CAPÍTULO 21

La mañana siguiente fue soleada y cálida. Nadie hubiese adivinado que había llovido lo suficiente como para llenar el barril de agua a menos que se metieran en un aislado charco de barro de un metro.

Habían hecho falta Hallie y tres mozos de cuadra para mantener quieta y en calma a Delilah mientras Henry y Jason controlaban a Dodger, que estaba bufando, enloquecido, las fosas nasales acampanadas. Estaba tan descansado y excitado que la saliva goteaba de su boca, pero no lastimó a la yegua, lo cual fue un alivio.

Luego de que Dodger hubiese realizado su tarea con Delilah, Hallie se preguntó cómo Delilah podía haberla pasado bien en absoluto. Era un asunto desprolijo, a veces peligroso. El asunto era, le había dicho Henry a Hallie, que Delilah ya no estaba interesada en su comida. Dodger era especial, cierto, había rescatado a Delilah de un desierto de necesidad. Hallie no tenía respuesta para eso.

Todos estaban exhaustos, cansados y sudorosos cuando terminó. Los hombres no habían parecido notar que ella no era uno de ellos hacia el final del asunto, con el sudor corriendo por su frente.

Mientras Hallie secaba el lustroso cuello de Delilah, dijo:

– Eres una muchacha valiente, Delilah, una princesa estoica enfrentada con un sapo, no un príncipe. Sí, fuiste capaz de soportar a ese caballo patán con esa asquerosa saliva colgando fuera de su boca.

Estaba buscando una esponja húmeda cuando vio a Jason parado en la entrada del compartimiento, con los brazos cruzados sobre su pecho y una elegante ceja arqueada sobre sus ojos pícaros, sonriéndole.

Ella levantó el mentón, su voz defensiva aun cuando deseaba que no lo fuera.

– Bueno, es la verdad. Dodger no fue para nada, eh, cortés y considerado, como fue con Piccola.

– Según recuerdo, Piccola casi pasó todo dormida.

– Bueno, Delilah quería matar a Dodger. Estaba temblando, con los ojos en blanco, y se veía realmente enojada. Mientras más molesta se ponía ella, más bruto era Dodger.

– Algunos hombres también lo son -dijo Jason, se dio cuenta de lo que había salido de su boca y se mordió la lengua.

¿Qué problema tenía? Eso hizo que ella lo mirara con el ceño fruncido. Empezó a cepillar a Delilah con demasiado vigor y casi fue mordida.

Hallie saltó a un costado mientras decía con una encantadora mueca de desdén frente a la cara sonriente y adorable de él:

– Bueno, ¿acaso no has estado en un estado de ánimo delirantemente feliz desde el momento en que Petrie te arrastró fuera de la cama esta mañana? Muy tarde, ¿verdad? Creo que Angela y yo hacía rato que habíamos terminado de comer. Si no fuese por tu condenado rostro, te hubieses quedado con hambre.

– Bueno, no fue así, ya que nuestra cocinera es excelente y muy flexible. Me sirvió bollos de nuez frescos, huevos revueltos y, creo, tocino crujiente tal como me gusta. Somos muy afortunados de tenerla.

– Adelante, comercia con tu maldita apariencia. No significa nada.

– Cuidado, Hallie, no eres precisamente una fea flacucha, sabes. La hipocresía no es atractiva. Además, ¿qué quieres decir con eso? Yo no comercio con nada, mucho menos mi maldito rostro, es absurdo.

– Nada de eso tiene que ver con el punto.

– ¿Y el punto es?

– Mira esa sonrisa en tu lamentable rostro… toda frívola y tonta, como si estuvieras tan ufano. ¿A qué tipo de cita fuiste? ¿Qué te hizo tan feliz? No, ya veo, bebiste mucho, ¿verdad? ¿Perdiste nuestras ganancias en el juego?

– Quizás un poquito de brandy. No pude apostar porque todavía no tenemos ninguna ganancia. -Se rascó el abdomen y se apoyó contra la pared del compartimiento. -Delilah intentará morderte otra vez si no dejas de frotarla tan fuerte. Usa la esponja. No pienso decir nada más sobre eso.

– ¿Qué quieres decir con que los hombres son patanes?

Él cerró sus labios, sacudió la cabeza. Ella podía arrancarle las uñas, pero no iba a explicar nada, especialmente porque nunca había pretendido decírselo en primer lugar a una jovencita que estaba tan intacta como una potranca recién nacida.

– El sexo -salió de su boca, seguido por: -es un arte delicado. Algunos hombres son demasiado egoístas o simplemente ignorantes, bueno, no importa. Maldito sea otra vez por abrir la boca. Cuando termines con Delilah, Henry dijo que Angela quería que supiéramos que la cocinera se ha superado para el almuerzo, aunque no tengo idea de por qué haría eso, ya que cada comida que nos ha preparado ha sido bastante excelente.

Hallie se quedó mirándolo, tragó con fuerza y logró recomponerse y decir:

– Ella cocina para ti.

– ¿Qué significa eso? No, ni siquiera pienses algo tan absolutamente ridículo. Siempre ha cocinado para los tres.

– No importa. Ya eres bastante engreído. Vete. Estoy famélica. ¿Qué está preparando?

Jason se veía desconcertado.

– No lo sé, nunca pregunto. Normalmente ella se queda allí parada, sin decir nada cuando le hablo.

Hallie resopló.


El jamón rebanado estaba encantador, cortado tan delgado como el de la cocinera en Northcliffe Hall, y eso le dijo Jason después del almuerzo, sólo que la señora Millsom no le agradeció, simplemente continuó callada, mirándolo fijamente. Él volvió a agradecerle y salió de la cocina, sacudiendo la cabeza. La mujer podía ser lerda, pero era mágica con las ollas.


Angela se sorprendió cuando Petrie, con voz sonora y formal, anunció a un caballero que estaba allí para ver a la señorita Hallie.

Ella dijo:

– Esto es raro. No puede ser ningún amigo o pariente, o sabrían que lo más probable es que esté en los establos. Hmm. Haz pasar a este caballero, Petrie.

Un hombre muy apuesto, ciertamente, pensó Angela mientras el caballero en cuestión entraba con un tranquilo paso de caballero en la salita. Se detuvo un momento y miró alrededor antes de concentrar su atención en la única ocupante, a saber Angela.

Él le dibujó una elegante reverencia.

– Señora, soy lord Renfrew. Soy un amigo especial de la señorita Carrick.

Angela, que no sabía nada sobre los viles planes maritales de lord Renfrew para Hallie, se puso de pie, su sonrisa acogedora, y le ofreció la mano.

Lord Renfrew la tomó y la llevó hasta sus labios. Ah, un gesto muy elegante, pensó Angela, sintiendo que su corazón tropezaba por un momento. Debe haber conocido a Hallie durante su temporada. Qué hombre encantador, sin dudas. ¿Por qué Hallie nunca lo mencionó?

– ¿Quiere sentarse, milord? Hallie está montando, creo.

Lord Renfrew relajó su elegante persona en una silla de respaldo alto con lindos almohadones con estampados de brocado.

– He estado fuera de la ciudad, señora, y por lo tanto no me enteré hasta regresar a Londres poco tiempo atrás que la señorita Carrick se había mudado aquí para dirigir una caballeriza con un caballero a quien conoció menos de dos meses atrás. No puedo imaginarla haciendo una cosa semejante. La señorita Carrick es una dama. Como usted dice que está montando, eso pone algo de fin a ese ridículo rumor, ¿verdad? Una dama monta, después de todo.

– Bueno, sí, por supuesto que una dama monta. Pero en realidad, milord, hay mucho más que una cabalgata involucrada. ¿Conoce usted a la familia Sherbrooke?

Lord Renfrew asintió, apoyó una elegante mano sobre el brazo de la silla.

– Desde luego, todos en la sociedad conocen a los Sherbrooke, señora. Sin embargo, este hijo, Jason Sherbrooke… Tengo entendido que no ha estado en Inglaterra por muchos años.

– Está en casa ahora. Está aquí, para ser más específica. Él y Hallie son socios. Yo soy su chaperona.

– ¿Chaperona? ¿Qué es esto? No comprendo. Esto no tiene sentido.

Angela dijo:

– La razón por la que están aquí juntos es porque ambos querían Lyon’s gate. Ninguno quería vendérselo al otro. Es un poquito más complicado que eso, naturalmente, pero esa es la esencia. -Se quedó callada un momento y luego añadió: -Cualquiera en Londres podría haberle dicho eso.

– Como dije, no lo creí. -Miró alrededor de la salita. -Esta es una encantadora habitación, y los jardines y corrales se ven prósperos, pero igualmente, ¿por qué la señorita Carrick desearía poseer esta propiedad en particular? No es tan grandiosa como ella está acostumbrada. Sabe que vivió en la abadía de Ravensworth durante muchos años. Seguramente no estaría satisfecha de haber llegado tan bajo…

En ese momento, Petrie, conociendo el valor del caballero, llevó un excelente y viejo carrito de té donado por lady Lydia. La entrada de Petrie fue algo bueno, y lord Renfrew lo notó. Había sido desmedido en su crítica de esta mediocre propiedad que olía a establos. Agachó la cabeza y no dijo nada más.

Angela se preguntó de qué se trataba todo esto, mientras le daba una taza de té con tres terrones de azúcar y dos tortitas.

Dijo, mientras bebía su propio té:

– Durante las mañanas, Hallie y Jason siempre están trabajando en los establos o ejercitando a los caballos.

– ¿Sabe cuándo regresará Hallie a la casa, señora?

Ambos oyeron la puerta del frente abrirse y cerrarse, y la voz de Hallie exclamando:

– ¡Martha! ¡Ven rápido, he tenido un horrible accidente!

– Oh, cielos.

Angela estaba de pie y corriendo. Lord Renfrew se levantó más lentamente. Sus instintos eran excelentes. Esperó, sin decir nada.

Oyó a una jovencita decir:

– Santo cielo, señorita Hallie… mire ese rasgón. Petrie dijo que la yegua Dauntry llegaba esta mañana. ¿La bestia enganchó su falda?

– Su nombre es Penelope y es rápida.

– Yo puedo arreglarlo. Venga, señorita Hallie.

Petrie dijo:

– Es un rasgón grande, más adecuado a las habilidades de una costurera, no de una joven doncella pobremente educada que debería, como mucho, ser ayudante de cocina.

– Bien, vea, señor Aliento a Sudor, puedo hacer casi cualquier cosa en absoluto, yo…

Hallie reía. Lord Renfrew oía esa dulce risa con bastante claridad. Siempre le había gustado su risa. Hacia el final, sin embargo, ella no había reído mucho. Él esperó.

– Está bien, Martha. Petrie pronto verá lo talentosa que eres. Vayamos arriba. No te preocupes, Angela, la yegua atrapó la falda, no a mí. Debería haber estado prestando más atención. Dejé a Jason revolcándose, muriéndose de risa, el imbécil.

– Un momento, Hallie. Tienes una visita en la salita.

Petrie se insertó en medio de Angela y Martha.

– Yo iba a informárselo, señora Tewksbury. De hecho, estoy aquí parado, preparándome para informarle sobre su visitante en la sala de estar. Usted no me dio la posibilidad, y Martha aquí… pero todo está bien, de veras. -Infló los pulmones. -Señorita Hallie, tiene una visita en la sala de estar.

– ¿Una visita? -preguntó Hallie. -Oh, ¿quieres decir que Corrie vino de visita? Sí, lo recuerdo. Dale un poco de té, Angela, y me uniré a ella en un momento. No estoy preparada para ser vista.

– Pero, Hallie…

– Regresaré enseguida, Angela.

Lord Renfrew oyó sus pasos rápidos subiendo las escaleras. O quizás eran los de su doncella pobremente educada y demasiado joven. La mujer mayor con encaje que iba desde su cintura hasta su cuello no había dicho a Hallie su nombre, ni el mayordomo de voz agradable. Pero probablemente ella se enteraría antes de bajar. No sabía si eso sería bueno o malo, aunque siempre prefería la sorpresa. Siempre tenía ventaja cuando era él quien sorprendía. Caminó hasta el hogar, se miró al espejo y supo que se veía elegante, hermosamente vestido y tan apuesto como un dios menor. Volvió a sentarse, bebió su té y esperó.

Para su sorpresa, no habían pasado diez minutos cuando Hallie apareció en el umbral de la salita, un poquito sofocada. Lo vio y se paró en seco.

– Usted no es Corrie.

Él le ofreció una sonrisa que una vez la había hecho arder hasta la punta de los pies. Se veía extraña. Era esa falda larga, esa camisa de apariencia rara y el chaleco que llevaba. ¿Por qué estaba vestida como una gitana romaní?

Ella dijo:

– Me apresuré porque pensaba que Corrie estaba de visita. Angela y Petrie están en la cocina intentando arreglar la nueva estufa de la cocinera. Si hubiera sabido que era usted, me hubiese tomado mi tiempo.

– Está bien, Hallie. Te ves encantadora.

No lo había dicho para nada en serio, el engreído bufón.

– Lord Renfrew. ¿Qué diablos está haciendo aquí, señor?

No era un comienzo prometedor. Por otro lado, hubiese sido un tonto en esperar otra cosa.

– Es maravilloso verte otra vez, Hallie. ¿No me llamarías Elgin nuevamente, querida?

Fue hacia ella, obligándola a levantar la mirada porque era alto. Le tomó la mano antes de que ella se diera cuenta en qué andaba, y besó el interior de su muñeca, lamiendo donde había besado. Hallie apartó su mano de un tirón. Antes, tanto tiempo antes, se hubiese puesto pálida y caliente de emoción.

– ¿Qué está haciendo aquí, señor?

Él quería abofetearla.

– Estoy aquí para verte, naturalmente. He venido a rogar tu perdón por mi errante estupidez.

Ella asintió.

– Sí, fue excesivamente estúpido. Supongo que significa algo que pueda admitir su perfidia ahora, y disculparse por ella. Sin embargo, no tengo intención de perdonarlo durante la duración completa de mi vida, así que retírese.

– No, aún no. Dame otro momento, Hallie. Siempre fuiste una muchacha bondadosa, dulce…

– No olvide ingenua.

Él suspiró profundamente, caminó de regreso al hogar, sabiendo que presentaba una excelente impresión, sabiendo que ella estaría ciega si no lo admiraba, y se dio vuelta lentamente para apoyarse contra la repisa, con los brazos cruzados sobre el pecho.

– Lamenté mucho su pérdida de confianza en mí. Fue todo un error, un fatal error que sucedió porque fui engañado por una mujer que era más experimentada que yo, un simple hombre del campo. Fui débil, lo admito. Eso no es excusa, ruego que no crea que lo es. El hecho es que fui débil y llevado por el mal camino. Esa mujer ya no está en mi corazón ni en mi mente.

– Eso fue sin dudas afortunado, porque entonces se casó con esa pobre muchacha en York. ¿No es así?

– Ah, mi pobrecita Anne. Murió casi un año atrás, sabes, tan inesperadamente, dejándonos a mí y a su padre desamparados.

– Lo siento. Había escuchado que había fallecido el otoño pasado.

– El tiempo ha pasado tan lentamente, mi desesperación es tan profunda que podrían ser diez años -dijo él. -Después de su trágica muerte no podía mirar adelante ni atrás. Sólo recientemente he sentido los momentos de la vida destellar nuevamente dentro mío.

– Había olvidado lo encantadoramente que habla. Tanta elocuencia, tanta gracia.

– No es amable burlarse de un hombre que ha conocido tanto dolor. Lo que dije es verdad.

– ¿Ella era tan joven como yo cuando se casaron?

– Tenía dieciocho años, una mujer que sabía lo que pensaba, una mujer adulta.

Hallie sacudió la cabeza. Tomó la tetera de la mesa auxiliar y se sirvió una taza. La bebió mientras miraba a Elgin Sloane, lord Renfrew.

– He estado pensando que a tales mujeres no debería permitírseles entrar en la sociedad o en la compañía de hombres hasta los veinticinco años.

Él se rió, una ceja oscura subiendo hacia lo que ella siempre había considerado una frente muy inteligente.

– Una maravillosa broma, mi querida. Sabes muy bien que ningún caballero desearía casarse con una mujer tan vieja.

– ¿Cuántos años tiene usted?

– Treinta y uno.

Hallie se sentó y tamborileó sus dedos sobre el brazo de la silla.

– Mi tío siempre decía que los hombres necesitaban más años para madurar que las mujeres. Uno podría pensar que usted ya estaría bastante maduro ahora.

– Se me considera un hombre joven.

– ¿Y veinticinco es vieja para una mujer?

Él tenía que recuperar el control, no porque tuviera algún tipo de firme control sobre ella aún, a decir verdad.

Ella ofreció un brindis con su taza de té.

– Válgame, usted era demasiado viejo para mí antes, pero yo era una joven tan tonta y encaprichada que nunca noté siquiera esas arrugas alrededor de sus ojos. O quizás no estaban allí un año y medio atrás.

La mano de él voló a su rostro y entonces, sin apartar la mirada de ella, bajó lentamente la mano a su costado.

– Siempre me ha encantado el modo en que bromeas. Me mantendrás humilde, Hallie, algo bueno para un hombre.

– Esto realmente es demasiado, señor, ya que…

Hubo un horrible estrépito en la parte trasera de la casa. Hallie se levantó de su silla y salió por la puerta de la salita en un instante.

La cocina, pensó lord Renfrew, ese espantoso ruido había venido de la cocina. Un hombre no parecía tener la mejor ventaja en medio del lío en una cocina. era mejor permanecer allí, encima de todo el caos, tranquilo y lúcido.

– Cielo santo, ¿quién es usted? ¿Qué está pasando?

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