Fue culpa de la vaca del Mayor Philly, que estaba deambulando libre en su pastura, mascando plácidamente la fresca hierba de verano mientras miraba atentamente a Dodger, que seguía corriendo más rápido que el viento. La vaca estaba inconsciente de que Carlomagno iba directo hacia ella, toda su concentración puesta sobre Dodger, que seguía a unos treinta metros delante suyo.

Cuando la vaca vio a Carlomagno, con los ojos salvajes y la cabeza gacha, mugió muy fuerte, alarmada.

Carlomagno oyó el mugido aunque no vio la vaca, pero Hallie sí. En un desesperado esfuerzo de evitar el desastre, se arrojó contra su cogote, tomó las riendas cerca de la boca y tiró tan fuerte como podía hacia su derecha.

Carlomagno le arrancó las riendas de las manos, saltó en el aire, azotó a la vaca con sus cascos, falló y mandó volando a Hallie por encima de su cabeza.

Jason lo vio todo. Estaba tan asustado que maldijo hasta haberse quedado sin partes del cuerpo humanas y animales. Saltó sobre el lomo de Bad Boy, esquivó la cabeza de la vaca que topetaba y cayó de rodillas al lado de Hallie.

Ella estaba pálida, excepto por dos rasguños con sangre en su mejilla. Jason buscó el pulso en su garganta y no pudo encontrarlo.

– No te atrevas a estar muerta, maldita seas. Quiero Lyon’s gate, pero no sobre tu cadáver. Abre los ojos, maldita mujer, ahora. No quieres ser la primera persona enterrada aquí en esta pastura de vacas, ¿verdad? Ahí está, encontré tu pulso. Estás viva, así que deja de simular que no lo estás. Despierta, mujer.

– Me pregunto dónde están enterrados todos los dueños anteriores de Lyon’s gate.

Sus palabras eran arrastradas, pero Jason las entendió.

– Bien, estás aquí. Mantén los ojos abiertos. ¿Cuántos dedos estoy moviendo frente a tu nariz?

– Un puño borroso. Estás sacudiéndome el puño. Qué descaro.

– Quédate quieta. -Comenzó con sus brazos y luego pasó sus manos suavemente por toda ella, terminó apretándole los dedos de los pies dentro de las botas de montar. -¿Sientes dolor en algún otro lugar aparte de la cabeza? No te quedes allí tirada con una expresión ausente en el rostro, respóndeme. No gimas, ¿es sólo tu cabeza?

– Sí, es sólo mi cabeza. Quita ese puño de mi cara.

– Mi puño son dos dedos. Mantén los ojos abiertos, Hallie. Vi lo que sucedió. Ah, allí está Dodger, que regresa para ver qué problemas causó. Intenté gritarte que Dodger siempre volvía a casa solo, pero te habías ido a salvar el día en vez de detenerte un instante para ver siquiera si era necesaria tu ayuda.

– ¿Él vuelve a casa solo?

– Mira al pobre Carlomagno. Está resoplando tras esa aventura que le hiciste pasar. Carlomagno podría haber lastimado a esa vaca, y no tienes idea de cuánto ama sus vacas el Mayor Philly.

– ¿Dodger realmente hubiese regresado a casa cuando Delilah y Penelope iban tras él?

– Hmm.

– No lo sabes, porque esta es la primera vez que dos yeguas lo querían. Estaba frenético, Jason. Sólo quería escapar. Carlomagno no regresa. ¿Puedes enseñarle a volver a casa?

– Quizás. Ahora mismo, los tres caballos están parados a menos de dos metros de mí, preguntándose por qué estás aquí tirada en el suelo.

Jason buscó en su bolsillo y dio un cubo de azúcar a cada caballo.

– ¿Quieres uno también?

Hallie lo miró y luego a los caballos, los tres mirándola con atención, masticando sus cubos de azúcar. Le alegraba no saber lo que estaban pensando. La vaca mugió. Jason también le dio un cubo de azúcar.

– Esto es humillante -dijo Hallie, y cerró los ojos.

– ¡Abre tus malditos ojos!

– No -susurró ella, y volvió su rostro contra la mano de Jason. Él sintió la sangre caliente contra su palma. -¿Puedes darme un cubo de azúcar?

Él quería reír, pero no lo hizo. Sintió su respiración cálida, y entonces se dio cuenta de que estaba dormida o inconsciente, no sabía cuál. Sintió que el bulto tras su oreja izquierda crecía. No iba a gustarle cómo se sentiría cuando despertara. Jason se sentó en cuclillas y metió un cubo de azúcar en su boca. Dodger, viéndolo hacer eso, relinchó.

– Bien, mis buenos señores, ¿qué diablos hago ahora? -Levantó la mirada al oír al Mayor Philly decir desde atrás de su hombro derecho: -Digo, señor Sherbrooke, ¿qué está haciendo con mi dulce Georgiana? ¿Por qué está la señorita Carrick…? Es la señorita Carrick, ¿verdad?

Jason asintió.

– Fue arrojada.

Se volvió hacia Hallie para ver a la Georgiana del Mayor Philly topetándolo con la cabeza, lamiéndole el cabello y el rostro.

– Quita ese puño de mi rostro.

– Es Georgiana, no mi puño -dijo el mayor. -¿Está bien la señorita Carrick, Jason? No se ve para nada bien, sabes. Hay sangre corriendo por su rostro.

Hallie gimió y no respiró. No se movió.

– Toma un cubo de azúcar -dijo Jason y se lo metió en la boca. -Chupa eso y te llevaré a casa.

– Digo, señor Sherbrooke, la pobre Georgiana está trastornada. Se le están poniendo los ojos en blanco.

– Dele otro cubo de azúcar, señor, y estará bien.


Cuando Jason cargó a Hallie dentro de la casa, Martha gritó:

– ¡Santo cielo! Hay sangre goteando de su rostro. ¡Está muerta!

Petrie, para sorpresa de Jason, dijo tan apacible como un vicario que ha bebido el vino sacramental:

– Tranquilízate, Martha. El amo Jason nos hubiese dicho si estaba muerta. Aunque se ve mal. ¿Busco a un doctor, o es demasiado tarde?

– Supongo que sería mejor hacer revisar su cabeza. Envía a Crispin. Él sabe dónde vive el doctor Blood.

– Sí -dijo Corrie, entrando en la sala de estar, -puede llevar a Petunia, mi yegua. El doctor Blood es un médico tan bueno, pero con un nombre tan desafortunado.

– Hola, Corrie -dijo Jason. -¿James y tú vinieron de visita? Todo está bien en casa, ¿cierto?

– Oh, sí, pero Hallie…

Antes de que Petrie se retirara, dijo a Corrie:

– Puedo ver que su pecho se mueve, milady. Bien, como es mujer, no es muy correcto decir pecho, pero usted sabe a qué me refiero…

– Todos saben exactamente a qué te refieres, Petrie. Ve. -Jason se sentó a su lado, le tomó la mano y le dijo que aunque el Mayor Philly no estaba contento porque ella había dado un susto de muerte a su vaca, él lo había tranquilizado. -Mantén esos ojos abiertos y escúchame. Veinte años atrás, James y yo ayudamos a arrear sus vacas a otra pastura cuando su perro, Oliver, estaba enfermo y no podía hacerlo. Siempre nos llamaba “señor Sherbrooke.”

– Porque no podía distinguirnos -dijo James.

– Probablemente no, pero era un lindo detalle, nos hacía sentir muy importantes. La cuestión es que Georgiana es un bovino muy sensible. Es posible que su leche haya sido afectada negativamente.

– Muy bien, si no es culpa de ella, entonces es culpa de Dodger.

Jason cubrió a Hallie con la linda colcha de ganchillo que su abuela había tejido.

– ¿Recuerdo sermoneos acerca de responsabilizarse?

– Escuchaste lo que dije a lord Carlisle acerca de Elgin Sloane, ¿cierto? -preguntó Hallie.

– Tenía que quitarme una piedrita de la bota. Mis oídos no dejaron de funcionar. Cuando estás molesta, Hallie, eres ruidosa.


Cuando el doctor Blood, un escocés de John O’Groats, tan lejos al norte que arrojar gente al mar helado era el método de asesinato preferido, llegó y revisó a Hallie, se acarició el mentón. Ella aún olía a vaca, cubos de azúcar y zanahorias, y tenía un dolor de cabeza cegador, pero el doctor Blood estaba satisfecho de que estuviera despierta y alerta. Hallie lo miró con los ojos entrecerrados.

– No quiero a ningún hombre llamado Blood cerca mío.

– Demasiado tarde, jovencita -dijo Jonathan Blood. Finalmente tuvo que empujar a Jason para que se apartara. -¿Quiere vomitar?

Petrie dijo:

– Vea, ella no puede vomitar, no en la sala de estar, donde no hay orinal a la vista.

– No, Petrie, no tengo náuseas, gracias a Dios.

El doctor Blood tocó el bulto tras su oreja, le miró los ojos, le revisó el cuello, tocó sus tobillos después de haberle quitado las botas, miró con un ceño sus medias rotas, y pidió té caliente sin azúcar.

– Estará bien -dijo. -Nada como una mujer para tener la cabeza dura. Quédese allí acostada, señorita Carrick, toda débil y femenina, y deje que Jason aquí la atienda. Jason, puedes darle un poco de láudano ahora. El dolor de cabeza debería haber desaparecido cuando ella despierte.

– El amo no hace eso -dijo Martha desde la puerta. -Yo lo hago.

– No, soy yo quien distribuye el láudano -dijo Petrie. -Soy yo el responsable en última instancia de curar el dolor de cabeza de la señorita Carrick. Soy el mayordomo. -Hallie gimió. -Oh, cielos -dijo Petrie.

– No vomitará -dijo Corrie. -¿Verdad, Hallie?

– No.

James dijo, mirándola detenidamente:

– Ahora que sabemos que estás bien, Hallie, mi esposa y yo nos marcharemos. Has tenido suficiente de qué ocuparte sin la familia dando vueltas, aunque Bad Boy salvó el día, y todavía no he oído ni un solo “gracias”. -Jason arrojó un trapo mojado a su gemelo, quien lo atrapó en el aire y dijo: -Huele a vaca. Nada bueno.

Corrie se rió, tomó la mano de su esposo y lo sacó a rastras de la salita.

– Descansa, Hallie. Regresaré en un par de días para ver cómo estás. Angela, no te preocupes, tu pollita caída estará bien.


Para las ocho en punto de esa noche, Hallie estaba tan aburrida que estaba lista para hacer todo pedazos. Ni un minuto más tarde, Jason entró solícitamente en su dormitorio, silbando y llevando una bandeja.

Ella echó un vistazo a la tetera.

– Espero que la cocinera haya hecho el té para ti. Si no, sabrá tan fuerte como agua caliente con corteza de roble.

Jason dejó la bandeja, sirvió una taza y lo probó.

– No, nada de corteza de roble. Hmm. Corteza de olmo, si no estoy errado.

Ella se rió, tomó un poco de delicioso té y miró de reojo el único scone que él le daba.

– Le mentiste. Bien hecho.

– Le dije a la cocinera que necesitaba alimento para ocuparme de tu cuidado. Ella se condolió; no verbalmente, por supuesto. No se desvaneció.

– Esta es la primera vez que veo tu rostro desde que me cargaste arriba.

– Alguien tiene que trabajar aquí -dijo él, y le entregó el scone. -No lo metas en tu boca. No quiero que se te revuelva el estómago.

– Petrie vino aquí tres veces, y cada vez me señaló el orinal. Todos los demás fueron lo bastante agradables como para no mencionarlo.

– Angela me dijo que no te veías tan mal. Los rasguños en tu mejilla, no creo que sean lo bastante profundos como para hacer cicatriz.

– Mi padre siempre me decía que era como él. Que podía ser golpeada, incluso ser pisoteada, y que nunca tendría una marca. Me gusta Bad Boy. ¿Crees que James podría vendérmelo?

– No en esta vida. Pero está hablando de hacerlo reproducir. Llegaré a un acuerdo con él. ¿Cómo te sientes?

– ¿Conoces esa iglesia normanda en Easterly? Siento como si las campanas estuvieran sonando dentro de mi cabeza.

– Bien. Son encantadoras esas campanas. ¿Te gustaría un poco más de láudano?

Ella sacudió la cabeza.

– ¿Los caballos están bien?

– Dodger parece bastante satisfecho con relinchar por encima de la puerta de su compartimiento a Delilah y Penelope. En cuanto a Carlomagno, obtuvo avena extra y un buen cepillado. Henry le dijo que aunque tenía una mala línea de descendencia, era un muchacho firme, con el que uno podía contar.

– Quiero correr con él la próxima semana en Hallum Heath.

– Yo montaré a Dodger en esa carrera.

– Eres demasiado grande. Perderás.

– Lo sé, simplemente suena agradable decirlo. Tenemos un jinete que llegará a principios de la semana que viene, a tiempo para esa carrera. Ha montado para los establos de carrera Rothermere durante siete años, desde que tenía quince. Se casará con una muchacha local, se mudará aquí y seremos nosotros los beneficiados con la pérdida de Rothermere. Su nombre es Lorry Dale. Phillip Hawksbury, el conde de Rothermere, dijo que Lorry se pegaba al lomo de un caballo como una garrapata. Pesa sólo cincuenta y tres kilos.

– Hmm.

– Los dos podemos asistir, asegurarnos de que no está ocurriendo nada malo, quedarnos roncos de tanto gritar y divertirnos un poco. Dodger ganará con Lorry sobre su lomo.

– Yo peso cincuenta kilos.

– Esto no es Baltimore y tú no eres Jessie Wyndham. No correrás aquí, Hallie. Para la gente es lo suficientemente difícil aceptar que vives conmigo, y sólo lo hacen debido a mi familia. Que montes en una carrera de caballos no sería tolerado. Tendrías que matarte de un tiro para que te perdonaran esa transgresión. El premio es de cien libras. Dinero que bien podemos usar.

– Pero…

Él apoyó suavemente sus dedos sobre la boca de ella. Hallie se quedó helada. Jason también. Ninguno de ellos se movió. De pronto, Jason dio tres pasos atrás para alejarse de su cama y metió las manos tras su espalda. Miró hacia la puerta.

– Saldré.

Hallie sentía como si la hubiesen golpeado en el abdomen. Lo vio caminar hacia atrás, mirándola como si quisiera… ¿qué? Ella no lo sabía. Jason estaba sonrojado, sus ojos se veían raros. ¿Quería marcharse? ¿Le había tocado la boca y no podía esperar a alejarse de ella?

– ¿Qué quieres decir con que saldrás? No dijiste nada antes. Son casi las nueve de la noche. Jason, espera, ¿adónde vas?

– Saldré ahora.

Y desapareció en los siguientes treinta segundos. No era la primera vez que se ausentaba abruptamente por las noches, por ninguna razón en particular que ella supiera. ¿Cuatro veces ya, cinco? ¿Y cuándo llegaba a casa? Esa era una buena pregunta.


Hallie lo oyó pasar junto a su dormitorio cerca del amanecer. Saltó fuera de la cama, casi se cayó por el dolor repiqueteando en su cabeza, pero logró salir tambaleando al corredor. Lo vio con la mano estirada para tomar el picaporte de la puerta de su dormitorio.

– Acabas de llegar a casa. ¿Estás silbando? ¡Es casi de día!

Él se dio vuelta como si le hubieran disparado. Vio que era ella, vio que estaba tambaleándose en su umbral y comenzó a caminar de regreso hacia Hallie.

– Sí, estoy en casa. Vamos a llevarte de nuevo a la cama, Hallie. ¿Qué estabas haciendo despierta?

– Estaba casi despierta cuando pasaste. Oh, cielos, ¿dónde está el orinal?

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